“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
Supongo que a vosotros también os habrá pasado, pero a mí en
las semanas previas para empezar a
pedalear me gustaría tener algún botón o alguna palanca por medio de la cual
pudiera avanzar el tiempo. Como presionar ese botón de avance rápido que existe
en los reproductores de música o video.
Son días incluso algunas semanas en las que todo cuesta más, momentos
en que la tranquilidad de lo cotidiano se parece a una pesada piedra que
tenemos que llevar a cuestas. La necesidad de tener ese botón de avance rápido
se hace más acuciante ante nuestros deseos de que ese día llegue y pasar por
encima de la incertidumbre que siempre lleva consigo el porvenir. Queremos que
toda la vida que aun nos queda por vivir hasta ese momento de cargar la
bicicleta nos quepa en un instante y que este ausente de sorpresas, de
inseguridades, de miedos, de fantasmas, de titubeos y, a veces, de una
parálisis que nos impide seguir adelante.
Sin embargo, con el paso de los años y de varios viajes he
aprendido que el tiempo no necesariamente tiene que ser lineal, sino que puede
llegar a ser circular. Y, es que no somos del tiempo, al contrario, el tiempo
es nuestro. No podemos decir que “no tenemos tiempo”, no es verdad, porque el
tiempo, cuando de veras hay un interés, lo hacemos nosotros.
La tentación de acelerar el tiempo y que la vida pase rápido
la tenemos por el miedo a sentir todas las sensaciones existentes en nuestra
vida, estados de ánimo, colores, matices, texturas, sonidos, silencios,
presencias y ausencias; pero nadie nos puede ahorrar caminos, hay que caminar por
todos los senderos y sentir el viento en cada momento: sentir el fresco de la
mañana, el sofocante calor del mediodía, la brisa del atardecer, la silenciosa
oscuridad de la noche y todos esos tiempos muertos donde parece que nada sucede,
donde nos abruma el paso lento de la vida y donde la tranquila espera nos
desespera.
Ya nos lo dice el refranero: “el que espera, desespera” pero
esa desesperación, si lo pensáis bien, veréis que viene de la ausencia de una
auténtica esperanza. Nosotros, como cristianos, sabemos de sobra que “la esperanza no defrauda”. Es verdad de
que si perdemos de vista que la esperanza cristiana es un don que nos hace
capaces de superar con paciencia toda adversidad y toda impaciencia, es cuando quedaremos
atrapados en nuestro laberinto de frustración.
Recuerdo ahora una frase de santa Teresa de Jesús, que a
pesar de no ser muy paciente dijo: “la paciencia todo lo alcanza”. Sin embargo,
la cuestión se encuentra en saber ¿cuándo lo alcanza”. Y, es que no lo vamos a
saber antes, sino después de esperar.
Entonces lo que parece claro en estos días es que tengo que
estar tranquilo, pues esperar es muy educativo porque me va ayudando a que ese
viaje se asiente y encuentre acomodo para que pueda mantener mi propósito y no
caer desanimado al primer tropiezo que me encuentre.
Recordad, no desesperéis nunca, y es que es verdad “la
esperanza no defrauda”.
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