sábado, 27 de febrero de 2021

¿Es esto lo que esperaba de la vida?

        Demasiados días sin ver el sol no es bueno para un mediterráneo y además latino. Estar más de una semana sin sentir, aunque sea tibio, el calor del sol es el camino hacia la tristeza y la melancolía. Amanece y no adivino el azul del cielo, sino que veo el gris claro de las nubes o la bruma, no sé muy bien diferenciarlas, lo cierto es que de momento no tendré sol.

Empezamos mal el fin de semana, lo empezamos con un chispazo de depresión que me lleva a la nostalgia y esta a la tristeza para pasar a hacerme preguntas que están en consonancia con mi estado de ánimo. Preguntas que no son fáciles de responder, tal vez porque nos las hacemos pocas veces y cuyas respuestas suelen variar según nuestro estado.

La pandemia con su exigencia de quedarnos en casa no ayuda a pasar estos días tristes ni a buscar unas respuestas que nos sirvan para mucho, pero curiosamente es en estos días poco favorables cuando con más intensidad surgen esas preguntas. ¿Verdaderamente soy feliz?, ¿es esto lo que esperaba de la vida? Preguntas para destrozarme el fin de semana.  

Es de fábrica, lo llevamos puesto. No podemos dejar de hacernos esas preguntas porque no podemos dejar de intentar ser felices. Claro esta que todos esperamos más de la vida, porque hemos llegado a la conclusión de que la felicidad es un resultado. Es un error buscarla por sí misma. Por eso, ir mendigando solo la felicidad es frustrante y huele demasiado a egoísmo.

Las personas queremos y podemos ser felices, y mira por donde ahora parece que se empieza a despejar el día adivino algunos claros que podrían ser suficientes para que mis respuestas no sean tan complicadas y un poco más fáciles de encontrar.

Recuerdo ahora a San Agustín que decía de que cualquier hombre al preguntarle si quería ser feliz, inmediatamente respondía que sí. Aristóteles unía la felicidad al bien. Sócrates y después Platón nos indicaban que el camino era ir progresando y superándose hasta llegar a admirar la Verdad y el Bien que nos llenaran de felicidad.

Ahora no hay muchas diferencias. Sin embargo, conviene que recuerde que la felicidad no es nuestro fin, sencillamente porque es una consecuencia del fin que es amar eternamente. Llegado a este punto es inevitable volver a hacer memoria y recordar esa novela que se publico en 1932 de Aldous Huxley, “Un mundo feliz”. Los que la leímos en nuestra juventud nos llevo a verla como un imposible, pero ahora da la impresión de que es probable. Esa sociedad que nos cuenta, tecnológicamente perfecta, muestra lo profundamente infeliz que puede ser el hombre en la sociedad tecnológica, aunque no se prive de ningún capricho, ni progreso para satisfacer su ego y su sensualidad. Todo lo que no es amor de verdad acaba en insatisfacción y frustración, aunque, si se consigue algo de placer pueda reaccionarse con risas y jubilo, pero el placer siempre es efímero, y la felicidad nos pide duración, pide que desaparezca la amenaza de que se pueda terminar y desaparecer.

Es complicado, por eso voy a terminar por el camino rápido, que en esta ocasión no es otro que recordar un párrafo de Chesterton en Ortodoxia y que viene a decir más o menos; “La felicidad es brillante, pero frágil. Ser frágil no es lo mismo que ser perecedero. Golpea un cristal y no durará un instante. No lo golpees, y durará mil años.”

Buenos días.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Una buena palabra: democracia.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Desde hace unos años, unos cuarenta, tanto el día de ayer como el de hoy se recuerda el intento de golpe de Estado que sucedió en España. Por lo mismo se vuelve a recordar los “valores democráticos”, unos “valores” que siempre me han parecido sospechosos y que son tan queridos por la izquierda, no toda la izquierda, pero si por la intelectual.

Mi punto de vista sobre la democracia es más o menos el siguiente: es un mecanismo para que distintas opciones (políticas, religiosas, morales) se articulen mediante unas normas, siguiendo unas reglas de juego. En este sentido, se puede considerar más una forma que una sustancia. Se puede ser demócrata y de derechas o izquierdas, ateo o creyente, casto o promiscuo. Y si lo pensamos veremos que igualmente se puede ser antidemócrata con todos estos apellidos.

Ahora bien, este formalismo, podríamos denominarlo, jurídico no puede llevarnos a un error peligroso: pensar que la moral es un asunto sin importancia, como aun invitado que no queremos en nuestra fiesta. Si no recibimos a este invitado, esto hace que cada cual actúe sin principios, acogiéndose simplemente al control de la vigilancia del aparato judicial y buscando, aunque sea fraudulentamente, el beneficio propio del grupo (partido, clan, aparato). Lo cual, lo hemos visto y comprobado en más de una ocasión, conduce al desastre y a que el sistema haga agua por todos sus poros.

Porque, si la democracia es la forma, la sustancia que se asocia a ella, su contenido es la conducta humana actuando para los demás según unos principios; esto es, la moral. Sin moral no hay cosa pública ("res publica" en su sentido antiguo), y mucho menos democracia (una forma reciente y rara de "res publica", más compleja y, por lo tanto, más delicada) que funcione. Si falta la moral, si la corrupción campa por sus respetos y se convierte en una vigencia social aceptada por la mayoría, este tinglado se cae como un castillo de naipes, tiene la consistencia de una carcasa hueca. Porque no puede haber forma sin sustancia.

Ya se que hay muchas cosas que aclarar al respecto, pero tiempo habrá en lo que nos queda de pandemia para ir aclarando muchos de los tópicos que suelen acompañar a la palabra democracia como: la democracia como moral, democracia y participación, democracia y progresismo o democracia versus fascismo. 

Como vimos ayer, todavía tenemos mucho que pensar y razonar antes de responder a la pregunta ¿Qué es la democracia?

Buenos días.

martes, 23 de febrero de 2021

Hay que rebelarse.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Ha empezado el día gris, con las aceras mojadas y un ambiente que no llama mucho al optimismo y a la alegría, y es que con todo lo que nos esta pasando con la pandemia, levantarse y encontrarse con este panorama meteorológico no es un buen principio.

Es en estos días cuando hay que rebelarse. Podría ahora ir haciendo un repaso de lo mal que está todo, pero eso no hace falta decirlo, lo sabemos todos. Vamos a intentar no ser esclavos de esta incertidumbre y rebelémonos, seamos libres y no prisioneros de esta inseguridad que nos rodea.

 Pensábamos que la vida iba a ser fácil y que teníamos controlado casi todo lo que nos podía suceder. Pero la realidad es que la vida no es sencilla, aceptémoslo y nos evitaremos disgustos innecesarios. Hay que aceptar las situaciones como vienen, no tratar de forzar lo que deseamos. Pero atención, aceptar no es resignarse, no es tirar la toalla. Aceptar es querer hacer lo que me ha tocado, no tener que hacer lo que ahora me toca. Si, es verdad que cambian las circunstancias de confort y seguridad, pero no podemos hacer nada tenemos que saber adaptarnos al cambio. 

Tenemos que ser atrevidos porque la vida nos está diciendo que avancemos, que cambiemos, en todos los ámbitos de nuestra vida. No hay nada peor que descubrir que nuestros problemas no sirven para nada, que el dolor no es más que el eco de la desesperanza. Y es lo que nos está pasando, nos cuesta entender lo que nos sucede porque no le encontramos el sentido.  

