jueves, 31 de diciembre de 2020

FELIZ 2021

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


Hemos llegado por fin al final de 2020, vamos hoy a despedir el año viejo o tal vez vamos a recibir el nuevo, según cómo lo queramos mirar, de una forma diferente a lo que estamos acostumbrados.

Seguramente continuaremos con el ritual de comer las 12 uvas para “deshacernos” de la mala suerte y “llamar” a la “energía” positiva. Lo siento, ese sistema no funciona, me parece que no ha funcionado nunca y lo único que provoca es depositar nuestra confianza en una superstición.

Este año que se nos va ha sido duro y difícil. Muchas personas se han quedado sin trabajo y la economía esta destruida. El gobierno, en lugar de aliviar la crisis parece que la agrava. Y el ánimo general de la mayoría de las personas se encuentra entre la desesperanza y la desesperación. Ante tal perspectiva, no nos queda más remedio que buscar algo a lo qué agarrarse.

Cada uno de nosotros elegiremos donde apoyarnos y, continuar con el Espíritu Navideño es una excelente opción a la que no estaría demás añadir un examen de conciencia exhaustivo de todo lo que nos ha acaecido en 2020, esto nos dará confianza pues deberíamos haber localizado lo que hemos hecho bien y lo que no.

De esta forma se podrá comenzar el próximo año con la esperanza de poder evitar los errores que hemos cometido y continuar con lo que hicimos bien. Se que las ultimas noticias sobre los contagios no es buena y que pedir que no nos olvidemos de sonreír es, tal vez, pedir demasiado, pero hay que hacerlo, hay que sonreír. La alegría es contagiosa y si estamos alegres, las personas que nos rodean también lo estarán, sobre todo si la sonrisa la acompañamos con palabras agradables. Que esas palabras nos broten del fondo de nuestro corazón, que no sean ligeras, que sean tan sólidas que casi las podamos coger con la mano.


Hagamos hoy el propósito de ser mejores en el próximo año, pero, al contrario de lo que mucha gente que nos rodea piensa, este próximo año no será mejor si solo progresamos económicamente, sino si hemos crecido en el amor a los demás…si hemos sido mejores maridos, mejores padres, mejores hijos, mejores amigos: en fin, será un año bueno si al final podemos decir que somos mejores seres humanos.

FELIZ 2021.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

¿Cuáles son mis esperanzas?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Otro domingo, el pasado, con la bicicleta, otra vez alrededor de los cien kilómetros, otra vez hemos subido al Santuario del Castillo de Cullera y por primera vez nos hemos atrevido a llegar hasta el Fuerte Carlista, nos falta otro intento para llegar al radar meteorológico, en otra ocasión.

Hay que tener paciencia, el domingo hacia demasiado frio, el fuerte viento nos habría privado de poder disfrutar de las magníficas vistas que puedo imaginar desde allí. Saber que puedo volver otra vez, hace que no me preocupe de no haber llegado a la cumbre, si lo hubiera hecho hubiera sido para darme la media vuelta y bajar. Sin disfrutar del espectáculo.

La paciencia se alimenta muchas veces con el conocimiento del tiempo que necesitan todas las cosas para hacerse grandes, para desarrollarse, para madurar y completarse, saber que volveré a Cullera y que subiré a su Santuario hace que sepa que el radar meteorológico me esperará.

Sé que para las personas que cada día se encuentran con la vida ajetreada de la ciudad, sembrada de atascos, y donde, con frecuencia, les sacuden con los bocinazos para darles prisas, son presa fácil de la impaciencia. Los padres que, por fin, se encuentran con sus amigos y su hijo pequeño quiere que los deje inmediatamente para atenderle enseguida; las parejas que no cesan de ponerse reparos con precisiones o matices a cualquier cosa que se hagan; el amigo que no cesa de hacernos repetir las cosas… pueden ser ocasiones que llevan con facilidad a una reacción impaciente.

Ninguno de nosotros está protegido de todas las contrariedades que nos pueden acechar; pero a veces la impaciencia está en la concepción misma que se tiene de la vida y de las cosas, y está sociedad que nos hace vivir en un ambiente impaciente nos tiene trastornadas las medidas que hay que ir aplicando tranquilamente al crecimiento tranquilo de las cosas.

Nos encontramos con el peligro de que nuestra vida esté subordinada a la inmediatez, vivimos cómodos hablando de que como hay que prescindir del medio y largo plazo, para considerar sólo interesantes los objetivos inmediatos; había que subir al radar si o si, faltaba tan poco.

Un ejemplo de lo anterior lo podemos comprobar en nuestros políticos y con la política que realizan, donde el medio y largo plazo son y deben ser decisivos, pero la importancia de las próximas elecciones, siempre tan cercanas, oscurece el futuro y hace impaciente cualquier consideración de la mayoría de los proyectos, porque la vida de los partidos está zarandeada por los sondeos.

Otro ejemplo lo vemos en algunos padres que quieren que su hijo sea “feliz” cuanto antes y, con las mayores garantías le van preparando desde los dos años enseñándole a leer, equitación o golf, informática... Porque si el niño empieza pronto, su triunfo futuro está garantizado. Recuerdo ahora una pregunta que le hicieron a Ramón J. Sender al volver del exilio; ¿qué debe hacer Educación para que ningún talento de niño español se pierda? y contestó: «Los niños, que jueguen; no conozco ningún talento que se haya perdido».

Ahora, con la pandemia la impaciencia nos rodea por todos lados, la desesperación ante la imposibilidad de hacer proyectos reales, él no saber en qué situación nos encontraremos dentro de unas semanas, ser incapaces de prever el corto y medio plazo nos agobia, y conocer el tiempo que se necesita para ir acabando con el covid-19, medir como se van a cumplir los plazos de la vacunación hace que se vaya alimentando la paciencia necesaria para soportarlo.

Si se busca en nuestro interior para dar con el fundamento del sentido de la vida, aparecerá siempre la verdad y la justicia y esto nos dará la energía para alimentar nuestra paciencia. Sin ese fundamento es normal que la mayoría de las pasiones sean de corta duración o que sobrevivan estancadas en el aburrimiento, lo que hace que deban ser inmediatas y la impaciencia nos devore ante cualquier inconveniente.

La paciencia se alimenta de esperanza. Y, sabemos que siempre estamos a la espera de algo, lo hemos comprobado muchas veces. Desde esta perspectiva, podemos decir que la persona está viva mientras espera, estamos vivos, el hombre está vivo mientras espera, mientras en su interior está viva la esperanza.

¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi corazón? La altura moral y espiritual del hombre se puede medir por aquello que espera.  

Buenos días.

lunes, 28 de diciembre de 2020

¿Complots?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Como todos los lunes voy con prisas, el fin de semana ha pasado ajeno al ajetreo del día a día, rompiendo como siempre el ritmo de los acontecimientos y convirtiéndose en una isla donde todo se detiene a la espera del lunes.  

Hay que ponerse al corriente de lo que ha sucedido, volver a las tareas cotidianas que nos llevan a repasar la prensa nacional e internacional para intentar averiguar hacia dónde se dirige este mundo que tan herido está. Hay que volver a encontrarse con todas esas iniciativas que están dando un marco legal a unas supuestas demandas sociales para que con el paso del tiempo las generen.

