sábado, 30 de enero de 2021

¿Se encuentra la felicidad en la diversión?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Ya tengo los paneles térmicos para oscurecer el interior de la berlingo, y así poder dormir más relajado. Conseguir oscuridad era una dificultad que no presentaba más problema que colocar cortinas, pero que aislara del calor y sobre todo del frío era un poco más complicado, con estos paneles creo que tengo los dos problemas solucionados.

Tal vez me he preocupado demasiado en protegerme del frío, la verdad es que no tengo experiencia en dormir en un camper y no sé lo que nos aísla del exterior, en una tienda de campaña lo controlo mejor, pero en un coche no sé si baja mucho la temperatura, así que le aíslo los cristales y según vallamos cogiendo experiencia los iremos utilizando más o menos.

Con la oscuridad para dormir no tengo muchos problemas, pues en la tienda de campaña no suele existir una oscuridad total, pero sí que estas oculto de las miradas exteriores, así que había que aislarnos de las miradas, y estos paneles lo consiguen.

La oscuridad suele tener mala “prensa” ya que hay una oscuridad interior que nos impide ver claramente dónde están el bien, la verdad, la justicia. Hay una oscuridad exterior que hace muy difícil comprender lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero la oscuridad para descansar nada tiene que ver con esta falta de luz.

A nadie le extraña que la posición de máximo reposo se dé estando acostado y en la mayoría de las veces dormido. Para los que en nuestras aficiones existe una parte importante de ejercicio físico el descanso es fundamental, aunque no solo el descanso como ausencia de movimiento sino también con la relajación de la mente.

Si nos detenemos un poco a pensar nos daremos cuenta de que ante el cansancio se tiene una necesidad de reposo, de distracción. El descanso de nuestro cuerpo lo obtenemos deteniendo el ejercicio corporal; la mente, en cambio, encuentra su descanso en la “diversión”, que si observamos es “di-versio” que nos quiere decir apartar, desviar, alejar nuestra atención hacia otros objetos agradables, distintos de los que forman nuestro trabajo habitual o nuestro quehacer diario.   

Y aquí nos encontramos con un error que solemos cometer, pues se puede llegar a la conclusión de que el “summum” de la vida humana se encuentra en la diversión, en el juego. ¿Se encuentra la felicidad en la diversión? Parece claro que no, sería un absurdo que la diversión fuera el fin de la vida. Hay que divertirse para dedicarse después a asuntos serios. Pues la diversión es una especie de reposo, y como no se puede estar haciendo algo sin descanso, el ocio es una necesidad. Pero este ocio, ciertamente, no es el fin de la vida, porque sólo tiene lugar debido a algo que tenemos que realizar después.

Ya sé que ahora se toma el juego y la diversión como un objetivo para la felicidad, por el placer que sentimos. La felicidad tiene, es verdad, cierto placer, pues existe el gozo. Pero no, sin embargo, con el placer del juego, que siendo necesario para el desarrollo de la vida humano no es lo más elevado del hombre. De ahí, la importancia de saber divertirse y a la vez controlar esa diversión, el hombre debe ser alegre y serio a la vez. Hay que ser capaz de realizar esa combinación perfectamente, teniendo conciencia exacta de nuestra situación entre donde estamos y hacia dónde queremos que vaya nuestra vida, entre la esperanza y la desesperación. Sólo de esta manera nos podemos orientar, entonces podremos jugar y divertirnos, sonreír y reír, ya que seremos capaces de percibir en todas las cosas sus límites e insuficiencias, y por eso justamente podremos reírnos de todo, porque sabremos de la seriedad de las cosas.  

 El que no comprende esto pertenece al grupo de los que no son capaces de encontrar descanso y alivio en el juego, en las fiestas y en divertirse. Son muchos y han sido muchos los que no entienden este concepto, de ahí por ejemplo que erróneamente sea considerada como una época triste y aburrida la Edad Media. No ven el verdadero sentido de las escenas burlescas representadas en los bajorrelieves de numerosos templos y catedrales; las denominadas "fiestas de los locos", en que se festejaba una suerte de superación o abolición de la razón; la "fiesta de los asnos", con sus rebuznos lanzados contra altos "dignatarios" no siempre tan dignos; la llamada "fiesta de los obispillos", donde un grupo de chicos se disfrazaban de obispos, tomando en chacota a las jerarquías locales; son otras tantas expresiones del humor medieval, libre y ocurrente.

Ese espíritu lúdico medieval se fue poco a poco olvidando y lo que los entendidos llaman la virtud de la eutrapelia entró en la sombra, en la oscuridad, no subsistiendo de ella sino una breve y seca definición en los diccionarios.

Ahora ya no es así, el humor, la diversión y la fiesta, la eutrapelia, ha recobrado su importancia no sólo para la cultura del hombre sino también para el progreso mismo de su vida interior.

Buenos días.  

jueves, 28 de enero de 2021

¿Qué es eso de achicarnos ante unas risas?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Si estuviste por un momento leyendo lo que escribí ayer, es posible que después de terminar, si es que llegaste al final, llegaras a la conclusión, bastante acertada, de que debo ser de las personas más tontas de este mundo.

Y esta es una melodía que suelo intuir cuando se me quiere convencer de mí supuesta bobada cuando, como ayer, intento explicar un poco con miedo, esas cosas a alguien. Es fácil, por qué no, que se me pueda considerar un necio, pero eso no significa que lo sea. Y no lo soy, estoy convencido de ello.

Si una gran mayoría de esta sociedad no me entiende o no entiende a los cristianos que no nos entienda, si se nos ríe que se nos ría; pues la reacción del que no conoce del que ignora siempre es la misma: reírse y burlarse de lo que ignora, pero no me debo dejar ni nos dejemos contagiar por esos argumentos: sepamos quiénes somos y qué argumentos se han puesto en nuestras manos.

A nosotros se nos ha dado a conocer un camino que ya quisieran los más poderosos para sí, se nos ha dado a disfrutar con cosas que muchos ansían entender. ¿Qué es eso de achicarnos ante unas risas?

Después de escuchar a todos y pensar en todo ello hay que pasar a la acción. Y vuelvo a la pregunta de hace unos días ¿Qué podemos “hacer” para cambiar este mundo? Cuando se piensa en este gran proyecto, ¡nada menos que cambiar este mundo!, parece que habría que acometer acciones espectaculares. Pues no. No creo en el mesianismo grandioso porque ya sé rechazó.

Las soluciones espectaculares no son eficaces, mejor dicho, son anti eficaces no van a convencer a casi nadie, pertenecen más al espíritu de la zanahoria colgada del palo. Las grandes y espectaculares acciones son en las que pone el acento los grandes medios. Si esta sociedad la tenemos que arreglar nosotros (y si no ¿quién?), y nosotros somos lo débil de este mundo, lo que no cuenta, solo podemos pensar en acciones que puedan ser emprendidas desde lo que somos.

