martes, 22 de junio de 2021

Un buen proyecto.

 “Dicen que los viajes ensanchan las   ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 

El domingo llegamos a Cullera por una nueva ruta que nos llevó a sobrepasar los cien kilómetros. Aunque lo importante en un viaje suele ser alcanzar el fin que nos hemos propuesto, también es verdad que el camino que elijamos nos dará una perspectiva diferente, lo que le añadirá un valor al resultado final, ya sea para bien o para mal.

Por lo general, la elección de la ruta a seguir para alcanzar nuestro destino es una parte de la deliberación que se nos presenta cuando nos planteamos un proyecto de viaje. Un proyecto nace desde el deseo de alcanzar una meta que consideramos interesante y apetecible, una meta que consideramos buena para nosotros, o sea que se construye desde un amor, un amor a algo. A partir de que amamos algo que consideramos como bueno para nosotros y para los demás, empezamos a pensar cómo lograremos lo que ese amor nos pide.

Después, añadimos las deliberaciones para completar todo lo necesario para conseguirlo.

Queremos alcanzar el Cabo Norte. Queremos viajar en bicicleta. Queremos, además, que nos sirva para ordenar nuestra vida. A veces, también queremos remodelar la casa, ordenar nuestra habitación, etc. Queremos.

Un buen proyecto, si lo construimos sobre un amor que este sanamente orientado, se edifica a partir de realizar muchas deliberaciones y tomas de decisiones.

En la reflexión que antecede ponemos ante nosotros las diversas opciones que nos permitirán alcanzar el objetivo deseado, y las posibilidades reales (respecto de nuestra forma de ser y de nuestra situación actual) de ponernos en marcha.

Una deliberación, por ejemplo, me presenta que para mejorar el viaje debo evitar el macizo Central y los Alpes franceses, otra me dice que la línea recta es el camino más corto, otra que debo ir más ligero, etc.

En toda deliberación lo que hacemos principalmente es preparar una lista de estrategias o métodos, algunos pueden darse de modo simultaneo, de forma que nuestra voluntad se encuentre abierta para escoger lo que se considere más adecuado.

Después, inevitablemente, llega el momento clave de la decisión. Esto puede parecer un poco automático, pero lo llevamos a cabo con naturalidad en cientos de actividades, desde las más sencillas hasta las más importantes. Basta con pensar en el proyecto tan humano y significativo de quien piensa en ir a visitar a un amigo que vive al otro lado de la ciudad...

Cuando ponemos en marcha un proyecto este posee como base una rica y dinámica vida en nuestro corazón. Lo importante es saber encontrar proyectos que valgan la pena, por los que nuestro esfuerzo tenga un sentido.

Por eso, en los momentos en los que uno empieza a escoger los proyectos más importantes, y también ante proyectos más sencillos, siempre nos ayuda una reflexión para que nos ilumine, y una consulta a quienes, desde su experiencia y cariño, pueden darnos consejos valiosos y practicables para emprender correctamente el camino que nos permita realizar tales proyectos.

Y, en esto estamos.

Buenos días.

jueves, 17 de junio de 2021

Larga es la espera.

 “Dicen que los viajes ensanchan las   ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

Ya tenemos poco que preparar, todo está listo, la bicicleta revisada después del último viaje, la ropa limpia y preparada para colocarla en las alforjas, solo nos queda esperar.

Esperar que me lleguen los mapas de Francia e Italia y, como no, que me avisen para la segunda dosis de la vacuna para la covid-19, y, después de una corta espera de unos días, para asegurarme que no tengo efectos secundarios, a pedalear.  

Esperar, “larga es la espera, para quien espera, pero más larga es la espera sin saber lo que se espera” dice la rumba, así que paciencia.

Tenía razón Rumba Tres con esta letra. En la vida de todo hombre, sea cual sea su situación, existe una espera, estamos marcados por la espera. Siempre esperamos algo. ¿Acaso alguien nos ha prometido algo y por eso esperamos.?