Ahora, muchos de vosotros empezareis a pensar que nos encontramos ante iniciativas tan excéntricas, que difícilmente van a tener incidencia en nuestras vidas. Pero, por desgracia, la experiencia nos está diciendo que no es así. A lo que asisto no es otra cosa que a elevar la propia voluntad a niveles desorbitados. Más exactamente, tendría que decir, del “deseo”, que a decir verdad no es lo mismo que la voluntad.

Pero, no quisiera ir hoy por ese camino, quisiera llamar la atención sobre esa cantidad de noticias falsas que se dan, sobre todo sobre la cavid-19 que llenan las redes sociales. También a esas teorías conspiratorias que ofrecen explicaciones simplistas para hacernos comprender acontecimientos complejos que nos generan una gran incertidumbre y ansiedad y, que por ello son tan seductoras de inventar y reproducir en estos tiempos de crisis.

Es mucho más fácil si todo lo que está sucediendo es parte de un plan, sea de parte de Dios, de los “Illuminatti”, de la Masonería, del demonio, de los extraterrestres o de un grupo de magnates que dominan la tierra en las sombras. Si es así, todo es más fácil de entender.

Como cada vez nos gusta más la rapidez en la información, la brevedad y las cosas lo más simples posible, van desapareciendo los matices. Se provoca la necesidad de crear relatos simples, donde los males tienen una sola causa y donde el enemigo está perfectamente identificado y es el culpable de todo. La pereza para pensar al final simplifica la realidad.

Es curioso, pero empezamos a sospechar de casi todo. Sospechamos de nuestras raíces y tradiciones, de la ciencia y las instituciones, y todo esto hace que se abra la puerta a una gran ingenuidad y credulidad que permiten discursos que simplifican los problemas, sin importar la fuente. Si alguien habla mal de las voces “oficiales”, debe tener razón, se piensa.

Hay artículos y declaraciones de personas diciendo que una vacuna “va a modificarnos genéticamente”, o que “van a instalarnos un microchip para controlarnos”, o promoviendo el consumo de sustancias tóxicas como la supuesta cura del covid-19 e incluso de cualquier otra enfermedad.

Y es que, en momentos críticos y complejos, que todo tenga una explicación sencilla da tranquilidad y se construye fácilmente un enemigo identificable. Además, estas teorías ahora pueden amplificarse a través de las redes sociales, llegando a un público impensable hace tan solo unas décadas.

No me debo olvidar de todos los relatos con teorías extraterrestres, profecías astrológicas, y una conspiración global que incluiría al Vaticano, la Masonería y la OMS. La inmanejable cantidad de información falsa que circula en las redes sociales, sobre los temas más variados, permite que se llene de contenidos delirantes presentados como la última investigación científica o la revelación de un secreto que “los poderosos del mundo no quieren que se sepa”.

No voy a negar la existencia de personas y grupos que se benefician de desgracias ajenas, ni de la existencia de organismos internacionales que presionan a los Estados con determinadas políticas públicas, ni de que existan agendas que quieren imponerse. Pero eso no es evidencia de una conspiración mundial de dimensiones apocalípticas.

Los constructores de las teorías de los complots entienden que todos los acontecimientos aparentemente imprevistos fueron cuidadosamente preparados por personas que viven en las sombras, organizando la historia como un verdadero complot. Siempre el relato será fácil de explicar, encontrando analogías con otras historias, coincidencias extrañas y siempre se hace en forma reduccionista, porque todo se reduce a pocos elementos ocultos y simples, que solo un pequeño grupo de valientes sale a comunicar. Pero obviamente ya anuncian que “no les van a creer”.

Aunque los complots existen, la historia de la humanidad no es la historia de un plan programado donde todos están involucrados como dominadores y el resto como ciegos que no saben que son manipulados.

Lo que es cierto es que es mucho más atractivo pensar que la historia se explica mediante grandes complots que hacer el duro trabajo de comprender la complejidad de los hechos que no responden a una sola causa. Los conspiranoicos quieren creer sus teorías y todo lo que vean o escuchen les confirmará su versión conspirativa.

Ejemplos abundan y los podemos encontrar en todos los sitios, y, lo que parece claro es que somos bombardeados con tanta información superflua que ya no nos queda tiempo para pensar con un cierto nivel de reflexión y análisis crítico.

Buenos Días.

sábado, 26 de diciembre de 2020

¿Vacunarse?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

La Navidad ha pasado en su primera parte, hoy nos encontramos con el segundo día de Navidad, la segunda ocasión para cumplir con la tradición de realizar la fiesta de la Familia por antonomasia.

Y a eso nos vamos a dedicar mientras esperamos que con la vacuna para la covid-19 nos sentíamos más libres, libres también para vacunarnos o no.

La controversia entre vacunarse o no, es también la de la ejercer correctamente nuestra libertad o no, y aquí me gustaría hacer hincapié en el preciado don de la libertad para que lo ejerzamos correctamente y no caigamos en el libertinaje. Tengo que recordar que el libertinaje no es otra cosa que la deformación de la libertad o, para decirlo de otra forma, es el mal uso que una persona hace de ese don de la libertad. La esencia de la libertad es ser libre para elegir el bien, para elegir entre todas las cosas buenas.

Según yo lo veo somos libres, nos han hecho libres y, gracias a ello, podemos elegir entre hacer el bien o hacer el mal, pero cuando elegimos hacer el mal no sólo nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás, sino que hemos reducido nuestra capacidad para elegir libremente en la próxima decisión que vayamos a tomar. Hacer las cosas mal parece claro que nos hace cada vez menos libres, vamos a ser más esclavos de nuestras decisiones y pasiones, menos capaces de poder elegir libremente, como podemos comprobar cuando por elegir actividades o sustancias nocivas para nuestra salud o para nuestro equilibrio psíquico caemos en adicciones.  

En nombre de la libertad hoy en día se hacen muchas cosas. Tenemos que ser libres incluso para matar o para morir. Nada debe estar por encima de la libertad. “Mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero”, es un eslogan que se usa mucho, sabiendo que al aplicarlo podemos estar matando a alguien o a nosotros mismos. Este uso de la libertad contrario a la naturaleza de esta somete a la persona cada vez más a sus pasiones, va haciéndole cada vez menos libre. El alcohol reclama más alcohol, la pornografía reclama más pornografía, la violencia más violencia, en un círculo que va destruyendo, transformando al hombre en un esclavo de sus instintos y le deja sin libertad para poder decir “no” a lo que su cuerpo le pide.

Ese es un mundo cruel, diabólico, que se está construyendo poco a poco en nuestros días. Es el mundo donde se cree que la muerte es un bien. Es el mundo donde en nombre de la libertad se justifican todos los excesos y se termina por acabar con la propia libertad.

De ahí, lo que no comprendo es que haya personas con un alto grado de conocimiento entre lo que esta bien y lo que esta mal que se decidan a dar su apoyo o conformidad a acciones claramente negativas para la vida de las personas. Es fácil, no digo que no, que seamos pocas las personas que no matamos a nuestros niños en el vientre de su madre, ni matamos a nuestros ancianos o a nuestros enfermos, sino que los cuidamos. Si esto es así me temo que también vamos a ser pocos los que nos queramos vacunar libremente para la covid-19.