Por eso termino por hoy con otra pregunta ¿qué somos? Y la respuesta ya será otro día, ahora hay que aprovechar este día de primavera que nos presenta este duro invierno.

Buenos Días.

miércoles, 27 de enero de 2021

¿Qué falla aquí y qué falta?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Este lío que tenemos montado con todas las restricciones que nos vemos obligados a cumplir para evitar en lo posible contagiarnos y contagiar, que de momento no han servido para casi nada, supongo que lo habrán frenado pero la realidad es que la covid-19 anda desbocada enfermándonos y convirtiendo nuestros derechos en un lío que no hay forma de aclarar.

A pesar de todo no hay que olvidarse que debemos defender nuestros derechos, por mucha pandemia que tengamos y justamente porque eso los tenemos que defender con más interés.

Continuamente nos están recordando la posesión de unos derechos individuales y eso nos incita al celo en la defensa de estos. La proclamación de los Derechos Humanos ha sido un logro en la historia de la civilización, en la medida en que han supuesto un freno a la tiranía, que ha sido el modo de gobierno que el mundo ha conocido hasta la llegada de los sistemas democráticos.

Pero el reconocimiento efectivo de los derechos del individuo siendo un objetivo excelente, no es la meta última de la civilización. Con su establecimiento y su puesta en práctica no se consigue todo aquello a lo que el hombre puede aspirar “en este mundo”. Vamos a pensar un poco y por un momento en las grandes ciudades de los países de larga tradición democrática, en los cuales no hay que aspirar al reconocimiento de ningún derecho, porque llevan décadas de reconocimiento efectivo.

 Ahí nos encontramos con sus clases acaudaladas y con sus indigentes, todos, unos y otros, con su carta de derechos conocida y asimilada. Miremos ahora estas ciudades desde arriba, con sus avenidas repletas de hombres y coches que circulan en todas direcciones. No parecen otra cosa que viveros humanos donde a nadie se le niegan sus derechos.

Sus ciudadanos pueden si lo desean expresarse y moverse libremente, pueden participar si tienen la vocación necesaria en el gobierno de la ciudad, tienen acceso en la mayoría de los casos a bienes y servicios de todo tipo, y cabe suponer que tienen tiempo libre para disfrutar de ellos. Pueden hacer carrera en un abanico cada vez más amplio de actividades y profesiones... Y en cambio, no parece que este sea el techo de la civilización. ¿O esto es ya la “Tierra Prometida”? Es evidente que no. Si no estamos en la “Tierra Prometida” se hace preciso preguntarse dos cosas: qué falla aquí y qué falta.

Falla que en toda sociedad hay sectores muy débiles: pobres, desamparados, desfavorecidos, personas que sufren mil modos de necesidad. Si el cuerpo social toma como principio fundamental de organización el ejercicio de los derechos individuales, las personas encuadradas en esos sectores nunca harán valer sus derechos porque no los conocen o porque no tienen fuerza para ello.

Hay que tener en cuenta que el individualismo no conoce más intereses que los de puertas adentro, por eso en una sociedad estructurada en torno al individuo, al débil no le queda más refugio que el desamparo. No porque la sociedad no le reconozca sus derechos, sino porque es difícil encontrar quien se los haga efectivos. La perspectiva de organización social que toma como principal base de filosofía política la puesta en práctica de esos derechos individuales tiene su punto débil justamente en la debilidad de los ciudadanos más desvalidos.

Éste es uno de los puntos por donde hace agua nuestra sociedad democrática, la cual, habiendo sido capaz de cubrir las necesidades materiales básicas de todos sus ciudadanos, al tiempo ha generado enormes bolsas de marginación y de pobreza, con las cuales no se sabe qué hacer.

¿Qué hemos hecho? Pues para poner remedio nos hemos inventado las instituciones, pero vemos que estas, en su funcionamiento habitual, no resuelven los auténticos problemas de los hombres y mujeres más necesitados. La razón está en que a las instituciones solo se les puede pedir que funcionen institucionalmente, pero no personalmente, porque no son personas (aunque lo sean jurídicamente), y, en consecuencia, están radicalmente incapacitadas para personalizar a los seres humanos.

En aquella sociedad donde la mayoría de sus ciudadanos alcanza cotas de bienestar desconocidas hasta ahora, aflora, no se sabe muy bien cómo, la clase de los desheredados, individuos que han sido presa de las miserias de esta sociedad, por lo común el alcohol, del juego o de la drogadicción; miserias que esta sociedad fomenta y condena al mismo tiempo. Sobra pan y falta alegría de vivir, sobran bienes de consumo y falta esperanza. Lástima que socialmente no exista el derecho a ser querido. Porque no puede existir. Desde el momento en que el amor es un don, el derecho a ser amado no se puede invocar en ninguna ventanilla de reclamaciones.

La doctrina de los Derechos Humanos ha constituido un enorme avance para el gobierno de los pueblos, pero no es un absoluto que hayamos de tomar como criterio supremo para organizar la vida de cada día. Más aún, para la vida diaria no hay que andar siempre vigilantes y en estado de alerta para no ser víctimas de alguna injusticia.

Al contrario, de hecho, a los cristianos se nos insta a hacer exactamente otra cosa: “No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos”.

Después de lo que acabo de escribir, ¿qué, me olvido de que existen esos derechos? No. Está muy bien que los conozcamos y hay que ser exigentes para que se cumplan... en los demás. Yo, lo que tengo que hacer es renunciar a ellos libremente cuando son exclusivos para mí, y, a la vez, trabajar con todas mis fuerzas para que no se vulneren en quienes dependen de mí; mi familia, mis amigos, mis vecinos, etc., especialmente los que estén más necesitados.

El “kit” de la cuestión es entenderlo, comprenderlo y aceptarlo.  

Buenos días.

martes, 26 de enero de 2021

Lo necesario.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Otra excursión de domingo, y es que mientras la covid-19 nos permita salir con la bicicleta lo continuaremos haciendo, cada vez las restricciones nos obligan a ir cambiando las costumbres, ya hace meses que nos llevamos la comida para apartarnos lo máximo posible de los bares, aunque no perdonábamos el café, y este domingo nos hemos tenido que llevar el hornillo de alcohol para podernos preparar nuestro café al estar los bares cerrados por la cuarentena.

En fin, no nos queda más remedio que ir adaptándonos mientras podamos y, esperar hasta que mejore la pandemia para salir con más libertad, ya sé que no existirían demasiados impedimentos para hacer una salida de varios días por la provincia, pero no creo que sea un buen ejemplo, aunque tampoco lo sería malo, pero viendo cómo se encuentra la pandemia no vale la pena ir por ahí dando vueltas sobre todo porque no es esencialmente necesario.