Cuando ocurre algo que nos paraliza porque no lo esperábamos, algo que desmonta completamente nuestros sueños y que no podemos solucionar pensamos ¿y ahora qué? ¿y todo lo que he estado haciendo hasta ahora? ¿Qué hago? ¿No va a funcionar? Parémonos, respiremos un poco y pensemos ¿Qué podemos hacer con esto que nos está pasando?

Hay que hacer el esfuerzo e intentar entender la diferencia entre lo que se encuentra y lo que no está bajo nuestro control, y actuar entonces de manera acorde y, entonces seremos psicológicamente invencibles, e inmunes a los vaivenes de la fortuna.

Lo que no puede depender de nosotros no lo controlaremos y nunca nos hará felices. Si nos concentramos en lo que podríamos llamar nuestro círculo de influencia, lo que controlamos, y ponemos en marcha nuestra fuerza voluntad, entonces, podremos decidir por donde ir: si por el camino del desánimo y la desesperanza o el de la liberación, el bienestar y la paz con uno mismo y, por tanto, con los demás.

En la vida no hay que parar de buscar nuevos retos e ilusionarse. Es el momento de pensar qué cosas buenas tenemos, pero no hablo de cosas materiales. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es a no apegarnos a cosas o a circunstancias. Me refiero a nuestro propio ser, aunque lo perdamos todo, siempre nos queda el Ser. Qué soy y qué tengo ¿Cuáles son mis virtudes? ¿Qué talentos naturales tengo? Una vez tengo esto claro ¿Cómo voy a potenciarlo? ¿Cómo lo voy a poner al servicio de los demás?

La rebeldía a la que me refiero debe ser la de poner el centro de atención en nuestro círculo de influencia, no en el de la preocupación. La libertad mental, pues la libertad física no está en estos días en su mejor momento, depende de estar bien informado, de cómo nutrimos nuestros pensamientos y actitudes, lo que leemos, cómo nos cultivamos. Rebelarnos  contra las cosas que no nos gustan de nosotros y que podemos cambiar, dedicar toda esa energía que perdemos en preocuparnos, en formarnos, en fomentar las virtudes que nos faltan, en poner proyectos en marcha con personas con las que estemos a gusto y sacan lo mejor de nosotros. Que nos estimule aprender y abrir nuevos caminos. Busquemos nuevas formas de estar al servicio del resto, hacer feliz a los demás y que todo esto se contagie.

Convirtamos lo ordinario en extraordinario y saquemos a ese niño que todos aun llevamos dentro. Aquel niño que se maravillaba con las cosas del día a día.

Busquemos eso que sí somos, no lo que nos viene dado de fuera. Pensemos cuáles son nuestras situaciones y cómo podemos hacer frente a ellas para conseguir ese estado de liberación, de paz con uno mismo y de tranquilidad. Hagamos lo que hagamos y venga lo que venga vamos a hacerlo lo mejor posible, independientemente del resultado. Si no sale bien, la naturaleza es una buena vía de desahogo y desconexión y tu hogar es el mejor refugio. No sabemos qué va a pasar, pero lo vamos a intentar, vamos a poner toda nuestra energía en ello y al menos vamos a disfrutar del camino.

Buenos días.

lunes, 22 de febrero de 2021

Al mal tiempo...

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Nos costó un poco arrancar, pero al final lo hicimos, le perdimos el miedo a la niebla y nos marchamos a comer al refugio el Zamorano en Agres, no tuvimos sol, no tuvimos viento, solo niebla y esa humedad que transmite cuando se coge un poco de velocidad en las bajadas.

No hay duda de que tendremos que volver para ver los paisajes que pudimos adivinar, solo adivinar, y que estarán ahí cuando volvamos.

No era ayer el mejor día para coger la bicicleta, la meteorología no representaba a nuestro querido clima mediterráneo, el sol no tenía pensado aparecer y, a pesar de todo nos marchamos con nuestras bicicletas. A veces hay abandonar la zona de confort y explorar los días donde la meteorología no es favorable, pues sin duda nos vamos a encontrar con ellos en todos nuestros viajes.

Tratar de eliminar estos días complicados a toda costa significa casi siempre agravar los problemas que tendremos cuando se nos presenten en pleno viaje.

Existe una curiosa fatalidad en esa obsesiva alergia al más mínimo problema, pues, aun siendo lógico y sensato evitar el sufrimiento inútil, hay una dificultad vital inherente a nuestra condición de hombres, una dosis de riesgo y dureza sin los que la existencia humana no puede desarrollarse en plenitud.

Quiero con esto decir que enfrentarnos, experimentar esos días complicados, donde todo nos dice que dejemos aparcada la bicicleta, nos ayudan a curtirnos, nos obligan a activar en nuestro interior fuentes de dinamismo, de coraje, de habilidades insospechadas.

En el día a día nos sucede algo parecido, la fortaleza del carácter de una persona, su valía, tiene bastante relación con la cantidad de dificultades que esa persona sabe encajar sin sucumbir. Los obstáculos y las contrariedades le invitan a superarse, le impulsan a elevarse por encima del temor y la pusilanimidad.

Una vida con ciertas dificultades suele producir personalidades más ricas que las que han sido formadas en la comodidad o la abundancia. No es que haya que desear la miseria o la contrariedad, pero es peligroso llevar una vida demasiado cómoda, o ablandarse demasiado ante las propias penas, o encerrarse en el papel de víctima.

Decir que no se puede coger la bicicleta ante la más mínima dificultad, es quedar desarmado cuando nos suceda algo parecido en un viaje, es hacerse a uno mismo incapaz de afrontar una dificultad verdadera y real.

No podemos caer en esa derrota victimista, hay que buscar soluciones razonables y alternativas viables. Y para eso hay que empezar por ver esas dificultades en términos que admitan una solución. Ya que uno de los primeros efectos sobre asustarse ante cualquier dificultad es que nos impide distinguir bien entre lo que nosotros podemos solucionar y lo que está fuera de nuestro alcance: en una obsesión victimista con las adversidades las viviremos como una sentencia inapelable de un negro destino al que pensaremos que estamos abocados.

La persona crece cuando no permanece encasillada dentro de sí, sino que se esfuerza en algo que le lleva a superarse.

Si nos rendimos ante la comodidad del conformismo, nos rebajamos; cuando nos refugiamos en el egoísmo, nos rebajamos también.  Si nos obsesionamos en protegernos hasta de la más mínima contrariedad, terminaremos encontrándonos de frente con una fragilidad vital que nos ahogará y nos abrumará.

Buenos días.

sábado, 20 de febrero de 2021

Es complicado gobernar.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Como estamos viendo en estos días, en todos los estamentos, desde los ayuntamientos hasta el Consejo de Europa la labor de ejercer el trabajo de gobernar es muy complicada y como es natural el que manda debería de estar rodeado de colaboradores que deben tener, de acuerdo con sus responsabilidades, cualidades semejantes a las de su jefe.

La pandemia complica mucho la ya difícil tarea de gobernar y la persona que nos gobierna sea en el lugar que sea, debería inspirar una gran confianza, lo que quiere decir ser competente para desempeñar ese cargo, dedicarse seriamente a esa misión, cumplir lo que dice, informar con integridad y transparencia, reconocer con sencillez sus errores y admitir las críticas ponderadas. En nuestra sociedad nuestros gobernantes reúnen esas condiciones pues los hemos votado por saber que las poseen, ya que si no fuese así hubiéramos cometido un error al depositar el voto.

