viernes, 31 de diciembre de 2021

Las últimas piedras.

     “Si encuentro en mí mismo deseos que nada en este mundo puede satisfacer, la única lógica explicación es que fui creado para otro mundo.” C. S. Lewis.

Las últimas imágenes, aunque son de una excursión en bicicleta, no son con ninguna de mis bicicletas. La he pedido prestada para recorrer los alrededores de Onteniente. Y es que he pasado las Navidades fuera de mi casa habitual, a la que vuelvo para despedir el año.

 Hoy voy a despedir el 2021 y, sin más remedio comenzaré 2022, y como siempre que comenzamos algo nos llenamos de entusiasmo. Ya sea un año nuevo, un nuevo trabajo, un nuevo viaje, una nueva ilusión, siempre la novedad trae consigo esperanzas y expectativas. Siempre que ponemos una “primera piedra” nos resulta relativamente sencillo. Pero poner “la última piedra” no es tan fácil. Poner la última piedra es tal vez el acto más importante, pues señala la importancia de terminar aquello que comenzamos con ilusión y que no lo hemos dejado a medias.

Hoy, se dan un par de circunstancias: la alegría de comenzar un nuevo ciclo, pero también la tristeza de ver que no termine algunas de las cosas que me propuse. Sin embargo, no puedo permitirme desanimarme ni que la tristeza me paralice. Todos sabemos que los grandes proyectos y las grandes obras se forman a base de un trabajo constante y requieren de pequeños esfuerzos que se deben de realizar todos los días.

Ahora, en estos días, ha sido importante pararse a pensar en qué quiero utilizar mis pequeños esfuerzos diarios, pues si no tengo la constancia y la fuerza diaria de construir las cosas grandes con pequeñas acciones, me quedaré colocando primeras piedras, pero no acabare ninguna.

Hay que poner la última piedra, pues si nunca llegamos a ponerla nos desanimaremos y llegaremos a convertirnos en conformistas, y el conformismo es una actitud que no es sana.

Para poner la última piedra, tengo que ser consciente de mi capacidad para hacer algo y de mis defectos. Y es que los nuevos proyectos si de verdad nos ilusionan es porque nos exigen un poco más de lo que podemos hacer. Todas las personas tenemos limitaciones que con el paso del tiempo vamos conociendo. Por eso cuando era joven era mucho más soñador y me ponía metas demasiado altas, poco acordes a mis posibilidades reales. Ahora, que han pasado los años, tiendo a ser un poco más pesimista, pues me he dado cuenta de que la vida no es tan sencilla y que los sueños son difíciles de materializar.

Ni era buena mi actitud de joven ni es demasiado buena la de ahora. De joven no media bien mis posibilidades y ahora si me descuido dejo de soñar. Por eso intento tener, ante mis proyectos del año que viene, una actitud equilibrada, o sea; ponerme metas un poco mayores de lo que se que puedo hacer, y asegurarme de que voy a poner la última piedra. Si lo consigo, continuare haciendo planes, proyectos y fijándome nuevas metas, cada vez más altas.

Concluye un año y empieza otro. Y es el momento no solo de hacer propósitos, sino de ser conscientes del esfuerzo que tendremos que hacer para poner la última piedra. Pidamos que este año que comienza tenga muchos y muy buenos propósitos, pero que sobre todo tenga muchas “últimas piedras” y que la mejor “última piedra” sea la de vivir al final de este año que comienza siendo buenas personas.

Buenos días y PROSPERO 2022.

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miércoles, 29 de diciembre de 2021

Los Santos Inocentes.

 “Si encuentro en mí mismo deseos que nada en este mundo puede satisfacer, la única lógica explicación es que fui creado para otro mundo.” C. S. Lewis.

Con el ajetreo y el lio que hay montado con la sexta ola de la covid-19, ayer no fui consciente del día en que me encontraba hasta pasado el mediodía, si ayer fue 28 de diciembre, el día de los Santos Inocentes.

Cuando era joven y nos hacíamos inocentadas, y buscábamos las noticias falsas en la radio, en la televisión y en los periódicos, no hubiera imaginado que muchos años después, ya entrado el siglo XXI este día se vinculara a los niños muertos por el aborto, por las fecundaciones in Vitro, por la píldora del día después, por los anticonceptivos abortivos… sino que era la fiesta de aquellos niños que murieron a manos de Herodes.

Y, me surge la pregunta: ¿Es acertada esta vinculación? Pues pienso que sí. Está claro que cada aborto lleva consigo un motivo diferente: el padre se desentiende y la madre se siente sola y cae en la desesperación, porque el niño está enfermo o va a tener una discapacidad o un síndrome, porque no es momento y no estaba planificado o porque la situación laboral no es la apropiada… Sin embargo, todas tienen algo en común, un niño no va a nacer, se le va a privar de la vida.  

Tenemos además otro problema añadido, un problema que dificulta cualquier tipo de solución, y es que hemos llegado a un punto en que les dices a las personas que pueden hacer algo para remediar esa muerte; ¡que es un niño que no va a nacer!, y no les importa, les da igual. ¿Cómo solucionamos esto?

No sé si será la cultura de la muerte que está inundando las mentes y los corazones de las personas, no lo sé, pero sea lo que sea no tiene buena pinta. Si además añadimos unas campañas y propagandas que alimentan una animadversión a la maternidad y, que se convierte en un menosprecio del ser humano, todo se complica en exceso.

Esa mentalidad no va a cambiar de la noche a la mañana, no lo va a hacer, por mucho que lo pensemos y deseemos. Ya me gustaría, con un clic que cambiaran esa forma de pensar, pero eso no va a suceder y no sería una buena forma de actuar y no es esa mi manera de actuar, las cosas se tienen que hacer de otra manera.

Porque de lo que se trata no es condenar a los abortistas y a los que los apoyan, no quiero eso, sino convencerlos de que están equivocados, que comprendan el error que están cometiendo. Ayudarles a rectificar.

En fin, acordémonos, aunque sea un día después, de los niños abortados como mártires que son de la cultura de muerte, pero acordémonos también de aquellas otras víctimas que están aquí con nosotros y que necesitan comprender y entender.

Y es que en todo aborto existen, al menos, dos víctimas. Quien no ha nacido y la madre. Y encuentro triste que se quiera utilizar un discurso de liberación para enmascarar el drama. Hay personas que defienden que lo que está en juego es la libertad de la mujer para hacer con su cuerpo lo que crea más oportuno y conveniente, olvidando que ya no se trata solo de su cuerpo, sino de otra vida distinta, que ha comenzado un lento proceso de la transformación en su interior.

Lo que encuentro a faltar en esa forma de ver el aborto es que olvida que la realidad del aborto deja, al menos, dos víctimas, y soy consciente de que esto es simplificar mucho, pues, por ejemplo, faltaría aquí otra reflexión sobre la pareja a la hora de decidir. Pero, como digo, hay dos víctimas. Primero, la vida de quien no llega a nacer. Y otra, la de la madre.

La madre es una víctima si es que toma la decisión de abortar presionada por un contexto difícil, por expectativas complejas, por una situación personal, familiar o social tan exigente que parece no dejarle otra salida. Víctima si ni quienes le piden seguir adelante, ni quienes le ofrecen el camino de no hacerlo le abren alguna puerta distinta que permita que esa nueva vida venga al mundo sin plantear problemas que no se pueden asumir. Víctima, quizás, de una sociedad que trivializa y quita trascendencia a las grandes decisiones de la vida, prometiendo un olvido y un pasar de página que en realidad no es tan fácil.