Ahora lo necesario es quedarse en casa y relacionarse lo menos posible, salir a pasar el domingo con la bicicleta no creo que se pueda considerar como una violación de las normas que tenemos ahora establecidas para frenar la pandemia.

Ahora lo necesario es salir lo preciso, después cuando sea posible moverse con total libertad por todo el país empezaremos nuestros pequeños viajes con la bicicleta y casi sin darnos cuenta estaremos recorriendo las carreteras europeas, lo que nos parece hoy casi imposible.

La cuestión es que estamos como estamos y somos esto que somos. Por eso no se trata de pasarse los días marchitándonos en nuestras propias insatisfacciones, en nuestras absurdas comparaciones con los años anteriores... si yo pudiera, si yo tuviera, si mi vida fuera..., conjugando el futuro incierto en vez del presente concreto, obstinados en no querer ver, que la felicidad es un estado subjetivo y voluntario.

Podemos elegir hoy estar felices con lo que somos y como nos encontramos, con lo que tenemos, o vivir amargados por lo que no tenemos o no podemos hacer. Sólo podremos florecer el día que aceptemos que somos lo que somos, estamos como estamos, que somos únicos y que nadie puede hacer lo que nosotros vinimos a hacer.

Se trata de conocerse, quien se conoce a sí mismo, posee una gran arma: saber quién es, su fisonomía moral, psicológica, afectiva, e incluso física; entonces, podrá planear serena y confiadamente un plan personal para su vida y su crecimiento como persona.

Quien se acepta tal cual es y cómo se encuentra, ya inició su camino de perfección y felicidad, pues ya sabe y acepta lo que tiene naturalmente, su base humana para avanzar. ¡Acéptate tal cual eres! Con todas tus grandezas y tus flaquezas, tus cualidades y tus debilidades, tus aciertos y tus errores, tus triunfos y tus derrotas.

Quien se supera, quien se esfuerza por ser mejor, quien lucha por su crecimiento personal, podrá amar mejor a los demás, servirlos mejor, acelerará su camino a la madurez personal, será más dueño de sí mismo, será más grato a los demás.

Vamos a hacer un esfuerzo e intentémoslo, esta en nuestras manos y tenemos tiempo.

Buenos días.  

lunes, 25 de enero de 2021

¿Cómo quiero actuar bien si pienso mal?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Empezamos la semana, la cuarta semana de 2021 y todo parece que nuestros problemas continúan sin solucionarse pues la pandemia no cesa de expandirse y por lo tanto las restricciones no paran de aumentar, así que empezamos otra semana en que continuaré prácticamente recluido en casa.

Lo bueno de pasar tantas horas en casa es que se tiene la posibilidad de pensar y repensar sobre cualquier cosa. Desde siempre no, pero si desde hace mucho tiempo llevo pensando de que no debo ajustarme a los ideales o ideas nuevas sin antes pasarlos por los filtros de mi mente, para intentar distinguir si son buenos, si me agradan por que se adaptan a mi forma de ver el mundo.

Por eso, como decía el otro día, antes de pararme a ver qué podría hacer para intentar cambiar este mundo en el que me ha tocado vivir, no tengo más remedio que considerar cómo debo pensar. Y es que, ¿cómo quiero actuar bien si pienso mal?

Un error bastante común que suelo cometer es el de tomar mi bien personal, lo que se suele denominar como el bien subjetivo como mi patrón de conducta, y lo confundo con lo éticamente correcto. Este error es el que nos hace justificar continuamente el egoísmo. Nos agarramos a una ética individualista y no tenemos ninguna dificultad en justificar la satisfacción de nuestros intereses o incluso de nuestros caprichos como moralmente buenos, independientemente de que respeten o no las reglas del bien objetivo, que no es otro que le bien de la persona.

La forma de pensar correcta debería de ser la basada en la realidad humana, la que nos dice que nuestras acciones se deben adecuar a lo que las cosas son y a lo que las personas somos.

Un ejemplo muy claro: a un hombre casado, le podría gustar o apetecer, cambiar de mujer de vez en cuando, pero, objetivamente, eso va en contra de una realidad concreta, que consiste en que su mujer y él constituyen, desde el día que se casaron un compromiso, son una sola carne. Lo que el marido pudiera entender como bien subjetivo, cambiar de mujer, contradice la realidad del matrimonio, en este caso del suyo.

Otro ejemplo, un poco más complicado de aceptar: se establece como normal que todo hombre debe velar por sus intereses y defenderlos de todo ataque o deterioro. Yo tengo un negocio, y las ganancias de mi negocio han de salir adelante; si en mi camino se cruza un competidor, alguien que puede restarme mis legítimas ganancias, tengo todo el derecho del mundo a usar los medios necesarios para arruinarlo, o quitármelo de en medio. Pues no señor: si te sale un competidor, aceptas el reto y compites con él, sabiendo que la persona de tu competidor es algo (es alguien) objetivamente muchísimo más valioso que las ganancias de tu negocio.

Esa forma de razonar y pensar que se basa en el bien subjetivo, unida a la legitimidad de la defensa de los propios intereses, hace entender como lógico y correcto que la persona se preocupe, sobre todo, de gestionar “sus” asuntos. Pero esto no es lo que se debe hacer. Lo que se debería de hacer es no andar preocupados por nuestras necesidades, preocupados por qué vamos a comer o qué vamos a beber, o en qué tenemos que trabajar. Exactamente lo que se tendría que hacer es preocuparnos por de que la gente que nos rodea tenga cubiertas esas necesidades y eso llevará a cubrir las nuestras.

Buenos días.

sábado, 23 de enero de 2021

Ni aceptarlo todo ni despreciarlo todo.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Terminé ayer demasiado rápido, pero se me hacia tarde y el tema me daba la impresión de que iba para largo, y es que, después de pensarlo esta noche, no estuve del todo acertado al empezar por preguntándome qué tengo hacer para cambiar el mundo.

Me he levantado esta mañana con la idea de que antes de pensar en qué hay que hacer, he de pensar en qué hay que pensar, y antes aún debo prepararme para poder pensar. Para ello lo primero es desperezarme, espabilarme y espabilar el oído.

Hoy en día, tengo la suerte de poseer mucha información, puedo interesarme por infinidad de teorías e ideas y pensarlas. Para lo cual debo tener una actitud de escucha y escuchar es tener una actitud de aceptación y de admisión hacia quien escribe o habla.

