sábado, 6 de febrero de 2021

Un diálogo verdadero.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


Una de las palabras que leo, y escucho, cada vez con más asiduidad, que se usa para eslóganes políticos y publicitarios, en charlas superficiales y para esconder realidades sociales y políticas no es otra que dialogo, o sea dialogar.

Cuántas veces nos hemos dado cuenta de que se quiere resaltar la importancia del diálogo como un fin en sí mismo. Vemos que en una entrevista se repite continuamente, se conjuga en todas las formas el verbo dialogar y se termina llegando a la conclusión de que lo importante es solamente el diálogo y no tanto sobre lo que se dialogue o quien dialogue.

Sin duda que nos gustan y queremos a personas y políticos dialogantes, deseamos que se dialogue con todo el mundo pues confiamos en que el diálogo puede solucionar muchas cosas y muchos problemas, por eso, queremos que no se cometa continuamente el error de banalizarlo y utilizarlo como un monólogo.

Un diálogo es una conversación entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Estoy cansado de ver propuestas que se dicen “dialogantes” y que sin embargo se encierran en sí mismas. Lo estamos viendo, por ejemplo, en las últimas leyes y decretos que se están aprobando. No basta con decir que “soy dialogante” o que “se es dialogante”, sino en practicar el saludable ejercicio de la conversación, escuchar, responder, dejarse interpelar.

Un diálogo entre dos personas o dos entidades no es escuchar el “monólogo” del otro y después leer el propio y marcharse a casa. El verdadero diálogo exige propuesta, verdad y contenido. Supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro, y, sobre todo, aceptando la posibilidad de que tenga razón en muchos aspectos. ¡Ah! Y saber que, desde su identidad, la otra persona tiene algo para aportar, y es interesante que ahonde y explique su propia posición para que el diálogo sea más completo todavía.  

De lo que se trata, es decir, el fin es buscar el encuentro, la relación, el compartir, la búsqueda para establecer un espacio en común para todos. No se trata por tanto de abandonar la idea de diálogo, sino de buscar un diálogo verdadero. El diálogo es un instrumento, un medio, por eso absolutizarlo utilizándolo como un fin en sí mismo para esconder una imagen o mostrar una falsa nos aleja de la búsqueda de la verdad y de su misma esencia.

Quizás debería de hacer un poco más de hincapié en otra palabra que he escrito anteriormente; “encuentro”. El encuentro al que me refiero es el que se da entre personas que son o piensan distinto y deciden poner en común lo que son y tienen. Pero, sobre todo, tienen una voluntad de encuentro, una intención de buscar un algo en común, aunque solo sea el respeto. Es, ahí, en ese deseo de encuentro, en ese empeño de buscar lo común, donde el diálogo adquiere su sentido como instrumento que nos facilita la comunicación, la puesta en común y el enriquecimiento mutuo. 

En fin, no nos queda más remedio que ir comprobando continuamente que nuestra forma de comunicarnos nos lleva efectivamente a un encuentro generoso, a la búsqueda de la verdad, a un diálogo verdadero.

Buenos días.

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