Y aquí esta el reto, encontrar las formas de ayudar a las mujeres y a las parejas en situaciones complicadas a defender la vida.

Buenos días.

lunes, 27 de diciembre de 2021

¿Derecho al olvido?

 “Integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando.”. C.S. Lewis.


Cuando llegan estas fechas, cuando se acerca el fin de año, sin darme cuenta me encuentro realizando un repaso a todo lo bueno y lo malo que me ha sucedido, en esta ocasión en este 2021. Junto con esta necesidad aparece desde hace unos años un, podría llamarlo el “derecho al olvido”.

Voy a explicarlo un poco. Más o menos sería el posible el derecho de las personas a que episodios complicados que nos hayan sucedido, desaparezcan de nuestros recuerdos. Como si no hubieran existido. En principio no parecería existir ningún problema para estar de acuerdo con ello, pero ¿hasta dónde llegaría ese derecho?

 He reflexionado, y habría que pensar muy bien que parte de nuestra vida nos gustaría borrar. Y sobre el peligro que existiría si eso fuese posible, pues diseñaríamos un pasado a la carta. ¿Seriamos los mismos después de borrar un episodio? ¿Qué pasaría con nuestro deber de asumir las consecuencias de nuestros actos? ¿Qué pasaría con la experiencia que no tendríamos?

Creo que todos tenemos la posibilidad de equivocarnos. O de cambiar de opinión. Y saberlo es bueno. Creo que también es bueno aprender de nuestro pasado. Pero claro, para que todo esto funcione bien tenemos que ser conscientes de ello, si fuéramos más conscientes de que nos tenemos que equivocar y que tendremos que afrontar las consecuencias, tal vez nos pensaríamos un poco más los actos que vamos a realizar o las palabras que vamos a decir. Sin embargo, si nos metemos en la lógica de que no pasa nada, y de que todo se puede borrar, no sería de extrañar que cada vez nuestras decisiones fueran más impulsivas. Sin olvidar algo muy importante, que nuestros actos dejan huella y afectan a otras vidas.

La verdad es que nosotros somos herederos de lo que fuimos, nos guste o no y, sobre todo, nuestra sociedad es el resultado, el fruto, de los que nos precedieron y de las semillas que sembraron.  

No puedo mirar al 2022 para colocar mis proyectos e ilusiones sin echar vistazo a este 2021 que se nos termina. El mañana no puede ni debe ser ordenado ni dirigido por quien pretende manipular el pasado. El 2022, se elaborará con nuestros comportamientos y con nuestros hechos, con nuestros sueños y nuestras esperanzas, con nuestra, en fin, voluntad, será lo que queramos que sea; será lo que nuestro esfuerzo determine, lo que nuestra fuerza de espíritu nos ofrezca y seamos capaces de admitir como nuestra, con ella, enderezáremos lo que hayamos torcido.

Pero, a pesar de todo; a pesar de lo dicho y de lo que se hace; a pesar de nuestros dolores de cabeza y a pesar de todos esos todos, en medio de ese ayer y de ese mañana está este hoy, el presente nuestro que hace que nos tambaleemos ante las asechanzas de esa nueva variante rampante del covid que pretende hacer como si el pasado no contase, como si las vacunas y las restricciones no sirvieran de nada y que pretende hacer como si el futuro dependiese de su voluntad. Ignora, ignoran también los defensores a ultranza de este particular malestar de nuestra vida y de nuestros corazones como es esta sociedad deshumanizada, que realmente sólo son un falso sueño, una nada dentro de esa escasa virtud que piensan que los alumbra, cuando solo es un fuego apagado en el que buscan un calor que no calienta.

Cuando el 2022 ya sea ayer, en ese futuro, estos problemas sólo serán una mala pesadilla, una penumbra que pasó, una tiniebla que se habrá disipado de nuestra memoria que, para nuestro bien, también será nuestra vida.

Buenos días.

domingo, 26 de diciembre de 2021

Construir sobre piedra.

 “Integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando.”. C.S. Lewis.


Ha bastado una mutación del covid-19 llegada de Sudáfrica para destruir nuestras esperanzas de salir airosos de esta pandemia. Me da la impresión de que nuestra economía, después de este nuevo revés, se va a ir al garate cuando se dé por terminada la pandemia. Habrá que reconstruir nuestra economía y nuestras vidas, no tendremos más remedio.  

Y, cuando hablamos de reconstruir siempre nos tenemos que referir a construir de nuevo, y como todos ya sabemos se puede construir sobre roca firme o sobre arena. Y, deberíamos, poder construir una España sobre roca firme, la roca firme de la verdad, del amor a nuestra tierra, de la colaboración y el compromiso. Pero, me da la impresión de que vamos a intentar reconstruir nuestro país construyendo sobre la arena del ansia de poder, sobre la arena del rencor y, lo vamos a hacer utilizando escombros como las ideas colectivistas o las ideas del gran capital, ideas que como las primeras han traído dolor y miseria a este mundo y como las segundas que siempre juegan a ganar y el que venga detrás que se fastidie.  

No podemos reconstruir el país pensando que si aumentamos el número de gobernantes y aumentamos el control sobre los ciudadanos todo mejorará sin hacer nada más, esto nos hundiría con rapidez y nos llenaría de tristeza. Los derechos y libertades de cada persona, anteponer el bien común a todo interés particular son la roca firme por dónde empezar.

Lo que puede mantener unidos todos esos elementos es el cemento de la verdad radical, no los chismes ni la propaganda que se paga con nuestros impuestos en los medios de comunicación para que nos aleccionen, nos mientan y nos mantengan ocupados con bobadas y frivolidades.

Nuestra democracia puede funcionar sin alarmismo y mostrando las cosas claras, como los presupuestos del Estado que deben ser diáfanos y transparentes, como los de cualquier comunidad de vecinos. Tanto hemos cobrado y a quien se lo hemos cobrado, tanto hemos gastado para tales y tales necesidades, pero claro, que lo entiendan todos y si hay gastos que no deberíamos de haber realizado, pues los hemos malgastado comprando voluntades o montando chiringuitos, que las personas lo sepan para que nos juzguen con justicia.  

La economía no debe ser algo escondido, lleno de porcentajes y de siglas que no hay forma de traducir, sino fácil de entender para quien quiera informarse seriamente. Y la forma en que los gobernantes conocen nuestras opiniones no pueden ser encuestas “horneadas por el CIS”, pues las encuestas no son el medio de expresión de las personas para comunicarse con sus gobernantes.

La pandemia es una desgracia, pero también es una oportunidad, no para que nos mantengan en un estado de alarma constante para así mantenerse en el poder, como algunos sueñan, sino para hacer un replanteamiento global de nuestra sociedad aquí y ahora, sin aplausos y cacerolas, con mesura, con buena conciencia y con una visión positiva.

Que este tiempo que comenzó con un simple virus respiratorio en China y continúa enterrando a multitud de personas no se nos olvide nunca y nos ayude a actuar en consecuencia.

Empezamos a construir nuestro futuro sobre roca y no sobre arena.