Pero claro, hay que razonar y pensar lo que hemos escuchado, y para ser justo debería de hacer una revisión de los criterios que utilizo y utilizamos la mayoría de nosotros. Desde que nacemos empezamos a nutrirnos de un modo de pensar, el actualmente dominante, está formado por los criterios de una sociedad que es, justamente, la que queremos cambiar.

Según lo veo no es solo cuestión de los mecanismos que usamos para conocer la verdad de las cosas, del criterio que utilicemos, pero sí lo puede ser para empezar, para colocarnos en un punto de partida. Los que estamos aquí no somos los únicos responsables de este modo de pensar y de organizar la vida, porque somos hijos de una nación muy vieja y de una cultura secular, en la que hay de todo, bueno y malo; tenemos sobre nuestras espaldas el peso de una tradición de la que es muy difícil desprenderse, pero, por otra parte, tampoco estamos ciegos para que nos carguen con lo que nos echen, ni guías ciegos para no saber conducirnos y para no saber conducir a los demás.

¿Cuánto tiempo más vamos a continuar repitiendo, en muchos aspectos, ese proceder inútil que hemos heredado de nuestros padres? No estoy diciendo con esto que haya que olvidarse de todo y empezar de cero. Ese es un camino que ya han seguido las revoluciones clásicas, y sus efectos han sido, en todos los casos, al menos tan destructivos como los daños que pretendían arreglar. Nuestros antepasados merecen toda nuestra veneración, todo nuestro respeto y toda nuestra estima, pero en cuanto personas concretas.

En cuanto al modo de pensar y de actuar de las generaciones anteriores habría que ver qué hay que respetar y qué no, porque socialmente, como responsables del mundo que nos han dejado, tampoco hicieron sus deberes correctamente. Ahí está la historia para demostrarlo. Hemos recibido un modo de pensar propio de una cultura terriblemente egoísta: apegada al dinero, individualista, posesiva, materialista y hedónica, y lo que aún es peor, una cultura con muchos signos de muerte. Esta cultura nuestra, que mal que bien, fue cristiana, lleva varios siglos despojándose de los modos cristianos de entender la vida y de organizar la sociedad.

Es verdad que siempre continúan apareciendo figuras de cristianos que han brillado individualmente en su campo, pero el tejido social, hoy, en su conjunto no es cristiano.

¿Qué tiene de cristiano hoy el arte, el mundo de la televisión y de la radio, de la moda, del deporte, de las diversiones, de la economía, de la política, de la familia?

Por lo tanto, ni aceptarlo todo ni despreciarlo todo, pero sí que es mucho lo que hay que someter a revisión. Para hacer un mundo nuevo, si no queremos ser utópicos, hay que partir de lo que tenemos y contar con ello, porque no podemos ignorar quiénes somos y de dónde venimos, pero debemos tener claro qué nos ayuda y qué nos estorba. Si no somos responsables de la herencia recibida, sí que lo somos para examinarlo todo y quedarnos con lo bueno.

En fin, mañana intentaré seguir un poco más con este tema.

Buenos días.

viernes, 22 de enero de 2021

¿Cómo arreglar esto?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Ya he terminado de fabricar el mueble que convertirá la berlingo en un camper, mini, pero camper, que nos cobijará en su sala de estar y nos permitirá dormir en su dormitorio, a la vez que nos dará la oportunidad de utilizar su cocina para lo que la necesitemos.

Ahora, le estoy colocando unas capas de barniz para proteger la madera, y ya estará lista para poder realizar su primera excursión si la covid-19 nos da la oportunidad. Aunque no todo esta resuelto, me queda concretar como viajarán las bicicletas, aunque este es un problema menor y que presenta muchas soluciones, sin embargo, aún queda decidirse por una.

Esta complicado, poder hacer el estreno enseguida, al menos en una salida de varios días ya que la situación de la pandemia nos obliga también a protegernos y a proteger a los demás. En realidad, estos dos años pasarán a la historia, a mí historia, como los más oscuros, paradójicos y contradictorios en lo que a utilidad se refiere, no han servido de momento para nada.

En este momento, cuando observo el mundo siento desasosiego porque hay muchas cosas que son objetivamente contrarias a mi forma de pensar. Estoy en una sociedad que no me gusta, al menos, no me gusta del todo. Mire hacia donde mire, veo que es mucho lo que se debería de arreglar: mucho que limpiar, mucho que cambiar, mucho que sanear.

Me encuentro con el mundo de la infancia, de la juventud, del matrimonio, de la vejez, el mundo de la educación, de la política, de la familia, etc., todos ellos sin rumbo, desnortados. No creo que sea necesario aportar datos, sin embargo, sí que me planteo una pregunta que me resulta inevitable: ¿qué tengo que hacer?, pregunta que, al hacerla, en su dimensión social, la podría traducir por esta otra: ¿cómo arreglar esto?

Tengo que decir que esos problemas los vemos y los padecemos todos, quienes tenemos un planteamiento cristiano y quienes no los tienen. Discrepamos en las causas de los problemas y discrepamos también en las soluciones, pero venimos a coincidir en la valoración de los hechos.

Veamos, el fracaso escolar es fracaso escolar para todos, y del mismo modo la ruptura de la familia, la violencia doméstica, las miserias del consumo de drogas, la prostitución o el alcoholismo.

¿Qué respuestas se nos da desde los poderes públicos? Según mi entender se nos presentan dos: las campañas publicitarias y el parcheo. O sea, nada de nada, porque la solución no esta en ir poniendo parches. Si se nos mueren dos jóvenes por el problema del botellón, nos echamos las manos a la cabeza con una ingenuidad culpable, hacemos un par de campañas estériles que cuestan un dineral, y, ahí siguen nuestros muchachos poniéndose morados de alcohol cada fin de semana, y a continuar con el problema.

¿Qué podemos hacer para arreglar todo esto?

Yo no sé hacer una relación de todas las causas por las cuales hemos llegado a estar como estamos, y, además, no creo que sea interesante, prefiero pensar en las posibles correcciones. Por otra parte, tampoco es cuestión de dar soluciones concretas porque no creo que nadie tenga recetas mágicas para corregir tanto estrago, pero alguna vía de solución sí se puede intuir.

Por lo tanto, si no puedo dar soluciones concretas para los problemas concretos, ¿de qué se trata entonces? Pues, se trata de intentar hacer un mundo nuevo, este es el trabajo. ¡Pero hacer un mundo nuevo! ¡Casi nada! Ciertamente pienso que es un objetivo que me sobrepasa, pero no puedo ni debo aspirar a menos.

¿Por dónde empiezo? La respuesta que le encuentro a esta pregunta no es otra que la de hacer un hombre nuevo. No puedo aspirar a una humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos. Pero ¿Quiénes tienen que ser esos hombres nuevos? Está claro, nosotros.