Y es que la vacunación es una acción buena, según mi opinión, porque ayuda a proteger a las personas más vulnerables de la sociedad. Pienso también que tenemos el deber de elegir vacunarnos, no solo por nuestra propia salud sino también por solidaridad con los demás. Creo que debemos colaborar para garantizar la vacunación necesaria para la seguridad de los demás.

En fin, utilicemos bien nuestra libertad para vacunarnos o no, vacunándonos, para protegernos y proteger a los demás.

Buenos días.

jueves, 24 de diciembre de 2020

¿Qué tenemos que aprender?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

La superación de un problema nos suele llevar a ser mejores, es el conocido axioma que nos dice: “lo que no mata, engorda”. Aunque no siempre se cumple. Sin embargo, sucede que llega esa dificultad y no aprendemos nada. Espero que este mal momento por el que estamos pasando, la covid-19, nos enseñe algo y que nos haga mejores.

Me gustaría que esta pandemia nos enseñará algo que nuestros padres no necesitaron que les enseñaran, sino que ya conocían a través de su día a día; esto es, que no eran invulnerables, que no estaban exentos de las enfermedades y de la muerte. Resumiendo, todo lo que nuestra sociedad puede ofrecernos sobre tecnología, medicina, nutrición y seguridades de todo tipo no nos exime de ser frágiles y vulnerables. La Covid-19 nos ha enseñado eso. Igual que todos los demás hombres que alguna vez han pisado la tierra, nosotros también somos vulnerables.

Tengo la edad suficiente para haber conocido a una generación, mis abuelos, donde la gente vivía con miedo, no todo sano, pero sí todo real. La vida era frágil. Dar a luz a un niño podía significar una muerte. Una gripe o cualquier virus podía matarlos, y tenían poca defensa contra ello. Podían morir jóvenes de una enfermedad del corazón, cáncer, diabetes, mala higiene y docenas de otras cosas. Y la naturaleza misma podía representar una amenaza. Tormentas, huracanes, tornados, sequía, peste, rayo: todos ellos eran de temer porque estaban por lo general indefensos contra ellos. La gente vivía con una sensación de que la vida y la salud eran frágiles, que no debían ser dadas por supuestas.

Todo a mejorado en todos los sentidos, ha mejorado tanto que llegó una sensación cada vez más grande de que estamos a salvo, protegidos, seguros, diferentes a las anteriores generaciones, capaces de cuidar de nosotros mismos, ya no tan vulnerables como estaban las generaciones anteriores a nosotros.

Y eso es cierto, al menos en lo que se refiere a nuestra seguridad y salud física. De varias maneras, somos mucho menos vulnerables que las generaciones anteriores. Pero, como la Covid-19 ha puesto en claro, no estamos en un lugar totalmente seguro. A pesar de nuestras quejas y rechazos, no hemos tenido más remedio que aceptar que ahora vivimos como hicieron todos antes que nosotros, esto es, como incapaces de garantizar la propia salud y seguridad. Las horribles cosas que la Covid-19 nos ha hecho, han ayudado a desvanecer una ilusión, la ilusión de nuestra propia invulnerabilidad. Somos frágiles, vulnerables, mortales.

Ya se que esto puede parecer una cosa mala, y en cambio puede ser que no lo sea. Hemos estado durante demasiado tiempo viviendo volublemente una ilusión, que ahora sea desvanecido, hemos vivido creyendo que los problemas de las generaciones pasadas ya no tenían el poder de alcanzarnos. ¡Y qué equivocados estamos! Por todas las cosas buenas que nuestro mundo moderno y posmoderno pueda darnos, al final no puede protegernos de todo, aun cuando nos dé la sensación de que puede.

 La Covid-19 ha desvanecido una ilusión, la de nuestra propia invulnerabilidad. ¿Qué tenemos que aprender? En resumen, que nuestra generación debe ocupar su lugar junto a las otras generaciones, reconociendo que no podemos dar por supuesta la vida, la salud, la familia, el trabajo, la comunidad, el viaje, la recreación, la libertad de reunión y la libertad de culto. La Covid-19 nos ha enseñado que no somos el Señor de la vida y que la fragilidad es aún una parte de cada uno, aun en un mundo moderno y posmoderno.

Las generaciones anteriores, porque carecían de nuestro conocimiento médico, de nuestros médicos, de nuestros hospitales, de nuestros patrones de higiene, de nuestras medicinas, de nuestras vacunas y de nuestros antibióticos, sintieron existencialmente sus riesgos. Sabían que la vida y la salud no podían darse por supuestas. Nuestro mundo contemporáneo, por todas las buenas cosas que nos da, nos ha adormecido en términos de nuestra fragilidad, vulnerabilidad y mortalidad.

La Covid-19 es una llamada a despertarnos, no sólo al hecho de que somos vulnerables, sino especialmente al hecho de que no podemos dar por supuestos muchos de los preciados dones que tenemos como la salud, la familia y el trabajo.

Buenos días.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Con ojos nuevos

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

El domingo pasado estuvimos por encima de los cien kilómetros, los sobrepasamos en seis, o sea estuvimos en lo que viene siendo habitual si tenemos un buen día en lo que se refiere a la meteorología.

No descubrimos ningún rincón nuevo, pues ya va siendo cada vez más difícil encontrar algo nuevo. Se trata ahora de ver los mismos lugares con otra perspectiva.

 Cuando miramos el horizonte mientras circulamos por una carretera en un sentido no vemos lo mismo que si lo hacemos en dirección contraria o si lo hacemos por la tarde o por la mañana, o si hace sol o está nublado. Si agudizamos nuestra imaginación veremos enseguida que es muy diferente. ¡Se ve de forma totalmente distinta!

A veces podemos tener imágenes preestablecidas sobre determinados circuitos o carreteras… y es necesario mirarlas desde otro ángulo.

Con certeza esa visión nos ofrecerá una imagen diferente sobre lo que observamos normalmente porque, cuando somos capaces de salir de nuestra visión, de nuestra óptica, en ese momento es cuando nos damos cuenta de que todo tiene diferentes puntos de vista, mucho más bonitos de lo que imaginamos. Pero tendemos a querer quedarnos con lo conocido, con lo habitual... y nos perdemos la ocasión para mirar lo que tenemos delante con otra perspectiva.

Se trata entonces de mirar no solo los recorridos sino también, por qué no, nuestra vida con ojos nuevos, dando oportunidad a los acontecimientos para que hablen desde diferentes ángulos.

El recorrido desde Pego al Vergel por el carril bici es posiblemente el que más veces he realizado y el otro día cuando el viento de poniente me impedía avanzar por esa recta de cinco kilómetros hacia Pego, me preguntaba: ¿por qué todos los días son distintos? Con lo fácil que sería todos iguales, y así todo iría rodado, sin contratiempos de frio, lluvia o calor… pues las dificultades aparecen por esas diferencias, pero también es donde brillan las grandezas.