Buenos días.

viernes, 24 de diciembre de 2021

!Feliz Noche Buena¡

     No tenemos muchas cosas de las que alegrarnos estos días, ya sea porque miramos las cifras del covid, o los últimos datos sobre el suicidio en España, o si echamos un vistazo a como nos están gobernando y, casi sin querer, nos damos cuenta de que hace falta esperanza en la gente, que se nos ve tristes, ya no nos basta con ese optimismo sin fundamento que tanto nos muestran, sino que todo debería empezar ya a tener un poco de sentido, ya no nos sirven esas frases tan bonitas que solo sirven para adornar unas bonitas fotos y cuya alegría solo nos dura un minuto a pesar de nuestro esfuerzo en mantenerlas vivas.

Menos mal que la Navidad siempre es un motivo de celebración. Celebrar siempre es una alegría, pero que la celebración tenga sentido además da tranquilidad, esperanza, da paz.

Ya imagino que ante un ¡Feliz Navidad! Alguno dirá ¡para felicitaciones estamos! ¡Con la que nos está cayendo! Pero siempre ha sido así. No es que en los tiempos del nacimiento de Jesús fueran mucho mejores que los nuestros para que los ángeles anduvieran revoloteando de contentos y gritando a los hombres: “les anunciamos una gran alegría”.

Hace dos mil años como ahora había gobiernos imperialistas y pueblos ocupados, guerras fratricidas e internacionales, ricos y pobres, migrantes y desplazados, hambrientos y enfermos, corrupción y mentira. Quizá la diferencia, lo que hace que ahora sea más grave, es que hoy tenemos más medios técnicos y recursos económicos para superar esos problemas, pero la realidad es que el respeto por la persona, por su dignidad y amor hacia los demás no ha crecido en la misma proporción. Si los millones de euros que se inyectan todos los días para la reactivación económica se repartieran entre todos los habitantes de la tierra se terminaría con muchas de las causas que producen el hambre y la pobreza.

También hoy, a pesar de todo, sea cual sea nuestra situación personal, a ti y a mí, a todos se nos anuncia una buena noticia, un “evangelio” que nos afecta y que es positivo.

Dios que pudiendo elegir, eligió hacerse hombre, sacrificarse y eligió morir como hombre en un acto de amor, porque para salvarme a mí como hombre debía hacerse hombre y mostrarme que mi vida no es solo orgánica, sino que también tiene una parte de divina. Una vez que sabemos, que hemos comprendido, que nuestra muerte biológica no es el final, nuestra muerte ya no puede ser la misma y por lo tanto tampoco nuestra vida. Nos mostro que a nuestra vida natural la acompaña una sobrenatural, una vida espiritual, no solo que cuando se termine nuestra vida natural empieza una sobrenatural, sino que ahora, en la vida natural ya puedo sentir y experimentar la espiritual, y es a partir de aquí donde debemos empezar a felicitarnos.

Desde hace dos mil años nuestra vida ya no es la misma porque tampoco lo será nuestra muerte, ya tenemos una luz, una gran luz que nos enseña el camino que hay que seguir y, al igual que entonces, hoy, otra vez un ángel nos habla con palabras que disipan nuestra posible tristeza y desesperanza: “No teman, les traigo la buena noticia, la gran alegría para todos. Hoy les ha nacido un Salvador” (Lc. 2, 10-11).

Con toda razón y fundamento, con amor y esperanza te deseo (les deseo) una feliz Navidad, una permanente Navidad.

Buenos días.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Y tú, ¿por qué viajas?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).


Con la excursión del lunes, doy por terminado el rodaje de la Diverge y, aunque no he conseguido llegar a los 1000 kilómetros, sé que todo ha funcionado bien y no he tenido ningún problema, salvo los normales de acostumbrarme a las manetas del cambio y a los frenos de disco, a los que a día de hoy no estoy del todo habituado, aunque supongo que kilómetros tendré para familiarizarme.

La próxima vez que me suba a la Diverge ya tendrá los portabultos y comenzará otra fase, una fase en la que le colocare el timbre, las luces, el soporte para el móvil y la banda antipinchazos y, seguramente una bolsa en la barra del cuadro, aunque esto aún lo tengo que pensar un poco más.

Seguramente a medianos de enero ya estará lista para viajar y será una parte importante del hasta ahora “imaginario” viaje a Nordkapp. Un viaje al Castillo de Cullera con las alforjas será el principio de la cuenta atrás.

He repetido muchísimas veces la cita de Chesterton que encabeza esta entrada, y no quiero cansarme de repetírmela, para que me recuerde entre otras cosas que viajar no es sinónimo de felicidad ni de audacia, ni que sea necesariamente algo positivo.

Ya sé que existe la idea de todo lo contrario, de que se repite sin parar que: es de sabios viajar pues se así se exprime la vida; que viajar es una forma de combatir la rutina y exige que la novedad de lo desconocido nos sorprenda; viajar es de personas cultas que así absorben el arte y las tradiciones de otros lugares. Parece como si no se concibiera que alguien prefiera disfrutar de lo cercano, de lo cotidiano, que dedique sus vacaciones a cuidar tranquilamente de su familia, a leer, a cuidar su casa… Y ello porque hemos asumido que el que no viaja no quiere abrirse al mundo y prefiere quedarse encerrado en su vida cotidiana.

Para mí, viajar no es ni bueno ni malo, como tampoco lo es el progreso en sí mismo. Es cierto que mucha gente importante e inteligente, fue y lo es actualmente viajera, aunque la considero más como itinerante. Van de un lugar a otro, sin residencia fija, no se hacen selfis ni suben historias a Instagram, y seguro que también descubren muchas cosas que no conocían, y que les gusta eso de estar con gente nueva, no caer en la rutina y conocer sitios diferentes. Probablemente, hasta en algunas ocasiones hacen turismo. Otros días, supongo que se cansan y anhelan la tranquilidad y la familiaridad de su hogar.

Pero el viaje o esa itinerancia tiene o debe tener un sentido. Viajar porque se tenga un mensaje que transmitir, una misión que cumplir, unos conocimientos que adquirir… Y tú, ¿por qué viajas? Y, si no lo haces ¿por qué te quedas en casa? Lo importante es que encontremos la respuesta por nosotros mismos y no que otros lo hagan en nuestro nombre.

¿Viajamos para tener algo que contar o lo hacemos para crecer, para mejorar? Selfis, historias en instagram o facebook, likes, me gustas, buscar la mejor foto, subirla a todas las redes, comprar muchos recuerdos, mostrar el viaje perfecto, experimentar un sin fin de experiencias... y luego, ¿que nos queda de esto?, ¿tiene sentido viajar así?

Tenemos la suerte de poder viajar, no con la libertad de antes del covid-19, de conocer otros países, de ver y experimentar otras formas de vivir la vida; sin embargo, en ocasiones solo consumimos turismo. A veces en los monumentos solo buscamos el mejor selfi, lo que nos obliga a visitar las ciudades a través de las pantallas de nuestra cámara.

Sin embargo, quizás cuando viajemos deberíamos atrevernos a cerrar nuestras pantallas y desconectar el wifi, los datos.... conectándonos así nuestro interior y preguntarnos qué hacen y porque se construyeron estos monumentos, no ver solo las particularidades de cada zona y de sus gentes sino saber el porqué de todo lo que vemos, y así, tal vez, sería más fácil contestar a la pregunta de ¿por qué viajo?

Cuando viajemos tratemos de tener más conversaciones y menos fotografías; tratemos de dejarnos empapar y transformar por la cultura que visitamos, y preocuparnos menos de comprar tantos recuerdos materiales; busquemos más silencio y menos ruido; más experiencias humanas y menos likes en nuestras redes; más llenar el corazón de nombres y personas, y menos buscar vivir la experiencia de moda o lo que la sociedad nos exige; ojalá busquemos con intensidad más tiempo tranquilo para pensar y tengamos menos actividades...

