domingo, 29 de noviembre de 2020

¿Piedad o egoísmo?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


En estas extrañas conversaciones que se dan ahora, que por desgracia están de moda, las que se hacen on-line, comentaba ayer como cada vez más nos rodea una especie de egoísmo que se esconde bajo una apariencia de piedad.

Puede parecer complicada esa transformación, pero es perfectamente posible, y lo es porque el hombre tiende fácilmente a justificar cualquier camino o medio cuando el fin le parece bueno. Lo hace mucha gente, incluso grandes intelectuales lo hicieron cuando cerraron los ojos ante los crimines del estalinismo, e incluso los justificaron, por estar de acuerdo con el fin “progresista” que ellos suponían en la política de Stalin; o los que justificaron los atentados contra los derechos humanos en ciertos países de Sudamérica por estar de acuerdo con el fin anticomunista de esas dictaduras.

Si hacemos un pequeño esfuerzo y nos centramos en aspectos más personales como en el terreno del derecho a la vida y a la integridad física veremos que casi sin darnos cuenta estamos cayendo en ese terrible error: pensamos por ejemplo que como es bueno tener hijos y el deseo de ellos es natural, vemos como positivo tener hijos por medio de las técnicas de reproducción asistida, aunque estas lleven consigo inevitablemente la destrucción de embriones; sucede también que buenas y piadosas madres a quienes se diagnostica una grave deficiencia en el niño que crece en su seno abortan para evitarle una vida desgraciada. En estos casos, vemos que el fin es visto como bueno subjetivamente y lleva a cometer gravísimos males objetivos.

En principio, todos afirmamos sin problemas, que el fin no justifica los medios, pero en nuestra vida práctica y concreta por desgracia no guardamos mucha coherencia entre ese principio y la conducta que tenemos. De ahí que muchas personas buenas defiendan ideas y comportamientos que, si no les afectases personalmente, les parecerían inadmisibles.

En estos días lo estamos viendo por ejemplo con la eutanasia: personas que se horrorizarían sólo de pensar que, alguien pueda matar a su padre, su esposa o su hijo, están de acuerdo con la eutanasia bajo la presión de la imagen del dolor, la enfermedad o la degradación física, sin ser consecuentes con la realidad de que la eutanasia implica matar, por muchos eufemismos que se disfrace la acción.

Ya sé que algunos de los que están leyendo esto pensarán que hay ocasiones en que la vida de algunos enfermos o discapacitados es casi sólo vegetativa y que en estas situaciones se debería de tener en cuenta otro criterio. En efecto, hay personas que piensan, incluso de buena fe, que hay situaciones en las cuales la vida humana está tan deteriorada, que no puede decirse que sea propiamente humana, es decir, propia de seres racionales y libres, por ejemplo: un enfermo con una lesión cerebral irreversible, en estado puramente vegetativo, su vida no puede decirse que sea propiamente humana. Para quienes así razonan, el mantener a estas personas con vida es, más que un acto de protección y respeto, una forma de tortura disfrazada de humanidad. Es necesario, entonces, plantearse seriamente la legalización de la eutanasia para estos casos extremos y definitivos, por doloroso que sea porque una vida así no merece ser vivida.

Todo el argumento anterior, no es aceptable, no lo es, porque el derecho a la vida deriva directamente de la dignidad de la persona, y todos los seres humanos, por enfermos que estén, ni dejan de ser humanos ni su vida deja de merecer el máximo respeto. Y es que, si olvidamos este principio por la visión dramática de minusvalías profundas vamos inexorablemente a hacer depender el derecho a la vida de la calidad de esta, lo que nos abre la posibilidad de colocar la frontera del derecho a la vida con arreglo a “controles de calidad” que cada vez serán más exigentes, según el grado de egoísmo o de comodidad que impere en la sociedad.

Este proceso ya lo hemos visto, se llevó al extremo con los programas de “muerte por compasión” que se llevó a cabo en la Alemania nazi, y si no he visto mal, para llevarlo a cabo el 18 de agosto de 1939 se dispuso la obligación de declarar a todos los recién nacidos con defectos físicos.