Desde luego hay que estar agradecido por la originalidad de cada día y por la posibilidad de crear nuevas sensaciones sin casi hacer nada. Igual que las personas no somos iguales tampoco lo son los días, cada uno distinto, cada uno con sus particularidades, pero entre todos nos regalan una vida completa, donde tenemos de todo.

Qué aburrida es la vida cuando buscamos que un día sea igual al anterior, o cuando recorremos los mismos caminos sin parar. Cada día es único y lo debemos aceptar como es y como lo encontramos, acogiéndolo y disfrutándolo con ojos nuevos.

He descubierto que no se necesita mucho esfuerzo, con un suave dejarse llevar es suficiente para que cada día vaya dejando su marca. No se precisa que nos impacte con grandes sensaciones, como un huracán de experiencias sino con “la suave brisa”. Podría mostrarse espectacular al despertar, pero no pasa nada si prefiere presentarse silencioso y paciente, porque seguro de que, con un solo roce de nuestra voluntad nos marcará para siempre.

Al nuevo día no hay que imponerle nada, sino que cuando llega hay que abrirle la puerta y esperar. ¡Pero no espera de brazos cruzados! Hay que interesarse por él, y ver como va poniendo miles de pequeños regalos a lo largo de toda la jornada queriendo llamar nuestra atención, sorprendernos… rozarnos.

 Nuestro desafío de cada día es buscar unos ojos nuevos para poder descubrir a nuestro lado, en todo lo que hacemos una marca distinta, esta ahí. No se necesita que sea muy grande, sino que puede ser un ligero “roce” en cualquier lugar. Lo que si que se necesita es poner mucho Amor en la búsqueda.

Que pases un feliz día

lunes, 21 de diciembre de 2020

¡Feliz Navidad a todos!

 "Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Después de aceptar que tenemos un problema en nuestra sociedad, pues admite tranquilamente lo que significa la legalización de la eutanasia, problema que ya viene de lejos con la aprobación hace ahora 10 años de la ley del aborto, que por cierto aún se encuentra en el Tribunal Constitucional, no me queda más remedio que admitir que lo mejor que puedo hacer es vivir y disfrutar lo mejor que pueda el Misterio y el Espíritu de la Navidad y que todo lo anterior no es más que paja si lo comparo con el acontecimiento que celebraremos dentro de unos días.

Si además añadimos que estamos en plena pandemia por culpa de la covid-19 resulta que oír y leer como alguien nos da “¡Feliz Navidad ¡” es de lo más gratificante y esperanzador.

A pesar de todos los males que nos sacuden, ese saludo recorre en estos días los labios de todos. No estaría mal por ello que verificásemos que, el intercambio de los saludos no ha perdido su profundo valor, y la fiesta no ha sido absorbida por las costumbres externas a la celebración que tocan poco el corazón de las personas. Es verdad que esos signos externos son muchas veces hermosos e importantes, pero siempre que no nos distraigan, sino que nos ayuden a vivir la Navidad en su verdadero sentido, de modo que tampoco nuestra alegría sea superficial, sino profunda.  

Los que asisten a las ceremonias religiosas que se celebran con motivo del día de Navidad se introducen en el gran Misterio de la Encarnación, un Misterio que ha marcado y continúa marcando la historia del hombre, un Misterio que conmueve nuestra fe y nuestra existencia; “Dios mismo ha venido a habitar en medio de nosotros, se ha hecho uno de nosotros”.

Supongo que ahora cualquiera podrá preguntarse: ¿cómo es posible? ¿puedo vivir ahora ese momento? ¿cómo puedo participar en el nacimiento del Hijo de Dios, ocurrido hace más de dos milenios? La respuesta es sencilla; en la Santa Misa de la Noche de Navidad.

La clave se encuentra en ese estribillo que se repite casi automáticamente cuando se responde al salmo responsorial: “Hoy ha nacido para nosotros el Salvador”.

Este adverbio de tiempo, “hoy”, indica que Jesús nace “hoy”, la Liturgia no usa una frase sin sentido, sino subraya que esta Navidad incide e impregna toda la historia, sigue siendo una realidad incluso hoy, a la cual podemos acudir precisamente en la celebración. En la Liturgia, tal venida sobrepasa los límites del espacio y del tiempo y se vuelve actual, presente; su efecto perdura, en el transcurrir de los días, de los años y de los siglos. Indicando que Jesús nace “hoy”.

La celebración de la Navidad renueva a los creyentes el convencimiento de que Dios está realmente presente con nosotros. Dios, en aquel Niño nacido en Belén, se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar todavía, en un “hoy” que no tiene final.

Me gustaría insistir sobre este punto, porque al hombre actual, hombre de lo “razonable”, de lo que se puede experimentar, se le hace cada vez más difícil abrir el horizonte y entrar en el mundo de Dios. La redención de la humanidad es sin duda, un momento preciso e identificable de la historia: en el acontecimiento de Jesús de Nazaret; pero Jesús es el Hijo de Dios, es Dios mismo, que se ha hecho hombre y permanece hombre. El Eterno ha entrado en los límites del tiempo y del espacio, para hacer posible “hoy” el encuentro con Él.

Si nos fijamos bien en lo que se dice en las misas navideñas podremos entender que los acontecimientos de la salvación realizados por Cristo son siempre actuales, y que interesan a cada hombre y a todos los hombres. Cuando escuchamos o pronunciamos, en las celebraciones litúrgicas, este “hoy ha nacido para nosotros el Salvador”, no estamos utilizando una expresión convencional vacía, sino entendemos que Dios nos ofrece “hoy”, ahora, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores de Belén, para que Él nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine, la transforme con su Gracia, con su Presencia.

La Navidad, por tanto, mientras conmemora el nacimiento de Jesús en la carne, de la Virgen María, es un acontecimiento eficaz para nosotros.

En fin, amigos míos, vivamos con alegría la Navidad que ya está ahí. Vivamos este acontecimiento maravilloso: el Hijo de Dios nace aún “hoy”. Sobre todo, contemplemos y vivamos este Misterio en la celebración de la Eucaristía, centro de la Santa Navidad; allí se hace presente Jesús de modo real.  

Me gustaría desearos ahora a todos vosotros y a vuestras familias, la celebración de una Navidad verdaderamente cristiana, de tal manera que también los intercambios de saludos en ese día sean la expresión de la satisfacción de saber que Dios está cerca de nosotros y quiere recorrer con nosotros el camino de la vida.

Feliz Navidad.

viernes, 18 de diciembre de 2020

La barbarie está consumada y legalizada.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Ayer fue un día triste, lo fue al menos para mí, pues 198 diputados del Congreso votaron a favor de la Ley de Eutanasia y dos se abstuvieron. Estoy decepcionado por esa decisión, ya se que muchos, y por lo que veo son una mayoría suficiente, han decidido inventar y otorgar ese derecho a todos los españoles, evitando que la eutanasia sea perseguida como delito y sugiriendo además que así han conseguido que una parte de la sociedad pretenda imponer a otra parte su propia moral o religión.

Pero yo veo en todo esto un gran disparate y no encuentro el nombre, estoy ahora muy “espeso”, con el que denominar a estas personas que permiten matar a las personas, es curioso que no se permita la pena de muerte y si la eutanasia.

Según lo yo lo veo la defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos, incluido el primero de ellos, que es el derecho a la vida, ha de ser el fin primero de la sociedad y del Estado, pues de lo contrario la institucionalización por la sociedad del poder público y los instrumentos de este, como el Derecho, no serían más que expresión de violencia al servicio de la pura fuerza.

Defender la vida frente a la eutanasia (como frente al aborto provocado) no es una postura religiosa, sino humanista, aunque en ella puedan coadyuvar motivos religiosos en el caso de los creyentes.

Ya veo que muchos no lo entienden así, pero yo pienso que las sociedades y los Estados tienen obligación de poner los medios, también los jurídicos, para que no se mate a seres humanos y, por tanto, también para que no se practique la eutanasia, que es una forma de matar; del mismo modo que tienen obligación de poner los medios para que no se asesine, se viole o se robe. Cuando el Estado prohíbe y sanciona la violación no está defendiendo la moral católica de forma intransigente frente a otras opiniones, aunque coincida con la moral católica en que la violación debe ser rechazada. Lo mismo sucede respecto a la eutanasia.

¿Qué va a pasar ahora? Pues que los poderes públicos no perseguirán ni castigarán a quienes maten a otros en los supuestos eutanásicos, porque han admitido la legitimidad de la violencia y la pura fuerza como un criterio regulador de la relación entre particulares.

En fin, día triste el de ayer, aunque la eutanasia seguirá siendo lo que realmente es: el acto por el que un ser humano da muerte a otro. Y este acto – aunque se haga con el beneplácito de las leyes – es intrínseca y esencialmente reprobable, como lo es discriminar a la mujer respecto al hombre en Irak, o torturar y matar judíos en la Alemania nazi. El que las leyes y los poderes públicos amparen conductas contrarias a la dignidad humana no hace a tales conductas lícitas, sino a tales leyes rechazables e ilegítimas por inhumanas.

Mucho hay que escribir aún sobre este tema, pues aún tardará unos meses en ponerse en práctica y entonces se consumara, para mí, el hecho de que nuestra sociedad se encuentra en un estado deplorable y que me encuentro ante un paisaje en que se me antoja ruinoso y abyecto, y todo en nombre de una pretendida sociedad avanzada.  

La barbarie está consumada y legalizada. La eutanasia es la máxima expresión de nuestra incapacidad de comprender y aceptar el sufrimiento, ofreciendo la felonía perturbadora de poder salir de la vida para hacerla soportable. Ya se puede de un modo más sofisticado estrangular a los ancianos, tomar ese veneno que nos devuelve al paraíso y celebrarlo entre risas y aplausos. Sigue vigente el aserto de Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”, los juicios sobre lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto, ya no tienen ninguna validez universal y objetividad.

En fin, si mañana me encuentro más calmado volveré al espíritu Navideño.

Buenos días.

jueves, 17 de diciembre de 2020

¿Qué festejamos en Navidad?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Entramos, ahora sí, en la recta final hacia la Navidad, para la que llevamos casi un mes preparándonos, la gran mayoría de nosotros ya sabemos lo que nos espera, pero no está de más que lo recordemos.

Las luces en las calles, en los balcones, la colocación de los Belenes o los Nacimientos, el interés mostrado por saber cómo nos vamos a poder reunir y por averiguar si podremos acudir a las celebraciones tienen un motivo, por eso preguntarnos, ¿Qué festejamos en Navidad? Resulta innecesario, al menos para un cristiano.

Y es que la misma palabra lo dice; Navidad es la reducción, ahora no se cuál es el término exacto, de Natividad, es decir, nacimiento. El nacimiento de Jesús, claro.

O sea, conmemoramos un hecho: el parto y alumbramiento de Jesús en Belén, hace unos veinte siglos. Conmemoramos su nacimiento humano y, esto es importante, no celebramos su cumpleaños, fecha que no es posible saber humanamente con precisión.

Voy ha dejar de lado temas de mero interés histórico, que en estos días algunos quieren convertir en polémicos y que no tienen más trasfondo que rascar, y no, no voy a hablar de la degeneración de la inicial “fiesta familiar”, para acabar convertida en la “fiesta del consumo” actual, vaciándola de todo su contenido. Por cierto, con la complicidad de los cristianos.

Volvamos a la pregunta, la expongo un poco mejor: ¿qué celebramos cuando decimos que conmemoramos el nacimiento de Cristo? Todos sabemos perfectamente que el parto es la culminación de un proceso, del proceso de gestación, primera etapa en la vida de una persona, que comienza con su concepción.

¿Celebramos, tal vez, en Navidad un parto venturoso y sin complicaciones? ¿Celebramos, posiblemente, el alumbramiento del hijo de un carpintero de Galilea que por casualidad pasaba por la ciudad de origen de la dinastía mesiánica judía?

Todos sabemos que no van por ahí los “tiros “celebramos algo más. ¿Celebramos al Mesías que nació para que se cumplieran las promesas mesiánicas de un nuevo rey David? Claro que no, esa esperanza se quedó clavada en la cruz de Gólgota. La Iglesia siempre entendió el mesianismo de Jesús de un modo trascendente, muy distinto de lo esperado por los judíos de aquella época.

¿Acaso celebramos el nacimiento de un profeta, del más grande? No, por cierto. Y es que no han existido profetas judaicos que hayan fundado una comunidad y se llamen a sí mismos hijos de Dios. Ni se celebra, creo, de ningún modo el nacimiento de ningún profeta de Yahvé.

¿Tal vez el día 25 celebramos el nacimiento de un gran hombre de Dios, el más amado por él, como creían los arrianos? ¿O de un hombre tan perfecto y virtuoso que Dios lo adoptaría como hijo, infundiendole su divinidad a través del Espíritu Santo en ocasión de su bautismo, como enseñaba Pablo de Samosata?

Asistimos en el nacimiento de Jesús a la primera manifestación al mundo pagano del Salvador recién nacido. El Dios hecho hombre. No celebramos de ninguna manera a Dios tomando la apariencia humana, pero al modo de un fantasma. No es el nacimiento de una “forma” degradada de Dios, o un dios menor. Es Dios verdadero de Dios verdadero; el Creador convirtiéndose en simple criatura, haciéndose tan hombre como nosotros, sujeto a las mismas debilidades salvo el pecado.

Se que puede resultar complicado entenderlo para quien no haya razonado lo suficiente para creerlo o para quien no tenga fe para verlo. Y es que el nacimiento de Jesús ocurrió una sola vez en la historia. Jesucristo vivió en un tiempo histórico, y su misión terrenal concluyó. Siendo esto así, en efecto, la Navidad no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; es también esto, pero es más aún, es celebrar un Misterio, un Espíritu Navideño, Misterio que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, en particular en la Santa Misa.

Tiempo habrá para volver al Misterio y al Espíritu de la Navidad, ahora, creo que vale la pena que pensemos en la Navidad no simplemente como la celebración de un hecho biológico como es un parto. Ni siquiera como recordatorio de un hecho que cambio la historia de la Humanidad.  