¿Qué es realmente lo que queremos?, nos podríamos preguntar. En el fondo, si le dedicamos un momento a buscar la respuesta, nos daremos cuenta de que queremos sólo una cosa: la vida bienaventurada, la felicidad. Deseamos una verdadera vida, esa que no se vea afectada ni siquiera por la muerte, esa que nos garantice que nada de lo que amamos se perderá. Si hemos llegado a esta respuesta nos encontramos en una situación interesante.

“…pero más larga es la espera sin saber lo que se espera”, menos mal que sabemos lo que estamos esperando, esperamos la segunda dosis de la vacuna para la covid-19 y que se tenga libertad para viajar por Europa. Estamos en tiempo de espera.

Todos tenemos en el recuerdo, algún momento de nuestra vida en el que el instante más feliz no fue en el que, por fin, llegó lo que habíamos esperado, sino los que precedieron a este. Cuantas veces no hemos disfrutado más durante la espera del fin de semana que durante su transcurso. Esa espera genera ilusión, que es un ingrediente esencial de la felicidad. Tenemos que darle la importancia que se merece al valor de la espera y de saber esperar.

No recuerdo ahora quien lo escribió, pero en algún lugar he leído que: “ser feliz consiste primariamente en ir a ser feliz”, y en esto estamos, no solo en estos días sino siempre. Pues la espera es un componente fundamental de la vida.  

Contamos el tiempo, pero la espera no es pasividad, sino preparación para lo que se aproxima. Es momento que repasar el material, comprobar la bicicleta, mejorar nuestro recorrido, pensar en que podemos mejorar… Todo esto es muy aconsejable para mejorar nuestro viaje, pero también para una vida feliz. Sin embargo, no son actitudes frecuentes en la sociedad de hoy, que es la sociedad del “aquí y ahora”. Está desapareciendo la espera; la gente cada vez está menos dispuesta a esperar. Se quiere todo "aquí y ahora".

Estamos demasiado dominados por la prisa. Y la prisa es apresurarse, hacer una cosa antes de tiempo o de lo previsto; precipitarse. Esa forma acelerada de vivir es un serio obstáculo para disfrutar de la vida. Se tiene una prisa exagerada por probarlo todo, por tener todo tipo de experiencias. Hay que probar muchas cosas y tener experiencias, hay que correr algunos riesgos, pero el riesgo es afirmación, y por eso tiene alguna nobleza. En cambio, la prisa es siempre negación; denota falta de confianza en la vida (por ello no se aceptan sus etapas y su duración). Lo peor no es que se quemen las etapas en un viaje, sino que se quemen las etapas de la vida misma.

La llamada “prisa por vivir” es, un problema hoy en día, el ansia de conseguir cuanto antes todas las cosas buenas que nos presenta la vida o un viaje, pero sin el esfuerzo ni la paciencia que es necesaria, suele generar en muchas personas una agitación parecida a la de la fiebre. Se piensa que la felicidad se encuentra en lo inmediato, en lo instantáneo, pero no es así. No hay que instalarse en lo efímero, en lo pasajero, la vida, nuestra vida debe tener una historia y un argumento que hay que ir construyendo poco a poco.

Se necesita adquirir paciencia para pasar estos días de espera. Hay que saber que se puede esperar y que compensa esperar, también que la impaciencia no va a acelerar el ritmo de la vida y, es que no por mucho madrugar amanece más temprano.  

Buenos días.

lunes, 14 de junio de 2021

Un viaje sencillo.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Terminamos ayer un breve recorrido en bicicleta por los Montes Universales, corto en kilómetros y días, aunque abundante en sensaciones. Y, me atrevería incluso añadir que sencillo, palabra mágica que además conforma una de las palabras clave que le dan significado a cómo me gustan que sean los viajes en bicicleta, como los “besos”: Concretos, Sencillos, Ordenados y Sugerentes.