El viaje cambiaría radical y sencillamente si todas las noches fuésemos capaces de sacar un rato para pararnos a poder ver tranquilamente el recorrido del día y buscar toda novedad que hayamos descubierto.

Porque quizás viajar consista simplemente en tratar de ir disfrutando y descubriendo el maravilloso mundo que nos ha sido creado Por eso, desconecta el wifi del móvil y conéctate a lo importante ¡No viajes para hacer check, viaja para crecer!

Buenos días.

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lunes, 20 de diciembre de 2021

Siempre hay una respuesta.

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton) 

En estos días y por motivo del suicidio de una conocida actriz he vuelto a pensar en el tema del suicidio, y es que se trata de una cuestión que no estaría mal rescatarla con regularidad, no para ponerla en práctica, sino para recordarnos de su sin sentido.

Siempre es muy recurrente en este tema empezar por la pregunta: ¿Tenemos derecho a morir libremente? Con esa simple pregunta ya nos estamos confundiendo, pues hemos mezclado sin darnos cuenta dos términos “mágicos” que nos van a confundir: "libremente" y "tener derecho". Y es que “tener derecho” a algo significa tener libertad para realizarlo. Ya nos habremos dado cuenta de que estamos dentro del círculo de la palabra mágica por excelencia: “libertad”.  

La pregunta se basa en que la supuesta “libertad para disponer de la vida” se fundamenta en el hecho de que el hombre “tiene vida” y por lo tanto debe poder “disponer de ella” a su antojo. Pero, no nos tenemos que olvidar de que hay que distinguir perfectamente lo que significa poseer algo como objeto o haberlo asumido como un don. Yo, recibo la vida, la asumo, me siento con poder para tomar iniciativas, soy responsable de ellas porque puedo dar respuestas a sus consecuencias. Pero que me sienta responsable, activo, capaz de elegir entre varias opciones no equivale a considerarme “dueño” de mi vida, como soy dueño de mi bicicleta.

Lo que nos confunde muchas veces, y es peligroso, es reducir al mínimo el concepto mismo de vida humana. No todo lo que hago es un simple producto que pasa a ser parte de mis posesiones. Un ejemplo: un hijo no es “producto” de un acto; es “fruto” de un encuentro personal. Por eso mismo somos progenitores, no productores. De igual forma, no todo lo que soy puedo considerarlo como un objeto de mi posesión. Yo soy un ser viviente, personal, pero no cabe decir que “tengo vida”, si tomo el vocablo “tener” en sentido riguroso, como debe hacerse al tratar un tema en el que juegan ciertos vocablos un papel decisivo.

Lamentablemente, estas reflexiones que acabo de hacer las tienen poco en cuenta, sobre todo los que se dejan seducir por la fuerza conmovedora y emotiva que tienen las palabras “derecho” y “libertad”, y, más cuando no reflexionamos sobre ellas.

Como siempre que se abarca un tema tan amplio se dejan muchos aspectos por tratar, y, como muchas veces sucede da la impresión de que algo no funciona bien en nuestra sociedad e inevitablemente nos surgen preguntas como: ¿Qué sociedad es esta que, con la esperanza de vida más alta de la historia, nos empuja a la muerte? Una de las cosas que pueden estar sucediendo es que algo falla en nuestras relaciones personales, que facilita el suicidio, que evidentemente se produce por la ausencia total del sentido de la vida. Sin entrar en ningún caso en concreto, se puede ver que las relaciones que se establecen entre las personas son cada vez más superficiales, cada vez más distantes y engañosamente egoístas. ¿Cómo explicar pues que te sorprenda que un amigo tuyo se quite la vida? ¿Cómo no percibir nada hasta que ya todo sea inevitable?

La verdad es que, en una sociedad que es tan egocéntrica, no siempre acabamos encontrando a quien necesitamos, a aquella persona que nos ve con cariño para escucharnos, acompañarnos y, a veces, orientarnos en lo que resulta mejor para nosotros. Si, además, muy pocas veces hemos pensado en la muerte o muy pocas veces nos hemos dado un buen paseo por nuestro interior, vamos a estar indefensos ante las dificultades que sin duda nos vamos a encontrar en nuestra vida. Durante nuestra vida, ¿cuántas veces nos hemos esforzado por buscar nuestro verdadero sentido?

Es difícil esa búsqueda. No por qué sea inalcanzable y se encuentre muy escondida, sino porque debe ser constante y humilde. Pensemos qué es lo más prioritario para nuestras vidas. Pensemos dónde arraiga realmente el amor. Vivir desde la indiferencia queda comprobado que no nos conduce a la felicidad. No se puede vivir sin preguntas; mucho menos sin respuestas. No se puede vivir de espaldas a las respuestas, porque quizás acabemos por darle la espalda al mundo.

Buenos días.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Una época muy rara y fea

 “No temas que tu vida llegue a su fin; más bien teme que nunca tenga un comienzo.” J. H. Newman.

Suma y sigue, con el afán de hacerle el rodaje a la Diverge, estoy aprovechando cualquier momento para realizar kilómetros, no son salidas muy largas, aunque procuro que sean lo más continuas posibles. De momento no puedo realizar recorridos que me ocupen todo el día, sin embargo, intento superar los 50 kilómetros.

Al no tener los portabultos instalados no la puedo utilizar para el uso diario, como para ir a la compra, pero con una mochila pequeña intento usarla siempre que puedo. Pues me muevo mucho a pesar de las limitaciones y de los miedos que nos esta imponiendo la pandemia.

Realizo una vida lo más normal posible, y procuro repartir el tiempo lo mejor posible. Y es que, estamos en una época muy rara y fea. Porque, aunque quiera buscarle el lado bueno, qué lado bueno puedo encontrar en dejar de ser como, por suerte, podía ser. Éramos personas casi completas que ahora hemos abandonado, por obligación, el acercarnos, el mirarnos y poder identificarnos, ver las infinitas expresiones tanto en los ojos como en la boca, con la expresión de los labios y las múltiples arrugas que con los años nos van dando cada vez más expresividad. Ahora sólo podemos adivinarnos por la mirada, que está muy bien, pero ¿y el resto? Hemos abandonado lo que considerábamos necesario para relacionarnos, a cambio de aislarnos, porque esta pandemia nos ha vuelto seguidores incondicionales de ser como una isla.

Da tristeza dejar de ser como éramos cuando, entonces, éramos felices. Es verdad que nos quejábamos, como siempre, porque quiénes seríamos sin quejarnos. Nos llamaban idealistas cuando solo éramos realistas. Y es que ahora, la felicidad no se ve como antes. Y es que, ahora, aparte de perder visibilidad, de perder contacto y gestos de afectividad, hemos ganado en miedo. Y con el miedo perdemos todo lo que un día ganaron nuestros padres por nosotros: la vida.

Estos días comentaba mientras me tomaba un café, que no nos imaginamos cómo será olvidarnos de las mascarillas. Volver a la espontaneidad que tanto nos definía y nos marcaba, porque así éramos nosotros. Y, sobre todo, comentaba con ese aire intelectual que nos da a veces la franqueza, esa franqueza que prefieres muchas veces no creer, que podía suceder perfectamente que estuviéramos delante de una nueva forma de vivir y que nunca volvería lo de antes. Y lo peor de todo, que podemos olvidar lo que somos.   