Me gustaría recordar que la Navidad no es sino la primera “manifestación pública” de un hecho mucho más trascendente, y que cambia la vida de todos y cada uno de nosotros, todos y cada uno de nuestros días.

Está Navidad pensemos en que, en el rostro de ese pequeño, de ese niño indefenso, tan normal y a la vez tan excepcional, podemos ver el mayor regalo y el gesto de amor más definitivo que Dios comenzó en la Encarnación. Tengámoslo presente en nuestro día a día y en cada una de nuestras decisiones, de nuestros actos.

Buenos días.

martes, 15 de diciembre de 2020

¿A qué, entonces, el miedo a revisar nuestra “zona de confort”?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Mientras no vuelvan las carreras a pie vamos a continuar los domingos haciendo excursiones con la bicicleta. El domingo pasado volvimos a rondar los 100 kilómetros, realizando una mezcla de dos recorridos que ya habíamos realizado.

Cruzamos: Oliva, Rafelcofer, Benifla, Rotova, Lloc Nou de Sant Jeroni, Terrateig, Montichelvo, Castellon de Rugat, Berriares, bajamos a comer al Barranco de la Encantada, Planes, Patro, La Carroja, Benisiva, Beniali, Adsubia y por fin Pego.

Como veis 16 pueblos, que con la colaboración de un clima estupendo para esta época del año nos permitieron disfrutar de otra excursión en bicicleta.

Hay muchas formas de relacionarse con la bicicleta y es posible que usarla como un medio para practicar una actividad física sea la que esté más de moda, pero este no es mi caso.

Siempre, desde que tengo recuerdos, en ellos siempre existe una bicicleta, me he desplazado en bicicleta desde antes de ir a la escuela hasta hoy y, solo se convirtió en un medio con el que realizar viajes ya pasada la juventud y, nunca recuerdo haberla practicado como un deporte, mi deporte es la carrera a pie.

Estoy seguro de que existe en mí una relación amorosa con la bicicleta y con todas las bicicletas que me han acompañado durante toda la vida, es curioso las recuerdo a todas, desde el pequeño triciclo que un año me trajeron los Reyes Magos hasta la última que me regalaron para circular por Pego.

También estoy seguro de que un amor así no se improvisa, y es que hay muy hay pocas cosas importantes en la vida que puedan ser abandonadas a la improvisación.

El amor a la bicicleta y el amor a las personas o a la persona no se improvisa. No hay forma de amar realmente a la bicicleta o a alguien si no se la usa o se le frecuenta, si no se la conoce, si no se aprende a estar con ella, y a estar a gusto.

Hay que estar enamorado o haberlo estado para saber que el amor verdadero no llega como un rayo, sino que requiere cierta calma y reposo; y, suele suceder de que cuando llega como un rayo, desaparece con el trueno. Quizás, y, esto me parece interesante, no se acabe de amar a una persona sin haber aprendido incluso a aburrirse con ella. Es decir, solo es amor si lo es en el desasosiego y en la calma, en el llanto y en la alegría. Y, para ello nadie nace entrenado. Para disfrutar de una bajada siempre tendremos que haber realizado tranquilamente una subida.

Resulta fácil distraerse, olvidarse y poner nuestra mirada en aquello que no nos sacia, amando lo que no merece ser amado. Necesitamos muy poco para decidir que nuestra bicicleta es muy pesada, vieja o no tiene los últimos materiales. Apenas presentamos resistencia cuando se nos presentan otras acciones más cómodas, o más fáciles y sin mucha complicación. Pues las personas tenemos facilidad para vacilar y apartarnos de lo que presenta alguna dificultad. Tenemos, pues, que revisar aquello que nos hace vivir cautivos, encerrados en nosotros mismos. Repasar si nuestra “zona de confort” sea vuelto demasiado grande. Hay que entrenar también al corazón, enseñarlo a mirar, a elegir y rechazar, a poner en orden su manera y forma de amar.

Esto es trabajo de una vida. No existe otro camino para quitarnos de encima esas debilidades que llevamos encima. No hay otro camino para quienes anhelamos disfrutar de los placeres sencillos, aunque a veces con algunas molestias, y vivir justa y dignamente.

¿A qué, entonces, el miedo a revisar nuestra “zona de confort”? Miedo, más bien, a dejar de hacerlo.  

Buenos días.

lunes, 14 de diciembre de 2020

¿Miedo a celebrar la Navidad?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Ayer, después de la excursión del domingo con la bicicleta preparé la casa para la Navidad, colgué en el balcón la imagen del niño Jesús y lo ilumine un poco con luces de colores, y ahora, cuando termine de dar estos “buenos días” plantaré el Belem.

  Pensaba, con pena, que se le tenga miedo a la celebración de estos días de Navidad. Celebración que es básicamente religiosa, pero que sin duda también lo es familiar. Por eso me gusta que la sociedad se una a esta celebración, con el adorno de las calles y plazas, con reuniones sociales, con las comidas de Navidad de empresas… etc., esto sirve de paso para subrayar que realmente son días distintos, cargados de buenas relaciones humanas.

Si añadimos a todo lo anterior que son días que están dedicados a la felicidad de los niños, aumenta el motivo no para temer la Navidad, sino para desearla y disfrutarla. ¿Existe la posibilidad de que, con las restricciones, sociales, sobre todo, e incluso en las celebraciones religiosas, se pueda desear la Navidad y disfrutar de ella? Por supuesto que sí.

Cuanto más se ahonde en lo que implica el espíritu de la Navidad, con lo que supone de cambio en la visión de nuestra vida y del ser humano, de forma más intensa vamos a desear celebrarla. Y ese deseo, no hay pandemia que lo evite.

Sin olvidar lo que tiene la Navidad de celebración familiar y social. Es necesario que, de alguna manera, distinta de las concentraciones de personas, contraindicadas en este tiempo de pandemia, se celebre lo que significa la familia, se viva el afecto mutuo, que es lo que la constituye. Es necesario que socialmente nos veamos más cercanos unos de otros. Y más sensibles a los que, por diversas razones, de pobreza, enfermedad, soledad…, necesitan ver humanidad -la de Jesús en la Navidad- en quienes comparten su existencia.

Si tenemos imaginación y deseos de disfrutar y hacer disfrutar la Navidad, se puede conseguir una auténtica y feliz fiesta. Y quizás de un modo más puro, sencillo y auténtico, que el que ofrecen las grandes manifestaciones sociales.

Buenos Días.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Un pequeño "coscorrón".

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Vamos a entrar en las celebraciones de Navidad y, antes de empezar con las felicitaciones, los recordatorios, la petición de regalos y los buenos deseos para todos, quisiera dar un “coscorrón” y pedir “carbón” a todos los que se han portado mal o lo están haciendo ahora, a los que nos están mintiendo o sea a los mentirosos, a los que nos están engañando o sea a los sinvergüenzas y a todos aquellos que no están haciendo lo que honradamente se esperaba de ellos.

