sábado, 30 de octubre de 2021

Desarrollare mis ciclo-viajes.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 

Tengo ya en mi poder la bicicleta encargada de llevar mis alforjas en los próximos viajes de largo recorrido, es una bicicleta de “gravel” que voy a acondicionar para viajar, por lo que será un desarrollo de la original y que permitirá que mi forma de viajar también se desarrolle.

Es importante recordar la diferencia que existe entre desarrollo y evolución, porque los dos son conceptos incompatibles.

La evolución es la transformación o cambio de algo en otra cosa distinta, mientras que en el desarrollo ese algo o alguien sigue siendo el mismo individuo. Un ejemplo simple para entenderlo: Se podría especular que un Triceratops evolucionó en un rinoceronte, o un diente de sable en un tigre moderno (después de haber evolucionado son especies distintas), pero no se puede decir lo mismo de un bebe que se hace hombre, que sigue siendo en sí mismo la misma persona humana, o de una semilla, que crece hasta convertirse en un frondoso árbol.

 No voy a cambiar, voy a ser mismo cicloturista que solo viajaba por carreteras asfaltadas, y ahora podrá hacerlo también por pistas forestales y sendas. La bicicleta de “gravel” voy a ir desarrollándola para que pueda ser ciclo-viajera, y yo por mi parte me desarrollare como cicloturista.

La bicicleta es una Diverge Elite E5 que fabrica Specialized, a la que voy a tener que “vestir” con la ropa de viaje, un desarrollo que me permitirá tenerla como compañera durante los viajes del año que viene. La Peugeot se encargará de continuar acompañándome durante mis excursiones del fin de semana por toda la comarca.

No es un cambio sin más, un cambio por el cambio, tal como el que se puede ver si analizamos lo que ocurre a nuestro alrededor, y es que uno de los rasgos más característico, constitutivo en realidad, de nuestra época es el afán de “cambio”; y también de que se trata de un “cambio” que no parece tener una dirección, un “hacia dónde”; sin saber cuál es la meta, sin plantearse siquiera si tal meta es en realidad un precipicio o un basurero. Nuestra época esconde la meta, la disfraza con las espectaculares luces del “progreso”.

No es, para mi forma de viajar, una mejor bicicleta, ni más rápida, tal vez más ligera, ni con unos componentes que me vayan a proporcionar menos problemas y más ventajas, solo el ancho de rueda es lo que la hace necesaria para los próximos viajes.

No es normal en las personas ir cambiando de ideas a cada poco, o sometiéndolas a un constante proceso evolutivo, más allá de los cambios de percepción que nos procura la experiencia de la vida y la acumulación de sabiduría (y estos cambios de percepción, para la mentalidad moderna, se encaminan más a detener y hacer retroceder el normal desarrollo de la política, la cultura, la economía…). El sentido común de las personas sencillas nos dice que quien anda cambiando constantemente de ideas, o amoldándolas a la coyuntura, es un “chaquetero”; sin embargo, entre las llamadas “elites” modernas este cambio constante es mostrado como la forma suprema de sabiduría y la prueba máxima de «inteligencia emocional». Quien, por el contrario, se mantiene leal a sus convicciones es mostrado como un retrógrado peligroso, un inmovilista al que conviene dejar aparcado en la cuneta, para que no actúe a modo de lastre en los procesos de cambio que se siguen produciendo sin cesar.

Fue Chesterton quien hablando de este progresismo nefasto decía que consiste en “alterar el alma humana para que se adapte a sus condiciones, en lugar de alterar las condiciones para que se adapten al alma humana”; y que, en su destructivo trabajo, siempre se apoya en el mecanismo del precedente: “Como nos hemos metido en un lío, tenemos que meternos en otro aún mayor para adaptarnos; como hemos dado un giro equivocado hace algún tiempo, tenemos que ir hacia delante y no hacia atrás; como hemos extraviado el camino, debemos también extraviar el mapa; y, como no hemos realizado nuestro ideal, debemos olvidarlo”. Todo menos retroceder y reconocer que estamos equivocados, que es una acción que nuestra época no acepta; ya que, al arrepentirnos y retroceder, nos daríamos cuenta de que hay certezas inamovibles, verdades inmutables y palabras eternas. ¡Y es posible que nos detuviéramos a escuchar al que dijo!: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Y esto es lo que no puede permitir de ninguna manera esta locura actual por el cambio; pues, al fin y a la postre, todo parece indicar que todo esto que he descrito fue concebido para combatir a quien pronunció esas "insultantes" palabras.