Si por algún tipo de accidente no fuese de esa manera, advertiremos incompetencia, ocultamiento de información que el gobernante tiene obligación de comunicar, contradicción de criterios, falsedades comprobadas…, y entonces la confianza se convertiría en desconfianza, inseguridad, sospecha de intenciones ocultas…

Y es que desde siempre ha sido complicado ser un buen gobernante, ya los clásicos señalaban las buenas cualidades que deben tener los que gobiernan. Por ejemplo, Platón nos dijo que los gobernantes deberían ser aquellos que estén más preparados para ello, y que vayan a servir al bien común y a la justicia. Incluso, recuerdo que sugería que los que se quieran dedicar a gobernar deberían ser educados para cumplir estrictamente su tarea. Añadía que como principios generales para tener en cuenta se les exige que sepan discernir entre lo que esta bien y lo que esta mal. Si a esto se une un don para conciliar a los que tienen ideas diferentes, armonizar lo diverso, unir las voluntades, tendremos seres capaces de regir, con el auxilio de las leyes, una poli habitable y razonablemente feliz. 

Aristóteles por su parte pensaba que el hombre de Estado tiene que reunir tres cualidades fundamentales: amor a las leyes, ser competente en lo que se refiere al cargo que ostenta y la virtud y justicia adecuadas. Cicerón tampoco se quedó atrás y tenía muy claro que el gobernante debe poseer una integridad excepcional, lo que significa amor a la verdad, no mentir jamás, rectitud de intención, buscar sinceramente el bien común y no sus propios intereses, humildad para reconocer sus errores y aceptar las críticas, etc.

Todas estas cualidades son de suponer, que ahora, nuestros gobernantes las poseen ya que de lo contrario no hubiésemos avanzado nada durante siglos y, es que estas cualidades no son algo simplemente conveniente sino necesarias para gobernar bien. Por eso, si el candidato, aunque haya sido elegido democráticamente, carece de ellas y nos lo ha ocultado, si llega a gobernar lo hará mal; puede hacer un grave daño al país en aspectos fundamentales y arrastrar al desprestigio al partido que representa y a todos los que le votaron. Por eso es importante y lógico que el que aspira a desempeñar un puesto de alta responsabilidad no surja "de la nada", sino que haya demostrado ya su valía personal en otros ámbitos de cierto relieve, de igual modo que en una empresa privada sería inimaginable que fuera elegido para dirigirla quien no fuera ya conocido por su idoneidad y competencia.

En las enseñanzas de los grandes maestros que he señalado encontramos las cualidades principales de todo buen gobernante. Apoyándonos en ellas podemos deducir algunos rasgos más, implícitos en ellas.

Además de la competencia, la integridad moral, el amor a la verdad, el respeto a las leyes y la humildad, el gobernante debe aceptar el cargo sabiendo que necesitará un gran espíritu de servicio y de amor a su país, para buscar siempre lo que más convenga al bien común, por encima de sus intereses personales. Por lo tanto, debe estar desprendido del poder, porque no debe buscar mantenerse el poder a toda costa sino servir. Y si no sirve, no sirve, no es útil.

Es complicado cumplir con todas esas indicaciones, es difícil mantenerse fiel a esas formas de un buen gobernante por eso le debemos ayudar, debemos procurar con nuestro apoyo que puedan cumplir con sus obligaciones que aceptaron al acceder al cargo y, así podremos llevar todos una vida tranquila y sosegada. Tenemos que colaborar para que realicen bien su trabajo, y a la vez debemos llamarles la atención, por los cauces adecuados, si se apartan del fin para el que los hemos elegido.

Buenos días.

jueves, 18 de febrero de 2021

¿A qué se intenta servir?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

El martes fue festivo en Pego, y aprovechamos que se podía cruzar Gandía para ir a Cullera, otra excursión con algo más de cien kilómetros. Que recorramos prácticamente los cien kilómetros cada vez que salimos de excursión no significa que ese sea nuestro objetivo que debamos alcanzar, es solo un dato que viene a decir la distancia a la que se encuentra el lugar elegido para comer. No es una meta, ni un mérito que queramos conseguir, solo es una distancia que nos permite pasar todo el día pedaleando y recorrer una zona que queremos visitar. Creo que no tenemos nada de que vanagloriarnos si realizamos los cien kilómetros en algo más de seis horas de pedaleo en un recorrido completamente llano, como fue el de ayer, pues esta vez no subimos al Santuario.

Nuestro ritmo de pedaleo es el de paseo, lo que sucede es que “paseamos” muchas horas, es verdad que alegra el conseguir alcanzar la cima de algún puerto de cierta importancia sin poner el pie en tierra, pero con los desarrollos que llevamos en nuestras transmisiones no tiene ningún mérito, solo tal vez, el de mantener el equilibrio a tan baja velocidad.

Existe un anhelo en la naturaleza humana por destacar, por ser superior al resto y por vanagloriarse, es sin lugar a duda, una condición normal. Sin embargo, debemos saber dominarla. Hay que intentar no sentirse “más” que los demás, ni por lo que hacemos, ni por lo que pensamos, ni por lo que esperamos.

Espero que, al mostrar las excursiones, los viajes en bicicleta y los proyectos no se provoque ningún tipo de daño a nadie, pues me alejaría del verdadero propósito que es el de servir con estas experiencias a los demás, mostrando un camino, una forma de ver y entender la bicicleta, así como la vida.

La persona que se encuentre esclavo del poder, la ambición, el dinero o el orgullo, según mi opinión, ha perdido el verdadero camino por el que debe transcurrir su vida. Esta sed de gloria personal va a provocar daño a los que nos rodean y nos alejará todavía más del propósito de nuestra vida que es el de servir en lo que se pueda a los demás.

Y, es desde aquí cuando se nos complica un poco el tema, del sin duda, buen propósito de nuestra vida. Para ayudar y servir a los demás hay que tener bastante claro cuáles son sus necesidades y las nuestras pues no hay que servir por servir. Tener claro cuál es el fin último de nuestro servicio, tener un ideal al que servir. Ese ideal debe tener unas características bien definidas e incluso incuestionables; la verdad, la justicia, la misericordia, la honradez y otros. Servir a dichos atributos, aunque sea de forma imperfecta, es servir a un concepto concreto de perfección. Pero el hombre que se precipita en busca de algo o alguien a quien servir por servir se encontrará sirviendo a lo primero que se encuentre o en alguna organización cuyos fines no estén lo suficientemente claros y acabará, sin duda, sirviéndolos con gran dedicación.

Toda esta cuestión no puede plantearse sin sacar a relucir una vez más la verdadera pregunta, que no es otra de que si el ser humano debe servir a algún propósito; y si no sería mejor que se tratara de definir a qué se intenta servir. Todas esas palabras tontas como servicio, eficiencia, pragmatismo y las demás fracasan porque se venera su significado y no su finalidad. Y todo ello nos devuelve a la cuestión de si debemos proponernos venerar la finalidad; a ser posible la verdadera finalidad.

La vida de todo hombre precisa de un norte, de un itinerario, de un argumento. No puede ser una simple sucesión fragmentaria de días sin dirección y sin sentido. Cada hombre debería de esforzarse en conocerse a sí mismo y en buscar sentido a su vida proponiéndose proyectos y metas a las que se siente llamado y que llenan de contenido su existencia.

