domingo, 28 de noviembre de 2021

¿Interés general o bien común?

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton)

Cada cierto tiempo nuestros políticos vuelven a ampararse detrás del “interés general” para promulgar, defender leyes y posturas, que no se podrían defender sino no es de esta forma. Y lo hacen intentando que confundamos el “interés general” por el “bien común”. Parecen lo mismo, pero no lo son.

Las palabras y los conceptos llevan una gran carga ideológica que se va asentando a lo largo de muchos años, y no son irrelevantes. Nuestros políticos se han acostumbrado a mentir, o por decirlo mejor, a decir lo que sus oyentes quieren escuchar, y estos no se preocupan de averiguar si lo que oyen es la verdad o meramente su verdad, la única que están dispuestos a escuchar. Pero los políticos, si es que aspiran a gobernar y lo consiguen, no deben gobernar solo para los suyos, sino para todos y, por tanto, a todos deben dirigirse y deben cuidar muy mucho qué palabras emplean, no sea que les acusen de haber mentido; y si les acusan, poder defenderse diciendo que lo que dijeron no es lo que dicen los críticos, sino lo que aparece en las hemerotecas, fonotecas y pantallazos en las redes sociales, captados antes de ser borrados. No hacer oídos sordos y no prestarles atención a esas acusaciones.

No es lo mismo referirse al bien común que al interés general. Ambos conceptos son muy importantes, pero no son idénticos. Veamos, el interés general, en una sociedad democrática y plural, moderna, que se rige por la opinión, no es posible conocerlo del todo y sólo podemos aproximarnos a él por medio de las encuestas y de las citas electorales. Por ejemplo: la decisión de los ingleses, expresada en el referéndum, de salir de la Unión Europea, responde a lo que la mayoría (52%) identifica con el interés general, pero no se identifica con el bien común, pues hay una minoría importante a la que perjudica claramente, la mayoría de los jóvenes británicos; Por cierto, también va en contra del principio de solidaridad con el resto de los ciudadanos y pueblos de Europa.

Otro ejemplo de contraposición entre el interés general y el bien común lo tenemos en la legislación española actual sobre el aborto y sobre la defensa –o no- del “nasciturus”, proposición que se hizo, hay que recordarlo, por una mayoría de diputados y aceptada de hecho por la minoría parlamentaria que años después fue mayoría y ahora es minoría mayoritaria. Sin duda, debe haber encuestas que confirmen que el interés general de la mayoría de los ciudadanos apuesta por el eufemismo de la “interrupción voluntaria del embarazo”, sucede que las encuestas suelen confirmar la opinión de quien las encarga; y es que, si lo pensamos por un momento nos podemos dar cuenta de que un proceso interrumpido esencialmente puede volver a funcionar, podemos volver a ponerlo en marcha, lo que no es el caso del feto abortado. Esta legislación es contraria al bien común porque va contra la dignidad de la persona humana del nasciturus, aunque pueda ser de interés general si una mayoría declara que el nasciturus no es una persona, por más que un embrión anidado, si se le cuida, se le acepta, se le ama y se le educa desde el nacimiento, acaba siendo rectora de universidad o fontanero.

No estoy despreciando el interés general. Solo sugiero que no puede ser la última palabra de una opinión general cambiante, pues la democracia, el menos malo de los sistemas políticos posibles, se basa también en principios generales prácticos que todos debemos respetar, expresados, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en otros Convenios Internacionales. Tengo la sensación de que nuestros políticos se dejan llevar demasiado deprisa por las encuestas y no respetan los consensos internacionales ni autóctonos, lo que deteriora la calidad, siempre frágil, de la democracia. Y esa, creo, es una de las causas del surgimiento y crecimiento exponencial de los populismos.

Buenos días.

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