Podría dedicar muchas palabras en describir la ruta, los paisajes, los pueblos, sus habitantes, la naturaleza que lo envuelve todo y sobre todo el agua que se encuentra en todos los lugares. Pero, me olvidare de todo esto y me centrare en un solo, mi primera experiencia con otros ciclo-viajeros, en concreto en Carlos y Stefan.

Dos ciclo-viajeros distintos, pero sin duda iguales en su sencillez. Y es que la sencillez en los ciclo-viajeros es una cualidad maravillosa y no tan común como debiera ser. Sencillo no lo considero como un sinónimo de fácil, sino de verdadero y natural. Es uno de esos atributos que adorna a cualquier otro. Por lo general se puede encontrar junto con la humildad y nos muestra que se posee nobleza y madurez. Por eso, aunque resulte paradójico, solo los ciclo-viajeros extraordinarios cuentan genuinamente con esta cualidad. Es decir, que alguien se mueva con la idea de lo sencillo significa que lo que hace, lo hace con un comportamiento transparente y puro.

Si observamos un poco a los viajeros con lo que nos encontramos nos daremos cuenta, como ha sucedido en este viaje, que la sencillez es lo que les hace grandes pues se muestran sin maquillaje, sin esconder nada debajo de la piel. Su sencillez consiste en hacer el viaje solo con el equipaje necesario, lo que no solo significa solo con el material, sino que se viaja siendo fiel a su esencia y que no se lleva nada de más que pueda esconder algo diferente.

Muchas personas dicen que la sencillez es como “la celebración de lo pequeño”. Por decirlo de otra manera, la persona sencilla es capaz de disfrutar de las pequeñas cosas, además de sentirse agradecido cuando las recibe. Por eso, la persona más favorecida, la primera en sentir los efectos de la sencillez es quien la posee.

Viajamos en una bicicleta, una maquina sencilla. Nuestro equipaje necesita ser ligero y austero. El material necesita ser pequeño y adaptable a varias circunstancias. Nuestras rutas se caracterizan por ser sencillas y fáciles de seguir. Si no somos gente sencilla al empezar con el ciclo-viaje lo seremos con el paso de los kilómetros.   

No es fácil conseguir sentirse favorecido por la sencillez con el paso de esos kilómetros, hay que ser adaptable y saber aceptarse y aceptar. Lo que como ya supondréis es complicado, sobre todo al tener que conseguir que todo fluya a nuestro alrededor, sin intentar forzarlo o cambiar su curso. Ahora, si lo conseguimos, nos daremos cuenta de que hemos adquirido otra virtud, la espontaneidad, que se da en las personas equilibradas y saludables.

Es fácil comprobar como la gran mayoría de ciclo-viajeros son personas sencillas, algo más complicado es averiguar si lo son por ser ciclo-viajeros o son ciclo-viajeros por ser personas sencillas que eligen esta forma de viajar por su sencillez. Aunque, el camino elegido para conseguir ser una persona sencilla no tiene demasiada importancia lo importante es llegar a serlo.

Esta sencillez ciclo-viajera es también mental, fijaos, con que facilidad se comprenden los diferentes puntos de vista de los otros ciclo-viajeros. Observad como se pierde o se reduce la necesidad de poseer la verdad, de imponérsela a los demás o de lograr que todos piensen igual. Al poseer una mente sencilla se acepta espontáneamente que hay muchos puntos de vista; de esta manera, se trasforma un problema en una valiosa fuente de enriquecimiento personal.

Otra facultad apreciable es observar con que naturalidad se expresan, una naturalidad que es propia de quien no está interesado en demostrar nada ni en crear mitos a su alrededor. Sus palabras son claras y elocuentes. Sin adornos innecesarios. Sin pretensiones de erudición o marcas de clase social intencionadas. La sencillez hace que se exprese lo que pensamos de forma directa y simple.

La relación con las otras personas también se ve marcada con la sencillez, se es más respetuoso consigo mismo y con los demás. Se acepta y, por lo tanto, acepta a los demás, pues las dos cosas van unidas. Los demás se ven como iguales y por eso hay un sentimiento de solidaridad intrínseco con ellos, lo que nos permite entender que todos estamos unidos por un lazo común: la humanidad.