Buenos días.

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miércoles, 27 de octubre de 2021

Así es la vida.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Todo parece indicar que el precio de la electricidad va a continuar subiendo y que va a arrastrar a todos los demás productos esenciales. No entiendo mucho de estas cosas, pero me llama la atención que el valor de los impuestos añadidos casi iguala al costo de consumo. Si miro los carburantes parece que sucede lo mismo.

Aunque estamos acostumbradas a que el Estado pague: sanidad, autovías, escuela… Y a todos nos gusta el estado del bienestar, hay que reconocer que todo tiene un precio y que hay que pagarlo.

En estos casos el sentido común viene bien. Tenemos conciencia de lo que cuestan las cosas y de que sin un poco de sacrificio y trabajo no hay, como suele decirse, cosecha.

Hay que tener claro que la electricidad hay que pagarla y la de los otros productos también, sin duda que, a un precio justo, pero pagarla. Y esto nos llevara a hacer sacrificios.

Estamos en una sociedad consumista y muchas veces confundimos la felicidad con pasarse la tarde viendo la televisión, con el placer y que nos lo den todo hecho. Sabemos de derechos y exigencias. Y tal vez por esto nuestro mundo esta triste, enfadado. Como esa persona mal educada que, cuando no consigue lo que desea, vocifera y patalea. Cuando lo normal del ser humano, libre, con dignidad es ganarse el pan con el sudor de su frente. Lo que al final nos llena de alegría y felicidad es ver el resultado de nuestros esfuerzos, no que nos lo den todo hecho.  

Ya sé que nos cuesta mucho comprender el valor que posee el fracaso, el dolor, el sacrificio. Que al pensamiento predominante le gusta más la superficialidad, lo débil. Las personas queremos vivir bien, divertirnos, pero no nos tenemos que quedar en una eterna adolescencia. Todo lo que ahora poseemos en Europa ha costado mucho trabajo y esfuerzo. Ahora vemos el resultado de muchos años, podemos ver como nuestra tierra a dado frutos, pero, la tierra hay que seguir cultivándola o se convertirá en un desierto. 

El empeño que vemos en arrancar de todo lugar público cualquier signo y opinión de amor a la vida, su defensa, no es solamente una intolerancia a la dignidad de la persona, también manifiesta el rechazo a lo humano. Es un olvidarse de lo que somos: criaturas limitadas, imperfectas, que vamos alcanzando nuestra felicidad con mucho esfuerzo. La vida es lucha, siempre lo ha sido y lo será. Puede que nos resulte duro, pero es triste vivir sin sentido, sin dignidad; mirarnos y ver que estamos vacíos, que no tenemos nada en nuestras manos.

Sabemos que, por comodidad y egoísmo, no lograremos hacer feliz a nadie, que nuestra pereza y falta de compromiso arruinará todo lo conseguido y que por muy rica que sea nuestra casa no la va a convertir en un hogar. Lo sabemos, y es que mantener un amor nos supone entregarnos mucho, perdonar mucho y tener una paciencia sin fin. Tener y conservar a los amigos exige tiempo, dedicación, favores.

Así es la vida, el amor no es un impulso que nos lleve hacia nuestra satisfacción, o un simple recurso para completar nuestra personalidad. El amor verdadero es entregarse, salir de sí mismo, y así nos traerá alegría, pero es una alegría que tiene sus raíces en el sacrificio, y para los católicos tiene además forma de cruz.  

Buenos días.

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay

lunes, 25 de octubre de 2021

Autorización para estar triste.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton) 

Comienza una nueva semana cansado por el intenso fin de semana y con una sensación de tristeza, debida supongo, a los dolores musculares de las agujetas. Y eso que adivino un esplendido día, pero es que tengo la impresión de que estoy sintiendo algo que no debería de estar sintiendo por no ser bueno.

Parece que hoy en día no tenemos permiso para estar tristes, no se nos permite ni se nos consiente que estemos tristes, y hay ocasiones en nuestras vidas en las que estamos tristes. No me refiero a esas situaciones que se producen cuando muere un ser querido, que si se nos permite estar abatidos. En muchas de las otras, nuestra cultura y sociedad no nos dan el permiso que nos hace falta para sentir que de verdad estamos tristes.

