“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Hoy el sol nos saldrá dentro de “nada”, a las 07:02
horas, en un día que promete ser esplendido y tendremos su compañía hasta las 20:54
horas.
Ayer, como supongo que es bastante habitual estos
días, volví a cambiar impresiones sobre el resultado de las elecciones, por
supuesto uno de los temas era: que nos deparará el futuro y cuales serán las
posibles coaliciones que se pueden dar. Creo que esa especie de ansiedad por
conocer lo que nos espera se puede deber a la cultura de la inmediatez en la
que vivimos inmersos.
Aunque pienso que se debe también a los medios de
comunicación que utilizan estrategias de movilización y manipulación de masas
para tenernos pendientes de las noticias políticas.
A lo largo de las muchas elecciones que he visto,
he podido comprobar que muchas veces me hicieron ver que nos lo jugábamos todo
a una carta y luego no pasaba nada, pues bien ganaban unos o los otros, todos
contribuían de una forma u otra a la lenta labor de minar nuestra fortaleza
social.
Y en esta ocasión, ha vuelto a pasar, se ha
conseguido movilizar a sectores sociales por el miedo, fueran a los de color
verde, azul, rojo o morado. Como si el día después de la jornada electoral se
corriera el peligro de que España se convirtiera en un Estado fascista o uno
soviético, en función del ganador. Si no fuera por lo serio del tema, habría
que reírse de lo simple de esas conclusiones que con tanta eficacia arraigan en
las mentes de los simples votantes de cualquier opción.
El truco en muchas de las
últimas elecciones -para evitar que nos desapeguemos de las urnas- es hacernos
creer que en cada convocatoria el tiempo se detiene, se fuerza la historia y
entramos en una inflexión irreparable para el bando perdedor.
Pero esto no es así, al menos en la inmensa mayoría de citas electorales. Los
cambios sociales no se deben a elecciones puntuales, sino a procesos
estructurales que remueven el ser de los pueblos removiendo su estructura, casi
inmutable, hasta que un día estalla el volcán o se produce el terremoto
revolucionario.
Las simplificaciones, las apelaciones a los
terrores recurrentes, los estereotipos y -especialmente- la sustitución del
marketing por la confrontación sincera de ideas por conseguir el Bien Común, es
lo que mata la política. He de decir, que frente a la mayoría de españoles, he
vivido la pasada jornada electoral como una rutina más dentro del proceso de deterioro
de la comunidad política que nos representa.
Sin llevarme la contraria con lo que he dicho
antes, he de reconocer que en su momento la aparición de Podemos y ahora Vox en
el panorama político, pueden ser avisos de futuros cambios estructurales, de Ciudadanos
no creo que pueda crear muchos cambios pues me parece un partido de diseño
artificial para estas circunstancias políticas.
De momento, la
sociedad española ha optado por la seguridad, por mucho que todos afirmen
desear cambios.
Unos buscan la seguridad
de un Estado de Bienestar que promete el PSOE aunque para ello haya que
endeudarse hasta el infinito y pueda
llegar un día la debacle económica. O bien, otros la seguridad que representa
C´s que nos ahorra la angustia de la autodefinición ideológica y que promete
garantizar que todos los ciudadanos disfrutaremos por igual de los beneficios
de ese Estado que el PSOE se encarga de alimentar con dinero de la deuda.
Resumiendo, quien ha ganado las elecciones son los
que tienen miedo a la continuación de la historia. Unos desprecian el separatismo
no por amor al país y su fidelidad a nuestra historia, sino por el temor a que
se hunda el tambaleante Estado de Bienestar. Otros se abrazan a la
izquierda por temor a enfrentarse a la responsabilidad moral de sus propios
actos ya
que la izquierda les justifica y legitima cualquiera de sus decisiones. Por eso
cualquier discurso que habla de principios, le suena a opresión.
Pensar que unas
elecciones decidirán el destino de la historia es simplemente vivir fuera de la
realidad,
esto es, en el “matrix” democrático al que nadie puede negar su eficacia a la
hora de dominar los destinos de las almas y nublar mentes y voluntades.
Que nadie se preocupe, en estas elecciones poco nos
jugamos. La partida ya comenzó hace mucho. La cuestión es saber en qué bando estamos,
cómo defendernos y atacar, y prever cómo terminará.
Feliz Día.
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