Si no estamos atentos, si no tenemos cuidado, nos podemos morir en el sentido más estricto de la palabra. Y es que, si no, moriremos sin morir, que es de las peores cosas que nos pueden suceder mientras estamos vivos. Qué tristeza perder tanto que ya no nos merezca la pena ni siquiera vivir. Qué angustia dividir y hacer tan independientes los momentos que dé igual que existan o no.

No estoy diciendo que tengamos que hacer exactamente lo de antes, aunque ojalá. Simplemente por el hecho de que me preocupe de aquellas cosas tan banales que antes me interesaban porque significaba que estaba bien. Esto va de cómo no dejar de ser como éramos cuando todo lo que nos rodea nos lo pone difícil. Cómo conseguir las expresiones de cariño que ahora se consideran repulsivas. Cómo mantener la esencia de lo que somos en un mundo que nos está complicando aún más todo lo relatico al amor.

Todo esto me preocupa y me da miedo en un viernes que esta en  la antesala de la Navidad.

Buenos días.

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jueves, 16 de diciembre de 2021

Feliz Navidad

     Pase parte del lunes preparando la casa para estas Navidades, adorne el balcón y arme el Belén. La sola colocación del Belén ya supone una celebración cristiana, por lo tanto, el saludo con el que felicito este periodo es el de “Feliz Navidad”. 

El saludo “Felices Fiestas” no lo utilizo, aunque en muchos lugares y por muchas personas se utiliza mucho, prefiero el sentido católico de esta entrañable festividad, el nacimiento del Hijo de Dios.

Me gusta más el Belén, no recuerdo haber utilizado el árbol de Navidad, seguramente por ser una costumbre muy nueva en España, aunque no estaría mal para el año que viene copiar el ejemplo tan repetido en la Plaza de san Pedro en Roma, donde el árbol da cobijo al pesebre.

He visto, no sin cierta tristeza, que se este invitando desde las instituciones a utilizar el “Felices Fiestas” con el motivo de no herir sensibilidades, al considerarse inclusivo. Me llama la atención que una parte de la política institucional insista tanto en desvincularse de su tradición cultural y religiosa. Estamos en una sociedad que era eminentemente cristiana y ahora debería facilitar la convivencia de todas las sensibilidades religiosas. Y a las instituciones solo les pido que sean neutrales.

Lo que sucede es que neutralidad no es renuncia. En nuestra sociedad caben casi todas las sensibilidades y hay que trabajar para que quepan las más posibles.

Se debe poder felicitar una fiesta que es cristiana con naturalidad, y esto no es solo un derecho de los creyentes, es un reconocimiento social a una Historia, con letras grandes, que nos ha traído hasta donde estamos hoy, una Europa que es el mayor espacio geográfico de libertad del mundo. Negarse a celebrar la Navidad como lo que es, creo que es renunciar a todo esto.

Y es que, pienso, que los creyentes tenemos el derecho a que la neutralidad de las instituciones sea positiva, acogedora, inclusiva también con quienes creemos. No creo que nadie se ofenda por felicitar la Navidad en Navidad. Igual que creo que nadie se ofende por felicitar el Ramadán en Ramadán, o el Janucá en Janucá, etc. Por no hablar de las distintas reivindicaciones sociopolíticas con las que nos bombardean desde las instituciones continuamente. Libertad es poder hablar de todo en público, con el límite claro esta de la dignidad humana.

Que estamos en un Estado laico no quiere decir que sea un Estado laicista. Yo, ni nadie creo, que este reivindicando la vuelta a la Cristiandad: ese espacio en que el Cristianismo es la religión oficial y lo demás queda relegado. Ni ya se puede volver a ello ni siquiera es deseable. Lo que no puedo aceptar, ni pienso que no se puede aceptar como si tal cosa es que se arrebate el significado religioso a una fecha eminentemente religiosa.

No necesitaría recordar que en Navidad se celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, de Cristo. Y si no es eso, la Navidad no es nada. Una reunión familiar más, una cena con los amigos, una fiesta que nos suele salir muchas veces demasiado cara.

Buenos días.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Prioridades.

     Una “escapada” más con la Diverge, con la intención que ir cogiéndole el “tranquillo” y realizarle un rodaje de alrededor de 1000 km antes de hacerle una primera revisión y ponerle los portabultos. 

Después, empezaremos las pruebas con las alforjas para dejarla preparada para viajar.

Como es de suponer, en ese camino aparecen preguntas y dudas acerca de muchos aspectos que están relacionados con el próximo viaje, no solo como se comportara la bicicleta sino también como me comportare en una experiencia tan larga. Surgen preguntas también sobre aquellas cosas que ya daba por resueltas y me sumergen de nuevo en la labor de comprobar si las soluciones que encontré continuaran funcionando.

 Pero con el tiempo he descubierto que estas “crisis” aparecen especialmente cuando percibo que se acerca algo importante. Son como un toque de atención que me permite estar más atento al viaje y a sus preparativos.

Esto me lleva a que, casi me alegre de estos momentos de “crisis”, estas pequeñas dudas hacen que ahora sea muy fácil ver la solución, que lo que ahora es una piedrecita en el zapato fácil de quitar, no se convierta con el roce, durante el viaje con la sensación de ser mucho más grande y afilada, que me impida avanzar.  

Todos tenemos nuestras prioridades en nuestra forma de viajar, y sin darnos cuenta las tenemos ordenadas, distinguimos lo importante de lo superfluo y todas las cosas que llevamos o hacemos tienen su nivel de prioridad. Es normal que nadie las ordene en una lista por orden de importancia, mientras sólo tengamos que decir esto es importante y esto otro no lo es, todo va bien.

Pero en la práctica a veces no es tan fácil. Aunque la idea de ordenar las prioridades no parezca normal, los viajes y la vida están llenos de situaciones que chocan, y hay que elegir por orden de prioridad. La dificultad que se nos presenta con la práctica es que consiste en hacer, que es más difícil que hablar. Resulta que mientras hago una cosa, no puedo hacer otra y no hacer algo también es una opción. Para complicar un poco más las cosas, en la práctica se mezcla lo importante con lo urgente, y todo puede llegar a ser un auténtico lío. A poco que repasemos lo que hemos hecho, descubrimos que muchas veces hay una incoherencia entre lo que decimos en teoría y lo que hacemos en la práctica.

Cuantas veces no hemos visto como nuestras prioridades van cambiando durante un mismo día, cuantas veces no nos ha sucedido que íbamos a la compra de algo necesario para la cena y durante el camino nos entretenido en mantener una charla con un amigo que nos ha hecho llegar al supermercado antes de que cerrará. Cuantas veces al llegar a la tienda y encontrarla cerrada no hemos dicho, tampoco era tan importante, peor hubiera sido un accidente por ir con prisas. ¿Qué hemos hecho? Acudir a la salud, decir que la salud es lo más importante o recurrir a la familia que también es muy socorrida en estos caos, para al final hacer lo que nos apetecía.  

O sea, que parece que la clave en el orden de preferencias puede estar en decir que lo más importante soy yo y lo que me apetece en cada momento, así no habría incoherencias por ningún sitio.