Este es un propósito muy interesante y bello, al que deberíamos de prestar un poco de atención para no quedarnos solo en palabras. Por eso intentare de alguna manera volver sobre el tema e ir desarrollándolo, pero por hoy es suficiente.

Buenos días.

jueves, 21 de enero de 2021

La crisis cultural, espiritual y política.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Comenzamos hoy una nueva etapa de esta pandemia, ya no se cuantas van ya, y de momento ninguna a conseguido controlar la covid-19, de momento esta nos encierra un poco más en casa que parece que es lo único que parece dar algún alivio a los contagios.

Estamos a muy pocos días de que se cumpla un año de la llegada de la pandemia y sigo inmerso en el mismo problema, asustado y desconcertado. Me sorprendió la covid-19 de una forma inesperada y furiosa, al igual que todos demasiado frágiles y desorientados.

Y después de todo este tiempo, la covid-19 sigue golpeándonos con fuerza, aumentan los contagios y todos nos encontramos dentro de un panorama que fácilmente nos puede llevar al desánimo. Si de algo puede haberme servido estos meses de reclusión y reflexión es para darme cuenta sobre la crisis por la que esta pasando nuestra sociedad o mejor dicho sobre tres crisis que según mi opinión exigen soluciones urgentes, y me refiero a: La crisis cultural, espiritual y política.

Me he dado cuenta de que estamos rodeados de un excesivo materialismo, hay demasiadas personas que su máximo objetivo es el disfrute del “aquí y ahora”, dando además demasiada importancia a la ciencia. Viéndola como la única que no solo puede ayudarnos sino también salvarnos ya que elimina y previene enfermedades y aporta comodidades en todos los terrenos de la vida. Mucha gente se queda ahí, negando todo lo que tenga relación con el pensamiento y el conocimiento, olvidándose de reflexionar sobre campos tan esenciales como la verdad, los valores de la persona humana y hasta se puede observar cómo hasta la misma democracia que parece reducida solo a la lógica de las mayorías de votos.

La otra crisis a la que se debería encontrar alguna solución es la espiritual. Dios prácticamente no cuenta en la vida diaria y en la vida social para casi nadie, se prescinde de Él y se vive como si Dios no existiera.

Estas dos crisis nos llevan irremediablemente a la crisis política que tanto influye en la manera de ser, de valorar, de edificar y de buscar el bien común. Parece que a nuestros políticos lo que les importa sea el poder y el éxito o la cantidad de votos, sus decisiones se basan casi en su totalidad en conseguir cualquiera de esos objetivos o los tres. Se olvidan con demasiada frecuencia de que la política debe ser una de las principales herramientas para la paz social, la convivencia y la concordia. Es un grave error, que, en plena crisis sanitaria, se plantee la toma de decisiones por el dilema de "vencedores y vencidos”.

No nos queda más remedio que despertarnos y activar nuestra solidaridad y esperanza, que nos darán fuerza, contención y sentido a estas horas donde todo parece hundirse.

Me despido con una frase que creo viene a colación de Luther King: "Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos". Y eso que nos va en ello la vida, la supervivencia.

Buenos días.

miércoles, 20 de enero de 2021

Emoción.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Después del descanso obligado por las lluvias y el frío, el domingo volvimos a la carretera y lo hicimos con nuestra distancia preferida, alrededor de los cien kilómetros y con parada para comer en Millena, un día perfecto.

Perfecto por sol que nos acompañó y por el poco frío que pasamos a pesar de que estuvimos cerca de la nieve, lo que sin duda le dio más emoción. Emoción no en el sentido de más aventura sino como un sentimiento de entusiasmo.  

La emoción, en este caso agradable, nos sucede cuando vamos en bicicleta y el paisaje nos impresiona, esa alteración del ánimo que se experimenta nos permite, sin darnos cuenta, que los que están a nuestro alrededor participen o se den cuenta de los sentimientos que estamos experimentando en ese momento. Y es que, las emociones pueden llegar a ser contagiosas.  

Existe un contagio emocional mucho más sutil y que es apenas perceptible, transmitimos y captamos estados de ánimo en muchos encuentros con personas a las que ni siquiera conocemos, este intercambio emocional que se produce nos suele contagiar como si fuera una especie de covid-19 social.

¿Cómo es posible? ¿Cómo se produce esa transmisión mágica? Pues en realidad no lo sé, pero es fácil que inconscientemente imitemos las emociones que vemos en la otra persona, por medio de una imitación de su expresión facial, de sus gestos, su tono de voz y otras señales no verbales de emoción.

Todos conocemos a personas que son especialmente susceptibles, que tienen una sensibilidad que hace que su sistema nervioso se dispare más fácilmente ante los sentimientos de los demás, es una característica que parece hacerlos más impresionables; ver llorar les provoca lágrimas, mientras que una conversación con alguien que se siente feliz puede estimularlos y hacerlos más empáticos, pues se sienten más fácilmente conmovidos por los sentimientos de los demás.


Es curioso que cuando dos personas se encuentran a gusto muchos de sus movimientos se combinan mientras hablan, una asiente con la cabeza cuando la otra hace una observación, o ambas se mueven en su silla al mismo tiempo, o una se echa hacia adelante mientras la otra se mueve hacia atrás. El grado de compenetración emocional que sentimos con otra persona se refleja por la exactitud con que combinamos nuestros movimientos mientras hablamos, es un indicador de cercanía del que no se tiene conciencia.

Y es que las emociones no son privadas sino públicas, lo que quiero decir es que nuestra expresión verbal, gesticular y postural delatan nuestras emociones. Así pues, los pensamientos son privados mientras las emociones son públicas y los demás saben cómo nos sentimos, lo cual es muy importante para comunicarnos.

De ahí lo “frías” que pueden resultar las relaciones personales en las redes sociales, un problema que se esta ampliando por culpa de la pandemia en el que el contacto directo cada día nos esta más restringido.

En fin, supongo que esto también pasara.

Buenos días.

sábado, 16 de enero de 2021

¿Tiene sentido luchar contra los prejuicios?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Hay días que cuando me despierto tengo la tentación, y hoy es uno de esos días, la desagradable tentación de pensar de que todo lo malo que nos está sucediendo se intensificara, todos los desaciertos, las actitudes negativas, tan destructoras algunas no van a parar de aumentar. Por supuesto, también hay días en que el deseo de que las cosas buenas que me suceden tampoco van a parar de crecer también se produce. Pero debo tener cuidado ante esta extraña similitud que me lleva a una actitud de partidismo y que me lleva a tener una postura ante unos hechos en los que debería de ser imparcial y analizarlos, y, es de esa postura de lo que precisamente hay que huir.

