“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Lo sabía antes de salir, nuestro peor enemigo nos
estaba esperando y nos acompañaría durante toda la excursión. Si no hubiese
sido por la ilusión que teníamos por subir el puerto de Bernia, en un recorrido
nuevo y que nos deparaba unas vistas espectaculares, lo hubiésemos dejado para
una mejor ocasión, para un día en que el viento fuese más amable.
Deje la alforja trasera en casa y metí todo el
material en una bolsa que coloque, arriba, en el porta- paquete, para que la
fuerza del viento lateral me molestase lo menos posible, y funciono, pude
controlar mejor la bicicleta y los bandazos no fueron tan intensos como la vez
anterior que nos enfrentamos a tan violento enemigo.
El fuerte viento, como el de ayer, es amable cuando
nos acompaña, cuando se dirige en la misma dirección, pero es ingrato cuando se
empeña en ponerse de frente, lo que lo hace muy poco de fiar. La amabilidad no
es por tanto una de sus cualidades principales y por eso no es digno de ser
amado pues no es afable, ni complaciente y para nada afectuoso. Como todo fenómeno
de la naturaleza no piensa en nosotros y va según unas variantes meteorológicas
a las que poco importamos.
En cambio, la amabilidad en las personas es otra
cosa, y aunque a todos nos gusta que nos traten bien, muchas veces nos
olvidamos de ella. Pocas veces nos detenemos a preguntarnos si somos amables,
tal vez porque no sabríamos que contestar ante la simple pregunta; ¿Qué es la
amabilidad? Es más fácil contestar que serlo.
Sin ir en busca del diccionario la gran mayoría de
nosotros podríamos contestar que estar dispuesto a tratar bien y con delicadeza
a los demás es lo que nos hace ser amables. Pero claro, naturalmente, seremos
amables cuando tengamos aprecio a la dignidad del hombre y por supuesto lo seremos
con todo lo que nos rodea, animales, plantas y cosas cuando reconozcamos que
tienen una especial dignidad.
La amabilidad nace de esos buenos sentimientos que
el hombre posee en su interior y que le hace amar a toda criatura por el simple
hecho de existir. Por su parte, si ahora miramos el diccionario, veremos que quien
es amable con los demás se convierte en “digno de amor”, que, de hecho, es la
traducción exacta del latín “amabilis” del cual proviene nuestra palabra en
español.
Llegados a este punto ya habréis imaginado que
tener una buena educación es una ayuda considerable, ya que, para convivir,
necesitamos algunas normas de “buena educación” que nos facilitarán el trato
amable hacia los demás.
Esta buena educación que se nos enseñó en el pasado
se ve todavía en los pueblos más pequeños donde la gente es extremadamente
amable y cortés. ¡Qué agradable es convivir con una persona bien educada que no
nos causa molestia ni repulsión por su trato ordinario o grosero!
Se nos decía que, si no podemos ser buenas
personas, por lo menos seamos educados. ¡Qué importante es el trato educado,
amable, a los demás! ¡Qué difícil es no dejarse llevar por el enfado, el desinterés,
la inconformidad en el trato con los demás! Y de un trato amable depende la
impresión que tengan de nosotros.
Las normas de educación las aprendimos, y se deben
aprender ahora desde la niñez pues se hacen hábito, de tal modo que un niño
bien educado lo es, aunque se encuentre en situaciones que le son extrañas.
En fin, seamos amables y veremos como se contagia,
el ejemplo es en la mayoría de los casos el mejor medio de enseñanza.
Buenos días.
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