Podemos tener en nuestro pensamiento nuestras prioridades e ideales, y tenerlos ordenados, pero muchas veces no somos capaces que conectarlos con nuestra vida diaria. Podemos, y a veces lo hacemos, poner la excusa de que la mayoría de las cosas cotidianas no tienen importancia. Pero salvo que no tengamos un accidente que estropee nuestra salud, esas pequeñas cosas son las que constituyen nuestra vida, y es ahí donde nos jugamos nuestra autenticidad.

La solución puede estar en realizar un cambio de perspectiva. ¿Qué pasaría si me preguntase sobre la importancia que algo tiene para el otro? ¿Era importante para mi amigo contarme su situación? Sí.  Si lo del otro empezara a importarme de tal manera que llegara a ser prioritario para mí, si el otro pasara a ocupar un hueco en mi vida de igual a igual… descubriría que hay una forma más humana de priorizar.

En fin, buenos días.

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jueves, 9 de diciembre de 2021

“Los que piensan como yo” o "la gente".

 “Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton)


Me estoy dando cuenta de las muchas veces que se dice y se escribe la frase “la gente”, lo podemos comprobar con solo visitar cualquier página web de un periódico o ver y escuchar las noticias, o las tertulias de la televisión y la radio.

Es más, si nos fijamos, veremos que, sobre todo se habla y se escribe en nombre de “la gente”. Oímos y leemos frases parecidas a las siguientes: estamos haciendo cosas para “la gente”, “la gente quiere…”, lo hacemos “por la gente”, vamos a devolver el poder a “la gente”.

Aparece tanto y se escucha tanto, y por personas tan diferentes, que estoy un poco preocupado, pues estoy seguro de que en ocasiones también yo habré utilizado esos términos, y habré generalizado sobre la gente. Ahora bien, si prestamos atención al contexto en que aparecen estas palabras veremos que muchas veces, cuando uno dice “la gente”, debería ser un poco más humilde y decir “los que piensan como yo”, porque es de lo que en realidad se está hablando.

Si no lo hacemos de esta manera y utilizamos siempre el término “la gente” podemos estar dando a entender de que la gente son los míos y los otros no cuentan. Cuando la realidad nos muestra que hay gente de toda clase, gente de derechas, gente de izquierdas, y gente en medio y en los extremos. Hay gente que apoya a Sánchez y otra gente a Casado, y a Arrimadas, y a quien sea. Hay gente creyente, y hasta católica. Y gente agnóstica, y gente no creyente. Hay gente tóxica. Y gente muy maja. Vamos, que hay gente para todo…

Pero atención, esto no significa que cualquier causa, mientras alguien la apoye, tenga igual validez que otras. Lo que significa es que hay que estar un poco más dispuestos a aceptar otros puntos de vista, otras miradas, porque las personas no somos un rebaño de gente, sino una suma de individuos valiosos, únicos, plurales, complejos, y distintos. Y que quien quiera hablar en nuestro nombre, tendría que escuchar mucho –para luego llegar a la conclusión de que siempre es bueno matizar-. Seguro que hay gente que me da la razón (y otros no)

En fin, así es la vida.

Buenos días.

lunes, 6 de diciembre de 2021

¿Sufrir?

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Por primera vez las ruedas de la Diverge dejaron de pisar asfalto, la saque a pasear por el campo, sobre todo por la montaña y, estuvo bien, aunque tengo que mejorar en lo relativo a las presiones de las ruedas y acostumbrarme a los frenos de disco.

Hay que acostumbrarse, y hasta ese momento se sufre más en la montaña, al menos a mí me cuesta más circular por caminos y pistas con piedras, sufrir, sufrí. No está mal sufrir un poco de vez en cuando, al menos si se hace controladamente. A veces, después de una excursión dura, me asalta la pregunta de si es razonable buscar un sentido al sufrimiento.

Parece claro que si quiero mejorar me tendré que sacrificar y, ese sacrificio siempre me va a costar un esfuerzo y muchas veces producirá sufrimiento. Sin embargo, es fácil entender el sentido de ese sufrimiento ya que me va a conducir a una mejora.

Con el resto del sufrimiento humano cuesta más encontrarle un sentido; enfermedad, muerte, desastres naturales y no tan naturales. No estoy señalando si puedo disminuirlo, sino; qué sentido tiene esa situación en la que todo mi esfuerzo para disminuirlo o evitarlo ha llegado a su fin. En efecto, ¿qué sentido puede tener algo que no quiero, que nadie puede querer para sí mismo?

Al fin y al cabo, el sufrimiento suele ser normalmente un sin sentido. Todos tenemos miedo a sufrir, y la misma pregunta sobre el sentido del sufrimiento ya se atisba un sin sentido.

Hoy en día da la impresión de que no se sabe qué hacer ni qué decir delante del sufrimiento. Sólo se intenta evitarlo, y, como no se consigue hacerlo del todo, se silencia hasta la interpretación de su sentido, un ejemplo extremo lo encontramos en la eutanasia. Ahora se crece con muy poca tolerancia a la frustración. Y así, al evitar todas las estrecheces nos incapacitamos para disfrutar de los grandes horizontes: somos por eso menos felices, tenemos menos alegría. Se intenta ocultar la muerte, pero no se enseña a morir.

Podemos encontrar varias respuestas para el sentido del sufrimiento: por ejemplo, la de que ni siquiera deberíamos plantearnos el sentido del sufrimiento, porque el sufrimiento es algo que pertenece a la naturaleza, y que se considera necesario, así que ante el dolor sólo cabe la resignación.

Otra respuesta para evitarlo podría ser, aceptarlo como algo que no puedo cambiar, llegando a la apatía o la impasibilidad. En la práctica es una respuesta difícil de poner en práctica, sobre todo ante un dolor intenso. Pensando de esta manera sólo nos quedaría la salida del suicidio, pero claro, entonces se destruiría lo que se quería respetar: la persona tal como es.

Otra forma es intentar suprimir el sufrimiento anulando nuestra voluntad, el yo, que es el origen de la voluntad y de la libertad.

Si repasamos las respuestas anteriores nos daremos cuenta de que no son en realidad respuestas al sentido del sufrimiento, sino intentos fallidos de suprimirlo.

La única respuesta que creo más acertada es la que se podría resumir así: el sufrimiento tiene sentido sólo si todo tiene sentido. Ya sé que esto no elimina todo el misterio del sufrimiento ante lo que, a nuestros ojos, parece que no tiene sentido.

No es sencillo, es más, muchas de las veces es imposible encontrar ese sentido, sin embargo, si sabemos que lo tiene nos va enseñando, o nos ha enseñado, cosas que nos son valiosas para nuestra vida: ordenar nuestros valores, darnos cuenta de que muchas cosas pequeñas son importantes, no colocar nuestros objetivos en el éxito profesional, preocuparnos más por los que nos rodean.

Entonces, aunque no sea capaz de ver en el momento que sufro, un motivo, tengo el consuelo, me consuela saber que tarde o temprano lo encontraré, así el sufrimiento es consuelo. Sin embargo, esto presenta un problema, si bien yo puedo buscar un motivo y por lo tanto puedo tener un consuelo, ¿qué sucede con los que no pueden? Por ejemplo, los niños pequeños, esto amplía el misterio del dolor.

Lo que soluciona el problema no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la adversidad que estamos padeciendo y encontrar en ella un sentido. Ante tanta dificultad para encontrar una respuesta clara al sentido del dolor, sólo puede existir una solución; el sentido del sufrimiento sólo puede existir si no tiene la última palabra, porque nos abre las puertas a una Vida nueva, donde ya no hay sufrimiento alguno.