Lo que me sucede puede ser verdaderamente peligroso, esa tendencia a almacenar sensaciones a verlo todo cuesta arriba o cuesta abajo, a pensar que una cosa mala o una buena no van a parar de crecer hay que controlarla. Cuando se está en el buen camino, en una disposición "sana", sin duda es un factor de avance, de confirmación de que la cosa va bien, se intensifica nuestra moral, en una palabra. Pero si se desliza una toma de posición negativa, significa la cuesta abajo, la pendiente incontenible, la imposibilidad de rectificación, dé marcha atrás.

Muchos de los grandes problemas, de los conflictos, de las desgracias irreparables que sobrevienen a las sociedades, no tienen otro origen más que abandonarse a esa inercia, a renunciar a controlar esa situación. En definitiva, lo que ha sucedido como tantas veces es la pérdida de la libertad, el abandonarse a la inercia del momento. No se es dueño de uno mismo, de la propia conducta; se marcha atraído por una fuerza ciega, que puede llegar a ser un mecanismo siniestro.

Casi todos los grandes desastres, explosiones de fanatismo, enfrentamientos, guerras, se han originado así, con una previa pérdida de la libertad. Tal vez no nos estemos dando cuenta, pero una especie de capa de cemento ha cubierto las mentes y los corazones de millones de personas que piensan y viven según frases hechas, tópicos, sofismas, incluso mentiras repetidas miles de veces, se sigue la corriente de moda. Por eso hay tantas personas que consideran el aborto un derecho, y no pueden ver lo que ocurre en cada aborto. Incluso no quieren verlo: por eso censuran vídeos que simplemente reflejan la realidad. No se atreven a tener un pensamiento propio y a expresarlo.

La lista de tópicos es demasiado larga. También es cada vez más larga la lista de acciones orientadas a acallar a quienes digan lo contrario de lo que imponen ciertas mayorías, o grupo de presión, o millonarios famosos. Basta con mirar y ver las formas absurdas de censura en las redes sociales.

Ante un panorama así, surge la pregunta: ¿tiene sentido luchar contra los prejuicios? ¿Sirve para algo defender la verdad? ¿Vale la pena afirmar que dos y dos son cuatro si el “gran hermano” acaba de decir que puede ser cinco o tres?

Mi generación, que ya está casi terminando, y que ha visto con sus padres y abuelos maravillosos logros, ha albergado también en su tiempo algunos de los más extremados ejemplos de torpeza, error, en ocasiones de pura y simple maldad. Todavía no se ve con claridad por qué fue así, por qué se cayó en abismos que hoy nos sorprenden y aterran ¿Se pudieron evitar? Creo que sí. Hoy parecen claras muchas cosas que no se vieron, o no se quisieron ver. Lo que me inquieta es que ahora, en esta sociedad que puedo contemplar en su conjunto, persiste la voluntad de no entender. Se condenan algunas cosas que se hicieron mal, pero se intenta atenuar y oscurecer ciertos aspectos fundamentales que estuvieron en su raíz. Lo cual quiere decir que persiste, al menos residualmente, ese partidismo originario, el que fue germen de que se llegara adonde nunca se debió llegar.

Siempre se está a tiempo para entender el pasado, sin duda. Incluso, para cuidar del presente y dejar que lo que tenga que suceder siga abierto.

No me estoy refiriendo a lo político, aunque se pueda referir, y en primer plano se pueda entender, a asuntos, riesgos y tentaciones que pertenecen a la política. La política es un hecho de poca profundidad, y hay que buscar las raíces más hondas. De lo que se trata es de recobrar los fundamentos morales de los actos y conductas que descansan en ellos.

Por eso es tan difícil avanzar por este camino, que empieza por darse cuenta de dónde reside la verdadera cuestión. Pero si queremos superar los aspectos negativos del mundo actual, que no son pocos, no podemos contentarnos con meras superficies. Hay que descender a los fondos de la vida, que es lo verdaderamente apasionante. Si nos atreviéramos a hacerlo, podríamos confiar en el saneamiento de la vida contemporánea, y se disiparían algunas pesadillas que nos atosigan y que no se pueden curar si no se busca el lugar más profundo en que se originan.

No es una cuestión política, ni siquiera social. Se trata de entrar al final en el fundamento de nuestras vidas y actuar allí donde se encuentra el centro decisivo. La ventaja es que, si se partiera de ese análisis que puede hacerse, se lograría una mejoría general, la apertura del horizonte.

Se conseguirían unos beneficios mucho más grandes del esfuerzo que hiciéramos, y nos permitiría tener una visión de futuro, que, sin dejar fuera las causas de los males, nos aportaría un abanico permanente de posibilidades vitales para poder planearlo.

Buenos Días.

viernes, 15 de enero de 2021

"zona noche"

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Estoy metido de lleno en la “zona noche”, de la cocina y el comedor puedo decir que ya tengo los problemas solucionados o sea que a la “zona día” solo le faltan unos pocos retoques, poner las puertas, asentar la mesa del comedor y sala de estar, así como barnizar.

Ahora estoy concentrado en como convertir el “modo conducir” en el “modo dormir” de la forma más sencilla y fácil. Y no resulta del todo fácil si se esta obstinado en ser “insobornable” a la hora de utilizar solo materiales que tengo por casa y solo comprar lo que es imprescindible sin sobrepasar la cantidad total de 300 € para poder ponerse en marcha.  

Tengo que decir que ya he cubierto el presupuesto, ya no puedo utilizar un € más. Los tableros, los tornillos, las bisagras, el barniz, el bidón de agua y el hornillo (el viejo me ha sido imposible hacerlo funcionar con seguridad), los oscurecedores térmicos y la pata de la mesa, han sido las adquisiciones donde ha ido a para todo el presupuesto.

Por eso no extrañe a nadie ver unos cajones deslizantes con unas guías tan extrañas ni unas patas de la “cama” tan singulares, ni maderas y tablones de todo tipo y medidas, ni cajas de plástico tan de “taller” y que todo el conjunto al final se parezca a una miscelánea de lo más variopinta.

En fin, es el reto de ponerse unos límites, unas reglas que cumplir y, además, aunque a mucha gente le pueda parecer que unas normas coartan la libertad hay mucho de que hablar antes de llegar a esa conclusión. La relación entre lo que se puede hacer y lo que se debe hacer, es un dilema que toda persona se plantea y en el que compromete su libertad.

Los límites y las normas que nos ponemos no coartan la libertad desde el momento en que uno descubre el sentido que tienen. Sólo en la medida en que comprenda su porqué, podremos adherirnos a esas normas y disfrutar del espacio de libertad que nos proporcionan esos límites, sin que por ello se sienta asfixiada o coaccionada.