Entonces, cuando esto sucede, lo que ocurre muchas veces, puedo ignorar lo que siento, tomarme un café  y seguir con mi vida, o puedo reconocer mi tristeza, pensando que estoy sintiendo algo malo, que no debería estar sintiendo. Ambas cosas son malas.

Y es que la tristeza forma parte de nuestra vida y no se trata, en sí misma, de algo negativo. En nuestra tristeza encontramos muchas veces una llamada, un toque de atención, al que a menudo hacemos oídos sordos. Es un grito de nuestro yo interno que intenta hablarnos y su voz nos está diciendo que está frustración, muerte, fracaso o circunstancia particular en nuestra vida es real, amarga e inalterable. Aceptarlo es nuestra única opción y la tristeza es su precio. Si no escuchamos ese grito, nuestra salud y nuestra cordura se resentirán.

Cuando me informaba sobre el problema del suicidio leí una reseña de un libro que ahora rescato, el libro se titula “Suicide and the Soul”, que traducido se puede parecer a “El suicidio y el alma” del escritor James Hillman, y nos dice que a veces lo que ocurre en un suicidio es que el alma está tan frustrada y herida que mata al cuerpo. Por razones demasiado complicadas y numerosas para conocerlas, esa alma no pudo hacerse oír y nunca se le dio permiso para sentir lo que de hecho estaba experimentando. En un extremo, esto puede matar al cuerpo.

De una forma menos fuerte y extrema vemos que existe en esa presión irresistible por parte de la cultura actual a las mujeres jóvenes para tener un cuerpo perfecto. Desgraciadamente, la naturaleza no concede muchos de esos cuerpos. Por lo tanto, estas mujeres jóvenes necesitan permiso para aceptar las limitaciones de sus propios cuerpos y estar bien con la tristeza que viene con eso.  Desgraciadamente, esto no ocurre, al menos no lo suficiente, por lo que en lugar de aceptar la tristeza de no tener el cuerpo que desean, estas jóvenes se ven obligadas (sin importar el coste) a intentar estar a la altura. Vemos sus tristes efectos en la anorexia, por ejemplo.

 Si lo pensamos nos daremos cuenta de que hay muchas razones legítimas para que este triste. Algunos nacen demasiado sensibles al patetismo de la vida. Algunos soportan una mala salud física, otros una quebradiza salud mental. Algunos nunca hemos sido suficientemente amados y honrados por lo que somos; a otros se nos ha roto el corazón por la infidelidad y la traición. Otros son simplemente románticos desesperados y frustrados con sueños perpetuamente aplastados, que terminan en la nostalgia. Además, todos tendremos nuestro propio porcentaje de pérdida de seres queridos, de colapsos de todo tipo y de malos tiempos que ponen a prueba el corazón. Hay una abundancia de razones legítimas para estar triste.

Esto tiene que ser reconocido y ha aceptado en nuestro día a día. La vida no es sólo un lugar de celebraciones alegres. También se supone que es un lugar seguro donde podemos derrumbarnos. También nuestro entorno debe darnos permiso para estar tristes.

Tenemos que ser fieles a nosotros mismos siendo fieles a nuestros sentimientos.

Buenos días. 

Imagen de Krzysztof Kamil en Pixabay 

viernes, 22 de octubre de 2021

¿Experiencia creadora?

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Seguimos disfrutando de la bicicleta, circulamos por las carreteras de nuestra comarca con la intención de mantener vivo un poco nuestro estado de forma y un mucho nuestro espíritu viajero.

Veo dos formas de entender esta repetición de excursiones: una la podría llamar la creadora, que es la que busca cada vez una fuente de belleza, la que se maravilla y se llena de sentido cada día con cada recorrido, y otra la podría denominar mecánica o simple repetición de lo mismo, que no ve la diferencia que existe en un mismo recorrido durante días diferentes.   

¿Es posible generar ideas originales para que cada salida con la bicicleta sea una experiencia creadora?

No hay duda de que en muchos ámbitos de la vida no sólo estamos acostumbrados a verlo todo de una determinada manera, sino, además, esperamos que todo se haga de una determinada forma, como si la realidad diaria en la que nos desenvolvemos fuese absolutamente estable y predecible.

