Mucho se esta hablando de progresismo y de progreso, y me parece que se confunden los términos o al menos así lo veo yo. Son cosas distintas. Progreso es el avance, el perfeccionamiento, el ir hacia adelante.
Consecuentemente,
progreso es que la medicina hoy nos cure de muchas enfermedades que no hace
mucho eran mortales. O que hoy recorramos en unas horas las mismas distancias
para las que nuestros abuelos necesitaban días o semanas. O abrir un grifo y
que salga agua potable o mandar un mensaje al otro lado del mundo con solo pulsar
una tecla.
Todos
somos partidarios del progreso. Nadie hay que prefiera la enfermedad a la
salud, la suciedad a la higiene, la ignorancia al conocimiento.
Pero
es importante no confundirlo con el progresismo, esa idea creada por quienes
pretenden hacer del progreso su patrimonio privado, enviando a los demás a la
categoría de enemigos del avance y amigos de lo antiguo. La podría definir, más
o menos, en que todo cambio en la sociedad es bueno por el mero hecho de ser un
cambio. No admite razonamiento en contra. Se trata, por lo tanto, de una
superstición como otra cualquiera, y como tal comparte todas sus
características: es una creencia, es contraria a la razón, entraña una fe
desmedida en sus principios, es inatacable bajo pena de no ser políticamente
correcto y parece que da permiso a sus defensores para descalificar a sus
críticos directamente con el insulto, sin necesidad de argumentación.
Veamos
un ejemplo de los cambios sociales propuestos por la superstición progresista: Hay
que acabar con la desigualdad de los sexos en los cargos políticos. Ha de
establecerse por ley que los ministros, candidatos electorales y otros cargos se
repartan al 50% entre hombres y mujeres independientemente de la valía de cada
persona. Esto obliga a meter con calzador a incapaces de uno u otro sexo
desplazando a capaces de uno u otro sexo con el fin de ser artificial e
injustamente equitativos.
Otro
ejemplo: Las categorías de padre y madre han sido heredadas de épocas pasadas y
por lo tanto son reaccionarias. Además, ya no tienen sentido en una sociedad en
la que las familias pueden articularse de muchas formas, aunque para ello sea
necesario dar la espalda a la naturaleza. Por ello hay que inventar nuevos
conceptos asépticamente asexuados como progenitor A y progenitor B.
Un
ejemplo más: La sacrosanta libertad de
cada individuo para hacer lo que quiera con su cuerpo no puede verse limitada
por consideraciones morales. Por lo tanto, esa ilimitada libertad exige que sea
legítimo el aborto o la eutanasia.
Y
otro: Hay que acabar con el sexismo en el lenguaje. “Es inadmisible que en esta
época de igualdad entre los sexos y las sexas sigan utilizándose palabras y
palabros masculinas y masculinos que engloban a ambos y a ambas. Por ello hay
que dictar normas y normos para sustituir en los juzgados y juzgadas,
ministerios y ministerias y demás organismos y organismas, los términos y
términas masculinos y masculinas por equivalentes y equivalentas en neutro y neutra.
Así nadie se sentirá ofendido y ofendida y todos y todas se darán por incluidos
e incluidas”.
El
ultimo: Se tiene que eliminar el esfuerzo, la valía, la inteligencia, la
diferencia personal entre los alumnos, para conseguir una sociedad más
igualitaria, es decir, un igualadísimo rebaño de incapaces. Para conseguirlo,
se exigirá lo mínimo y se aprobará a todo el mundo. Además, como la historia,
la lengua, la literatura, la religión, la filosofía y las humanidades en
general no sirven para nada, se valorará sobre todo saber multiplicar y
dividir, apretar tornillos y tener soltura con ordenadores y videojuegos. Así
estarán preparados para el mundo de las nuevas tecnologías, que es lo que
cuenta.
Pensar
que cualquier novedad es, por sí misma, buena constituye la más peligrosa
superstición. El progresista piensa que el futuro es aquello hacia lo que
apunta su nariz. No considera la posibilidad de que su olfato se equivoque. Por
eso, todo progresismo es al final decadente; porque nunca se detiene a pensar
si avanza hacia la decadencia. Acaso sea esto lo que hacemos hoy en Europa: avanzar
hacia atrás, progresar hacia la decadencia, en lugar de retornar al verdadero
progreso, que es el del espíritu y la cultura superior.
Mientras,
vivimos como sonámbulos que se tambalean en un mundo del que se ha expulsado su
sentido. Y no faltan quienes estiman que la más elevada sabiduría consiste en
constatar su propia ceguera. Son presumidos que, en su soberbia, declaran que
nada tiene sentido.
Se
equivocan quienes piensan que es fácil oponerse al espíritu dominante en
nuestra época. Si es dominante es porque tiene mucho poder. Y desalojarlo del
poder, que ilegítimamente ocupa, es tarea que sólo pueden emprender espíritus
heroicos, que estén dispuestos a hacerlo de una manera indirecta y oblicua. Es
preciso, ponerse del lado del error para conducirlo hacia la verdad. Pues por
nada siente el error más aversión que por la verdad. Para un espíritu educado,
es decir, para un espíritu, toda cosa tiene sentido. Y todas las cosas, en su
totalidad, tienen un sentido absoluto.
Buenos
días.
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