A partir de cierta edad, todo esto debería de tenerse bastante claro, de manera que en cada momento uno pueda saber, con un mínimo de certeza, si lo que hace o se propone hacer le aparta o le acerca de esas metas, le facilita o le dificulta ser fiel a sí mismo. No es algo complicado, es más, se trata de algo asequible a todos. Lo único que hace falta es, si no se ha hecho, tratarlo seriamente con uno mismo.

Para que la vida tenga sentido y merezca la pena ser vivida, es preciso reflexionar con frecuencia, de modo que vayamos eliminando en nosotros los detalles de contradicción o de incoherencia que vayamos detectando, que son obstáculos que nos descaminan de ese itinerario que nos hemos trazado. Si con demasiada frecuencia nos proponemos hacer una cosa y luego hacemos otra, es fácil que estén fallando las pautas que conducen nuestra vida. Muchas veces lo justificaremos diciendo que “ya nos gustaría hacer todo lo que nos proponemos”, o que siempre “del dicho al hecho hay mucho trecho”, o alguna que otra frase lapidaria que nos excuse un poco de corregir el rumbo y esforzarnos seriamente en ser fieles a nuestro proyecto de vida.

Es un tema difícil, lo sé, pero tan difícil como importante. A veces la vida parece tan agitada que no nos da tiempo a pensar qué queremos realmente, o por qué, o cómo podemos conseguirlo. Pero hay que pararse a pensar, sin achacar a la complejidad de la vida lo que muchas veces no es más que una turbia complicidad con la debilidad que hay en nosotros.

Es verdad que las cosas no son siempre sencillas, y que en ocasiones resulta realmente difícil mantenerse fiel al propio proyecto, pues surgen dificultades serias, y a veces el desánimo se hace presente con toda su paralizante fuerza. Pero hay que mantener la confianza en uno mismo, no decir “no puedo”, porque no es verdad, porque casi siempre se puede. No podemos olvidar que hay decisiones que son fundamentales en nuestra vida, y que la dispersión, la frivolidad, la renuncia a aquello que vimos con claridad que debíamos hacer, todo eso, termina afectando al propio hombre, despersonalizándolo.

En fin, buenos días.

lunes, 15 de febrero de 2021

Mis decisiones afectan.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Parecía imposible, pero hemos encontrado y hemos conseguido realizar un recorrido nuevo, otra vez alrededor de los cien kilómetros y con un final que nos viene gustando, bajar por la Gallinera.

Hemos subido a la Llacuna desde Villalonga para bajar por Lorcha, Beniarres, Benimarfull, Planes, Patró, la Carroja, Benisiva, Beniali, Adsubia y por fin Pego.

Cuando me levante ayer nada me hacía pensar que subiría a la Llacuna, son decisiones que se toman casi sin pensar y en el último momento, pues queríamos ir hacia Cullera pero la dificultad que representaba cruzar Gandía, ya que esta confinada los fines de semana, nos hizo intentar y conseguir subir un puerto más en la imaginaria ya larga lista de puertos conquistados, una lista que solo sirve para recordar por donde hemos pasado y que no añade nada más, ni siquiera una cantidad que aumentar ni una colección que completar.

A veces tenemos la impresión de que algunas elecciones o decisiones nos resultan insignificantes, sin valor, sin transcendencia.

En realidad, quedarme en casa o ir de excursión, ver este o aquel programa de televisión, leer un libro de aventuras o uno de filosofía, tomar más o menos copas de cerveza... son decisiones que “entran” en mi vida, que llegan a ser parte de mí mismo, que me cambian.

No sólo yo quedo “tocado” en cada decisión. También los demás, los más íntimos, los más cercanos, van a sentir los efectos de mis decisiones. Otras personas, por muy personal que sea mi decisión, serán afectados, para bien o para mal, de lo que comienza en el mundo a partir de lo que yo hago o de lo que yo deje de hacer.

Los que se encuentren más cerca y los más alejados, el mundo, queda afectado por mi comportamiento. No es igual que elija una ruta de montaña u otra llana, más corta o larga, no es indiferente si me comprometo a reciclar con atención la basura.  Mis compañeros de excursión, mi barrio, mi ciudad, el planeta tierra, van mejor o peor según mis costumbres, según mi preocupación por la forma física en que nos encontremos, según como tire la basura.

Mis decisiones afectan, por lo tanto, a personas que obtendrán beneficios o no. Cada una de mis decisiones introduce algo distinto, nuevo, bueno o malo, justo o injusto, en este mundo de contradicciones y de esperanzas.

Hay que reflexionar profundamente antes de tomar una decisión, de empezar un nuevo acto. Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo. Hay que escuchar esa voz humilde y sencilla que tenemos en nuestro interior que me repite, con un tono suave e íntimo, que hasta un vaso de agua dado a un ciclista que pasa o a un caminante sediento no quedará sin recompensa. Porque ese simple gesto de cariño habrá introducido algo bueno, algo bello, en el mundo de los corazones sedientos de amor sincero.

Buenos días.

sábado, 13 de febrero de 2021

¡Y he hallado tan pocos, tan pocos, que me ahogo!

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Estamos en unos días en los que no estaría de más empezar a realizar una regeneración y a hacer un esfuerzo mayor para convivir con quien está pensando diferente. Se hace necesario realizar una reflexión. Por ejemplo, delante de la dificultad de ciertos políticos para darse cuenta objetivamente de cual la realidad socioeconómica en estos momentos. En cualquier trabajo ocurre que para solucionar problemas y emprender proyectos, es necesario valorar con sinceridad cual es la situación. También, cuando algunos políticos se ponen huecos ante nuestras objeciones, pidiéndonos detalles y argumentos, que ya saben y que no quieren oír.

Las personas normales estamos indefensos, en muchas ocasiones, ante los poderes públicos. Es importante que, como sucede en elecciones, quien nos está pidiendo nuestro voto, tolere bien nuestras críticas y, por ejemplo, no se obstine en negociar con terroristas. La libertad para discrepar ha de quedar siempre protegida. No sólo es cuestión de tolerancia. Es, principalmente, el respeto debido a todos los ciudadanos.

¿En manos de quién estamos? ¿Tan costoso es rectificar? Seguro que todos sabemos valorar la constancia en la lucha por conseguir el bien común y la verdad de aquellos políticos que, en algún caso, puedan haberse equivocado.

No hace falta ser un genio ni una persona excepcional para poder exigirlo. Hace unos días leí una reflexión de Ortega y Gasset que creo no tiene desperdicio en este caso: «De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la tierra es la de los hombres veraces. Yo he buscado en torno, con mirada suplicante de náufrago los hombres a quienes importase la verdad, la pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas, y apenas he hallado alguno.

¡Y he hallado tan pocos, tan pocos, que me ahogo! Sí: congoja de ahogo siento, porque un alma necesita respirar almas afines, y quien ama sobre todo la verdad necesita respirar aire de almas veraces. No he hallado en derredor sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es, dispuestas sólo a usar de las cosas como les conviene».

No quiero generalizar. Sabemos que en todos los lugares podemos encontrar concejales, alcaldes y políticos estupendos que se desviven por el bien común. Pues ya va siendo hora de que a la política se incorporen más destacados profesionales, que busquen servir de verdad a todos los ciudadanos.

Por otra parte, nuestra reflexión constante, el pararse a pensar y razonar lejos de llevarnos a opiniones y consignas automáticas y partidistas, será una buena salvaguarda de la libertad. Entrenarnos en el uso de la razón y las buenas obras supondrá una mejora personal y de toda la sociedad.