Es difícil escapar de esa rigidez mental, y esto nos impide ver en lo cotidiano lo extraordinario, ya que estamos condicionados no solo por nuestra educación, sino que también por nuestras tradiciones o el siempre machacante discurso de la sociedad de la información. Sin embargo, hay que hacer un esfuerzo y deshacernos de aquellos prejuicios, rutinas e influencias de toda especie que nos bloquean mentalmente. La solución parece simple: debemos esforzarnos por cambiar el punto de vista, desplazarnos “lateralmente” para ensayar diferentes percepciones, en otras palabras, comenzar a experimentar nuestra escondida inteligencia creadora, que sin duda tenemos.

A veces tengo la impresión de que pasan los días y las excursiones y no ocurre nada, y eso me parece grave. Porque la vida se hace hacia adelante y es decisivamente cuestión de imaginación. Confío en que ahora, en este otoño que desembocará en el año 2022, use la imaginación para proyectar el futuro.

Así como hay algunas especies animales que tienen un periodo de hibernación, en que la vida queda reducida a un mínimo, en estos meses suelo experimentar una situación análoga, hasta que llega un lento despertar. Siempre asisto con interés a esa vuelta a la vida "normal" y trato de adivinar la forma que va a adquirir.

Pero hacen falta ciertas condiciones para que la imaginación sea adecuada y eficaz. Ante todo, tener claro lo que tenemos, saber que poseemos, de donde tenemos que empezar; y aquí pongo también las dificultades, los problemas, los errores cometidos y que sin duda hay que enmendar. Y es que paradójicamente no hay nada más "realista" que la imaginación, que no consiste, como se dice en "echar a volar" caprichosamente una fantasía vaga, sino en prolongar con rigor y exigencia los rasgos de lo que nos encontramos, de lo que tenemos, que son el inexorable punto de partida.

No da buen resultado el desconocimiento o el olvido la suplantación, la falsificación de lo que fuimos o somos. Los que hacen esto, no solo carecen del necesario punto de partida para imaginar y proyectar, sino que se apoyan en lo inexistente, con lo cual aseguran la infecundidad de lo que les espera.

Y es que inventar un pasado irreal nos hace entrar en un camino que inevitablemente nos llevará al fracaso.

Otro enemigo que veo a esa imaginación creadora que nos hace sentir nuevas emociones en nuestra rutina es la timidez, la excesiva modestia. Hay que atreverse a imaginar, a saber. Porque de eso se trata: no de quedarse ahí, mirándose el ombligo, operación que nunca me ha parecido apasionante, sino de vislumbrar el horizonte posible, advertir hacia dónde se puede ir, qué se puede hacer, qué se puede aportar si se ponen en juego los recursos que cada uno tiene.

Estamos acostumbrados a darnos cuenta y a advertir nuestras deficiencias y errores, que sin duda pueden ser considerables, y casi siempre pasamos por alto nuestros recursos, que son también muchos, acaso privilegiados, en muchos casos superiores a los que pensamos. El nivel de vitalidad es de extremada importancia, porque es condición de casi todo lo demás. El primer síntoma de su escasez es el aburrimiento, enemigo público de nuestro tiempo. España es uno de los países menos aburridos del mundo y esa vitalidad que nos rodea hay que saber aprovecharla y añadirle la nuestra.  

Tengo impaciencia por ver qué me voy a proponer, qué voy a ofrecer a los que me rodean. ¿Contentarse con llevar adelante una vida digna y próspera, dando por supuesto que ya he llegado a esa meta? Nunca se llega, y es lo maravilloso de la vida humana, cuyo componente decisivo, en lo personal y en lo colectivo, es la imaginación.

Buenos días.

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jueves, 14 de octubre de 2021

¿“Mi libertad termina donde empieza la libertad de la otra persona”?

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

¿Alguna vez os habéis parado puesto a pensar con más detenimiento en la afirmación: “Mi libertad termina donde empieza la libertad de la otra persona”? Es decir, soy libre, en tanto no vaya en contra de la libertad del otro. Pensemos, ahora que estamos “puestos”, también en otra afirmación: “soy libre porque hago lo que yo quiero”. Os pido, además, que continuéis pensando en la cantidad de “derechos” que las personas se atribuyen debido a esta “libertad”.

El derecho a “hacer con nuestro cuerpo lo que queramos”. Derecho a la libre expresión, que parece estar de moda en las redes sociales. Finalmente, el derecho a cambiar de género, según los propios gustos personales.