Sin embargo, no nos engañemos, la sencillez que es una cualidad de personas extraordinarias no quiere decir conformismo. De hecho, la sencillez nos ayuda a caminar más ligeros por la vida, lo que no encaja demasiado bien en una sociedad que asocia lo complejo a lo eficaz, y, en consecuencia, a la felicidad. Nos ofrecen ordenadores con muchos programas, móviles con infinitas aplicaciones, las tiendas nos venden infinitos tipos de tratamiento, y cada día nos recuerdan aquello de que es bueno tener muchos estudios, muchos títulos, muchos amigos… La complejidad se asocia a esa idea de dorada felicidad que, en realidad, no siempre se cumple.

Algo que deberíamos tener muy en cuenta es que las cosas grandes ocurren cuando se hacen bien las pequeñas, y para ello, nada mejor que practicar el arte de la sencillez en nuestros actos cotidianos.

En fin, estoy casi seguro de que la solución a nuestros problemas, a los problemas de nuestra sociedad no pasa por convertirnos en ciclo-viajeros, sin embargo, muchas de sus cualidades ayudarían a formar un mundo mejor. Avanzar con calma y utilizando el sentido común y la intuición son sin duda las mejores tácticas para deshacer cada enredo de nuestras complicaciones. Debemos confiar un poco más en nuestro instinto y ser receptivos a la voz del corazón.

Se trata de creer en lo sencillo y de admirar lo simple. Tiene que perdurar lo amable, la dignidad, la calidad de una persona. Ser humildes nos hará ser más justos y grandes, pues nos ayuda a comprender cuáles son nuestros límites y tomar conciencia de lo que nos queda por aprender.

Y es que me gusta mucho lo simple: un abrazo, un gracias, un “cuídate”, un perdón. Es importante poner de moda “rescatar” el valor de lo simple. Es el poder de lo simple, el poder de las emociones y la inteligencia, ese poder inigualable. Es la belleza de la sencillez en los actos cotidianos.

Hemos terminado una semana por los Montes Universales, en la que hemos intentado apreciar las cosas sencillas de la vida. Las cosas sencillas de la vida son como esas estrellas que hemos visto relucir cada noche, en el nacimiento del Tajo, del Júcar, en Peralejos de las Truchas, en Orihuela del Tremedal y en Albarracín. Es tan simple ser feliz y tan difícil ser simple… Y es que la felicidad habita en el alma.

Buenos días.

sábado, 5 de junio de 2021

Pequeñas decisiones.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 

Empezamos, empieza la cuenta atrás. Las bicicletas ya están en su sitio. Las alforjas se están llenando poco a poco. Vamos buscando y eligiendo todo lo necesario para una semana de cicloviaje y, todo se vuelve rápido, nervioso. Mañana nos ponemos en marcha.

Un corto viaje en coche que nos sacará de la Comunidad Valenciana será parte de la primera etapa, pero eso ya será otra historia, una historia que tal vez no merezca o no tenga el valor suficiente para ser recordada y tal vez mucho menos ensalzada, pero estoy seguro de que vale la pena ser vivida. Ahora, hoy, es hora de prepararnos.

Como siempre nos sucede en este día, superamos lo inmediato, lo del día a día y dejamos atrás lo secundario para centrarnos en lo lejano, en lo que sucederá mañana.

El hombre está siempre en marcha, no lo puede evitar, persiguiendo continuamente realizarse a sí mismo. El otro día ya lo comentaba, existe una distinción que se encuentra en el pensamiento clásico, entre desear y querer. Desear significa pretender algo, pero desde el punto de vista afectivo, sentimental. En muchas ocasiones se trata sólo de pensamientos pasajeros, que no se traducen en nada. Querer, es algo más, supone buscar algo y poner toda la voluntad en ese empeño; es determinación, empeño, esfuerzo concreto que no se dispersa.

