martes, 30 de marzo de 2021

¿Acto de humildad o de justicia?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Feliz con la excursión de ayer, un circuito nuevo y un nuevo objetivo cumplido, llegar a la cima de Xillibre. Hacía tiempo que veía las antenas de Xillibre como un objetivo, había subido en coche y corriendo, pero nunca con la bicicleta. Y la recompensa al esfuerzo compensa, las vistas que se pueden intuir en un día sin bruma son espectaculares, incluso con bruma la sensación de grandeza se une a la de insignificancia.

Es fácil sentirse insignificante ante tanta inmensidad, si lo hacemos, no estamos ejecutando ningún acto de humildad sino de justicia, pues reconocemos honradamente una verdad; somos muy poca cosa ante todo lo que queda a nuestros pies. Habrá que volver en un día soleado y claro para poder, no mirar, sino admirar lo maravilloso que puede llegar a ser el mundo y la suerte que podemos llegar a tener al poderlo disfrutar.

 Suele decirse que una persona es humilde cuando se abaja ante la grandeza de otra, cuando aprecia una cualidad superior a la suya o cuando reconoce el mérito del otro sin envidia. Pero, si nos detenemos un poco a pensarlo, eso no es humildad sino honradez. Por muy difícil que pueda resultarnos el reconocer la grandeza de una persona o una grandeza como la que se contempla desde las antenas de Xillebre, que llega a eclipsar a nuestro propio ser y nuestras cualidades, el hacerlo no es más que honradez.

Hay que recordar que la humildad no va de abajo hacia arriba, sino inversamente. No consiste en que el más pequeño rinda homenaje al más grande, sino en que éste último se incline respetuosamente ante el primero. Así vista, se comprende muy bien que el grande se incline con bondad hacia el pequeño y aprecie su valor, que se sienta emocionado por la debilidad y se coloque ante ella para defenderla. La verdadera humildad estriba en esto, en el respetuoso inclinarse del más ante el menos; del mayor ante el menor.

La cuestión ahora estaría en aclarar si la belleza que teníamos a nuestros pies en Xillibre esta por encima o por debajo de nosotros, o si nos sentimos superiores o inferiores, o incluso si la Naturaleza es nuestra madre. Mi visión del asunto es clara, la Naturaleza no es nuestra madre: es nuestra hermana. Una hermana pequeña, es más, chiquita, juguetona, de la que reírse a la vez que la amamos. Podéis estar pensando ahora que fue un acto de humildad, pero no.

Un paisaje como ese, sin duda afecta al alma, pero cómo le afecta es cuestión aparte. Haber nacido entre montañas puede significar amor a los grandes horizontes. Puede significar aborrecimiento a los picos. Puede significar, seriamente, no haber visto jamás un valle. Puede significar, agradecimiento al autor. O una mezcolanza de todas estas cosas a de varias de ellas.

Cuando me senté a admirar lo que tenía delante mí, no realice un acto de humildad sino un acto de verdad, de justicia, ya que ante la majestuosidad de tal obra no me quedaba más remedio que reconocer mi pequeñez ante la grandeza de su autor y alabarlo.

En fin, lo dejo por hoy, pues el tema da para mucho más y de lo que se trata es de dejar claro que voy a continuar buscando las ocasiones para seguir admirando cualquier cosa que me rodee.

Buenos Días.

viernes, 26 de marzo de 2021

Hacia una nueva batalla.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)


El velocímetro y las cubiertas fueron compradas e instaladas en mi bicicleta para cumplir un objetivo. El cuentakilómetros me tenia que indicar los kilómetros que poco a poco me irían separando de mi casa en mi viaje al Nordkapp y las cubiertas debían de conseguir que eso fuera posible o acercarme lo máximo posible hasta deshacerse en el camino.

Han conseguido los dos llegar a completar, de momento, los 5000 kilómetros y no se ha cumplido el objetivo. Les he comunicado que no se preocupen, no han fracasado, la covid-19 ha sido ese enemigo imbatible al que no hemos sabido vencer, tal vez nos haya ganado la guerra y ya no alcancemos nunca el Nordkapp o tal vez solo nos pudo hacer retroceder en la primera batalla y este año, tal vez, cuando mayo empiece a adivinarse nos volveremos a poner delante de los mapas y nos enfrentemos a la pandemia para ver si nos deja, al menos, intentar llegar.

La bicicleta también será más vieja y sus más de 25 años serán, espero, esa “voz de la experiencia” que nos sirva para ganar o perder con honor esa guerra o esa nueva batalla.

En este contexto, lleno de reflexiones que intentan ser libres y honestas, hay que conseguir no perder la esperanza. Apenas me pongo a pesar sobre el tema y se levanta ante mi una gran cantidad de preguntas. ¿Cómo y en qué sentido es buena esa esperanza? ¿Estoy en peligro de perderla? ¿Qué ocurre si la pierdo? Son preguntas inquietantes que se me vienen encima como flechas, que me piden una respuesta sincera.

Veamos, en realidad, las personas somos seres temporales y vivimos en el tiempo, mejor dicho, tenemos el tiempo metido en nuestro interior. Nuestra vida es una permanente mezcla de pasado, presente y futuro. Somos siempre presente, pero un presente que se alimenta por el pasado que se mantiene en nosotros. Nuestro presente, por decirlo de otra manera, es un presente de pasados. Son actos y experiencias pasadas que nosotros retenemos en el presente. La memoria es la presencia del pasado.

Un punto importante se encuentra en que este frágil presente, hecho en gran parte de presencias de pasados, es también preparación, gestación del futuro. Nuestro presente es el nacimiento del futuro. De nuestros recuerdos, del contraste entre los recuerdos y los deseos, nacen las esperanzas. Así la esperanza nacerá del presente que se ha enriquecido con los recuerdos de la memoria y desarrollado por los deseos de la voluntad.

Y en esto estamos, tenemos el viaje preparado, tenemos el material a punto, poseemos la experiencia de un año de pandemia y poseemos el deseo de alcanzar el Nordkapp ¿pero hay lugar para tener esperanza?

Y es que, la esperanza es algo más que un deseo. No esperamos todo lo que deseamos. El deseo es más abierto y difuso que la esperanza. La esperanza, hay que fijarse bien, es un deseo de un objetivo complicado y trabajoso, que deseamos y perseguimos como posible y alcanzable. La esperanza encauza y dirige los deseos. La esperanza moviliza y organiza nuestras fuerzas y capacidades para conseguir algún objetivo deseado con realismo y eficacia. Por eso la esperanza, movida por el deseo, es la formación del futuro, es el mismo presente que se estira hacia un futuro determinado, o si se prefiere, el futuro naciendo de nuestro presente, enriqueciendo el presente con los preparativos y los inicios de esos objetivos futuros deseados y esperados y eficazmente perseguidos. Los deseos son como los caballos que viven y galopan sueltos por la pradera, sirven para entretener y embellecer el paisaje. La esperanza es como un caballo bien domado y aparejado capaz de llevarnos a nuestro destino.

Gracias a la esperanza el Nordkapp está ya aquí y el día a día queda enriquecido con la presencia del futuro. Gracias a la esperanza puedo valorar y vivir en el día a día con lo que alcanzare en el futuro. Sin esperanza mi presente queda vacío y abatido. En la esperanza de alcanzar lo que deseamos se oculta el valor y el brillo de cada momento de nuestra vida.

La esperanza no se conforma con desear una cosa, sino que intenta alcanzar la cosa deseada. Por eso se centra en cosas posibles. Podemos decir que hay esperanzas que lo son porque nosotros podemos y queremos alcanzar unos objetivos que realmente nos interesa conseguir.