Voy a poner un ejemplo muy utilizado: ¿Quién diría que una madre se encuentra limitada por su hijo? Todos diríamos que sí, que el hijo no le permite hacer todo lo que podría. Pero todas las madres saben bien que el amor hacia sus hijos asume con gusto cualquier sacrificio.

Con este ejemplo lo que quisiera remarcar es que cimentar adecuadamente la libertad en la que nos tenemos que mover cuando preparamos o realizamos un proyecto como los viajes es probablemente uno de los trabajos más necesarios que nos tenemos que plantear si lo queremos disfrutar de verdad.

Se trata de dar a cada viaje unas características diferentes a las que ya tenga por aspectos que estén fuera de nosotros como pueden ser; el paisaje, el lugar, las peculiaridades geográficas; sino por fidelidad a unas convicciones internas, nuestras, unas “reglas de juego” que nos impongamos nosotros pues al fin y al cabo es nuestro viaje. Aprender esta nueva lógica de entender un viaje, da a las normas un sentido, y, en consecuencia, ese es el sentido que hace posible disfrutar de ellas cuando se viven.

Puede parecerle a mucha gente que esta es una forma de complicarse la vida, y puede que tengan razón, pero es una complicación que da brillantez a ese viaje. Para que un viaje, un juego, una diversión en suma lo importe es el reglamento, para que un juego sea divertido sus reglas deben tener un objetivo claro y sobre todo cumplirse.

Mientras se tenga la visión de que las normas coartan la libertad, nos inclinaremos hacia un “dejar hacer”, cumplirlas en lo estrictamente necesario sin ilusión, con aburrimiento. En cualquier caso, la relación entre lo que se puede hacer y lo que se debe hacer, es un dilema que toda persona se plantea y en el que compromete su libertad.

El problema nos surge al abordar esta cuestión, pues implica utilizar una de las facultades más grandes que tenemos: nuestra inteligencia. Y es que nuestra libertad permite elegir y tomar decisiones, pero la inteligencia ayuda a discernir para que esas decisiones sean justas.

El inconveniente con el que nos encontramos en estos días es que la capacidad inteligente de la persona sea probablemente la que más ha sufrido con las últimas reformas educativas. El cultivo de la inteligencia se ha hecho siempre a través de la lectura de los clásicos y del conocimiento de los grandes maestros de la historia, como son, por ejemplo, Sócrates, Agustín de Hipona o Shakespeare. Conocer los textos de estos maestros es abrirse a la dimensión moral de la libertad, a saber, lo que está bien y lo que está mal. Esto es algo que no pueden dar el conocimiento científico o la erudición enciclopédica.

En el libro “Lo que esta mal en el mundo”, Chesterton da una respuesta en su primero capítulo que continúa teniendo plena actualidad porque se dirige al centro de nuestro tema: “lo que está mal es que no nos preguntamos qué está bien”. Esas preguntas ahora no se hacen y por lo tanto no se reflexiona sobre lo bueno o lo malo. Ahora las preguntas se dirigen a las cuestiones relacionadas sobre si uno hace lo correcto o no, o si está legalmente permitido. Lo posible o permisible ha sustituido a lo bueno y auténtico.

Buscar un sentido a lo que hacemos o proyectamos es la solución a la pregunta del por qué. Sin ese sentido un viaje no tiene “chispa” y es un mero pasar el tiempo.

Buenos días.

miércoles, 13 de enero de 2021

“tú mismo te has forjado tu aventura”

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Este pasado fin de semana no hemos realizado nuestra excursión con la bicicleta, la lluvia y las bajas temperaturas han sido las causas para este descanso. Un alto en el camino que ha servido para ir avanzando con la berlingo, ya tengo casi acondicionado el espacio de la “cocina”.

Aunque pueda parecer que todo lo relacionado con los viajes esté concentrado en la camperización de la berlingo para “subir” al Nortkapp, no es cierto. Pues en estos días de tanto frío y lluvia, en los que “quedarse en casa” se ha vuelto más necesario, he estado y estoy mirando el recorrido por Austria y tengo que decir que será, como no, interesante pues la primera parte es llana hasta Viena, pero la segunda para volver a Salzburgo a través de los Alpes ya no lo será pues resultaran alrededor de unos diez días de montaña.

Ya se que “el hombre propone y Dios dispone”, y que por mucho que ahora mire y estudie posibles etapas, después cuando llegue ese día nada será igual a como lo tenia preparado, pero al menos estaré mejor informado y eso siempre está bien.

Por lo general y en general si haces planes para realizar un recorrido estos suelen cumplirse en un tanto por ciento alto, aunque claro está, no es su totalidad pues los imprevistos son tantos en el cicloturismo que no se pueden abarcar. Y más con la covid-19 suelta por ahí.

Siempre que ejercemos nuestra libertad, y en un viaje con la bicicleta se ejerce constantemente, suele llevar consigo inconvenientes, a veces importantes, el que no está dispuesto a ello renuncia a la libertad posible. Eso explica que la libertad real sea muy exigua si nos queremos mantener en nuestra “zona de confort”, donde todo está a nuestro gusto, y tenga un sorprendente florecimiento allí donde parece improbable, donde no se la espera.

En cada elección que hacemos, en cada camino que elegimos en un cruce, en cada lugar en el que decidimos acampar, en cada parada que realizamos para admirar y fotografiar un paisaje… existe una toma de posición en la que ejercemos la libertad. Por supuesto la libertad de equivocarnos, de cometer errores y aceptar sus consecuencias.

Hay una palabra que usaba con frecuencia Ortega y que es clave de muchas cosas importantes: "insobornable". Si se la aplica, se tiene un instrumento seguro para medir la libertad, la autenticidad, la capacidad de resistencia y de permanencia en la esencia de nuestro viaje cicloturista. Estoy hablando, por ejemplo; si decidimos no comer en restaurantes, el ser “insobornable” ante las continuas tentaciones que se nos presentan para hacerlo y no tener que prepararse la comida es la medida que nos dice hasta donde estamos ejerciendo nuestra libertad.

Si analizamos un poco, si reflexionamos sobre cuando nuestra libertad ha estado disminuida veremos que más que por culpa de la opresión, salvo casos de excepcional violencia, si los hemos padecido, han sido aquellos momentos en que se aflojan los resortes, se pierde la personalidad, nos hemos plegado a las modas, a los halagos, a los reconocimientos, a las recompensas, a la docilidad, en suma.

Si nos ha sucedido, que nos ha sucedido estoy seguro en alguna ocasión, no ha sido importante nuestra protesta, ni nuestra rebeldía, que puede resultar interesante para distanciarse, para señalar una ruptura, para escapar de esas situaciones. Lo necesario no ha sido desentenderse de todo eso, sino recabar el derecho a ser quien verdaderamente se es, dedicarse al contenido real de nuestros principios ya sean los de nuestro viaje o de nuestra vida.