De ahí que se pueda deducir que ahora estemos en una fase de fuerte voluntad, preparándonos, preparando, poniendo todo en orden para ponernos en marcha y, por lo tanto, tomando decisiones, sencillas, pero decisiones.

Y para decidir hay que pensar, no hay otro sistema que funcione mejor, pues casi nunca sirve el “lo que hacen todos”. No es que no sepamos lo que nos tenemos que llevar o que es lo que vamos a necesitar, lo que nos pasa es más bien que vamos con prisas y renunciamos a pensar. Si nos paramos un momento a reflexionar nos damos cuenta de inmediato de que somos víctimas del ensordecedor ruido general, no tenemos ni el tiempo ni la tranquilidad para buscar un espacio en el que quedarnos a solas y pensar. Pensar es difícil. Además, no nos proporciona una gratificación instantánea como la mayor parte de las cosas que se suelen hacer.

Hay decisiones “grandes”, alguna habremos tomado ya, que nos marcan un rumbo en la marcha de nuestra vida. La decisión por los estudios, por el trabajo, por el modo de ahorrar, por la manera de organizar la casa... Cada una de esas decisiones configura buena parte de nuestra vida, orienta nuestra manera de relacionarnos con la familia y amigos, con los conocidos incluso con los extraños.

Otras decisiones son “pequeñas”. Parecen no tener importancia en el conjunto, porque se refieren a aspectos “marginales” o irrelevantes en la propia vida y en las vidas de quienes están a nuestro lado.

Ahora estamos con esas “pequeñas” decisiones en el conjunto de nuestra vida pero que se transforman en “grandes” cuando las aplicamos a nuestra excursión con la bicicleta. En realidad, cualquier elección va a ser importante; llevar ropa para la lluvia, ropa térmica, un pantalón y una camisa para ir de “querer”, muchos o pocos recambios… ¡es solo una semana!

En verdad, cualquier elección influye y a veces de manera insospechada. Una ligera llovizna puede transformase en un diluvio, el fresco de la noche puede ser frío, nos apetece tomarnos unas cervezas y no tenemos ropa limpia o seca, no pinchamos una vez, sino que pinchamos todos los días y además se rompe el cable del freno…etc.

En nuestra vida sucede lo mismo, cualquier acto influye en otros de manera que no podemos imaginar. Una sonrisa en la calle puede cambiar el corazón de un vecino. Un gesto de gratitud al camarero llega a ser la ocasión para que se inicie una amistad sincera. Una carta o un mensaje electrónico a un amigo llega a tener un valor muy grande para quien afronta algún problema.

Es verdad que a la hora de tomar decisiones nos miramos mucho a nosotros: qué nos gusta, qué nos va bien, qué nos puede ocasionar problemas, qué es más descansado, qué nos es más rentable.

Pero también es cierto que las decisiones no afectan sólo a nuestra vida, sino que llegan a muchos otros, incluso a personas que no conocemos.

Por eso vale la pena reflexionar a la hora de tomar decisiones no sólo según la lógica del gusto personal, ni según el beneficio inmediato, sino según la lógica del encuentro, de la ayuda, del servicio, de la solidaridad.

Como suele decirse, “no somos islas que flotan en el universo sin relaciones”. Somos otra cosa, somos, más bien, parecidos a pequeñas gotas dentro de un mar, que influyen en otros y que son influidos por lo que los otros hagan o dejen de hacer.

Este día, estos momentos que tengo ahora ante mis ojos, pueden ser decisivos para un amigo o para un extraño. Está en mis manos la decisión (grande o pequeña) de lo que hago o de lo que deje de hacer.

Tenemos la suerte de haber recibido y tener en nuestras manos algo tan valioso como la inteligencia y la voluntad. Aprovechémoslo.

Buenos días.

jueves, 3 de junio de 2021

Indultar es perdonar...

 Mucho se está hablando de indultos por todas partes y por eso es interesante que revisemos nuestra forma de verlos y entenderlos, pues se mezclan con el perdón y como no con la misericordia y su relación con la justicia.


