“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
El domingo llegamos a Cullera por una nueva ruta que nos llevó
a sobrepasar los cien kilómetros. Aunque lo importante en un viaje suele ser
alcanzar el fin que nos hemos propuesto, también es verdad que el camino que
elijamos nos dará una perspectiva diferente, lo que le añadirá un valor al resultado
final, ya sea para bien o para mal.
Por
lo general, la elección de la ruta a seguir para alcanzar nuestro destino es
una parte de la deliberación que se nos presenta cuando nos planteamos un
proyecto de viaje. Un proyecto nace desde el deseo de alcanzar una meta que
consideramos interesante y apetecible, una meta que consideramos buena para
nosotros, o sea que se construye desde un amor, un amor a algo. A partir de que
amamos algo que consideramos como bueno para nosotros y para los demás,
empezamos a pensar cómo lograremos lo que ese amor nos pide.
Después,
añadimos las deliberaciones para completar todo lo necesario para conseguirlo.
Queremos
alcanzar el Cabo Norte. Queremos viajar en bicicleta. Queremos, además, que nos
sirva para ordenar nuestra vida. A veces, también queremos remodelar la casa,
ordenar nuestra habitación, etc. Queremos.
Un
buen proyecto, si lo construimos sobre un amor que este sanamente orientado, se
edifica a partir de realizar muchas deliberaciones y tomas de decisiones.
En
la reflexión que antecede ponemos ante nosotros las diversas opciones que nos
permitirán alcanzar el objetivo deseado, y las posibilidades reales (respecto
de nuestra forma de ser y de nuestra situación actual) de ponernos en marcha.
Una
deliberación, por ejemplo, me presenta que para mejorar el viaje debo evitar el
macizo Central y los Alpes franceses, otra me dice que la línea recta es el
camino más corto, otra que debo ir más ligero, etc.
En
toda deliberación lo que hacemos principalmente es preparar una lista de
estrategias o métodos, algunos pueden darse de modo simultaneo, de forma que nuestra
voluntad se encuentre abierta para escoger lo que se considere más adecuado.
Después,
inevitablemente, llega el momento clave de la decisión. Esto puede parecer un
poco automático, pero lo llevamos a cabo con naturalidad en cientos de
actividades, desde las más sencillas hasta las más importantes. Basta con
pensar en el proyecto tan humano y significativo de quien piensa en ir a
visitar a un amigo que vive al otro lado de la ciudad...
Cuando
ponemos en marcha un proyecto este posee como base una rica y dinámica vida en nuestro
corazón. Lo importante es saber encontrar proyectos que valgan la pena, por los
que nuestro esfuerzo tenga un sentido.
Por
eso, en los momentos en los que uno empieza a escoger los proyectos más
importantes, y también ante proyectos más sencillos, siempre nos ayuda una reflexión
para que nos ilumine, y una consulta a quienes, desde su experiencia y cariño,
pueden darnos consejos valiosos y practicables para emprender correctamente el
camino que nos permita realizar tales proyectos.
Y,
en esto estamos.
Buenos
días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario