“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)
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El carril bici que une Gandía con Oliva es un paso, casi obligado, para los ciclo-viajeros que bajan en invierno hacia el sur de España, y aunque es difícil coincidir con alguno de ellos, el sábado sucedió una de esas coincidencias.
Cambiar impresiones con personas
que poseen los mismos gustos es un placer que hay que aprovechar siempre que se
pueda, y así lo hice.
Hablar con ciclo-viajeros
sobre cicloturismo es una conversación que parece no tener un final, cada
ciclista tiene sus costumbres y sus formas de distribuir el equipaje, de
moverse, de repartir su tiempo, de comer y de disfrutar de la misma
experiencia. Y, a mí me gusta conocerlas de primera mano cuando es posible. Y
aunque cada ciclista pueda llegar y de hecho así suele suceder a diferentes
conclusiones con los mismos problemas, la verdad es que casi todos hemos pasado
por las mismas contrariedades y por las mismas alegrías.
Seguramente pueden llegar a
ser algo más que conversaciones, no se trata muchas veces de una conversación
si no más bien de una comunicación; comunicarse con otra persona es poner en común,
dar a conocer lo más valioso que se tiene dentro, es profunda, comprometedora
pues nos hace correr riesgos ya que lo mostramos todo. Resulta fácil conversar,
pero en cambio es muy difícil comunicarse de verdad. La simple conversación
sólo entretiene, en cambio la comunicación verdadera enriquece, nos enseña.
Esta es la diferencia
fundamental si miramos el resultado: una cosa es hacer pasar el tiempo, y otra
es entregarle nuestras propias riquezas, nuestro conocimiento, pero nuestro
conocimiento más personal.
Llegados a este punto, no
hay más remedio que profundizar un poco en qué es comunicarse. Entiendo que comunicarse
es poner “encima de la mesa” lo “intimo” de cada uno, lo que cada uno siente
por dentro, que siempre es original, único, exclusivo, irrepetible, y que sólo
uno mismo conoce hasta que lo comunica y que valora como algo personalísimo. Y
claro, esto plantea un serio problema.
Al ser los contenidos de
una verdadera comunicación todas aquellas cosas que están dentro de nosotros, en
nuestro mundo íntimo: sentimientos, emociones, penas, alegrías, tristezas,
desconciertos, dudas, miedos. Cuando uno abre su interior a otro, debe tener
conciencia de que corre el “riesgo” de no ser acogido, entendido como quisiera
y, por lo tanto, una comunicación verdadera no se puede realizar con
cualquiera, en cualquier momento. No podemos exponernos imprudentemente al
riesgo de sufrir un rechazo o una incomprensión.
Por el contrario, en una
conversación son las cosas que nos suceden fuera de nosotros. En una
conversación expresamos ideas, relatos, juicios, razones, explicaciones. Una
conversación puede ser muy interesante, puede durar horas, puede ser entretenidísima,
pero no revela ni regala nuestra intimidad, o si lo hace, lo hace fugazmente,
como quien no quiere y se le escapa una emoción personal. Lo conversado es algo
que otros también podrían relatar, explicar. Lo comunicado, por el contrario,
es algo que sólo el interesado, el que lo experimenta puede revelar y
transmitir. Es su “sentir”, su vivencia personalísima, original, irrepetible.
Por tanto, se comunican
sentimientos íntimos; y se conversan ideas y opiniones. Las ideas no
comprometen tanto, no identifican tanto como los sentimientos. Las ideas se
pueden rebatir. Los sentimientos, por el contrario, son irrebatibles, me
desnudan psicológicamente, muestran mi persona. Si no se aceptan mis ideas en
una conversación, no se sufre nada; pero si en una comunicación no se me acoge
mi sentimiento, se sufre mucho, es como una traición, una puñalada, e introduce
la desconfianza, el temor de quedar herido, y esa persona se cierra.
Mantener una conversación y
comunicarse casi dos caras de la misma moneda.
Buenos días.
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