“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
Ya tenemos avanzado mayo y por lo tanto me
atrevo a decir que el viaje de este verano ya es. Existe en papel, lo he visto
en el ordenador, no es una realidad aún, pero tengo la esperanza qué sea.
Podría discutir mucho sobre que sea y
que no sea un viaje. Podría afirmar que se trata de un viaje en potencia, pero
no en acto. ¿Es correcta esta forma de verlo?
A la hora de afrontar el tema, ayuda
mucho considerar un ciclo viaje como un proceso continuo, que tiene un momento
de inicio y termina con la vuelta a casa.
Estoy usando las expresiones “en
potencia” y “en acto”, que tienen su origen en Aristóteles y que han adquirido
un uso más o menos común, no siempre filosófico, entre nosotros.
Así, se me puede decir que toda la
programación que tengo hecha es un viaje en potencia, pero no lo es en acto
porque todavía no lo he puesto en marcha, y sin embargo puede llegar a
convertirse en un viaje si todo transcurre en las próximas semanas con
normalidad. Todo esto está muy bien, pero algo no me cuadra.
Yo, ya me encuentro de viaje, ese viaje
ya existe. Vamos a verlo con más detalle.
Decir que mi proyecto de viaje no es un
viaje, sino que lo será cuando lo empiece, no implica decir que ese proyecto no
sea un viaje. Es un viaje en una etapa de desarrollo, la planificación de un
viaje normalmente conduce al siguiente paso que no es otro que un viaje.
Se me puede contestar que existe un
cambio y por lo tanto pasa a ser otra cosa. Claro que existe un cambio, claro
que hay un paso que tengo que realizar para que esa programación pase a ser un
viaje. Pero, aquí, lo importante no es el cambio, sino la sustancia.
¿Hay cambio? Sí. Pero una semilla de
lechuga no se convierte en un gato. Hay cambio, pero en la continuidad. Si
hablamos de un viaje, lo sustancial es que es un viaje. ¿Cambia? Sin duda.
Puede llegar a ser un viaje más largo, tal vez no exactamente por donde lo
programamos. Pero sustancialmente llegará a ser un viaje, tiene la
potencialidad de llegar a serlo, lo que básicamente es desde el comienzo: es un
viaje.
El problema radica en si empezamos a
distinguir cuándo sí y cuándo no el viaje puede considerarse un viaje. ¿Cuándo
es digno de considerarse un viaje? Si se dice que “depende” cabría preguntar,
de nuevo: ¿Y el primer día? Si se vuelve a decir que “depende”, la pregunta se
puede volver a formular: ¿La primera semana, el primer mes, el último día?
Una castaña no es un castaño. Pero una
castaña y un castaño comparten naturaleza. Un embrión humano no es un anciano,
pero un embrión humano y un anciano comparten naturaleza: la naturaleza humana.
Y no de modo genérico, sino individualizada. Es decir, son personas humanas.
Nos guste más o menos reconocerlo.
¿Dónde están los límites? En el caso anterior
nos tendríamos que continuar haciéndonos preguntas pues he tocado un tema más
delicado ya que ¿No vale nada el ser humano? ¿Somos los seres humanos, en
potencia de ser inhumanos, los jueces que podemos decidir cuándo un ser humano
vale y cuándo no?
En el caso anterior, si no defendemos la
dignidad de lo humano, el paso de la potencia al acto servirá para justificarlo
todo. Quizá nunca seremos, si le interesa a quien manda, lo suficientemente
dignos de ser protegidos. Quizá nos quedaremos en potencia de algo, en meras castañas,
sin llegar a ser castaños, sin llegar a ser reconocidos como personas.
Volviendo al viaje, no es tan importante
saber con certeza donde comienza un viaje, aunque yo lo tengo claro, ya estoy
de viaje.
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