“El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas” (G. K. Chesterton)
Cada cierto tiempo nuestros políticos vuelven a ampararse
detrás del “interés general” para promulgar, defender leyes y posturas, que no se
podrían defender sino no es de esta forma. Y lo hacen intentando que
confundamos el “interés general” por el “bien común”. Parecen
lo mismo, pero no lo son.
Las palabras y los
conceptos llevan una gran carga ideológica que se va asentando a lo largo de muchos
años, y no son irrelevantes. Nuestros políticos se han acostumbrado a mentir, o
por decirlo mejor, a decir lo que sus oyentes quieren escuchar, y estos no se
preocupan de averiguar si lo que oyen es la verdad o meramente su verdad, la
única que están dispuestos a escuchar. Pero los políticos, si es que aspiran a
gobernar y lo consiguen, no deben gobernar solo para los suyos, sino para todos
y, por tanto, a todos deben dirigirse y deben cuidar muy mucho qué palabras
emplean, no sea que les acusen de haber mentido; y si les acusan, poder defenderse
diciendo que lo que dijeron no es lo que dicen los críticos, sino lo que
aparece en las hemerotecas, fonotecas y pantallazos en las redes sociales,
captados antes de ser borrados. No hacer oídos sordos y no prestarles atención
a esas acusaciones.
No es lo mismo referirse al
bien común que al interés general. Ambos conceptos son muy importantes, pero no
son idénticos. Veamos, el interés general, en una sociedad democrática y plural,
moderna, que se rige por la opinión, no es posible conocerlo del todo y sólo
podemos aproximarnos a él por medio de las encuestas y de las citas
electorales. Por ejemplo: la decisión de los ingleses, expresada en el
referéndum, de salir de la Unión Europea, responde a lo que la mayoría (52%)
identifica con el interés general, pero no se identifica con el bien común,
pues hay una minoría importante a la que perjudica claramente, la mayoría de
los jóvenes británicos; Por cierto, también va en contra del principio de
solidaridad con el resto de los ciudadanos y pueblos de Europa.
Otro ejemplo de
contraposición entre el interés general y el bien común lo tenemos en la
legislación española actual sobre el aborto y sobre la defensa –o no- del “nasciturus”,
proposición que se hizo, hay que recordarlo, por una mayoría de diputados y
aceptada de hecho por la minoría parlamentaria que años después fue mayoría y
ahora es minoría mayoritaria. Sin duda, debe haber encuestas que confirmen que
el interés general de la mayoría de los ciudadanos apuesta por el eufemismo de
la “interrupción voluntaria del embarazo”, sucede que las encuestas suelen
confirmar la opinión de quien las encarga; y es que, si lo pensamos por un
momento nos podemos dar cuenta de que un proceso interrumpido esencialmente
puede volver a funcionar, podemos volver a ponerlo en marcha, lo que no es el
caso del feto abortado. Esta legislación es contraria al bien común porque va
contra la dignidad de la persona humana del nasciturus, aunque pueda ser de
interés general si una mayoría declara que el nasciturus no es una persona, por
más que un embrión anidado, si se le cuida, se le acepta, se le ama y se le
educa desde el nacimiento, acaba siendo rectora de universidad o fontanero.
No estoy despreciando el
interés general. Solo sugiero que no puede ser la última palabra de una opinión
general cambiante, pues la democracia, el menos malo de los sistemas políticos
posibles, se basa también en principios generales prácticos que todos debemos
respetar, expresados, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos y en otros Convenios Internacionales. Tengo la sensación de que
nuestros políticos se dejan llevar demasiado deprisa por las encuestas y no
respetan los consensos internacionales ni autóctonos, lo que deteriora la
calidad, siempre frágil, de la democracia. Y esa, creo, es una de las causas
del surgimiento y crecimiento exponencial de los populismos.
Buenos días.
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