La búsqueda del progreso en un orden justo exige un sano espíritu crítico. Pues a ejercerlo. ¡Faltaría más!

Buenos días.

jueves, 11 de febrero de 2021

¿Queremos hacerlo mejor?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Continuamos con la covid-19 y con la vacunación, a la espera de que la pandemia pase y nos podamos dedicar a los problemas que nos son característicos y para los que estábamos más preparados, aunque para algunos no habíamos encontrado solución ni antes y parece ser que tampoco para después.

Por ejemplo, ¿de dónde puede venir un líder sensato, experimentado, competente y bien informado, además de independiente? Qué pueda poner un poco de orden en todo este lio que tenemos montado con la política española y los políticos. En este mundo que se encuentra hiper organizado y enloquecido por las etiquetas, es poco probable que alguien que pase por el proceso necesario para adquirir las cualidades anteriores retenga las últimas. Y si apareciera alguien así, ¿dónde entre todos los arribistas encontraría a los colegas que necesitaría para gobernar?

Las personas mal informadas sin plan, poder o liderazgo efectivo no pueden hacer mucho. Pueden alborotar, pero ¿y qué? Si son los alborotadores con las ideas contrarias a lo políticamente correcto, serán perseguidos y aplastados, y todo aquello con lo que estén conectados quedará desacreditado. Si son los alborotadores que siguen las proclamas gubernamentales, no les pasará mucho, pero lo que hagan no tendrá mucho efecto. ¿Por qué debería tenerlo? Nadie con poder real está preocupado si los escaparates de Madrid, Barcelona o Valencia son destruidos, especialmente cuando los alborotadores apoyan lo que las clases gobernantes quisieran hacer de todos modos. ¿Estos acontecimientos ponen en riesgo los intereses de los partidos políticos?

Entonces la política es un desastre, sin respuestas obvias. Los que pensamos y creemos que algo mejor es posible necesitamos reconstruir desde el principio. Si el gobierno carece de reciprocidad y quiere controlar todo, se debe trabajar muy duro para construir nuestras propias zonas autónomas. Eso será difícil cuando no existen líderes políticos de los que nos podamos fiar y nosotros mismos carecemos de fuerza y unidad. Pero solo podemos comenzar donde estamos, y el primer paso es comprender dónde está eso. Después de eso, la pregunta es si queremos hacerlo mejor. La visión y la determinación, si están presentes, pueden hacer maravillas en un entorno fundamentalmente caótico.

Buenos días.

miércoles, 10 de febrero de 2021

Dictatorial, autoritario o totalitario.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Siguiendo un poco con el tema del otro día y más o menos desde el lugar donde lo deje, tendría que añadir que somos, desdichadamente, esclavos de alguna manera de los bienes materiales y de esa mala costumbre de centrar nuestras acciones en averiguar quién superará a quién y de tratar de ser más que el otro, y, estas formas de actuar niegan la reciprocidad a la que me refería hace unos días casi por completo.

Resulta que, si los que ostentan un cierto poder, y nosotros podemos ser tranquilamente uno de ellos, no se ponen de acuerdo con los demás, si no tienen un bien común que perseguir, sin unas reglas que les unan a los que obedecen, pueden caer en la tentación de actuar libremente haciendo lo que quieran y obligar a hacerlo. Y eso los hace radicalmente injustos.

Si ahora ampliamos el tema y nos centramos un poco en nuestras autoridades podríamos denominar a un gobierno que careciera de reciprocidad en su trato con su pueblo de diversas formas, por ejemplo, dictatorial, autoritario o totalitario.

No son lo mismo pues existen diferencias, el primero, que puede aplicarse a cualquier cosa, desde una junta militar hasta los Jemeres Rojos. Se refiere a una situación en la que un hombre o grupo, generalmente uno que ha tomado el poder ilegalmente y sin el consentimiento popular, simplemente dicta la ley y la política.

Los dos siguientes están más definidos. “Totalitario” es el más radical y se refiere a un intento dictatorial de transformar todos los aspectos de la vida humana. “Autoritario” generalmente se refiere a una dictadura mucho más limitada que trata de proteger el curso de la vida normal en tiempos inestables y difíciles al deshacerse de complicaciones procesales como elecciones libres, un poder judicial independiente y el estado de derecho.

Si nos damos cuenta el “totalitario” y el “autoritario” intentan reclamar la legitimidad que les viene con la reciprocidad. Puede que no se sientan obligados por la ley, pero afirman tener el apoyo popular y defender el bien común, o al menos los intereses de la gran mayoría.

Esto no sucede en ningún lugar remoto ni pertenece a la historia ya que también sucede ahora. La gente todavía habla de regímenes autoritarios y totalitarios, pero en los países occidentales como el nuestro los términos no encajan realmente. Ya no hay un orden heredado lo suficientemente importante para preservar o rebelarse para que el autoritarismo clásico y el totalitarismo tengan sentido. ¿Cuál sería la situación si el Estado Mayor tomara el poder? ¿Y por qué imponer una dictadura violenta de fuerzas progresistas cuando esas fuerzas ya controlan todas las instituciones importantes?

Aun así, a pesar de todo, ahora está creciendo un orden público que carece de reciprocidad. Las personas que dirigen los Estados no creen que el principio de democracia dentro de las fronteras nacionales tenga sentido en un mundo cada vez más globalizado, por lo que se niegan a vivir de acuerdo con él. Pero la democracia transnacional no es un principio: la democracia es gobernada por el pueblo y no hay pueblos transnacionales. Así que estamos obteniendo un sistema que, como el primer Imperio Romano, mantiene las formas y símbolos acostumbrados del gobierno libre, pero tiene un espíritu y una sustancia muy diferente a la del pasado.

El estado de derecho tampoco tiene la fuerza que tuvo una vez. Los tribunales y los funcionarios se orientan cada vez más hacia objetivos concretos, y la aplicación práctica de la ley se vuelve cada vez más diferente entre las clases gobernantes y sus seguidores, y con los demás. Si se comete perjurio o se destroza mobiliario público, lo que suceda depende de qué lado se esté.

Tampoco existe una comprensión razonable del bien común. Para la comprensión del bien humano es tremendamente insuficiente la seguridad, la estabilidad, la prosperidad económica tan difundida y la abolición de las distinciones tradicionales como el sexo en favor de un orden social puramente burocrático, comercial y consumista.  Eso es especialmente cierto para un orden político que reclama cada vez más el derecho a remodelar toda la vida humana. Aquellos que quieran manejarlo todo deberían reconocer todos los bienes humanos.

Y eso plantea el problema más fundamental: nuestras clases gobernantes reclaman el derecho a rehacer el mundo. Ese es el significado implícito en eslóganes políticos como “Equidad” y “Esperanza y cambio”. Vamos a tener un hombre nuevo en un nuevo orden social. Dada la naturaleza cada vez más unilateral de la gobernanza, la vida pública está adquiriendo un carácter totalitario.  

Pero es un tipo extraño de totalitarismo que depende de la debilidad radical del pueblo más que del terror estatal. Somos cada vez más una nación de arribistas y consumidores, de fe en declive, fronteras que desaparecen, familias débiles y rotas, niños criados por cuidadores profesionales y comunidades culturales internamente fracturadas con poco en común que se unen solo como personas a través de la estructura de gobierno.