Buenos días.

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miércoles, 1 de diciembre de 2021

Pensar las cosas.

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Según nos vamos relajando con las precauciones anti covid-19 nos vamos llenando más de reuniones y charlas, charlas que surgen en cualquier lugar y circunstancia. Conversaciones que se producen la mayoría de las veces para algo más que para “pasar el rato”. En el fondo surgen de nuestra necesidad de conocer, de buscar el conocimiento de las cosas y de las situaciones, y aunque este no sea el único objetivo de nuestra vida, es un medio que nos permite ser y actuar como hombres.

A diferencia de los animales, nuestro instinto es insuficiente delante a los problemas que tenemos que afrontar, como puede ser el de alimentarnos, el de tener o encontrar una casa, el de comunicarnos con los medios actuales, el comercio, etc. Estas necesidades junto con otras son las que nos llevan a buscar y a adquirir conocimientos en la escuela, a buscar soluciones en la técnica, en la ciencia, etc.

Esa búsqueda de conocimientos no es una cosa que tenemos como pueda ser un traje o un coche. El conocer las cosas significa comprenderlas, es darse cuenta de su esencia, es ver e interpretar la realidad.

Se trata simplemente de pensar las cosas, acto que muchos renuncian a realizar para evitarse problemas: basta con hacer lo que hace la mayoría, dicen. “Lo hacen todos” es el argumento moral definitivo en favor de una posición cualquiera porque nos exime de pensar.

Podría atreverme a decir que sólo vale la pena charlar o dialogar cuando y donde las ideas se toman en serio, cuando se tiene la convicción de que la propia idea se corresponde con la verdad. Donde cada uno da sus razones porque esta convencido de la verdad de su posición, y esto nos lleva no necesariamente a cambiar nuestra idea, sino, sobre todo, porque nos enseña a pensar por nuestra cuenta. Tomar nuestras decisiones personales basándonos en “lo que hacen todos” es lo mismo que tirarse por un acantilado porque todos se tiran, esto es, a dejar de pensar.

Es fácil leer o escuchar que la culpa de lo que le sucede a nuestra sociedad se encuentra en una u otra ideología, y puede ser, pero si a continuación se añade que son nuestros dirigentes los que llevan adoptando una mala filosofía desde hace tiempo, nos damos cuenta de que esa posición resulta demasiado cómoda, pues traslada el problema y la posible solución al trabajo de los especialistas en cada campo, mientras que se piensa que el hombre de a pie, lamentablemente no puede hacer nada.

Esta manera de enfocar las cosas, de llegar a la conclusión de que hay filosofías buenas y malas como si eligiéramos el color de nuestro coche, o unos zapatos u otros, no es la mejor manera de abordar un tema tan serio. No es que no sepamos lo que nos pasa, ni tampoco que nos resulte imposible averiguarlo realmente. Lo que nos pasa es más bien que hemos renunciado a pensar.

Pensar es complicado. No nos da una gratificación instantánea como la mayoría de las cosas que solemos hacer. Por eso quien piensa y llega a sus propias conclusiones es considerado a menudo como un ser extraño, como una persona fuera de la “realidad”.

No se puede vivir sin pensar, no podemos trasladar nuestras decisiones a otros, sean ya las modas, las mayorías o la tradición. Es fácil que nunca haya estado de moda pensar, pues los que lo hacen se convierten en una molestia, pero es que los conflictos son un rasgo inevitable de todo tipo de sociedad humana, lo vemos en la familia, en la comunidad de vecinos, en la comunidad internacional y por supuesto en los parlamentos y ayuntamientos.

Buenos días.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Nuestro GPS.

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton) 

Voy acumulando kilómetros, tal vez demasiados para estar haciéndolos sin alforjas, ir tan ligero ahora no pienso que sea demasiado bueno para realizar un viaje con alforjas.

Aunque el año que viene creo que voy a conseguir llevar algún kilo de menos, y no me refiero solo a los que se quedan en casa con la nueva bicicleta, sino que he aprendido a discernir cuándo algo es necesario o no, de modo que llevare las cosas que tengan una verdadera utilidad.

Ahora es fácil repasar la lista de lo que no utilicé y apartarlo, pero según se vaya acercando el día de cargar las alforjas se empieza a dudar, y dudamos a pesar de saber que el truco se encuentra en utilizar correctamente el material.

¿Cuánto se necesita para viajar en bicicleta? En realidad, se necesita de poca cosa, pero nuestro mundo cada vez nos ofrece más y más, estableciendo dependencias que nos someten, necesitamos cada vez más de las nuevas tecnologías, y sin embargo siempre hemos viajado con un simple mapa y no sentíamos la necesidad de estar conectados ni de ir retrasmitiendo nuestras experiencias.

Viajamos con el deseo de alcanzar aquello que tanto nos ilusiona (conocer mundo, …) y nuestro viaje se adapta y se mueve a ese ritmo, sin embargo, si no tenemos cuidado, puede llegar el momento en que a pesar de tenerlo todo preparado sentimos una insatisfacción, pretendemos que toda la preparación y todo el material que llevamos llene un vacío interior, que no se ha llenado como las alforjas y es posible que tampoco lo haga en el viaje.  

Cuantas veces no habréis leído en este blog la frase de Chesterton: “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”, hay que tener algo en nuestro interior para poderlo engrandecer, de la nada no puede surgir nada.

Nos resulta cómodo y muy útil utilizar un navegador. Le ponemos el punto al que queremos llegar y el lugar en donde nos encontramos y mientras pedaleamos, vamos recibiendo las instrucciones. Si nos equivocamos nos lo advierte y recalcula el itinerario. Funciona, y por lo general bien, pero en nuestra vida, a pesar de que sería interesante, no disponemos de un dispositivo, de ningún aparato para caminar seguros por la vida y nos desorientamos muchas veces. Y, sin embargo, si nos detenemos un poco, veremos que si que tenemos un sistema de orientación.

Estamos dotados de razón, de alguna manera nuestra razón es capaz de percibir y analizar la situación en la que nos encontramos, además poseemos voluntad, que posee la suficiente fuerza para tomar conciencia. La conciencia detecta la existencia de unas normas de funcionamiento que tenemos impresas en nuestro subconsciente y nos advierte de peligrosos desvíos que no debemos tomar.

Está claro, si para viajar con el GPS tenemos que saber el punto de salida y el punto de llegada, también tendríamos que conocer con exactitud nuestro punto de origen y nuestro destino, no solo para alcanzar esta o aquella cosa, sino para la totalidad de nuestro viaje por este mundo, eso que normalmente llamamos nuestra vida sin darnos cuenta muchas veces de que más que nuestra la tenemos prestada.

Si utilizamos poco la razón y la conciencia, se nos estropearán, no funcionarán bien. Razonar para encontrar la verdad de nosotros y nuestro entorno, para distinguir lo bueno de lo malo, lo útil de lo superfluo, lo saludable de lo nocivo, es un espinoso trabajo al que renunciamos ya que nos resulta más cómodo aceptar lo que nos ofrecen en el mercado de las ideologías, de la publicidad, del consumo, de la política o de los medios de comunicación, siempre que nos faciliten la mayor cantidad de placer y nos eviten responsabilidades y preocupaciones. Quizás por ello somos decididos partidarios de que el estado del bienestar cuide de nosotros.