Ya sé que habrá quien utilizara la Covid 19 como excusa para justificar sus actos y se amparará en la grave situación por la que atravesamos para explicarnos que no podía hacer otra cosa, pero una cosa es sufrir una adversidad generalizada, y otra muy diferente, cómo se gestionan las consecuencias de esa crisis. Nadie ignora que aquí se ha ocultado, se ha mentido, se ha ignorado, se ha mirado hacia otro lado, y se han tomado medidas políticas bastante partidarias en sustitución de las sanitarias que son las que necesitaba la población española.

Mentir y engañar es un bumerán muy peligroso, porque cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto.

En cualquier caso, visto el comportamiento de nuestra clase política, muy ciego hay que ser para no entender, que ese tan manoseado y traicionado conglomerado al que llaman pueblo no es más que una mera excusa para justificar su existencia. En el fondo, nuestro bienestar o infortunio, solo les preocupa debido a como puedan utilizarlo de modo que les reporte mayores beneficios con los que aumentar su poder.

No seamos ingenuos. La política se está transformando en el modo de presentar como interés general, el provecho partidario, y en no pocas ocasiones, como vemos todos los días, hasta el puro interés personal. Se sirven de nosotros haciéndonos creer que se ocupan de nuestros problemas; problemas que, en la aparente búsqueda de soluciones, con frecuencia suelen originar conflictos de mayor envergadura.

Dada su importancia, quizá habría que considerar que la política es demasiado seria como para dejarla en manos de los políticos. Y si no, veamos la gran mascarada que es el parlamento, ese púlpito en el que alguien habla y habla sin decir nada. Naturalmente nadie le escucha, porque, nada importa lo que diga. Venga o no a cuento, cada uno lleva su perorata preparada.

Me resulta verdaderamente preocupante, que con tan grotesco esperpento; con tan obsceno desprecio a la razón, el sentido común y la inteligencia, viendo como quienes ejercen el poder, defienden al mismo tiempo una cosa y la contraria, consigan que hagamos lo que ellos desean.

Si algo queda claro cada día, es que España y los españoles, a los partidos que se asientan en la sede de donde dicen que reside la soberanía del pueblo, les importamos muy poco.

Frente a los problemas tan graves por los que estamos pasando, frente a los millones de trabajadores que se han quedado y se van a quedar en el paro, delante del cierre de miles de empresas, frente a un sistema de pensiones quebrado, frente a un sistema autonómico que ha servido para enfrentar a los españoles, desangrar económicamente al país y convertirlo, política, social y económicamente en un reino de taifas en la que cada uno va a lo suyo, ante la ruina económica que nos engulle día a día, frente a una deuda ascendente que arruinará no solo a nuestros hijos sino también a nuestros nietos, nuestros gobernantes se dedican frenéticamente a deteriorar la figura de la jefatura del Estado, maniobrar para intentar dominar al poder judicial, domesticar a los medios de comunicación, hacer propaganda en vez de gobernar, denunciar el agobio que sufren las niñas por vestir de rosa, eliminar la libertad de expresión en cualquier sistema de comunicación, incluidas las redes sociales, o renunciar inconcebiblemente a la enseñanza debida de nuestra propia lengua.

No me viene a la cabeza ahora ningún país cuyos gobernantes estén cometiendo semejante indecencia.

En fin, lo dejo por hoy, es domingo y toca ir a pasar el día con la bicicleta, tal vez mañana me acuerde de terminar este repaso a nuestros gobernantes, sino es así espero que se comprenda que es mejor ver la parte positiva de la vida y de nuestra sociedad.

Buenos días.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Ya no soy respetable.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Puedo estar casi seguro de que siempre he sido de la opinión de que hay opiniones que están equivocadas, que se tienen que confrontar y discutir, aunque pueda parecer en algunas ocasiones que no es así. Si crees en la existencia del Bien y de la Verdad puedes entonces descubrir los errores y las mentiras. Es lo mismo que sobre el famoso dicho de que sobre gustos no hay nada escrito, aunque existen gustos que son bastante desagradables.

Aprendí desde joven que lo que son respetables son las personas y no lo que estas puedan decir, tal vez porque también aprendí que hay que maldecir al pecado, no al pecador. Estas enseñanzas siempre han tenido enfrente el mantra típico de las ideologías progres que decían, porque ahora parece que ya no lo dicen, que “todas las opiniones son respetables”.

Lo que no se es si lo decían porque estaban convencidos de ello, o más bien como una táctica para ir haciendo respetables sus errores.

Por lo que estoy viendo estas semanas parece ser que ya tengo clara la solución. Y es que una vez que estas ideologías progres han alcanzado una hegemonía cultural o, de alguna forma, todos lo resortes del poder, esta mezcla de ideologías se ha dado la vuelta y han terminado con la respetabilidad de las minorías. Ya no son todas las opiniones respetables sólo sirven las que siguen el pensamiento único y lo que diga la prensa oficial.

Me alegro al comprobar que empezamos a coincidir en algo, no todas las opiniones son respetables. Pero a la vez me resulta alarmante que aquella respetabilidad que exigieron para sus ideas cuando eran marginales ya no sirve ahora para nosotros, los apestados que ya no sumamos la mitad más uno.

Hemos visto por ejemplo hace unos días las manifestaciones en contra de la ley de educación y estoy seguro de que las veremos contra la ley de eutanasia, que pasó el trámite parlamentario ayer. Y, ¿para qué ha servido? Voy a poner un ejemplo que leí ayer: “En una familia normal, cuando el padre decide que vamos de excursión, aunque cuente con el respaldo de la mayoría, sabe que tiene que negociar si se alza alguna voz en contra. Porque su aspiración no es solo satisfacer a la mayoría sino tener a toda su gente contenta.” ¿Qué suelen hacer en cambio el gobierno con las manifestaciones? Ignorarlas. Y cuando eso no es posible ridiculizarlas.

Si leemos estos días los periódicos veremos cómo llegamos a la conclusión de que el respeto a las minorías ha desaparecido. Leemos como todo lo que no sea mayoritario es catalogado como bulo, de “fake” o de discurso de odio. Es triste pero los que han quedado fuera de esa mayoría ya no tiene ideas, tienen fobias. Los que no pensamos igual ya no somos una diversidad que se tenga que proteger sino hemos pasado a ser una anomalía que extinguir. Mis opiniones han dejado de ser respetables y no merecen ser discutidas porque yo ya no lo soy. Ya no se ataca el posible error de mis ideas sino a mi por pensar diferente.

En fin, paciencia.

Buenos Días.

viernes, 11 de diciembre de 2020

Sonreír a la vida.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Nos sucede o nos debería de suceder que por el mero hecho de ser personas sentimos la necesidad a interpelarnos y a interpelar la realidad que nos rodea, y para eso tenemos que ser capaces de sentir admiración por todo. Sin esa admiración la vida se convierte en algo anodino y termina perdiendo una parte de su sentido.    

En realidad, no es la vida quien enseña, lo que realmente nos enseña es la lectura que nosotros hagamos de ella. No basta con ver las cosas que nos rodean, es necesario mirarlas bien para averiguar ese algo nuevo que siempre llevan consigo y, hay que tener una sensibilidad bien desarrollada junto con un alma joven para mantener el espíritu alerta ante esos detalles con que la realidad nos sorprende cada día.