Si queremos discutir cosas entre nosotros, no podemos hacerlo en el bar porque está cerrado. Si la discusión se lleva a cabo en las redes sociales, el foro se controla o se suprime. Y entre la propaganda organizada y las batallas independientes, es mucho trabajo obtener información confiable. ¿Quién tiene el tiempo, el conocimiento y el buen juicio para hacer lo que se necesita?

En fin, parece que un nuevo sistema de totalitarismo y autoritarismo se esta imponiendo poco a poco y hacerle frente es cada día más complico, pero siempre hay algo que podemos hacer, pero eso ya será otro día.

Buenos días.

lunes, 8 de febrero de 2021

Otro domingo de excursión.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Otro domingo de excursión con la bicicleta, buscando nuevas combinaciones para volver al mismo lugar de salida y, a pesar de parecer imposible se encuentran. Ayer la llegada a Murla por Campell y el paso por Benimarfull para llegar a Planes nos permitieron superar los cien kilómetros. Viento fresco aún en las bajadas, pero ya llegará la primavera y podremos asegurar una buena temperatura.

La bicicleta se comporto bien con el rayo nuevo y con el centrado de la rueda que le hice, aunque con el 1-1 me hacía un pequeño ruido que supongo será la rueda trasera que no la tengo lo suficientemente atrás, dentro de un rato lo veré.

No sé con seguridad si existe reciprocidad entre la bicicleta y nosotros o entre las personas y las cosas materiales, puede ser que si trato bien a la bicicleta ella me corresponderá de la misma manera, pero, aunque sea así, que parece serlo, nuestra relación no circula en ambos sentidos como debería de funcionar entre las personas. Puesto que la bicicleta no tiene capacidad por ella misma para comportarse de una manera independiente. No puede elegir entre dos opciones.

No sucede así en las relaciones entre las personas, donde es un principio social bastante fundamental él estar dispuesto a corresponder del mismo modo a un determinado comportamiento que se tiene con nosotros, o sea que nuestras relaciones vayan en ambos sentidos.   

Es lo que suele llamarse reciprocidad, por cierto, no se requiere para ello igualdad, no soy igual al Presidente de Gobierno o al policía que me multo ayer por aparcar mal, pero si que requiere una obligación mutua. El Presidente de Gobierno y el policía tienen unos poderes que yo no tengo, pero este sistema que les otorga esos poderes y espera que yo me someta también debería aplicarse a ellos, de alguna manera esos puestos deberían implicar una aprobación y una comprensión razonable del bien común. No deben simplemente tener el poder para usarlo como quieran.

Pero bueno, ya tendré más tiempo mañana para continuar con el tema.

Buenos Días.

sábado, 6 de febrero de 2021

Un diálogo verdadero.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


Una de las palabras que leo, y escucho, cada vez con más asiduidad, que se usa para eslóganes políticos y publicitarios, en charlas superficiales y para esconder realidades sociales y políticas no es otra que dialogo, o sea dialogar.

Cuántas veces nos hemos dado cuenta de que se quiere resaltar la importancia del diálogo como un fin en sí mismo. Vemos que en una entrevista se repite continuamente, se conjuga en todas las formas el verbo dialogar y se termina llegando a la conclusión de que lo importante es solamente el diálogo y no tanto sobre lo que se dialogue o quien dialogue.

Sin duda que nos gustan y queremos a personas y políticos dialogantes, deseamos que se dialogue con todo el mundo pues confiamos en que el diálogo puede solucionar muchas cosas y muchos problemas, por eso, queremos que no se cometa continuamente el error de banalizarlo y utilizarlo como un monólogo.

Un diálogo es una conversación entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Estoy cansado de ver propuestas que se dicen “dialogantes” y que sin embargo se encierran en sí mismas. Lo estamos viendo, por ejemplo, en las últimas leyes y decretos que se están aprobando. No basta con decir que “soy dialogante” o que “se es dialogante”, sino en practicar el saludable ejercicio de la conversación, escuchar, responder, dejarse interpelar.

Un diálogo entre dos personas o dos entidades no es escuchar el “monólogo” del otro y después leer el propio y marcharse a casa. El verdadero diálogo exige propuesta, verdad y contenido. Supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro, y, sobre todo, aceptando la posibilidad de que tenga razón en muchos aspectos. ¡Ah! Y saber que, desde su identidad, la otra persona tiene algo para aportar, y es interesante que ahonde y explique su propia posición para que el diálogo sea más completo todavía.  

De lo que se trata, es decir, el fin es buscar el encuentro, la relación, el compartir, la búsqueda para establecer un espacio en común para todos. No se trata por tanto de abandonar la idea de diálogo, sino de buscar un diálogo verdadero. El diálogo es un instrumento, un medio, por eso absolutizarlo utilizándolo como un fin en sí mismo para esconder una imagen o mostrar una falsa nos aleja de la búsqueda de la verdad y de su misma esencia.

Quizás debería de hacer un poco más de hincapié en otra palabra que he escrito anteriormente; “encuentro”. El encuentro al que me refiero es el que se da entre personas que son o piensan distinto y deciden poner en común lo que son y tienen. Pero, sobre todo, tienen una voluntad de encuentro, una intención de buscar un algo en común, aunque solo sea el respeto. Es, ahí, en ese deseo de encuentro, en ese empeño de buscar lo común, donde el diálogo adquiere su sentido como instrumento que nos facilita la comunicación, la puesta en común y el enriquecimiento mutuo. 

En fin, no nos queda más remedio que ir comprobando continuamente que nuestra forma de comunicarnos nos lleva efectivamente a un encuentro generoso, a la búsqueda de la verdad, a un diálogo verdadero.

Buenos días.

viernes, 5 de febrero de 2021

¿Y ahora qué?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Ya está la berlingo preparada para en unos minutos convertirse en un camper, ¿y ahora qué? Pues nos queda esperar.

Ha llegado la hora más complicada, la de dejar pasar el tiempo esperando que la cavid-19 se despiste y nos deje movernos en libertad, esperar la vacuna para que nos ayude a que nuestro cuerpo pueda ganar con tranquilidad su batalla contra el virus, en fin, esperar.

El hombre está por naturaleza orientado hacia el futuro. Esto quiere decir que mi vida consiste fundamentalmente en esperar. Esperar. ¿qué? En este caso poder ir de viaje, pero en general seguir, seguir viviendo, imaginando quién se quiere ser, quién se pretende ser. ¿Hasta cuándo? ¡Ah! Esta es una cuestión importante pues la vida tiene un término, la muerte; sé que tengo que morir, pero esto en el fondo me parece inverosímil, inaceptable. La intención de existir indefinidamente, de inmortalidad, no solo la tengo yo, sino que pienso que es universal en distintos grados y en diversas formas. Es lo común a todas las personas, en una forma o en otra, porque si el hombre se acaba, se extingue, la idea de un futuro mejor carece de sentido.

De ahí que me parezca de una fría crueldad el intento de robar la esperanza a las personas, principalmente a aquellas que apenas pueden esperar nada en este mundo. Viejos, solitarios, enfermos, pobres, con defectos que entorpecen la vida, tienen tal vez la esperanza de seguir viviendo mejor, acaso incomparablemente superior a lo que han conocido.