Puede suceder que nuestra conciencia proteste del mal uso que hacemos de la razón y de la voluntad, y que lo esté haciendo por un tiempo, pero al final terminará por cansarse y enmudecer, sobre todo si la engañamos diciéndole constantemente que no existe nada que nos vaya a pedir cuentas de lo que hacemos ni que exista otra vida, más grande y definitiva, después de nuestra muerte.

Aunque no fuera más que, por si acaso, estuviese bien pensar que nuestro punto de destino no es la muerte, sino otra vida distinta y perdurable que hay que asegurar.

Buenos días.

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domingo, 28 de noviembre de 2021

¿Interés general o bien común?

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton)

Cada cierto tiempo nuestros políticos vuelven a ampararse detrás del “interés general” para promulgar, defender leyes y posturas, que no se podrían defender sino no es de esta forma. Y lo hacen intentando que confundamos el “interés general” por el “bien común”. Parecen lo mismo, pero no lo son.

Las palabras y los conceptos llevan una gran carga ideológica que se va asentando a lo largo de muchos años, y no son irrelevantes. Nuestros políticos se han acostumbrado a mentir, o por decirlo mejor, a decir lo que sus oyentes quieren escuchar, y estos no se preocupan de averiguar si lo que oyen es la verdad o meramente su verdad, la única que están dispuestos a escuchar. Pero los políticos, si es que aspiran a gobernar y lo consiguen, no deben gobernar solo para los suyos, sino para todos y, por tanto, a todos deben dirigirse y deben cuidar muy mucho qué palabras emplean, no sea que les acusen de haber mentido; y si les acusan, poder defenderse diciendo que lo que dijeron no es lo que dicen los críticos, sino lo que aparece en las hemerotecas, fonotecas y pantallazos en las redes sociales, captados antes de ser borrados. No hacer oídos sordos y no prestarles atención a esas acusaciones.

No es lo mismo referirse al bien común que al interés general. Ambos conceptos son muy importantes, pero no son idénticos. Veamos, el interés general, en una sociedad democrática y plural, moderna, que se rige por la opinión, no es posible conocerlo del todo y sólo podemos aproximarnos a él por medio de las encuestas y de las citas electorales. Por ejemplo: la decisión de los ingleses, expresada en el referéndum, de salir de la Unión Europea, responde a lo que la mayoría (52%) identifica con el interés general, pero no se identifica con el bien común, pues hay una minoría importante a la que perjudica claramente, la mayoría de los jóvenes británicos; Por cierto, también va en contra del principio de solidaridad con el resto de los ciudadanos y pueblos de Europa.

Otro ejemplo de contraposición entre el interés general y el bien común lo tenemos en la legislación española actual sobre el aborto y sobre la defensa –o no- del “nasciturus”, proposición que se hizo, hay que recordarlo, por una mayoría de diputados y aceptada de hecho por la minoría parlamentaria que años después fue mayoría y ahora es minoría mayoritaria. Sin duda, debe haber encuestas que confirmen que el interés general de la mayoría de los ciudadanos apuesta por el eufemismo de la “interrupción voluntaria del embarazo”, sucede que las encuestas suelen confirmar la opinión de quien las encarga; y es que, si lo pensamos por un momento nos podemos dar cuenta de que un proceso interrumpido esencialmente puede volver a funcionar, podemos volver a ponerlo en marcha, lo que no es el caso del feto abortado. Esta legislación es contraria al bien común porque va contra la dignidad de la persona humana del nasciturus, aunque pueda ser de interés general si una mayoría declara que el nasciturus no es una persona, por más que un embrión anidado, si se le cuida, se le acepta, se le ama y se le educa desde el nacimiento, acaba siendo rectora de universidad o fontanero.

No estoy despreciando el interés general. Solo sugiero que no puede ser la última palabra de una opinión general cambiante, pues la democracia, el menos malo de los sistemas políticos posibles, se basa también en principios generales prácticos que todos debemos respetar, expresados, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en otros Convenios Internacionales. Tengo la sensación de que nuestros políticos se dejan llevar demasiado deprisa por las encuestas y no respetan los consensos internacionales ni autóctonos, lo que deteriora la calidad, siempre frágil, de la democracia. Y esa, creo, es una de las causas del surgimiento y crecimiento exponencial de los populismos.

Buenos días.

sábado, 27 de noviembre de 2021

¿Lo que me dé la gana?

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Durante el recorrido diario por los “medios digitales”, esta mañana me he encontrado con una frase de C. S. Lewis que me ha recordado la necesitad de continuar profundizando sobre nuestra libertad y la visión que podemos llegar a tener de ella. La frase es la siguiente: “El poder del hombre para hacer de sí mismo lo que le plazca significa el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les plazca”.

Si la reflexionamos veremos que tiene razón, Lewis tiene esa habilidad, nosotros tenemos la capacidad para elegir qué queremos hacer, y qué opciones queremos tomar. No obstante, no se trata de hacer “lo que me dé la gana”. Ya he dicho en alguna ocasión que la libertad, nuestra libertad, implica necesariamente una responsabilidad por nuestra parte, una responsabilidad, también, con nuestra misma libertad. O sea, optar por la vida, por querer lo mejor para mí mismo, pero también para los demás y, esto implica un desarrollo cada vez más auténtico de nuestra vida.

Si elijo unas opciones que me degradan y van en contra de mí salud, ya sea la espiritual o la física, voy a ir poco a poco convirtiéndome en esclavo de esas mentiras, pues, aunque pueda llegar a pensar lo contrario, las pequeñas mentiras y los engaños que nos hacemos nos quitan la libertad y llevan a hacernos la vida más complicada, más oscura.

El creer que tenemos derecho a hacer lo que “nos da la gana” tiene como contrapartida una noción muy equivocada de la libertad, que ya expliqué en alguna ocasión.

Todos los “derechos” tienen algunas condiciones, pues los derechos están de acuerdo con la naturaleza de las cosas. Es decir, están encuadrados y pensados para defender ese valor que trato de respetar. Pongamos los ejemplos del “propio cuerpo”, la “libre expresión” así como también el “género personal”, tan de actualidad los tres.

El derecho tiene que fundamentarse en la verdad, sino estamos traicionando la sana realización de la persona, llevándola, finalmente, a la mentira y destrucción. Cuando se dice que las mujeres tienen el derecho a hacer lo que quieren con su cuerpo, suele asociarse al derecho a abortar. Se considera, equivocadamente la nueva vida, como una “parte del cuerpo de la mujer”.

Cualquier médico, sabe que, de la unión entre el óvulo y el espermatozoide, se genera un nuevo ser, genéticamente distinto a la mujer. Entonces, «quitarse esas células que son parte de su cuerpo», es darle muerte a una nueva vida.

El derecho a la “libre expresión”, que tanto se proclama hoy en día, dice que cualquiera puede decir lo que se le ocurra de otra persona. No importa si son infidelidades, si son secretos, mentiras o habladurías. En realidad, eso se llama difamación, atacar el derecho a la “buena fama”.

Finalmente, con relación al género — tema tan discutido actualmente — si la persona quiere cambiarse de género, es libre para hacerlo. Pero que quede bien claro, está ejerciendo ese derecho de manera equivocada, puesto que está fuera del marco de su naturaleza sexual, con la cual fue concebido. Soy libre y tengo derecho a cambiar de género, pero más importante es la responsabilidad de desarrollar correctamente la vida que me ha sido dada, con un sexo determinado, que tampoco fui yo el que elegí.

Como veis mucho que pensar.

Buenos días.