Estoy hablando de 1939 no de una época en la remota antigüedad ni de un pueblo salvaje y primitivo, sino de medianos del siglo pasado y de uno de los pueblos más tecnificados y cultos de la época. Tampoco se trata de un pueblo marcadamente sanguinario e inhumano, sino a un pueblo normal. Y todos sabemos los resultados escalofriantes que después se han conocido.

Y todo esto fue posible porque se aceptó la misma teoría, que muchos ya defienden ahora, la de las “vidas humanas sin valor vital”, es decir, las vidas que, por su precariedad, no merecen ser vividas.

Este argumento se sustenta gracias a otro error grave, como es el de concebir el cuerpo humano como un objeto, contrapuesto al propio hombre como sujeto; según eso, el hombre sería el sujeto, que “tiene” un cuerpo al que puede utilizar, manipular, incluso suprimir, en aras de la dignidad de ese sujeto personal. Este error profundo niega la realidad humana, al negar que el ser humano es cuerpo y espíritu, cuerpo y mente, y que ambos elementos constituyen al ser humano de manera indisociable.

Si cometemos este error sobre la realidad humana, es inevitable acabar defendiendo la eliminación de aquellos seres humanos a quienes sus cuerpos defectuosos impide el desarrollo pleno de su humanidad.

Llegado a este punto, deberíamos de aclarar de qué forma es fácil que nos estén manipulando el significado de las palabras, sobre todo, al hablar de “vidas verdaderamente humanas”, pero eso ya deberá ser otro día, pues es domingo y toca excursión en bicicleta.

Buenos Días.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Preocuparse por lo que debería ser.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Cuando leo o escucho hacer comentarios sobre los proyectos que se tienen para nuestro futuro, noto a faltar referencias a los acontecimientos del pasado que de alguna manera han marcado nuestro presente, me gustaría que se hiciera para así, al menos dejar constancia de que muchas de las ideas actuales no lo son tanto. Tal vez suceda esto porque hay un rasgo en el pasado que desafía y deprime mucho, que nos conduce hacia un futuro que no podemos ver con claridad.  

 Me refiero a la existencia en el pasado de grandes ideales, que no han sido cumplidos y a veces abandonados. El recuerdo de esos magníficos fracasos causa una profunda tristeza a una generación inquieta y bastante enferma; mantienen una extraña reserva respecto a ellos, llegando a veces a guardar un ligero y escrupuloso silencio. Los mantienen totalmente al margen de sus periódicos y casi totalmente fuera de sus libros de historia. Por ejemplo, muchas veces nos dirán, para alabar los años que vienen, que estamos avanzando hacia una Comunidad Europea. Pero celosamente evitan decirnos que nos estamos alejando de una Europa unida, que semejante cosa existía literalmente en tiempos romanos y sobre todo medievales. No admiten que los odios internacionales son en realidad muy recientes, la simple descomposición del Sacro Imperio Romano.

Es fácil también que nos digan que va a haber una revolución social, una integración de todos en una sociedad igualitaria; pero nunca insistirán en que Francia llevó a cabo aquel magnífico intento sin ayuda de nadie y que nosotros y el resto del mundo permitimos que fracasara y se olvidara. Lo que quiero expresar es que nada está tan claro en la política actual como el deseo de utilizar semejantes ideales para el futuro, eso sí, unido al hecho de haberlos ignorado en el pasado. Podemos comprobarlo por nosotros mismos. Leamos cualquier propuesta o artículo en algún medio de comunicación que proponga o llame a la paz en Europa y véase cuántos alaban a los antiguos papas o emperadores por haber mantenido la paz en Europa. Busquen y lean cualquier alabanza de la socialdemocracia, y vean cuántos de ellos alaban a los viejos jacobinos que crearon la democracia y murieron por ella.

Esos tiempos grandiosos de la historia son para el progresista moderno sólo enormes monstruosidades. Él mira hacia atrás, hacia su historia pasada, y ve una perspectiva de magníficos pero inacabados proyectos.  Están inacabados, no siempre por animadversión o accidente, sino a menudo por inconstancia, fatiga mental y ardiente deseo de poner en práctica filosofías exóticas. Y es que, hemos dejado sin realizar muchas cosas que deberíamos de haber hecho, incluso hemos dejado sin hacer lo que queríamos hacer.