Estoy de acuerdo en que se valore la libertad, y que cada uno luche y exija sus derechos. Sin embargo, vivimos en un mundo que esconde un problema mucho más serio, según mi punto de vista, que es el profundo relativismo moral. Que hace mucho más complicado lo que he dicho anteriormente y tiene como consecuencia dramática, una mala interpretación del concepto de libertad, que resulta fundamental para el sano desarrollo de la persona. Así como a tener una visión equivocada de los derechos que cada uno se merece, llevándonos, incluso, a la destrucción de vidas humanas, la buena fama que cada uno merece y un desarrollo malsano de la propia sexualidad.

Me gustaría recordar lo que creo que es la “otra cara de la moneda” del derecho, esa “cara” que solemos olvidar y que no es otra que la responsabilidad. Hoy en día, casi no se menciona la palabra “responsabilidad”. Peor aún, muchos no saben ¿qué responsabilidad tienen en esta vida? Las consecuencias de esta pérdida de responsabilidad son extremadamente graves, lo que me da mucha pena, pues responde a un problema que veo cada vez más patente en la vida de tantas personas.

El sin sentido de la vida, un profundo vacío interior, la falta de proyectos y horizontes por los que vale la pena esforzarse. Para decirlo de modo sencillo y directo, una persona que no tiene claras las responsabilidades que debe cumplir, carece de propósitos en la vida, y desconoce la razón por la que vale la pena vivir. Las responsabilidades que cada uno asume son lo que dan sentido a nuestra vida. Sin responsabilidades nos encontramos entre la superficialidad y trivialidad, inconsistencia y pereza, así como profundas tristezas y angustias. Así viven una parte de la sociedad.

Si solamente luchamos por nuestros derechos, pero no nos esforzamos por vivir responsablemente lo que nos toca como personas, dentro de una sociedad, entonces estamos como espectadores en un teatro. Siendo solamente espectadores y críticos de todo cuanto sucede. Reclamando, criticando, exigiendo, pero sin aportar y comprometerse por el bien común o el desarrollo de la sociedad.

Una persona que solo mira, y no se involucra… finalmente, pierde las ganas de vivir. Piensa que no tiene ninguna utilidad, y no aporta nada significativo. Por lo tanto, es fácilmente comprensible por qué muchos no encuentran el sentido de vivir, y en muchos casos, lleguen al borde del suicidio.

Ahora, llegados a este punto debería repasar las definiciones que he mencionada al principio, así como los derechos que muchas personas reclaman, pero hoy, no hay tiempo, tal vez mañana.  

Buenos días.

Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay 

lunes, 11 de octubre de 2021

Ser optimista no es malo.

 “Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton) 

Volvemos a las excursiones con la bicicleta, durante algunas semanas las habíamos dejado descansar, y vamos a intentar compaginarlas con nuestro regreso a la carrera a pie, mezcla complicada pero sabrosa si combinamos bien las dos especialidades.

Soy optimista en este aspecto, y ser optimista no es malo. Un día de bicicleta y otro de carrera a pie, más o menos esta es la intención para pasar el otoño y el invierno, después con la llegada de la primavera volveremos al cicloturismo.

De lo que se trata no es alcanzar una forma física determinada sino disfrutar corriendo a pie y paseando en bicicleta. Ya qué los dos son momentos diarios en los qué tengo una experiencia de felicidad y que considero como acciones positivas, por cierto, acciones que parecen estar en peligro en la sociedad actual pues conllevan un esfuerzo que muchas veces no se quiere afrontar.

Nos suele suceder que, al practicar estas actividades físicas, que nos gustan y que disfrutamos, nos creamos expectativas, y muchas de estas expectativas no se corresponden a la realidad; correr una maratón o realizar grandes distancias en bicicleta. Entonces, aparece el sufrimiento, la frustración y nos creamos un recelo, cuestiones a los cuales ya muchos no quieren hacer frente.

Cuando nos encontremos optimistas delante de la bicicleta o de la carrera a pie, y nos atrevamos a plantearnos algún objetivo debemos tener un equilibrio y, para no dañarlo y mantenerlo, es necesario darse cuenta de que esos momentos de felicidad que disfrutamos no son eternos, que pueden seriamente perjudicarnos pues nos pueden provocar también emociones de tristeza o quizás un poco de enfado, ya que muchas veces las cosas no salen como queríamos o esperábamos, y las tenemos que procesar bien pues son parte de nuestro ciclo emocional. Cuando éstas no se procesan aparece un estado tóxico, como fingir que todo está bien y viene el autoengaño sobre aquello que se quiere hacer. 