A esa esperanza, soy de la opinión que hay que añadir sin duda el amor. Cuando te pones a pensar sobre este tema inevitablemente te das cuenta de que el amor es lo que da su sentido más profundo a la esperanza de inmortalidad. Y es que, cuando se ama verdaderamente a algunas personas, su desaparición es inaceptable. Se necesita, necesito que sigan existiendo para seguir siendo amadas. Ese afán de inmortalidad que estoy manifestando, lejos de ser egoísmo, como se me podría reprochar, es lo contrario: es la forma suprema de altruismo, la afirmación de los demás. La inmortalidad de uno mismo es simplemente un caso más, la condición para que todo eso tenga sentido.

Hemos visto y estamos viendo como grupos de personas, bien organizados, que tratan de arrancar la esperanza a los demás hombres. Habría que preguntarse en serio si a ellos les parece "distinguido", selecto, superior, no esperar, dar por supuesto que la vida termina con la muerte biológica, y no hay más. Vemos algunas posiciones políticas, en principio lícitas y aceptables, con la premeditada idea de la destrucción de algo que ha sido siempre uno de los resortes capitales de la vida humana, de los que han permitido superar las dificultades inherentes a todas las personas, en cualquier lugar y condición que vivan.

Si se hicieran cuentas, quiero decir si se hicieran bien, se descubriría que estas actitudes han sido causa principal de la infelicidad de millones de personas. Sería menester medir la inmensa diferencia entre vivir con esperanza, aunque sea inquieta, dudosa, vacilante, con un fondo de perplejidad, a vivir sin ella. La desesperanza puede llegar a una situación de desesperación, que es la clave oculta de tantas actitudes que no comprendemos, que no acaban de explicarse, que no se justifican sino por el vacío que deja en la vida humana la ausencia de esperanza.

La persona espera, aspira, durante el tiempo de su vida terrenal imagina y elige lo que desea ser siempre. Pensadlo. En alguna ocasión me he preguntado por qué Dios nos ha hecho vivir en este mundo, entre tantas dificultades y riesgos, en lugar de situarnos directamente en el paraíso. Y me respuesta siempre me ha llevado a que se trataría entonces de otra especie, de otro tipo distinto de realidad. El hombre, en su vida terrenal, en la que llama "esta vida", imagina, inventa, trata de realizar su propia realidad, la que le parece deseable, valiosa, con la que puede identificarse. De ahí la necesidad de que esta aspiración se cumpla. La renuncia a ella implica la abolición de la misma condición humana, el abandono de lo que le es más propio, de aquello en que propiamente consiste.

Me preocupa hasta qué punto se hacen, por motivos triviales, intentos de destrucción de lo que es esencial en la vida humana, sin darse cuenta, simplemente cerrando los ojos a lo que con ellos abiertos es absolutamente evidente.

En fin, buenos días.

jueves, 4 de febrero de 2021

Poder, autoridad y soberanía.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Una de las cosas que más echo en falta en las personas que están gestionando la pandemia de la covid-19 y, que vienen a ser las mismas que nos gobiernan, es su falta de autoridad.

La crisis de autoridad, que estoy adivinando, es sobre todo la crisis personal en la que viven quienes, detentando la autoridad, no saben qué tienen que hacer con ella. Entendamos bien qué es la autoridad, para qué la tenemos y qué se hace con ella.

La autoridad, en su significado más radical y profundo, no es otra cosa que el prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia. Solemos entenderlo mal: confundimos la autoridad con el poder (los romanos tenían muy clara la diferencia entre auctoritas y potestas) y nos fijamos siempre más en la cara externa de la autoridad -el poder y los medios que emplea para hacerse valer- y en sus efectos inmediatos, que en sus funciones educadora y divulgadora a quien se dirige, si es que hablamos de personas, o en su función creativa y de servicio, si es que hablamos de tareas.

En el caso de las personas, el ejercicio de la autoridad rectamente entendida es una obligación de quien la posee y un derecho de quienes deben ser gobernados, instruidos y educados.

Creo que es interesante que recordemos el significado y para que sirven palabras como: poder, autoridad y soberanía. Sobre todo, en estos días donde estamos sometidos al poder de innumerables autoridades.

Veamos, el poder es la capacidad de ordenar algo a otra persona utilizando sólo la fuerza. Si alguien me apunta una pistola a la sien tiene poder sobre mí. El poder se basa en el miedo ya que es la lucha de todos contra todos. Sin embargo, el poder puede ser también el de una mayoría democrática que se base sólo en la prevalencia del número. El poder no tiene legitimación, se impone con la fuerza, con cualquier tipo de fuerza. Ni tan siquiera busca justificaciones, no las necesita, le basta la fuerza para imponerse.

Un momento, por eso hay que tener claro este concepto para ver la diferencia con la autoridad, que es el poder moralmente legitimado. Tiene autoridad quien manda sobre otra persona, pero para el bien. La autoridad tiene una cualidad que le es propia, el conocimiento, la sabiduría de lo que le es propio. Un comité de expertos tiene autoridad, pero no necesariamente tiene poder. La legitimación de la autoridad debe ser moral: cualquier legitimación de otro tipo no es suficiente. Una legitimación institucional, o electoral no crean la autoridad en sentido pleno y último. El derecho/deber de mandar sobre los otros no puede, en última instancia, derivar de las reglas que lo establecen, ni de funciones institucionales fijadas en cualquier Constitución o Carta Magna, ni de la mayoría de los votos obtenidos en una competición electoral. Todas estas fuentes pueden, como máximo, indicar quién debe mandar y gobernar, pero no son capaces de legitimarlo moralmente, ni de establecer hasta el fondo el deber de obedecer por parte de quien está por debajo. Mientras que el poder no tiene necesidad de atenerse a la verdad y al bien, la autoridad sí, porque es de ahí de donde sale su legitimación.

No se si me he explicado bien, tal vez no lo haya hecho, pero si que sería necesario hacer un esfuerzo para entenderlo.

¿En qué basamos hoy el poder para que no sea sólo poder, sino también autoridad? Hay que reconocer que la pregunta no tiene una contestación que se encuentre a mi alcance, dado que el poder del hombre sobre el hombre no se puede fundar en el hombre mismo, sino sólo en algo superior.

Y es a partir de aquí donde nos encontramos con la soberanía para que nos complique un poco más la cuestión, ya que la soberanía es el poder que se confiere a sí mismo la autoridad y que no reconoce tener por encima de sí ningún otro poder ni ninguna otra autoridad.

Veamos, que es la soberanía, pues podría decir que es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente, y soberano, pues: el que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente.

La soberanía se legitima sola porque piensa que, así, se convierte en autoridad, pero sigue siendo poder. Y, aquí tenemos una dificultad, una dificultad a la hora de utilizar ese concepto, por ejemplo; en nuestra Constitución se utiliza este concepto cuando dice que el pueblo es soberano. Algo, que si lo razonamos un poco nos parecerá inaceptable ya que es la transformación democrática del principio del absolutismo de Estado: que sean soberanos uno o muchos, cambia poco desde el punto de vista cualitativo.

Como decía, actualmente estas palabras se utilizan a menudo. Se trata de conceptos muy importantes y que pueden ser de ayuda para contextualizar bien los problemas políticos de hoy, y no sólo los de ayer.

Buenos días.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Un "clac".

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Cuando vas en bicicleta y oyes un “clac”, no hay duda, algo se ha roto y la gravedad de la rotura siempre va a depender del tiempo que se tarde en localizarla. Si te tienes que detener porque no puedes continuar la rotura suele ser grave, pero si por el contrario localizas el origen del “clac” a los dos días cuando haces la revisión, entonces, aunque la rotura haya podido ser importante no ha sido lo suficientemente grave.