Digamos para terminar, que el futuro del hombre sobre la tierra en realidad está medido. Todas nuestras esperanzas, alcanzadas o no, agotaran las posibilidades de nuestro futuro. Para todos llega un momento en que la memoria nos muestra nuestra debilidad e impotencia, más que nuevas posibilidades en un nuevo futuro. El futuro terreno del hombre se agota y las esperanzas caen, van desapareciendo. Algo característico de esta situación espléndida que es la vejez, es precisamente el acortamiento del futuro. Ya no hay tiempo para grandes proyectos. No es razonable hacer proyectos a largo plazo, ni siquiera a medio plazo, cuando se van reduciendo las posibilidades de seguir viviendo físicamente y se hace más probable y firme la cercanía de la muerte.

¿Terminará el hombre si terminan sus esperanzas? ¿O es que no termina la esperanza?

Buenos días.

jueves, 25 de marzo de 2021

Superstición progresista

     Mucho se esta hablando de progresismo y de progreso, y me parece que se confunden los términos o al menos así lo veo yo. Son cosas distintas. Progreso es el avance, el perfeccionamiento, el ir hacia adelante.  

Consecuentemente, progreso es que la medicina hoy nos cure de muchas enfermedades que no hace mucho eran mortales. O que hoy recorramos en unas horas las mismas distancias para las que nuestros abuelos necesitaban días o semanas. O abrir un grifo y que salga agua potable o mandar un mensaje al otro lado del mundo con solo pulsar una tecla.

Todos somos partidarios del progreso. Nadie hay que prefiera la enfermedad a la salud, la suciedad a la higiene, la ignorancia al conocimiento.

Pero es importante no confundirlo con el progresismo, esa idea creada por quienes pretenden hacer del progreso su patrimonio privado, enviando a los demás a la categoría de enemigos del avance y amigos de lo antiguo. La podría definir, más o menos, en que todo cambio en la sociedad es bueno por el mero hecho de ser un cambio. No admite razonamiento en contra. Se trata, por lo tanto, de una superstición como otra cualquiera, y como tal comparte todas sus características: es una creencia, es contraria a la razón, entraña una fe desmedida en sus principios, es inatacable bajo pena de no ser políticamente correcto y parece que da permiso a sus defensores para descalificar a sus críticos directamente con el insulto, sin necesidad de argumentación.

Veamos un ejemplo de los cambios sociales propuestos por la superstición progresista: Hay que acabar con la desigualdad de los sexos en los cargos políticos. Ha de establecerse por ley que los ministros, candidatos electorales y otros cargos se repartan al 50% entre hombres y mujeres independientemente de la valía de cada persona. Esto obliga a meter con calzador a incapaces de uno u otro sexo desplazando a capaces de uno u otro sexo con el fin de ser artificial e injustamente equitativos.

Otro ejemplo: Las categorías de padre y madre han sido heredadas de épocas pasadas y por lo tanto son reaccionarias. Además, ya no tienen sentido en una sociedad en la que las familias pueden articularse de muchas formas, aunque para ello sea necesario dar la espalda a la naturaleza. Por ello hay que inventar nuevos conceptos asépticamente asexuados como progenitor A y progenitor B.

Un ejemplo más:  La sacrosanta libertad de cada individuo para hacer lo que quiera con su cuerpo no puede verse limitada por consideraciones morales. Por lo tanto, esa ilimitada libertad exige que sea legítimo el aborto o la eutanasia.

Y otro: Hay que acabar con el sexismo en el lenguaje. “Es inadmisible que en esta época de igualdad entre los sexos y las sexas sigan utilizándose palabras y palabros masculinas y masculinos que engloban a ambos y a ambas. Por ello hay que dictar normas y normos para sustituir en los juzgados y juzgadas, ministerios y ministerias y demás organismos y organismas, los términos y términas masculinos y masculinas por equivalentes y equivalentas en neutro y neutra. Así nadie se sentirá ofendido y ofendida y todos y todas se darán por incluidos e incluidas”.

El ultimo: Se tiene que eliminar el esfuerzo, la valía, la inteligencia, la diferencia personal entre los alumnos, para conseguir una sociedad más igualitaria, es decir, un igualadísimo rebaño de incapaces. Para conseguirlo, se exigirá lo mínimo y se aprobará a todo el mundo. Además, como la historia, la lengua, la literatura, la religión, la filosofía y las humanidades en general no sirven para nada, se valorará sobre todo saber multiplicar y dividir, apretar tornillos y tener soltura con ordenadores y videojuegos. Así estarán preparados para el mundo de las nuevas tecnologías, que es lo que cuenta.

Pensar que cualquier novedad es, por sí misma, buena constituye la más peligrosa superstición. El progresista piensa que el futuro es aquello hacia lo que apunta su nariz. No considera la posibilidad de que su olfato se equivoque. Por eso, todo progresismo es al final decadente; porque nunca se detiene a pensar si avanza hacia la decadencia. Acaso sea esto lo que hacemos hoy en Europa: avanzar hacia atrás, progresar hacia la decadencia, en lugar de retornar al verdadero progreso, que es el del espíritu y la cultura superior.

Mientras, vivimos como sonámbulos que se tambalean en un mundo del que se ha expulsado su sentido. Y no faltan quienes estiman que la más elevada sabiduría consiste en constatar su propia ceguera. Son presumidos que, en su soberbia, declaran que nada tiene sentido.

Se equivocan quienes piensan que es fácil oponerse al espíritu dominante en nuestra época. Si es dominante es porque tiene mucho poder. Y desalojarlo del poder, que ilegítimamente ocupa, es tarea que sólo pueden emprender espíritus heroicos, que estén dispuestos a hacerlo de una manera indirecta y oblicua. Es preciso, ponerse del lado del error para conducirlo hacia la verdad. Pues por nada siente el error más aversión que por la verdad. Para un espíritu educado, es decir, para un espíritu, toda cosa tiene sentido. Y todas las cosas, en su totalidad, tienen un sentido absoluto.

Buenos días.

miércoles, 24 de marzo de 2021

“Valores democráticos”

     Viendo el camino que empieza a tomar la precampaña para las elecciones a la Comunidad de Madrid no queda más remedio que volver a hacer hincapié en la democracia, en lo que significa y lo que es. Ya se empieza a ver como hay partidos que intentan utilizar el término “democracia” como poseedora de unos valores que nada tienen que ver con ella.

Se confunde y confundimos, casi siempre con una buena intención que no niego, la democracia con una serie de valores morales que nos son deseables y que forman un conjunto más o menos aceptado por diversas ideologías: la no violencia, la solidaridad, la tolerancia con el prójimo que es distinto o fastidioso, el acuerdo amistoso, etc.

Si hacemos un poco de memoria nos daremos cuenta de que en más de alguna ocasión hemos hablado de “actitudes antidemocráticas”, cuando sería más propio habernos referido a “actitudes violentas”. Con frecuencia usamos el calificativo de “democrático” cuando mejor iría “bueno”, “ético”, “pacífico”. Un ejemplo que podemos recordar casi todos es el que se dio y aún continúa dándose en el llamado conflicto vasco, el término “partidos democráticos” se usa para referirse a todos aquellos que no apoyan abiertamente la violencia.