Nos autoengañamos muchas veces cuando reducimos el impacto de las experiencias negativas que tenemos durante un viaje, lo podemos observar cuando sin darnos cuenta recurrimos a frases como “esto pasará pronto”“en realidad no es tan importante”“podría ser peor”. También nos podemos dar cuenta que cuando nos encontramos frustrados no identificamos el por qué, y probablemente culpemos a los demás.

Resulta interesante que tengamos una especie de sistema de alerta que nos avise, ya que el optimismo eterno no siempre es sano para la mente, esas frases positivas que algunas veces utilizamos se tienen que vivir, no sólo reproducir. El optimismo tiene un límite y esas situaciones negativas ayudan a crear una buena relación entre nuestras emociones y nuestra mente racional. Tenemos que vincular nuestras tristezas con nuestras alegrías, y así seremos personas más equilibradas.  

Si negamos lo que nos sucede nos convertimos en ciegos, si ignoramos lo que sentimos nuestra existencia enfermará, y nos llevará a la depresión. Se corre un gran riesgo cuando huimos de lo negativo ya que le abrimos la puerta a la ansiedad.

En fin, reconozcamos nuestras emociones positivas, pero también las negativas y no las reprimamos.

Buenos días.  

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jueves, 7 de octubre de 2021

¿Todas las opiniones son respetables?

 “Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton)

Pasan los años, y yo diría que las décadas, y no veo la forma de que exista un dialogo entre nuestras fuerzas políticas, lo que nos lleva a no salir bien de esta crisis del covid-19, sobre todo en el apartado económico. Nuestros representantes políticos y sus partidos están demasiado pertrechados detrás de sus ideologías, y así no solo no hay forma de llegar a un acuerdo, sino que tampoco lo hay de llegar a un dialogo.

Lamentablemente la experiencia de los años que llevamos de democracia en España nos demuestra que el diálogo ha sido imposible. Cada grupo ha impuesto sus ideas a los demás, sin atender las razones de sus opositores.

Y, el diálogo es necesario. El dialogo conduce a la solución de muchos problemas cuando se busca una verdadera solución. Lo que sucede, me parece a mí, es que el dialogo entre ideologías no puede conducir a la verdad de las cosas pues cada ideología es un sistema cerrado de pensamiento que no tiene en cuenta la realidad.

Si esto lo miramos en el contexto de las democracias modernas, como lo es la nuestra, vemos que de tanto en tanto aparece la idea de que todas las ideologías y opiniones son respetables. Incluso, me atrevo a decir, que se añade que la democracia se basa precisamente sobre la base de que nadie posee ideas verdaderas, sino que todos concurren en la discusión pública en condiciones de igualdad.

Sin embargo, hay que recordar que no todas las opiniones son respetables. Veamos; todos o la inmensa mayoría estamos de acuerdo en considerar como opiniones erróneas, incluso perseguibles, las que defienden el racismo, o el uso de la violencia como un instrumento para imponer ciertas ideas.

Parece claro entonces que existe en nuestra sociedad un acuerdo en reconocer que no todas las opiniones pueden ser vistas como igualmente respetables, y que hay opiniones que rompen la convivencia y llevan a comportamientos contra la justicia.

Reconocer lo anterior está unido a una exigencia nada fácil: la que conlleva identificar qué criterios nos ayudan a distinguir entre que opiniones pueden competir sanamente en la vida social, y opiniones que merecen ser criticadas, censuradas, o incluso perseguidas penalmente.

Si miramos la historia nos damos cuenta cómo a la hora de buscar esos criterios, se ha incurrido en injusticias. Solo con mirar cómo sistemas totalitarios (nazismo, comunismo) declararon opiniones y tesis dañinas las que defendían la libertad de las personas, o la igual dignidad de todos, sin distinciones de tipo social, económico o ideológico.

Aunque en los sistemas que son considerados como democráticos también hay y ha habido bastantes comportamientos y sobre todo intervenciones por parte de los gobiernos que excluyen y marginan ciertas opiniones que les son consideradas como peligrosas, a pesar de que no siempre se adoptan criterios justos a la hora de establecer por qué esas opiniones deben ser excluidas de la vida pública. Si reconocemos que existen problemas ante la diversidad de opiniones, esto nos lleva, por un lado, a considerar como inocente, incluso como desacertada, la “opinión” según la cual todas las opiniones serían respetables.  