Se me rompió el pasado domingo un rayo de la rueda trasera y, como siempre del lado de los piños, seguramente si hubiese andado de viaje con las alforjas cargadas no hubiera tenido más remedio que aflojar un poco el cable del freno y hubiera terminado sin problemas el día, pero no fue este el caso, así pude continuar sin la necesidad de averiguar el motivo del “clac”.

Si hubiese andado de viaje con las alforjas cargadas hubiera llevado no solo un rayo sino también la llave para desmontar el casete de los piños, lo que me lleva a la conclusión de que el plan B ante una avería grave en una excursión de un día suele ser pensar que puedo volver a casa con solo una llamada por el móvil.

Los planes B son más importantes de lo que podemos pensar y generalmente más sencillos, aflojar la tensión del cable de freno ante la rotura de un rayo es mucho más sencillo que cambiarlo. Recuerdo ahora el caso de los problemas que a los que se tuvieron que enfrentar los ingenieros americanos que tenían que preparar los viajes de los primeros astronautas cuando se dieron cuenta de que los bolígrafos no funcionarían sin gravedad (o con gravedad cero), pues la tinta no bajaría hasta la superficie en que se deseara escribir.

Para resolver este problema estuvieron varios años y se gastaron varios millones de dólares para desarrollar un bolígrafo que funcionaba: bajo gravedad cero, al revés, debajo del agua, prácticamente en cualquier superficie incluyendo cristal y en un rango de temperaturas que iban desde abajo del punto de congelación hasta superar los 300 grados centígrados.

En cambio, cuando los rusos tuvieron el mismo problema simplemente utilizaron un lápiz.

No es cuestión, muchas veces, complicarse la vida, sino más bien buscar la solución más simple al problema y, es que nos centramos mucho en los problemas y poco en las soluciones

De lo que se trata es de ser positivo y no ver solamente la parte negativa de las cosas. Por ejemplo, ante el trabajo de limpiar después de una fiesta hay que pensar que estuvimos rodeados de amigos y familiares. Ante la molestia del despertador que nos despierta todas las mañanas, hay que pensar; ¡Estoy vivo!

No estoy diciendo que ante los problemas tengamos que poner como excusa un plan B que nos libera de solucionarlos, ni inventar excusas para simplemente lavarse las manos. Los pretextos o excusas en ocasiones pueden parecer razones válidas para no hacer algo, pero si lo hacemos como un hábito podríamos tener problemas.  

Casi todos los problemas tienen una solución, solo es cuestión de dedicarles tiempo para encontrarlas.

Buenos días.

martes, 2 de febrero de 2021

El bien, la verdad y la belleza.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Llevo varios días buscando una respuesta a la pregunta del otro día, ¿qué somos? Y no hay forma de separar de una contestación la necesidad de saber antes cuál es nuestra misión, cuál es la misión de cada uno y, a mi entender, diciendo que nuestra misión consiste en ser transmisores del bien, de la verdad y de la belleza, podría dar por contestada la pregunta, o al menos una gran parte. Pues somos los encargados de que el bien, la verdad y la belleza lleguen a todos los lugares y personas.

Pues bien, tema concluido, al menos en su parte teórica. La parte práctica va a resultar un poco más complicada; ¿cómo vamos a anunciar el bien? Parece sencillo pues la prudencia nos indicará cuándo debemos callar y cuándo debemos hablar, y además cómo, pero en todo caso, siempre que hablemos, hemos de hablar bien y hablar del bien, no como en los telediarios habituales que no se centran sino en el mal.

Hablar mal y hablar del mal es una mala estrategia, que quiere convencernos de que el mundo está todavía mucho más podrido de lo que realmente está, y de este modo cualquier cosa mala puede ser legitimada por ser insignificante en relación con todo el mal que la rodea. Quienes nos oyen, sean quienes sean, necesitan oírnos hablar bien y hablar del bien.

La palabra es un arma poderosa, mucho más de lo que a veces se piensa. Se puede hacer mucho bien con la palabra, y podemos hacer mucho mal. Ojo a esto. Hay palabras que llevamos clavadas en el corazón y que nos cambiaron la vida, sabemos que hay palabras que nunca olvidaremos.

También tenemos la misión de decir la verdad y, algo un poco más complicado, a vivir en la verdad, que es lo único que puede hacernos libres. Ya sé que lo habremos escuchado muchas veces, pero es la verdad. Muchos de los problemas de esta sociedad dejarían de serlo si buscásemos un poco más la verdad. Saber e informar de la verdad en muchos asuntos, dar a conocer la verdad, nos solucionaría muchos problemas. ¡Ah! Pero a mucha gente no les interesa la verdad, ponen el grito en el infierno, porque no les interesa la verdad; saben que mucha gente, al conocer la verdad cambiaría de actitud. La prudencia nos dirá cuándo, cómo y a quién debemos decir la verdad, pero no llamemos prudencia al silenciamiento continuo.

Hablar bien y decir la verdad es un buen camino para seguir, es una buena fórmula para cambiar el mundo. No es la única, ya sé que se pueden hacer muchas otras cosas, pero al hacerlo no iremos por mal camino. El gran problema es que nuestras voces están prácticamente ausentes de mundos como el de la cultura, de la ciencia, del deporte, de la política, etc. Por eso no hay más remedio que añadir a lo anterior la transmisión de la belleza.

Es clave el ámbito de la belleza, pues con él apuntamos al centro para recuperar el mundo. Pienso que, si queremos hacer un mundo nuevo tenemos que arrancar de aquí; no debemos descuidar el bien y la verdad, pero hoy la clave está en la belleza. Ya lo dijo Dostoievsky: “la belleza salvará al mundo”. Hay que cultivar la belleza. Cultivar la belleza es hacer cultura como hay que hacerla, que es justo lo contrario de lo que cultiva el mundo de hoy, que está rindiendo culto, según mi opinión a la fealdad.

No nos dejemos engañar diciendo que no entendemos de arte. ¿Cómo que no entendemos? ¿Tiene que enseñarnos alguien cuando un cuadro de pintura nos eleva el alma o nos produce indiferencia, o repugnancia? ¿Acaso no sabemos distinguir cuándo una película nos edifica o remueve nuestros instintos más bajos? Si miramos a nuestro alrededor veremos que la parte más divulgada del arte actual es aquel que se centra en lo esperpéntico, en lo ridículo, lo pornográfico y lo violento. Denunciémoslo, llamemos a las cosas por su nombre. ¿Desde cuándo la belleza se ha basado en el absurdo, desde cuándo lo que ha producido terror o asco ha merecido ser llamado bello?

Sin despreciar las resonancias subjetivas de quien contempla una escultura o una fachada, hay un elemento objetivo que es el contenido real de la obra y que todos sabemos apreciar. Valoremos pues la belleza objetiva, aprendamos a valorarla, enseñemos a valorarla y seamos creadores de belleza.

No todos somos artistas, pero todos podemos plasmar belleza, al menos la belleza moral de las obras bien hechas. Aprendamos a valorar, sobre todo, la belleza espiritual presente en cada persona, infinitamente más sublime que cualquier planta o cualquier animal, que cualquier paisaje o cualquier obra de arte, por delicada que esta sea.

En fin, el bien, la verdad y la belleza son buenos objetivos.

Buen día.