Si usamos así el término “democrático” nos resultará sumamente equívoco y obviaremos que pueden darse los casos de que, por ejemplo; un partido que apoya una causa inmoral (o que defiende medios inmorales para su consecución) puede, desde un punto de vista jurídico-formal, cumplir los requisitos del carácter democrático, o bien un partido que defiende la democracia se puede ver obligado a usar o justificar medios violentos de fuerza en casos extremos. No tiene, pues, porque existir una identificación entre democracia y no-violencia. De hecho, históricamente, las democracias se han tenido que armar y lanzarse a la guerra para defender su sistema y protegerse de sus enemigos con una acción que no podía ser sino violenta (caso del nazismo). Del mismo modo, cabría la posibilidad, no tan extraña como parece, que una doctrina no (o anti) democrática pudiese defenderse y difundirse por medios pacíficos.

Esta actitud es la que se resume en una expresión que es muy común, “valores democráticos”. Pues se considera la democracia como un conjunto de valores, lo que nos lleva, inevitablemente, al terreno de la ética. Si observamos el panorama político veremos que, en el fondo de este uso, está la concepción de buena parte del ala izquierda del pensamiento político de la democracia (es una expresión del primero) como “forma de vida”. Idea esta que intenta trascender una idea meramente jurídico-formal de la democracia, que no sólo es un conjunto de normas e instituciones, sino también una serie de actitudes y compromisos.

Esta idea, muy querida a la socialdemocracia europea, tiene, a mi entender, las dificultades que puedo resumir en dos: primera, el sistema puede quedar disuelto en un conjunto de buenas intenciones, en una moral voluntarista, ausente de articulación y formalización; y segunda, hablar de valores democráticos es problemático en el sentido en que, en el marco democrático, han de caber una pluralidad de valores (a fin de cuentas, la democracia es un intento de solucionar el problema de que somos diversos) que se enfrenten en una situación de seguridad y juego limpio.

Este segundo punto es importante y se olvida con demasiada frecuencia por parte de nuestros políticos que continúan dando a entender y en defender que la democracia es, sobre todo de izquierdas.

En fin, volveremos a hablar de democracia y sobre este último punto en otra ocasión.

Buenos días.

martes, 23 de marzo de 2021

Estoy agradecido por esas últimas decisiones.

     Se que posiblemente no me explique bien cuando defiendo o muestro mi visión sobre la vida y la sociedad. Se también que los que no se creen nada ni creen en nada y todo lo fían a un oscuro progresismo se sentirán contentos al saber que, gracias a su empuje y a sus esfuerzos, a su insistencia en las propias tonterías, una gran parte de la sociedad se esta cansando y empieza a ver con claridad a donde se dirigen cuando se toman decisiones como las del ayuntamiento de Palma de Mallorca al cambiar el nombre de algunas calles.

Por tanto, debo dar las gracias a todos aquellos que con tanta generosidad me ayudan, dejando entrever lo que sería una sociedad como la que intentan instaurar. Lo que se perdería en esa sociedad no seria tanto una moral sino la razón; el sentido común que ha guiado a los hombres hasta nuestros días. Una sociedad, como la que nos quieren instaurar en la que los hombres saben que la mayor parte de sus conocimientos probablemente son falsos no merece el digno título de progresista, sino simplemente un mundo impotente y despreciable, que no ataca a nadie directamente, pero lo acepta todo sin confiar en nada. Hasta admite su propia incapacidad para atacar; su propia falta de autoridad para aceptar, e incluso duda de su propio derecho a dudar.

Estoy agradecido por esas últimas decisiones, por esa demostración pública, que tanto me ha enseñado. No podía imaginar que estuvieran tan completamente locos hasta que ellos mismos me lo demuestran de forma tan clara. Nunca pude pensar que la mera negación de mis ideas acabaría en una anarquía tan demencial. Me hubiera costado mucho tiempo y esfuerzo explicar que lo que se estaba desechando no era otra cosa que el sentido común.

Veamos un ejemplo, no voy a mostrar el porqué del cambio de calles en Palma de Mallorca, voy a poner un ejemplo más generalizado. La cuestión del matrimonio, que resulta que es ahora un problema de estado de ánimo. Sus enemigos no tuvieron paciencia para quedarse en una posición relativamente fuerte, esto es, sostener que no se podía demostrar que el matrimonio fuera un sacramento, y que algunas excepciones debían ser tratadas como tales, porque la institución era meramente social. No fueron capaces de conformarse con decir que no es un sacramento, sino un contrato, y que una acción legal excepcional puede romper un contrato, incluido el contrato llamado matrimonio. Pusieron sobre la mesa objeciones que serían igualmente fútiles y fáciles de hacer a cualquier contrato.

 Nos dijeron y continúan insistiendo que un hombre no puede permanecer en el mismo estado de ánimo durante diez minutos seguidos, o sea que no se le puede pedir que admire en una aurora rojiza lo que admiró en un atardecer ocre. Insistieron en que nadie puede asegurar que va a ser la misma persona el próximo mes, ni siquiera el próximo minuto, y que no lo asaltarán nuevas e innombrables torturas si su mujer usa una ropa diferente.

Por supuesto, estos arrebatos de locura pueden aparecer en cualquier otra relación humana, aparte del matrimonio. Nos viene a decir que un hombre no puede elegir su profesión, porque mucho antes de haberse convertido en carpintero puede haber sentido un místico impulso de hacerse aviador, o verse sumido en una pasión vocacional de trompetista. Un hombre puede no comprar una casa por miedo a cambiar de opinión con respecto a las alfombras o las cornisas. Uno puede negarse de pronto a hacer un negocio con su socio, porque él también, como el cruel marido, puede usar mañana una ropa nueva.

Todo esto es sólo una posible aplicación del razonamiento, pero ilustra exactamente el sentido en el que se aplica hoy en día el principio que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla y de qué manera el escepticismo ha evolucionado desde una aparente sensatez hacia una innegable insensatez.

La razón tiene una respuesta contundente: “Si usted piensa de esa manera, ciertamente no podrá fundar una familia; ni ninguna otra cosa. No podrá construir casas, no podrá crear sociedades, no podrá dedicarse a ninguna de las ocupaciones de este mundo. No podrá plantar un árbol, porque la semana que viene podría lamentar no haberlo plantado en otra parte; no podrá echar una patata en la olla, porque en cuanto lo haga será demasiado tarde para sacarla de ella. Su estado de ánimo está marcado por la cobardía y la esterilidad; su forma de encarar los problemas consiste en buscar excusas para no resolverlos.

Muy bien; si usted lo quiere, que así sea, y que el Señor le acompañe. Será respetado por su sinceridad, será compadecido por su sensibilidad. Incluso puede conservar algunas de las cualidades que en ocasiones hacen útil el escepticismo. Pero si usted es demasiado escéptico para realizar estas cosas debe apartarse del camino, para no estorbar a quienes las pueden hacer. Deje el mundo a los que piensan que se puede trabajar en él, a los que creen que el hombre puede hacer casas, sociedades, obras, compromisos que se cumplan. Y si para guardar una promesa, o hervir una patata, o comportarse como un ser humano, es necesario creer que Dios hizo al hombre, que Dios se hizo hombre y que llevará a los hombres a las alturas de la Gloria, por lo menos debe dar una oportunidad a esos crédulos fanáticos.

Creer que se puede obrar por reflexión y libre elección, o sea en el libre albedrío puede requerir casi un milagro, pero no creer en él implica aceptar la locura tarde o temprano. Hacer un voto puede suponer un riesgo enorme, pero huir del compromiso es una silenciosa, cobarde e inevitable ruina. Puede resultar increíble que un credo sea cierto y todos los demás estén equivocados; pero pensar que no hay verdad en ninguno de los credos porque todos son igualmente falsos no es sólo increíble, sino también intolerable. Si todo está igualmente equivocado nadie puede solucionar nada nunca.

Pido disculpas si parece que estoy “cabreado”. Estoy enojado. Es una ira justa. Ira justa significa: estoy indignado por lo que le estás haciendo a otra persona a quien estoy llamado a proteger. ¡Ay de mí sí me callara! Tengo que defender esto. Y yo siento esta justa ira.

Estoy cansado de todo esto, enojado hasta el punto en que me siento tentado a decir: si estás a favor de todas esas ideas “progresistas”, estoy tentado a pedirte que no leas más este blog, que te vayas a otros lugares en la red. Sal de este blog, estoy tentado de decir. Pero entonces pienso: ¿a dónde irías? Así que no te pediré que te vayas. ¿Por qué? Porque esta puede ser tu única oportunidad de cambiar de opinión y de llegar a conocer esta forma de ver y vivir la vida. Así que no te pediré que te vayas. Esta es tu oportunidad. Eres bienvenido aquí incluso si eres partidario del aborto o de la eutanasia, pero tus ideas no son bienvenidas aquí y no les daré tregua.

Buenos días.

P.D. Si quieres profundizar en el tema, más en el “Manantial y la ciénaga” de Chesterton.

lunes, 22 de marzo de 2021

¿Y si a fin de cuentas fuera cierto?

“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)     

    La semana pasada se rompió el sillín de mi bicicleta de “ciudad” y decidí ponerle el de la bicicleta de “viaje” y poner uno nuevo a esta. También, la semana pasada casi se rompió el escafoides de la mano izquierda de Carmen y no pudimos realizar la excursión del domingo, y ahora una vez pasada la inflamación se ha visto que no había rotura y todo vuelve a la normalidad poco a poco. Ayer ya nos subimos otra vez a la bicicleta. 

Y, es que las cosas y las personas se rompen. Por accidente, por desgaste, por motivos imprevistos. Lo que se rompe, a veces puede se puede reparar. Otras veces, como mi viejo y cómodo sillín termina en un cubo de basura.  

Un jarrón, un vaso, una computadora, una pieza del coche, un móvil, un libro, un dedo: cada rotura es diferente y nos provocará una reacción que variará según sea nuestra relación con el objeto en cuestión.

Después de la rotura, nos llega la hora de evaluar daños. Si hay arreglo, calculamos los costos y estudiamos si el resultado vale la pena. Si la rotura es irreparable, analizamos si es posible una sustitución, aunque para algunas cosas eso resulta imposible.

¿Por qué se rompen las cosas? Por su fragilidad. Y porque nosotros mismos no siempre somos prudentes. Por culpa de uno mismo o de otros, un movimiento mal ejecutado arrojó al suelo un plato o un cuadro de la pared.

Si lo vemos con tranquilidad nos damos cuenta de que detrás de cada objeto que se rompe, llegamos a percibir un destino final de todo lo que forma parte de nuestro mundo. Las cosas, incluso las personas, están sujetas a la erosión, a los golpes, al desgaste, al paso inflexible del tiempo.

Por eso, parece absurdo que nos aferremos a un aparato electrónico o a unos zapatos…, cuando tarde o temprano sabemos que puede ocurrir eso que tanto tememos: su rotura, la ruptura de nuestra relación con él. Al observar lo que se rompe, aprendemos a darnos cuenta de que solo sirve cuando lo usamos, y confiamos sencillamente en su reparación.

Con las personas es diferente, pues, aunque estamos seguros, independientemente de nuestras creencias: algún día moriremos, no hay reparación posible. Frente a esto, podemos optar por rechazar esta idea molesta o aceptarla con la serenidad adecuada. Es un dato, mejor dicho, es el dato inapelable de nuestra existencia ¿Entonces, por qué vivir como si no existiera? Es verdad que para un joven la muerte es un hecho lejano, incierto, aunque posible. Pero para los que ya tenemos una edad, tiende a ser cada vez más un componente que forma parte de nuestra vida diaria.

Plantearse la muerte personal en serio significa necesariamente reflexionar sobre el instante siguiente ¿Y si a fin de cuentas fuera cierto? ¿Y si existiese vida después de la muerte? Y si esto fuera así, ¿Cuáles son las condiciones que establecen como será esa otra vida sin fin? ¿Es independiente de nuestros actos en esta vida? Seamos prácticos y razonables. Si nos hemos preocupado por la jubilación y el plan de pensiones, ¿por qué no aplicamos el mismo criterio a preparar la Vida que durará siempre? ¡Oh, es que yo no creo en ella! Muy bien, pero hay que estar muy seguro de esa afirmación. Y eso no es fácil. Para ser exactos, es imposible. Una duda razonable es lo máximo que se puede conseguir. La mayoría de nosotros creemos, con más o menos detalle, que nuestra muerte no es el final, que existe otra vida consciente.

Porque este hecho, la muerte con puerta a otra vida significa la mejor noticia que nunca recibiremos: el fin no existe.

Por eso, es radical el cambio que puede tener la vida de una persona en cuanto deja de pensar en la muerte como un drama y lo piensa como un encuentro. Es cierto que es difícil, para quienes quedan en la tierra, asumir la partida del ser querido como una ausencia temporal, pero por otra parte, el que cree tiene una ventaja increíblemente superior respecto a quien no tiene fe: sabe, con certeza, que algún día el mismo se reunirá con quienes amó y con quien hizo posible ese amor.

Buenos días.

sábado, 20 de marzo de 2021

¿Si existe un derecho a la vida, existe un derecho a la muerte?

     Después de casi una semana sin acercarme al blog por estar entretenido en ultimar los preparativos para una posible excursión con la bicicleta en el momento en que la covid-19 me deje, vuelvo al blog después de un extraño día de san José. 

Y es que la eutanasia ya es legal en España y se aplicará seguramente en tres meses, tal vez se retrase un poco si se lleva al Tribunal Constitucional; sin embargo, lo más significativo, lo que encuentro más importante ahora es el fundamento que justifica que 202 diputados votarán a favor y 2 se abstuvieran.

Reflexionando, he llegado a la conclusión de que la base con que se justifica la libre disposición de la propia vida es la idea de que el ser humano, como fin en sí mismo, absolutamente libre y responsable de sus actos solamente ante sí mismo, tiene un poder absoluto e incondicionado que, sin embargo, no tiene más remedio que obedecer, día tras día, las más elementales necesidades fisiológicas. No podemos evitarlo, ni podemos nacer cuando queramos, ni dejar de cometer a diario muchos errores y ser víctimas de ellos.

Y a partir de aquí, a partir de pensar de esa forma se llega a una gran singularidad, si puedo disponer de mi vida puedo disponer de la vida de los otros con más fundamento que de la mía. ¿Cómo se llega a esta conclusión? Generalmente las motivaciones sentimentales que mueven a los defensores de la eutanasia son motivaciones de compasión y de “ayuda mutua”, suelen coincidir con el pacifismo y el amor universal entre todos los pueblos, razas y culturas, incluyendo las victimarias especies inferiores. Dispongo de la vida de los demás porque los amo.

Si nos preocupásemos en razonar correctamente, comprobaríamos que el derecho a disponer de la propia vida es de superior rango al derecho a respetar la vida de los demás. Tan es así que, en la cuestión del aborto, el conflicto de derechos se plantea de esta manera: Entre la vida del hijo y el de la madre, prima la propia vida de ésta. Por esta razón, es fácil, elegir esta parte y amplificarla hasta convertirla en un todo; porque hago con mi cuerpo lo que quiero y lo defiendo de todo riesgo, lo defiendo del hijo, a lo mejor no deseado, que representa un obstáculo virtual al libre despliegue feliz de mi existencia.

Esa fina relación entre autodeterminación y mis necesidades elementales nos debería hacer reflexionar a todos. El gran tema es la prioridad de la decisión a favor de mi propia vida, no sólo a la hora del buen morir y del buen nacer sino a la hora de una serena meditación sobre la paz universal y perpetua.

En efecto, si no hay más remedio que reconocer que la vida de los demás es de rango inferior a la mía, lo que justifica que me libre de todos aquellos que obstaculizan mi libre desarrollo. La capacidad de auto decidir sobre mi vida implica, a mayor razón, la de disponer de la vida de los demás. Así se fundamenta no sólo el derecho a la legítima defensa de la persona sino también de la sociedad misma.

Muy bien, pero ¿Cómo regular el derecho a la vida? En un tiempo en que todo es concreto y tangible, la regulación nunca es de la vida en general sino de la tuya y de la mía. ¿Puedo decidir mi muerte? ¿Puedo elegir la perversión de mis hijos? ¿Puedo elegir la perversión y/o la muerte del prójimo? ¿Puede el Estado -que es más ancho y largo- decidir todas estas cosas?

Ante esta cadena de interrogantes muchas personas acaban diciendo que no saben y no contestan, que la vida es una perplejidad que no podemos esclarecer, que habría que estudiar mucho.

Y curiosamente por no hacer el esfuerzo de buscar respuestas podemos llegar a conclusiones o a creer en grandes errores que tienen consecuencias nefastas. Hay gente que ha llegado a la conclusión de que la muerte puede ser digna o no serlo. Parece una cuestión sin importancia, pero es todo lo contrario.

Veamos, dicen que “digna” es la muerte que uno mismo decide. Yo digo y creo en la dignidad de toda persona, tenemos la dignidad unida al cuerpo. Por tanto, no puede haber una muerte “indigna”. Hay que respetar esa dignidad, desde el principio hasta el final de la vida humana.

¿Si existe un derecho a la vida, existe un derecho a la muerte? Según lo veo, en caso de que puedan existir ambos derechos, no deben ponerse al mismo nivel. Reparemos, puedo reclamar un imaginario “derecho a la muerte”, yo que estoy vivo y consciente. Pero el derecho a la vida también corresponde a las personas que son todavía incapaces de hacer valer sus derechos, como los fetos, los lactantes y aquellos cuya discapacidad mental les impide defenderlos.  

Aquí se esconde un problema en la naturaleza de lo que se considera un derecho. Veamos, tiene que ver con el principio de “la ley del más fuerte”. De hecho, mientras el más fuerte continúe siendo fuerte, esta claro que no hay ninguna necesidad de elaborar una ley que garantice aquello que su fuerza le hace conseguir. Y ahora viene lo importante, solo necesita una ley una vez que se ha debilitado para reclamar el derecho a lo que poseía cuando tenía la fuerza. De aquí que yo piense que todos los derechos son derechos del más débil. Y es que, si “el derecho del más fuerte” es una gran contradicción, el “derecho del más débil” es una redundancia. Por lo tanto, los más débiles son las personas que aún no tienen, que no tienen, o que ya no tienen, los medios para defenderse. Los demás siempre pueden, en el peor de los casos, asociarse, formar sindicatos, partidos, etc. Por lo tanto, nuestras sociedades, al aceptar el aborto o la eutanasia, han renunciado a defender a los más radicalmente débiles de todos los seres humanos. Podemos preguntarnos entonces si todavía merecen el nombre de sociedades de derecho…

En fin, tendré que continuar por este camino unos días más ahora que parece que voy ha tener un poco más de tiempo.

Buenos días.

sábado, 13 de marzo de 2021

Participación y democracia.

         Viendo el “terremoto” político al que estamos asistiendo y, aprovechándolo, pienso que hay que volver a hablar de la democracia para no ponernos nerviosos ante tantos vaivenes.

Hay que tener claro que todos los cargos elegidos en unas elecciones, que todas las actas de diputados, congresistas, senadores o concejales son de titularidad personal, y aunque no lo parezca no pertenecen a ningún partido, son personales.

Hay que recordarlo pues de lo contrario podemos entender la democracia de una forma no muy clara y utilizarla como un “comodín” para designar las más diversas realidades y cuyos tópicos la vacían de significado y la dejan hueca.

  Existe, al menos en España, la costumbre de asignar a alguno de los aspectos parciales de la palabra “democracia” como un todo, prácticamente como su única cualidad. Voy a poner un ejemplo, todos sabemos que la democracia tiene que ser participativa, pero usarla como sinónimo de “participación” es una discordancia que confunde esa parte con el todo. Se usa inadecuadamente muchas veces y hay que recordar y devolverle a la palabra su verdadera entidad. Devolverle su auténtico significado para que nos entendamos cuando la pronunciamos.

No quiero entrar en las manipulaciones que se hacen de ella para confundir a la gente. Por ejemplo, los términos “democracia popular” de los países comunistas o el de “democracia orgánica”, con el que se definía a sí mismo el franquismo. Me refiero, por lo tanto, a lo que entendemos actualmente por “democracia” en un país de la Comunidad Europea, ya que en ellos se cumple con un “mínimo” de requisitos, que los hacen democráticos.

Cuando hablo de un “significado correcto” que hay que recuperar, no me refiero a lo que sería un “tecnicismo” de Ciencias Políticas, sino simplemente a lo que sería un uso adecuado, no manipulable ni manipulador, un uso que sirva más para clarificar que para oscurecer la comunicación. Es la forma con que es usada frecuentemente por los políticos, los periodistas, los líderes de opinión y que puede leerse y oírse en los medios y que, por tanto, tiene un gran poder de seducción e influencia sobre nuestra forma de hablar, la que hay que aclarar.

Al principio mencionaba el tópico que se da con la democracia y participación. Cuantas veces no hemos leído o escuchado algo parecido a lo siguiente: “La nueva forma de elección de este “cargo” es más democrática ya que fomenta más la participación directa de todos los sectores”. Esta frase, y tantas otras parecidas, llevan implícita la idea de que, a más participación, más democracia. Sin embargo, la democracia que tiene un innegable componente de participación no queda ni mucho menos definida por ésta. La democracia es un medio de “representación”, es decir, un método para que la participación directa de los ciudadanos en la vida pública se dé encauzada y representada, no directamente. Esto lleva a que la llamada “democracia directa” - el asamblearismo libertario, los “cabildos abiertos” del peronismo-, sean de los mayores enemigos de la democracia, que puede estrellarse por el camino del autoritarismo, pero también por la pendiente del populismo.

Si el tópico anterior queda resumido en la expresión valores democráticos, éste queda bien expresado con el lema de democracia como gobierno del pueblo. Esta concepción es problemática desde su origen. Rousseau, que creo fue el impulsor de este lema, ya vio el problema por eso se interesó más que en las libertades individuales le interesaba que “el pueblo se gobierne a sí mismo”. Ahora bien, “¿es esto posible? En rigor, me parece que no, y el mismo Rousseau lo vio así. Antes de continuar, pensemos, admitamos por un momento que, tan pronto como una comunidad deja de ser extremadamente pequeña, sólo puede gobernarse a sí misma indirectamente, por delegación, es decir, en régimen de democracia representativa.

Si repasamos, por encima la historia, podemos ver cómo ha habido sistemas en los que se han dado cierto grado de participación popular; desde la antigua democracia asamblearia de Atenas, hasta los Estados Generales que aparecieron en la revolución francesa. Sin embargo, en Atenas no había elecciones ni existía la idea de representación y en la época jacobina no hubo una garantía de lo que hoy entendemos por derechos individuales. Por otra parte, en algunos sistemas no democráticos hay ciertos grados de participación popular, si entendemos como tal, fundamentalmente, la capacidad de votar. Se votaba en la antigua Unión Soviética y en la España de Franco; se vota en la India, en México.

A nadie se le ocurre que ninguno de estos ejemplos pueda catalogarse como una democracia en el sentido en que lo son Francia, España o Estados Unidos. El ciudadano francés, español o norteamericano posee una serie de garantías y mecanismos que protegen sus derechos personales (por ejemplo, un Poder Judicial independiente, que hace que la ley actúe con imparcialidad) que no tienen, para su desgracia, los indios o mexicanos, aunque estos últimos visiten las urnas de vez en cuando. Si la participación popular es condición indispensable de la democracia, no es lo que la define; no menos indispensables son un sistema de protección de los derechos individuales o un mecanismo de división y control de los poderes del Estado.

La democracia es algo más que participar en una votación.

Buenos días.

viernes, 12 de marzo de 2021

¿Información?

 A veces cuando repaso lo que he escrito, para no repetirme demasiado o más interesante aun si mis opiniones sobre un tema han cambiado en algo, me pregunto si realmente son mis opiniones o se trata de una repetición de lo que he oído o leído.

Muchas veces no sabemos bien cuál es nuestra opinión sobre algunos temas de los que quizá pensamos que sí tenemos una opinión propia, pero en realidad lo que hacemos es repetir algo que hemos oído y que nos ha sonado bien, o que responde a una línea de pensamiento que consideramos digna de crédito. Pero la verdad es que apenas hemos contrastado esa opinión con otras y, por tanto, quizá todavía no hemos llegado a saber realmente qué pensamos sobre eso… porque apenas lo hemos pensado.

No sé si os habrá pasado, pero saber cuáles son nuestras verdaderas opiniones es un trabajo transcendental si aspiramos a ser protagonistas de nuestra propia existencia. Nos ayudará a vivir nuestra vida de un modo más personal, menos prestado, más construido sobre respuestas personales y menos sobre respuestas aprendidas.

Parece fácil y, podríamos pensar que hoy día quizá eso es sencillo, porque el acceso a la información es cada vez mayor, más extenso y rápido. Pero no está claro que esto sea así. La sociedad virtual da la impresión de que es abierta y libre, en muchos aspectos lo es, y parece que es un ámbito donde la verdad se debe bastar a sí misma para crear ciudadanos informados y críticos que cambian impresiones e ideas con respeto y sin prejuicios ni intereses escondidos. Pero si lo pensamos un poco veremos que hay una singularidad en el conocimiento que adquirimos, quizá poco percibida, pero fundamental en nuestra sociedad hiperconectada: el crecimiento de la cantidad de información no siempre nos da más conocimiento sobre algún tema ni nos hace más autónomos. Incluso es bastante habitual que nos haga más dependientes de los juicios y evaluaciones que otras personas hacen sobre esa información.

Realizar búsquedas en internet y aceptar inocentemente el primer resultado que se encuentra, o creerse todos los “bulos” que nos llegan por whatsapp y difundirlos sin contrastarlos, da quizá mucho acceso a la información, pero no nos hace así menos ignorantes. Somos fáciles de manipular si no nos preparamos para diferenciar una tontería de una información veraz. La información tiene valor si está verificada, filtrada y evaluada.

En realidad, en cuanto lo pensamos nos damos cuenta de que lo importante no es la información, lo importante es saber manejarla. Lo que sucede es que muchas veces no podemos verificar tanta información, y por eso damos valor a lo que ha sido filtrado, evaluado y comentado por quienes nos merecen una cierta credibilidad. Y esto es importante pues damos nuestra confianza y nuestras opiniones alguien ajeno que decide en lo que creemos, una autoridad del conocimiento que nos hace depender de los juicios inevitablemente parciales de otras personas, la mayoría de las cuales no conocemos.

Lo que cuenta es ser capaz de descifrar la fiabilidad de quienes nos filtran y comentan la información, asunto verdaderamente fundamental en los tiempos que nos ha tocado vivir. Quizá debemos luchar más por defendernos de técnicas de desinformación, para ser verdaderamente competentes en detectar la veracidad de las noticias, para evaluar las intenciones de quienes las circulan y así vislumbrar sus agendas ocultas. Y preguntarnos por la reputación de esa fuente, por qué merecen que les creamos. No me refiero tanto a investigar sobre los contenidos de la información sino sobre la red de relaciones de confianza que les ha dado entrada, de un modo merecido o inmerecido, en nuestro entorno de conocimiento.

La civilización avanza gracias a que nos beneficiamos del conocimiento que nos transmiten, pero es vital evaluar críticamente la reputación de las fuentes de información.

Nos tenemos de acostumbrar a buscar nuestro conocimiento no tanto en una página web o en un medio de comunicación sino en nuestra capacidad de analizar, filtrar, verificar y comprobar las fuentes, en la posibilidad de contrastar, de descartar, de desarrollar el pensamiento y el juicio crítico. Debemos aprenderlo.  

La cuestión crucial es que los medios de comunicación pueden ser un formidable vehículo de información o de desinformación, de conocimiento o de manipulación, de capacidad de análisis o de aborregamiento.

Buenos días.

jueves, 11 de marzo de 2021

¿Se puede hablar de lo que esta mal?

 

Curiosamente en todos esos días en que las manifestaciones de apoyo a la libertad de expresión, en apoyo a nuestro “famoso” rapero, estaban en su máximo apogeo no escribí nada sobre el asunto, si sobre la libertad, pero no es lo mismo y, ahora cuando todo está más calmado me parece que es hora de hacer una pequeña reflexión.

La cuestión me parece que está en donde colocar los límites que debe tener el derecho a la libertad de expresión. Ya se que mucha gente comenta que al fin y al cabo son solo canciones y que los problemas que nos acucian son otros, y que tenemos que entender que el arte debe ser libre y que nadie debe censurarlo. Son opiniones que me parecen muy bien, pero con las que no estoy del todo de acuerdo, al menos si no se matizan.

Mi pregunta podría ser esta: ¿qué sentido tienen esas frases en una canción, cuando son tan ofensivas? Supongo ahora, que más de uno me responderá; ¿Acaso no se puede mostrar lo que esta mal? ¿No vemos asesinatos todos los días en las películas? Por cierto, excelentes contestaciones, sin embargo, hay un gran olvido que se tiene que recordar, dejan un espacio vacío que hay que llenar para que esas respuestas estén completamente en lo cierto.

Veamos: ¿se puede hablar de lo que esta mal? ¿se puede hablar del mal? Claro que sí, el mal existe, es una realidad que no hay que olvidar, pero, y aquí radica todo, no se puede mostrar como algo bueno, ni como mejor que el bien. Esta es la cuestión.

Si se escribe, se dice o se canta un texto de denuncia sobre alguna acción que esta mal hecha o es injusta no pasa nada, sin embargo, no sólo no reflejan la superioridad del bien sobre el mal, sino que nos muestran el mal como si fuese un bien, cambiando los valores reales, y esto según mi opinión no se debe hacer. Y, además, me entra la duda de que solo se traten así temas tan delicados para conseguir visibilidad. Se divierten “escandalizando”, sin arriesgar nada por su parte, con la excusa de la libertad de expresión.

Ya sé que existe la idea generalizada de que el arte es libre y nunca debe haber censura, pero ya he dicho antes que la libertad de expresión es un derecho, claro está, pero tiene límites. Una sociedad como la nuestra que esta basada en el respeto mutuo no está permitido ofender y denigrar en nombre de la libertad.

El respeto por los demás es un valor superior a la libertad absoluta del individuo. Si no, en nombre de la libertad se podría justificar realmente todo, incluso las acciones más reprobables.

Pero si un cantante, por ejemplo, ve como bueno y apoya el asesinato de una persona, esto no es auténtica libertad, esto no es arte, es violencia despachada por un supuesto arte. Debemos tener en cuenta y recordarlo continuamente que, si lo permitimos apoyándonos en una libertad de expresión injusta, la transformamos en tiránica, porque no tiene en cuenta los sufrimientos ni los sentimientos de los demás.

El arte tiene una gran responsabilidad: puede educar o confundir. En la antigua Grecia, donde el teatro era un medio de gran importancia pedagógica, los mensajes que se transmitían eran examinados cuidadosamente: si se consideraba que no eran conformes a los valores de la ciudad, no podían ser representados, porque podían corromper a los jóvenes. Se preocupaban de los jóvenes, sobre todo, porque aún no están completamente formados, porque son más frágiles, pues se encuentran en busca de un significado y de respuestas. Todavía están en esa delicada fase de la “autoconstrucción”.

Este concepto, muy importante hace más de dos mil años, ¿no puede ser tomado en cuenta por nuestra sociedad?

No hay duda de que el mundo está lleno de problemas sin resolver. Y, por supuesto, que se cantan, se escriben o pintan y se deben combatir a todos los niveles, no sólo en el ámbito del arte (hay que empezar por la educación familiar, por acciones políticas creíbles, planes de formación específicos en los colegios o en la Universidad). Es necesario ser coherentes con el objetivo de una sociedad mejor, pidiendo también al arte que se ponga a favor de esta buena causa.

No hay derecho a que haya personas que remen contra el enorme trabajo que está tratando de hacer la sociedad.

Otros aspectos son; ¿A quiénes llegan esos mensajes? ¿A gente emocionalmente estable? ¿O a gente frágil? ¿Personas que se esfuerzan por autocontrolarse? Y, sobre todo, ¿qué necesidad hay de hacer apología de la violencia? Los asesinatos puede que no se produzcan, pero ¿aumentará el sentido del respeto a cada persona? ¿Hará el bien? ¿Hará pensar positivamente? Si las respuestas a estas preguntas son “no”, ¿por qué se debe permitir?

Claro que, en una época en la que se ataca, por demasiados medios, la dignidad de la persona apoyando acciones y actos que van en su contra, hace falta valor para decir que no todo está permitido. Hace falta valor, pero está en juego el futuro de los jóvenes.

No se puede permanecer en silencio cuando se ignora deliberadamente que existe un bien que debemos defender a todos los niveles, explotando la fragilidad de las personas que buscan modelos fuertes con los que identificarse.

Buenos días.

lunes, 8 de marzo de 2021

Mirar un mapa.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Descansamos ayer, la lluvia, después de avisar varios domingos, por fin cumplió y acudió a una cita a la que no estaba invitada y a la que insistía en acudir desde hacía tiempo. Nos quedamos en casa viendo como se pasó el día “pegados” al “google maps”.

Y, es que mirar mapas y planificar excursiones o viajes es uno de los pasatiempos más divertidos y entretenidos que encuentro.

Cualquiera de nosotros sabe, cuando prepara un viaje, que cuando se mira un mapa ya sea en papel o en el móvil u ordenador, incluso si se usa para más precisión el “street view” siempre lo ve, digamos, “desde arriba”, no tocamos el suelo por el que nos vamos a mover. Y sólo cuando podemos tocar, con nuestros pies o con las ruedas, en lo que se refiere al mapa podemos decir que sí, que conocemos de verdad la tierra que ahí se muestra.

Y eso es lo que hacemos cuando habiendo preparado, seguramente, durante mucho tiempo ese viaje tan esperado y mirado y remirado el mapa del sitio al que vamos, nos damos cuenta de que nuestras ansias han quedado colmadas cuando vemos que sí, que la tierra que podíamos mirar existe es verdadera y, no es que antes no lo fuera, pero, para nosotros, estaba en “espera de ser verdad”. Y, entonces, podemos decir que somos verdaderamente felices cuando se han unido anhelo, sueños con realidad.

Sin embargo, hay lugares en los que nos faltará siempre esa realidad: nunca podremos pisar todos los lugares que ansiamos, pero, gracias a los increíbles adelantos de lo medios digitales y a todos esos cicloturistas que nos graban y nos cuentan por cualquier medio sus viajes y experiencias que, de hecho, bien podemos decir que también nosotros estamos allí.

En realidad, hay cicloturistas que nos muestras tan bien sus viajes que esos lugares nos parecen como algo cercano, algo que conocemos más o menos bien pero que, en el fondo, lo que nos llena por dentro es, digamos, como un mundo que para nosotros es nuestro, es “nuestro” mundo por más que sea de quien es su autor, pero al que supongo la voluntad de que también lo sea nuestro. Y así lo entiendo yo.

Puedo decir, a lo menor equivocadamente, que esos videos que suelo ver con avidez, no son como un mapa al uso. Y es que, a diferencia de los que solo nos muestras los datos y características, aquí todo está relacionado con una historia particular, o con varias, o, en fin, con algo que a sucedido allí mismo, entre los ríos, los caminos, las montañas o las ciudades más o menos grandes o todo aquello que podemos ver en el mismo.

Todo nos sirve para imaginar las subidas, las curvas, los caminos, el frío, el viento…, que se encuentran en cada reportaje, aunque haya podido cambiar mucho desde que pasaron por allí, todo nos ayuda a comprender mejor lo que vemos en nuestro mapa sentados en nuestro caliente y cómodo sofá.

Ciertamente, el mapa que tenemos delante, las imágenes y comentarios de Instagram, los videos de YouTube nos ponen sobre la mesa todo aquello que nosotros anhelamos realizar, y nos demuestra que sí, que es verdad y que hay un lugar que se llama Nordkapp y otro Pamir y que un camino llamado de la Seda nos puede llevar junto a Marco Polo a Oriente…

Así, por ejemplo, podemos decir que todos esos viajes se pueden realizar, que nosotros también podemos pedalear por esos lugares rodeados por todos lados de montañas, con frío, lluvia, calor y siempre acompañados de la amabilidad de la gente. 

Y es que en los mapas encontramos ese lugar desde donde toda esperanza se hace posible, desde donde, tras subirnos a la bicicleta, el cicloturista se adentra en la gran experiencia personal de poder experimentar una aventura. Y queremos creer que podemos, que después de esta pandemia, vamos a viajar y que seremos capaces de encontrar esos lugares.

Aunque esto, claro está, queda más allá de la primavera, exactamente, tan lejos como queramos que llegue nuestra imaginación.

Buenos días.

domingo, 7 de marzo de 2021

Optimismo, cualidad de “sabios”.

     Parece ser que ya va siendo hora de empezar a sentirse optimista, las vacunas están llegando. Es verdad que más despacio de lo que sería necesario, pero llegan. No quiero entrar en averiguar el motivo por el cual no se están cumpliendo los contratos que se firmaron y se pagaron a las farmacéuticas, ni porqué parece ser que no se cumplirán los plazos para la vacunación de una gran parte de los ciudadanos, lo importante hoy es pensar que se empieza a ver el camino que nos debe conducir a la solución de esta pandemia. 

Es tiempo de sentirse optimista con la pandemia y, sin embargo, existe una gran diferencia entre el optimismo que dice que todo es perfecto y el optimismo que simplemente dice que todo está bien.

Es un gran tema para esta mañana de domingo donde la lluvia me da la oportunidad de quedarme en casa y no salir de excursión con la bicicleta. Hay que afrontar la realidad y enfocar las cosas con optimismo para ver y descubrir lo que de bueno tiene una mañana como esta y como se puede mejorar.

Sin embargo, no se trata de esperar pacientemente detrás del cristal a que todo ocurra de forma positiva, sino que hay que hacer algo para que eso ocurra. Hay que añadir al optimismo una actitud positiva y conseguiremos sacar provecho hasta de la mañana más triste. No hay duda de que es bueno ver el lado positivo, pero también se puede ser optimista en el sentido de lo óptimo, de mejor, de excelencia. La palabra optimismo procede del latín: “optimum”, y significa “lo mejor” en el sentido de excelente. Por eso es interesante ser optimistas en cualquier situación, siempre se puede mejorar.

En cualquier circunstancia, y hoy es un día apropiado para ponerlo en práctica, hay que buscar primero lo bueno, y solo después ver cuáles son las dificultades con las que me encuentro. Voy a ponerme las “gafas especiales” para poder ver lo bueno que me muestra este domingo tan diferente, esas cualidades que tiene el quedarse en casa sin ninguna obligación que cumplir, y así, agradecerlas, mejorarlas y apoyarme en ellas para conseguir un domingo espectacular.

Tengo a mi favor que pienso que la “suerte” está de mi lado. Se que en la vida lo bueno ha vencido a lo malo, y está de mi lado. ¡Es lo que me da la Esperanza! Pero luego hay que hacerlo, hay que trabajarlo, hay que moverse, buscar…, y cuesta esfuerzo.

Además, entre el inconveniente y mi respuesta existe mi libertad interior para actuar de una forma u otra. Hay que tomar activamente el control de la situación y decidir qué hacer en cada momento. Se trata de actuar en base a unos valores que estén centrados en principios, y no de reaccionar según las circunstancias. Poner pensamiento antes de acometer algo, o de dar una respuesta. Y mejor, si es optimista.

Y es que lo habremos oído y leído muchas veces, pero no esta de más volverlo a leer: el optimismo es la cualidad de los “sabios”; tender a lo mejor, que es lo únicamente verdadero y bueno, y por tanto bello. Hay que saber “mirar” a través de esas gafas para, primero detectarlo, y luego acometerlo con ilusión renovada. Es lo que permite el progreso de cada persona como tal, y del hombre, en cuanto ser humano.

En fin, voy a sacarle a este triste domingo su alegría, ¡siempre alegres!

Buenos días.  

 

sábado, 6 de marzo de 2021

Vida privada

 Parece que vamos a tener que esperar, en marzo no vamos a poder salir de nuestra comunidad al menos para practicar cicloturismo, las restricciones no se levantan y nos tenemos que preparar para pasar unas Fallas y una Semana Santa con pequeñas excursiones de dos o tres días.

Restringir y prohibir no parecen ni son lo mismo, no lo deben ser pues restringir es reducir no impedir, que es prohibir. En esta pandemia sucede que ya sean restricciones o prohibiciones lo que si nos está limitando o al menos destruyendo es nuestra vida privada.

He pensado desde hace mucho tiempo que la vida es ante todo vida privada. Si se la destruye o se manipula, se echa por tierra la vida sin más, se le quita su condición humana.  

Por eso es a última hora imposible que la vida privada desaparezca. Son muchos los que lo han intentado con todos los medios; no faltan los que siguen tratando de lograrlo, y conviene saber quiénes son. Porque se puede conseguir en parte.

Vale la pena pensar un momento en esa posibilidad y en el sentido que tiene la última parte de la frase que acabo de escribir: “en parte”. Depende, principalmente, de la edad. Las personas que han vivido lo bastante para haber llegado a ser quienes eran, a ser quienes son y no lo que les dicen que son o deben ser, no pueden ser despojadas de su vida privada “desde fuera”, por propaganda o violencia física. Esa pérdida tiene que ser voluntaria, al menos consentida. El que se deja arrastrar por los demás, renuncia a esa vida y a ser quien era.

Menos protegidos están los que son sorprendidos por ese intento de destrucción de la vida privada cuando no están todavía “hechos”, cuando están eligiendo su camino en la vida. Reciben un dictado que puede ser devastador, del que no se librarán a menos que tengan lucidez, cierta dosis de valor y acaso un amor eficaz, que es lo que con más fuerza afirma la vida privada. Si esto falta, hay grandes probabilidades de que sucumban, de que no lleguen a madurar desde sí mismos, sino que vivan enajenados.

Por último, nos podemos encontrar con los que nacen a la vida propia sometidos ya a la negación de lo personal, resultan en cierta medida “prefabricados”, con una libertad mutilada desde antes de que pueda consolidarse, falsificados desde el mismo comienzo. Como un virus que infecta y que es difícil de superar.

Lo que no puede hacerse es prohibir las condiciones mismas de la realidad. La vida humana es forzosamente libre, vivir es siempre decidir, elegir entre posibilidades. Es cierto que estas se pueden limitar, restringir, amputar. Pero siempre son varias, y a última hora se ejerce la libertad, por estrecho que sea su horizonte, por penoso que sea su funcionamiento. El que renuncia a su libertad, lo sabe, y en el fondo se desprecia a sí mismo.

Si pasa demasiado tiempo, si son varias las generaciones a las que se ha negado desde la cuna la existencia de la vida privada, si se las ha adoctrinado para que la cambien por cualquier cosa, de preferencia una baratija, la sociedad misma se anquilosa, se petrifica, hombres y mujeres se nutren de consignas, se les predica monótonamente que las cosas son como se dice, que no cabe decir lo que son. Menos aún, que no se sabe del todo cómo son, que hay diversas posibilidades, que el futuro es reino de libertad.

Por eso cuando se ataca la vida privada se suele descalificar el futuro. Las cosas son como se dice, y “para siempre”. Esto nos lleva a la abolición de la historia, que es una constante tentación de todas estas maneras de atacar la realidad. Y esta operación se viene haciendo en un doble sentido: hacia atrás, se niega la historia real, la que efectivamente ha sucedido, se la suplanta y falsifica; hacia adelante, se la cierra, se la da por conclusa, se declara que eso que existe, mejor dicho, que se dice que existe, es “definitivo”.

Lo malo para estos intentos, lo bueno y lo salvador, es que la vida humana está llena de inseguridades. Nunca está terminada, hasta que llega la muerte, y esta misma es anticipada, aceptada, si no elegida, al menos se elige cómo se la va a tomar. Hay el azar, el maravilloso azar que interviene en nuestras vidas sin que podamos preverlo, rompe los esquemas, los planes, las jaulas, nos deja a la intemperie, nos obliga a enfrentarnos con la realidad misma y ejercer la libertad.

Entonces se descubre que las consignas y las recetas no sirven, que no hay más remedio que enfrentarse con la realidad en su desnudez, hacerse las preguntas decisivas, asumir la responsabilidad propia. Lo cual invita al ensimismamiento, a la entrada en uno mismo, donde se encuentra con aquellas personas de las que se puede estar “lleno”, con las que cabe la “interpenetración”; es decir, la vida rigurosamente privada, que siempre puede renacer.

Hay personas, pueblos, sociedades, en las que los estímulos personales son especialmente fuertes, lo que les permite pasar por épocas difíciles, presiones sin cuento, y encontrarse que al final de una larga y penosa jornada no se han dejado en el camino la personalidad.

Buenos días.