Por otro lado, es necesario una reflexión para identificar qué opiniones y en qué medida pueden entrar en el debate público, siempre en el respeto de algunos criterios fundamentales, como, por ejemplo, el derecho a la vida y otros derechos fundamentales, que constituyen el suelo irrenunciable para construir sociedades justas y promotoras de una sana convivencia.

Buenos días.

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Imagen de Jorge Luis Troya en Pixabay 

miércoles, 6 de octubre de 2021

Amar nuestra libertad.

“Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton) 


     Al igual que los ciclo-viajeros, que nos sentimos libres cuando viajamos y que amamos nuestra libertad, muchas otras personas aman su libertad, pero también una gran mayoría de los que la aman no saben bien lo qué es. Y es que es fácil encontrarse con muchas personas que confunden la verdadera libertad con la “libertad” física, esa del gato desatado tras la gata. Pero, el gato no es libre: no puede escoger sino sólo actuar según sus necesidades. Un león no puede sino cazar si tiene hambre. De hecho, ni razona ni es libre en el sentido humano de la palabra. Sigue ineludiblemente sus impulsos como la Luna sigue su ruta alrededor de la Tierra.

Sin embargo, para las personas, es pues otra cosa. Si bien muchas veces, como el león, respondemos a nuestros impulsos sin pensarlo, en la mayoría de las ocasiones solemos más bien actuar sabiendo lo que hacemos y escogiendo lo que nos conviene. Si nos da la gana podemos, frente a nuestra “presa”, elegir no hacer nada, o cogerla y convertirla en nuestra mascota. Por eso, el hombre es libre no simplemente porque nos movemos libremente. Lo somos porque controlamos nuestros impulsos y escogemos.

Es más, lo hacemos no sólo conscientemente, sino también con ingenio: podemos pararnos, inventar una pistola, y dispararle a nuestro blanco. A esto se le llama libre arbitrio, una facultad exclusiva del ser humano entre todas las criaturas del mundo material.

Esta libertad, curiosamente, la niegan muchos hombres, pues piensan que no somos más que el resultado de casualidades y combinaciones accidentales de átomos y nuestra vida se rige solo por las leyes “ineludibles” de la materia. Hay también personas religiosas que niegan el libre arbitrio porque, dicen, no hay manera de elegir una cosa u otra para dirigir nuestra vida en un sentido u otro, si Dios lo tiene ya todo preestablecido desde el principio de los tiempos. Por ello sólo defienden el “libre examen”, es decir, el “libre-pensar” (sea verdad o no) sobre lo que Dios previó desde siempre para nosotros, pero no el escoger y diseñar nuestro camino con conocimiento cierto y voluntad libre de lo que hacemos.

Si aplicamos el sentido común, llegaremos a la conclusión que es un sinsentido obtener un premio o un castigo si no se puede escoger, a sabiendas, lo que está bien o lo que está mal. Y entenderemos que perderemos nuestra libertad cuando escogemos el mal, es decir, no el bien que nos dictó nuestra razón y podemos conseguir con nuestra voluntad.

Y es que, si no puedo actuar según estas facultades, lo más probable es que sea esclavo de mis impulsos y de mis vicios. Mis facultades estarán entonces estropeadas y, sin poder escoger bien, pierdo la libertad moral. Por ejemplo, les ocurre a los borrachos, a los iracundos y en general a los que no han formado adecuadamente su razón y voluntad.

Si observamos podemos darnos cuenta de que se priva a los menores de edad de algunos derechos civiles; votar, conducir… en algunos países también se les priva a los borrachos consuetudinarios, a los prófugos de la justica; a los menores de edad, por no gozar aún de la capacidad plena de pensar y obrar razonablemente, al resto, por haber perdido dicha capacidad.

Con esto, podemos decir también que la libertad política se basa, por tanto, en la libertad moral, hasta tal punto esto es así, que algunos cargos públicos, por ejemplo, los magistrados de la corte de justicia se reservan a personas cuya formación les permita cumplir con las responsabilidades especiales del puesto.

Entonces, para fortalecer la libertad política, si es que la queremos realmente, el Estado debería promover las virtudes que permiten la libertad moral que hace posible aquélla. Y debe respetar la libertad de todo credo y religión.

Buenos días.

Imagen de David Schwarzenberg en Pixabay  

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