jueves, 25 de marzo de 2021

Superstición progresista

     Mucho se esta hablando de progresismo y de progreso, y me parece que se confunden los términos o al menos así lo veo yo. Son cosas distintas. Progreso es el avance, el perfeccionamiento, el ir hacia adelante.  

Consecuentemente, progreso es que la medicina hoy nos cure de muchas enfermedades que no hace mucho eran mortales. O que hoy recorramos en unas horas las mismas distancias para las que nuestros abuelos necesitaban días o semanas. O abrir un grifo y que salga agua potable o mandar un mensaje al otro lado del mundo con solo pulsar una tecla.

Todos somos partidarios del progreso. Nadie hay que prefiera la enfermedad a la salud, la suciedad a la higiene, la ignorancia al conocimiento.

Pero es importante no confundirlo con el progresismo, esa idea creada por quienes pretenden hacer del progreso su patrimonio privado, enviando a los demás a la categoría de enemigos del avance y amigos de lo antiguo. La podría definir, más o menos, en que todo cambio en la sociedad es bueno por el mero hecho de ser un cambio. No admite razonamiento en contra. Se trata, por lo tanto, de una superstición como otra cualquiera, y como tal comparte todas sus características: es una creencia, es contraria a la razón, entraña una fe desmedida en sus principios, es inatacable bajo pena de no ser políticamente correcto y parece que da permiso a sus defensores para descalificar a sus críticos directamente con el insulto, sin necesidad de argumentación.

Veamos un ejemplo de los cambios sociales propuestos por la superstición progresista: Hay que acabar con la desigualdad de los sexos en los cargos políticos. Ha de establecerse por ley que los ministros, candidatos electorales y otros cargos se repartan al 50% entre hombres y mujeres independientemente de la valía de cada persona. Esto obliga a meter con calzador a incapaces de uno u otro sexo desplazando a capaces de uno u otro sexo con el fin de ser artificial e injustamente equitativos.

Otro ejemplo: Las categorías de padre y madre han sido heredadas de épocas pasadas y por lo tanto son reaccionarias. Además, ya no tienen sentido en una sociedad en la que las familias pueden articularse de muchas formas, aunque para ello sea necesario dar la espalda a la naturaleza. Por ello hay que inventar nuevos conceptos asépticamente asexuados como progenitor A y progenitor B.

Un ejemplo más:  La sacrosanta libertad de cada individuo para hacer lo que quiera con su cuerpo no puede verse limitada por consideraciones morales. Por lo tanto, esa ilimitada libertad exige que sea legítimo el aborto o la eutanasia.

Y otro: Hay que acabar con el sexismo en el lenguaje. “Es inadmisible que en esta época de igualdad entre los sexos y las sexas sigan utilizándose palabras y palabros masculinas y masculinos que engloban a ambos y a ambas. Por ello hay que dictar normas y normos para sustituir en los juzgados y juzgadas, ministerios y ministerias y demás organismos y organismas, los términos y términas masculinos y masculinas por equivalentes y equivalentas en neutro y neutra. Así nadie se sentirá ofendido y ofendida y todos y todas se darán por incluidos e incluidas”.

El ultimo: Se tiene que eliminar el esfuerzo, la valía, la inteligencia, la diferencia personal entre los alumnos, para conseguir una sociedad más igualitaria, es decir, un igualadísimo rebaño de incapaces. Para conseguirlo, se exigirá lo mínimo y se aprobará a todo el mundo. Además, como la historia, la lengua, la literatura, la religión, la filosofía y las humanidades en general no sirven para nada, se valorará sobre todo saber multiplicar y dividir, apretar tornillos y tener soltura con ordenadores y videojuegos. Así estarán preparados para el mundo de las nuevas tecnologías, que es lo que cuenta.

Pensar que cualquier novedad es, por sí misma, buena constituye la más peligrosa superstición. El progresista piensa que el futuro es aquello hacia lo que apunta su nariz. No considera la posibilidad de que su olfato se equivoque. Por eso, todo progresismo es al final decadente; porque nunca se detiene a pensar si avanza hacia la decadencia. Acaso sea esto lo que hacemos hoy en Europa: avanzar hacia atrás, progresar hacia la decadencia, en lugar de retornar al verdadero progreso, que es el del espíritu y la cultura superior.

Mientras, vivimos como sonámbulos que se tambalean en un mundo del que se ha expulsado su sentido. Y no faltan quienes estiman que la más elevada sabiduría consiste en constatar su propia ceguera. Son presumidos que, en su soberbia, declaran que nada tiene sentido.

Se equivocan quienes piensan que es fácil oponerse al espíritu dominante en nuestra época. Si es dominante es porque tiene mucho poder. Y desalojarlo del poder, que ilegítimamente ocupa, es tarea que sólo pueden emprender espíritus heroicos, que estén dispuestos a hacerlo de una manera indirecta y oblicua. Es preciso, ponerse del lado del error para conducirlo hacia la verdad. Pues por nada siente el error más aversión que por la verdad. Para un espíritu educado, es decir, para un espíritu, toda cosa tiene sentido. Y todas las cosas, en su totalidad, tienen un sentido absoluto.

Buenos días.

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