“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
Mañana
comienzo un nuevo viaje, una nueva etapa de las muchas que tiene la vida. Han
sido muchas las veces que me toca volver a ponerme en marcha. Ello siempre
conlleva tener que hacer equipajes. Momentos en los que aprovecho para hacer
limpieza y deshacerme de cosas que no he usado en el último viaje. Y al
empaquetar, siempre tengo la sensación de estar precintando toda mi vida en las
alforjas.
Y
es que, en el fondo, al llenar las alforjas y viajar, sea más lejos o más
cerca, siempre hay algo de nosotros que muere, algo que se queda y algo que se
va. Algo que muere, como las cosas que tiramos a la basura, puesto que para
salir hacia un nuevo lugar es necesario de alguna manera romper con el lugar
que estamos. Y esto es algo que ni las comunicaciones ni las redes sociales han
podido solucionar. Algo que se queda, como las cosas que regalamos a gente
querida, porque hay una serie de personas que paradójicamente permanecen a
nuestro lado cuando nos marchamos. Son aquellas personas que nos marcan, en las
que confiamos y con las que mantendremos una relación más o menos frecuente,
pero sabiendo que desde allí estarán con nosotros. Porque al marcharnos de un
lugar, siempre nos llevamos con nosotros todas aquellas personas y experiencias
que nos han marcado, haciéndonos crecer y madurar, cambiando nuestra manera de
ser y de pensar.
Irse,
viajar, marchar, dejar, quedarnos, morir… son experiencias fundamentales en
nuestra vida, que nos hacen ser más personas, y que nos enseñan que en esta
vida es tan importante saber decir hola, como aprender a decir adiós.
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