Se dice que el hombre de hoy es el heredero de la suma de todas las épocas y que ha sacado lo bueno de los continuos experimentos humanos. No lo tengo muy claro cuando me miro en un espejo. ¿Es verdad que ustedes y yo somos el maravilloso resultado de las experiencias más eminentes del pasado?

Las propuestas de nuestro moderno idealismo progresista son tacañas porque han sufrido un insistente proceso de eliminación. Excluyen todo lo pasado. Deben pedir cosas nuevas porque no se permiten pedir cosas antiguas. Esta postura tan progre se basa, supongo, en la idea de que hemos conseguido todo lo bueno que se podía conseguir de las ideas del pasado. Y no es cierto. No hemos sacado de ellas todo lo que de bueno contienen, y quizás, en este momento, no estemos sacando nada.

Por eso, ahora tenemos la necesidad de una mayor libertad, tanto para restaurar muchas de esas ideas como para revolucionar las actuales. Ya que un auténtico librepensador es aquel cuya inteligencia está tan liberada del futuro como del pasado. No se preocupa de lo que será ni tampoco de lo que ha sido; se preocupa sólo por lo que debería ser.

Y pensándolo un poco, debo hacer un poco más de hincapié en esta libertad indeterminada. Si algo no esta funcionando bien en nuestros días es esa obscura y silenciosa resignación según la cual esos ideales y proyectos del pasado son imposibles en el presente. Se dice mucho que no se puede volver atrás, que no hay posibilidad de que el reloj marche hacia atrás, pero sí que es posible. Un reloj al igual que nuestra sociedad es una construcción del hombre y puede volver a ponerse mediante un simple dedo humano en cualquier hora y, la sociedad puede volver a recomponerse según cualquier plan que haya existido con anterioridad.

También se dice que depende de como hayas hecho tu cama, así tendrás que acostarte en ella, lo que vuelve a ser otra mentira. Si me he hecho mal mi cama, puedo volver a hacerla. Podemos restaurar cualquier proyecto o volver a vivir sin electricidad si nos parece. Puede que tardemos algún tiempo en acostumbrarnos, y puede también, que no sea bueno ni nada aconsejable; pero sin duda no es imposible, aunque sea imposible volver al domingo pasado.

Como he dicho, reclamo esta libertad: la libertad de restaurar. Pido el derecho a proponer como solución cualquier viejo sistema si con ello pudiera eliminar algunos males. Pido el derecho a proponer y a utilizar todas las ideas y proyectos que hayan existido, y no admitiré que ninguna de ellas se me prohíba única y simplemente porque ya haya sido usada.

Buenos días.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

¿Qué fue primero el huevo o la gallina?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Como ya va siendo habitual, el fin de semana nos vamos de excursión en bicicleta y lo hacemos con una salida en bicicleta más larga de lo normal, siempre alrededor de los cien kilómetros, pero sin sobrepasarlos. El sábado pasado nos fuimos al Castillo de Cullera, tuvimos suerte de tener un día claro, y las vistas desde arriba merecieron no solo la subida si no también el recorrido hasta Cullera.  

A veces me pregunto qué fue primero si mi afición a la bicicleta o mi gusto por los viajes, aunque esto no tiene mucha importancia para determinar lo importante del resultado de las dos aficiones; mi pasión por el cicloturismo.

Siempre he encontrado interesantes esas preguntas que parecen inútiles como tan bien es la de; ¿qué fue primero el huevo o la gallina? Aunque su respuesta no suele ser tan superficial como puede parecer muchas veces. Y no lo es si consideramos que el huevo y la gallina no son una parte de una cadena de repeticiones. Como tampoco lo es si primero me apasiono andar en bicicleta y después descubrí mi pasión por los viajes o al revés. Lo esencial en nuestra forma de pensar debería ser que uno es un medio y el otro es un fin; están en mundos mentales diferentes.

En un sentido elemental el huevo sólo existe para producir una gallina, pero la gallina no sólo existe para producir otro huevo. Puede existir para divertirse, para entablar amistad con otras gallinas, para enamorarse de un gallo. Al ser una vida consciente, es, o puede ser valiosa en sí misma.