Tengo que recordar ahora, una vez más, aquella maravillosa frase de Cervantes: “tú mismo te has forjado tu aventura”. Expresión que muestra el sentido y la clave de la libertad. Nos hacemos a nosotros mismos; claro está que, dentro de las circunstancias, por supuesto, y con ellas; pero al final, a última hora, en el último momento el peso de toda decisión recae sobre cada uno de nosotros.

Cuando terminas un viaje y repasas las circunstancias en que se ha desarrollado vemos el precio que hemos pagado por esas decisiones complicadas, a veces hemos acertado de pleno, a veces no tanto; pero si se mira bien, descubriremos que en todo caso ha valido la pena; que ese precio era exigido y no excesivo.

Buenos días.

lunes, 11 de enero de 2021

Difuntos.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

No creo que sea algo nuevo para nadie que estamos pasando por la peor fase de la pandemia, hasta ahora, se van pulverizando los récords continuamente, cualquier indicador que miremos siempre nos lo encontramos con el signo positivo, con el aumento del porcentaje.

Sin duda el más alarmante y el que me causa más impresión es el de la cantidad de muertos, no solo los de en un día que no cesa de aumentar sino los de toda la pandemia y, hay un detalle que me llama mucho la atención; no he visto que nadie se refiera a ellos como difuntos.

Los que utilizan este término supongo que deben tener muy poca proyección mediática o están fuera de mi ámbito de información y, supongo que, por eso, tanto yo como la mayoría de la gente o no presta atención o se queda sencillamente con los muertos.

Veamos, lo que se dice morir, morimos todos. No obstante, no todos acabamos muertos. Y, es que solemos utilizar muchas palabras como si fueran sinónimos cuando no lo son.

Hay una gran diferencia entre muerto y difunto, aunque para muchos de nosotros no deje de ser una persona sin vida. Cuando se utiliza la palabra “muerto” nos estamos refiriendo a una persona cuyos signos vitales han desaparecido, es decir, su vida ha terminado; pero en cambio, cuando utilizamos el termino “difunto”, nos referimos a una persona que ha cumplido una función, pero cuya vida no ha terminado porque vive de otra manera. Supone la diferencia entre la nada o la Vida; la oscuridad o la Luz.  

Pienso que es interesante en estos días con tantas muertes resaltar esta diferencia. Hay que transmitir esperanza en medio de este inmenso dolor por el que esta pasando tanta gente. Esa esperanza lleva una alegría tranquila  dentro de ese dolor. Sirve para sentir que ese ser querido está en la Vida y que allí sigue su existencia.

Las personas, abiertos al futuro como estamos, deberíamos entender, y se nos debería explicar de forma que lo entendiéramos bien, que todo lo que poseemos en esta vida es limitado, perecedero y que por eso tiene su fin, sin embargo, como una singularidad más del cristianismo, nos aparece la esperanza, es más, es una parte de la base del hombre que le abre las puertas a un futuro sin límite.

No hay forma de vivir sin esperanza, sin ella la vida es muerte directamente. No tengo ahora tiempo para buscarlo, pero recuerdo haber leído u oído algo parecido a que “si alguien cree que cuando alguien muere se acaba, es que no ha querido a nadie de verdad”. Ya se que puede parecer demasiado drástica la postura, pese a todo, es una forma de expresar lo que representa la esperanza en ese momento: querer que nuestros seres queridos vivan.

Y es que la esperanza no va a depender de un estado emocional por el que estemos pasando y tenemos esperanza en un futuro mejor, la esperanza es propia de la naturaleza de la persona creyente, pero no depende de nosotros. Es un don, pura gracia. El cristiano lo entenderá mejor.

Hay que pasar por el duelo y no hay que intentar ignorarlo. La esperanza tiene que aparecer en ese proceso, como un bálsamo que cura la herida pero que no disimula la cicatriz. Ese dolor que se siente ante la perdida de un ser querido es una forma de recuerdo y del amor que sentimos hacia esa persona. Si somos capaces de entenderlo percibiremos que nuestros seres queridos son difuntos con nombre, no muertos con número.

Buenos Días.

domingo, 10 de enero de 2021

Desarrollo, no evolución.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Voy avanzando en la construcción del mueble que debe desarrollar el viaje al Cabo Norte y que convertirá a la berlingo en una parte de ese viaje, un crecimiento en profundidad que es el resultado de la presión que está ejerciendo la pandemia de la covid-19 sobre los viajes en bicicleta, en especial en la “subida” al Cabo Norte y que obliga a desarrollar esa ilusión.  

De momento la parte de atrás la que podría llamar la zona de “día” la tengo clara y parece que con las medidas no he cometido ningún error a menos que se mida más de 1’75 metros, que no nuestro caso. En los cajones laterales voy a intentar colocar todo lo relacionado con la cocina, y que se convierta en la “sala de estar” y comedor de este desarrollo del viaje en bicicleta.

El concepto de desarrollo es frecuentemente incomprendido y se puede cometer el error de entenderlo como lo que no es: una evolución del viaje en bicicleta.

Es importante que ahora intente resaltar enfáticamente la diferencia entre desarrollo y evolución, porque yo entiendo ambos conceptos como incompatibles. La evolución es la transformación o cambio de algo en otra cosa distinta, mientras que en el desarrollo ese algo o alguien sigue siendo lo mismo. Un ejemplo simple para entenderlo: Se podría especular que un Triceratops evolucionó en un rinoceronte, o un diente de sable en un tigre moderno (luego de haber evolucionado son especies distintas), pero no se puede decir lo mismo de un bebe que se hace hombre, que sigue siendo en sí mismo la misma persona humana, o de una semilla, que crece hasta convertirse en un frondoso árbol.

El ejemplo del niño que se hace hombre me vale, por culpa de la pandemia esa ilusión se ha ido desarrollando de bicicleta a berlingo, pero quiere ser  el mismo viaje.

Se puede alegar que cómo es posible estar hablando del mismo viaje si hemos cambiado de una bicicleta a un coche y, es verdad que es una duda realmente interesante, pero lo que ha ocurrido es que la comprensión sobre el problema de la pandemia ha crecido y, viendo cómo ha cambiado la situación y como va a cambiar hasta el verano no hay más remedio que mantener su esencia, pero sin la bicicleta. El reto ahora tiene el añadido de conseguir que la esencia sea la misma y que permanezca hasta entonces y durante todo el viaje.

La cuestión ahora es ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo realizar un viaje cicloturista sin bicicleta? La solución la voy a buscar en una rigurosa continuidad con lo que significa cicloturismo y recoger literalmente su característica en los puntos decisivos.  

Buenos Días.