Es necesario también aprender a estar continuamente admirándonos de las personas. No estoy diciendo que se tenga que ser ingenuo ni tener una visión de la vida bobalicona, se trata de ver con buenos ojos a la gente. Todas las personas tienen aspectos positivos y hay que buscarlos y fijarnos en ellos, así tendremos la oportunidad de admirarlos, y con ello, les haremos y nos haremos mucho bien.

¿Y qué problemas nos encontramos para admirar a una persona que conocemos? El primer obstáculo puede ser la costumbre, el hábito de tratarla continuamente, de tener una relación diaria con ella que incapacita —si uno no se resiste a él— para ver en la otra persona cualquier cosa que no sea lo que sabemos y conocemos: adivinamos sus contestaciones, le presuponemos determinadas actitudes, damos por supuesto ciertos comportamientos, no contemplamos la posibilidad de que el otro cambie y actúe de forma distinta a la prevista, no le damos ninguna posibilidad de cambio.

Otro inconveniente con el que nos podemos encontrar que también puede resultar interesante es una tendencia a infravalorar a las personas; o anteponer siempre sus acciones pasadas a las presentes, y tener más en cuenta lo que era que lo que es; o fijarnos y recordar más los aspectos negativos que los positivos.

De ahí que encontremos en la rutina uno de los factores que más nos arrastran a desencantarnos de la vida. Nos tenemos que preparar contra el desencanto, el acomodamiento y la rutina, y en esa preparación se tiene que poner en marcha la ilusión por vivir. La vida muchas veces se nos presenta alegre y divertida, pero en otras muchas ocasiones hemos de ser nosotros, con nuestros conocimientos interiores, quienes tenemos que dar un sentido positivo a lo que en un primer momento no lo tiene.   

Se que es complicado, pero tenemos que ser capaces de empezar cada día con una visión nueva, de sorprendernos ante las cosas que nos son muy familiares, pero que no por eso dejan de mostrarse como recién estrenadas. Con demasiada facilidad se dan por supuestas las cosas, y tendría que ser al revés: no dejar nunca de preguntarse por nuestro mundo cotidiano. La vida debe ser vista por unos ojos que sepan descubrir en lo que ya es conocido una novedad que nos ilusione.

Pero, esa capacidad interior para ver no se improvisa, sino que hay que conquistarla después de una larga lucha llena de dificultades, pero una vez conquistada nos alegrara toda nuestra existencia.

Puede parecer que estar alegres ante la vida, ver la vida con ilusión y estar contentos con ello, sentir autoestima por cómo entendemos la vida sea enorgullecerse de lo que hemos conseguido, pero no es así. Enorgullecerse no es el objetivo, claro está, de la autoestima. Pero ser agradecidos de la propia vida, eso sí. El que agradece, disfruta con la realidad agradecida.

Quien es capaz de sonreír a la vida, la vida termina sonriéndole. La felicidad resulta que no está en disfrutar de situaciones especiales, sino en poseer una buena disposición de ánimo. Está en nuestro interior la clave de la felicidad. Esto es necesario que se repita una y otra vez, porque obsesivamente tendemos a buscar la felicidad fuera de nosotros, y por muchos que sean los esfuerzos no la encontraremos, por el simple hecho de que no está ahí.

Buenos días.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Una nueva economía.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Que la pandemia nos ha llevado a una crisis económica no creo que nadie lo discuta, y que va a continuar algún año más me parece que tampoco habrá demasiados inconvenientes en estar de acuerdo. Ahora pensar que tenemos ahora una oportunidad para cambiar algunas cosas de nuestro sistema económico, parece que ya no está tan claro.

Esta crisis económica viene de la mano de una crisis cultural y moral, y si se quiere cambiar el sentido de nuestra economía lo tendremos que hacer cambiando su sentido cultural y moral, pues de lo contrario volveremos a caer en los mismos errores. Una crisis moral y cultural en el hombre repercute en la economía.

Una economía que funcione sin ninguna moral destruirá a la persona y una persona destruida evidentemente no es capaz de poner la economía funcionamiento.

El mercado, sin duda, es una de las muchas instituciones de una sociedad libre, pero no puede ser la única por la que nos rijamos. El mercado necesita estar contenido, limitado y sostenido por otras instituciones, ya sean jurídicas, sociales, políticas, morales y religiosas. Si lo abandonados a su libre albedrío sucederá una de estas dos cosas o funcionará en contra de la persona o bien dejará de funcionar.

Entonces, el problema se encuentra en la cultura que se esconde tras el mercado y el centro de esa cultura es la autoconciencia humana, la manera en que el ser humano se concibe a sí mismo. En el centro de su autoconciencia está la relación que el ser humano establece con aquello a lo que decide donar, dedicar y ofrecer todo su corazón, toda su vida.

Si, como parece ser, nos encontramos en una época donde el narcisismo predomina, esta visión condiciona también la manera de pensar y elaborar la economía. Por lo tanto, hay que modificar la cultura y la moral general por una cultura que esté en comunión con todas las personas.

O sea, una cultura donde la persona no sea un individuo abstracto sino una persona que esté siempre abierta a compartir la vida del otro, y esto sucederá cuando su autoconciencia esté relacionada con el objetivo principal de su vida. La presencia del otro en mi vida debe ser una fuente de alegría y yo busco la verdad de mí mismo relacionándome con otros.

Este es el hecho fundamental, lo que cambiará los parámetros fundamentales de la ciencia económica que debería de prevalecer a partir de ahora. Si nos pertenecemos solidariamente, si vivimos los unos en la vida de los otros, entonces lo que me interesa es que tú vivas. No solo me interesa buscar la mejor manera de realizarme, sino que al mismo tiempo esa búsqueda irá unida al motivo principal en el que consiste mi vida.

Con esto, lo que estoy intentando decir es que lo que mueve al hombre es la búsqueda de su provecho individual y que, de manera inseparable, debería de coincidir con la del bien común. Pero hay que tener claro que el bien común no es simplemente una suma de bienes individuales. El bien común es el bien de una comunidad y solo se puede concebir si existe un pueblo que se concibe como sujeto.

Por eso no se puede pensar una nueva economía si no se piensa junto a ella en un pueblo nuevo, un sujeto que se mantenga unido por la solidaridad, donde cada uno se preocupe por realizar su propio bien, cooperando al mismo tiempo de manera solidaria para que los demás también puedan obtener el mismo resultado.

Ya sé que todo esto es muy bonito, muy idílico, pero a la vez también muy abstracto si no nos preguntamos de dónde viene la energía que transforma a seres aislados y egoístas, a los que solo les interesa su éxito individual, en sujetos integrantes de una comunidad humana, que construyen un pueblo y se conciben como tal.

¿De dónde viene esa energía? La respuesta es complicada, como debe de ser y son este tipo de respuestas. Pero lo que parece claro es que en algún sitio se debe buscar y por eso no debemos dejar de lado ni menospreciar a quien viva, proponga o promueva una experiencia de unidad y comunidad humana. No hay que olvidar a los que en su identidad ya viven con esos principios de construcción de una comunidad donde impere el bien común.

Alegrémonos de tener a nuestro alcance todo ese potencial, aprovechémoslo.

Buenos días.