Indultar es perdonar a alguien total o parcialmente la pena que tiene impuesta, o conmutarla por otra menos grave. Esto es lo que nos dice el diccionario y que implica la acción de perdonar y es aquí donde el tema se complica.

Hay una frase que se usa bastante: “Comprender todo significa perdonarlo todo”, que tiene bastantes seguidores y que viene bien para centrar el tema en los indultos que parece que se van a promulgar por parte de nuestro gobierno.

Esa frase, aunque también es muy cristiana no la puedo aceptar sin más. Ya sé que Jesús nos ha mandado que perdonemos a nuestro hermano no siete veces, sino setenta veces siete, es decir siempre. Y que perdonó el mismo Jesús a los que le clavaron en la cruz. Exacto. Es verdad, es así.

Pero, y se trata de un pero importante, el perdón a nuestro hermano nos dice expresamente, “si él se arrepiente”, y cuando le clavaron en la cruz, pidió perdón para sus torturadores, “porque no saben lo que hacen”.

En el caso del hermano existe arrepentimiento, y en el otro caso ignorancia. Y estas son indudablemente circunstancias atenuantes Un hombre que cometió un crimen terrible, que sabía muy bien lo que hacía y sin embargo no se arrepiente, no puede encontrar perdón. De otro modo tendríamos desde un principio carta blanca para todos los crímenes. De todas formas, Dios perdona siempre.

Pero es que Dios no sólo es misericordioso, sino también justo. Precisamente porque lo comprende todo, no puede perdonarlo todo sin más. Y existen cosas imperdonables. De todas formas, insisto, Dios si puede.

Hay otra frase que sin duda muchos estarán pensando y suele salir a esta altura de la conversación: “El amor perdona siempre”. Perfecto, muy bien, pero no el verdadero amor, sino el amor ciego como el de algunos padres que jamás castigan a sus hijos, aunque hayan cometido la crueldad o la acción más vil.

No es fácil perdonar, todos los sabemos muy bien, y a veces confundimos el perdón con la disculpa. Ya que se disculpa al inocente y se perdona al culpable. Cuando nos disculpamos estamos realizando un acto de justica, se disculpa porque la persona que ha realizado algo mal o ha ofendido merece que se le reconozca que no es culpable, tiene derecho a la disculpa, en cambio el perdón trasciende la estricta justicia, porque el culpable, no tiene derecho al perdón; si se le perdona es por un acto de amor, de misericordia.

Cuando descubrimos que alguien es culpable de un acto, lo normal, es reaccionar y hacer algo que este inspirado por el sentido de la justicia, que exige que esa persona cargue con las consecuencias de su acción, que pague el daño cometido. El perdón implica ir en contra de esa primera reacción espontánea, hay que superarlo con la misericordia. Lo que, en cambio, no tiene sentido, porque se trataría de un esfuerzo estéril, es perdonar lo que merece una simple disculpa.

Está claro que deberíamos perdonar a todos y siempre. Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las neutrales exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón. En ningún caso el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan una indulgencia para con el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje son condición del perdón.

Es imposible perdonar (como se desprende del significado de la palabra) al que piensa que no tiene nada de qué arrepentirse, podría incluso sentirse agraviado y no sería la primera vez que se da ese malentendido.

Los que van a ser indultados ¿son iguales a los que les ofrecen esa posibilidad? ¿Cómo evitar el escándalo de convertirlos en héroes si admitimos que sus acciones fueron necesarias? Cuando se pide el arrepentimiento, no es por una dureza de ánimo inoportuna, ni por falta de ilusión por los bienes que acompañan a la solución del problema, sino porque si ellos han realizado unas acciones heroicas quebrando la legalidad, completamente ajenos a ninguna responsabilidad imaginable, entonces el gravísimo daño moral que se hace a una comunidad o a un pueblo con ese escándalo sería históricamente imposible de limpiar.

Buenos días.