Lo que sucede en nuestra sociedad actual ante este tipo de dilemas es que se olvida de que alcanzar una vida feliz y consciente es después de todo el objetivo de todas las preocupaciones y compromisos que tenemos. Ahora, se tiene más interés en las cosas útiles y de instituciones que funcionen; esto es, sólo ve a las gallinas como cosas que ponen más huevos. En lugar de conseguir la gallina ideal.   

 Sé que este enfoque tan primario de ver las cosas, que no es más que apuntar siempre al objetivo, le expone a uno a ser tristemente acusado de no encontrarse en el mundo real. Pasear en bicicleta o viajar como una forma eficiente de pasar el tiempo no es lo mismo que sentirlos como unos instantes felicidad.

Hoy, interesa más a la mayoría de la gente el saber muchas cosas sobre las bicicletas y de los muchos lugares a los que viajar que saber realmente qué beneficio personal nos dan. Es como averiguarlo todo sobre una máquina, salvo para qué sirve. Ha aparecido en nuestro tiempo una curiosa costumbre: aquella según la cual siempre hay que buscar la parte eficiente de las cosas, su lado práctico.

Esto es un error ya que nos olvidamos del placer de conocer las causas de las cosas. Valorar algo por su eficiencia, es inútil porque sólo las valoramos después de qué estas hayan sido llevadas a cabo. No se dispone por lo tanto de unos conocimientos para afrontar los problemas antes de que ocurran y entonces ya no hay elección. Hay que disfrutar de un viaje en bicicleta antes de saber cuando lo comenzare y si lo comenzare.

Un acto sólo puede ser un éxito o un fracaso cuando ha acabado; si no ha empezado, puede ser, de manera abstracta, correcto o incorrecto. No se puede apoyar a un ganador si aún no comenzado la competición. Me explicaré un poco mejor; no es posible luchar en el lado ganador, se lucha para averiguar cuál es el lado ganador. Si estoy obsesionado con vencer, con ser un ganador, lo que en realidad debería a hacer es llegar siempre tarde a la batalla y, entonces ponerme del lado del ganador. Para el hombre de acción no hay sino idealismo. Luchas por un ideal y después ya se verá que pasa.

Este ideal definitivo es un asunto mucho más urgente y práctico en nuestro actual problema con la política o con los políticos, que cualquier plan o propuesta pasajera. Pues el caos actual se debe a una especie de olvido generalizado de aquello que todos los hombres pretendían o deseaban como el objetivo principal de sus vidas. Ningún hombre espera de sus políticos lo que desea, cada hombre pide lo que piensa que se puede conseguir. Y así, pronto la gente olvida lo que quiso en un principio y al final esto se convierte en un extravagante cúmulo de males menores.

Esto que podríamos pensar que es un algún tipo de flexibilidad, impide cualquier tipo de coherencia y por lo tanto impide cualquier tipo de compromiso realmente práctico. No hay forma de saber realmente lo que persigue un político, de ahí que no haya forma de llegar a ningún tipo acuerdo entre las distintas ideologías. Puedo tener una idea de cual pueden ser los principios de una ideología, pero si está, está rodeada continuamente de incertidumbres y de cambios de opinión me va a ser imposible llegar a un acuerdo. Sólo se puede encontrar la distancia media entre dos puntos si los dos puntos permanecen quietos.

Puedo organizar cualquier arreglo entre dos litigantes que no son capaces de conseguir lo que quieren, pero no puedo arreglar nada si ni siquiera me dicen lo que desean.

Por motivos que desconozco nuestros políticos mantienen siempre sus proyectos en la misma confusión y con las mismas dudas que sobre sus actuaciones reales. No hay nada que dificulte tanto un acuerdo entre partidos y que los votantes no tengamos las cosas claras como estar siempre envueltos en una maraña de pequeñas concesiones. Me veo continuamente desconcertado por todas partes por políticos que están a favor de la vida, pero que aprueban el aborto; que desean una vida más digna para las personas, pero creen que es inútil luchar por ello y votan a favor de la eutanasia; o que son partidarios de la libertad y por lo tanto votan en contra.

Es en este estado de confusión y de oportunismo en el que nos encontramos lo que hace que sea imposible conseguir lo que se quiere, sino que es imposible conseguir siquiera una parte de ello, porque nadie puede señalarlo claramente como en un mapa. No hay posibilidad de llegar a ningún acuerdo, ha desaparecido totalmente esa cualidad antigua, clara y a veces contundente costumbre del regateo y lo ha hecho porque nos hemos olvidado de que la palabra “compromiso” contiene, entre otras cosas, la rígida y sonora palabra “promesa”.

Si no se ven claros ni se mantienen fijos los puntos de vista, no hay forma de encontrar un punto medio en el que podemos estar de acuerdo, pues el punto medio es tan fijo como lo es cualquiera de los puntos extremos.

Buenos días.

domingo, 22 de noviembre de 2020

El éxito.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Siempre he encontrado curiosos los libros y los artículos en revistas que tratan el tema de cómo conseguir el éxito en la vida o de cómo triunfar en lo que sea.

Para comenzar no considero que exista el éxito. Mejor dicho, pienso que todo en esta vida es un éxito y que no hay prácticamente nada que no lo sea. Creo que decir que algo es un éxito sencillamente es decir que existe. Lo veo como una aceptación, por ejemplo: “Esa moda no ha tenido éxito”. Una persona rica es un éxito siendo un rico y un burro siendo un burro. Cualquier persona viva triunfa en la empresa de seguir viviendo. Pero a lo que se quieren referir estos artículos y libros es que el éxito es ganar mucho dinero o triunfar en sociedad.

Los escritores de esos libros pretenden decirle a un hombre normal cómo puede triunfar en su trabajo o negocio. Si es un carpintero, cómo triunfar poniendo puertas. Si es un agente de seguros, cómo triunfar contactandolos. Pretenden decirle cómo, si es un tendero, se convertirá en el dueño de un yate, si es un mecánico de coches, en un industrial del automóvil. Al final es una clara proposición mercantil y creo que no dicen nada sobre el tema en concreto, si soy electricista es casi seguro que no encontrare nada sobre electricidad o si soy agricultor no dirá nada sobre botánica.  

Está muy claro que, en cualquier trabajo honrado, como pueda ser el de albañil o carpintero, solo hay dos maneras de triunfar. Una es trabajando muy bien, otra engañando a la gente. Las dos son demasiado sencillas como para requerir que las expliques en un libro. Te dediques a lo que te dediques o lo haces muy bien o de alguna forma aparentas que lo has hecho. Si quieres triunfar jugando al póker, o juegas muy bien o llevas cartas marcadas. Puedes desear un libro de cómo jugar al póker, puedes desear un libro sobre la manera de hacer trampas jugando al póker. Lo que no puedes desear es un libro sobre el éxito. Puede que desees jugar a las cartas, pero lo que no puedes desear es leer frases inconexas que te dicen que los juegos los ganan los ganadores.

Por supuesto, todo esto es muy emocionante. Pero jugando a las cartas, preferiría tener un librito que explicase las reglas del juego. Más allá de las reglas del juego, es cuestión de tener talento o de falta de escrúpulos para hacer trampas. Ya me ocuparé yo de lo uno u otro.

También nos podemos encontrar con artículos en revistas que nos intentan decir cómo ganar mucho dinero, hay muchos métodos concretos, honrados y fraudulentos, de amasar una fortuna. El único instinto que conozco que haga esto, es el instinto que la teología cristiana llama, con tanta brusquedad, “el pecado de avaricia”. Lo que, por supuesto, queda al margen de la cuestión que nos ocupa.

La gran mayoría de esos artículos no enseñan a la gente a triunfar, pero sí a ser arrogantes sin razón. Enseñan una forma maligna de la vida.

Hace cien años, contábamos con el ideal del aprendiz trabajador. Se decía a los muchachos que si trabajaban mucho y ahorraban llegarían a ser ricos. Era mentira, pero era viril. Contenía al menos algo de verdad moral. En nuestra sociedad, la templanza no ayuda a un hombre pobre a enriquecerse, pero eleva su autoestima. Un trabajo bien hecho no le hará rico, pero le convertirá en un buen trabajador. El aprendiz trabajador ascendía por medio de virtudes que eran estrechas y angostas. Pero eran virtudes. 

¿Pero qué se puede hacer ahora con este nuevo pensamiento del trabajador que asciende, no por medio de sus virtudes, si no dejándose llevar descaradamente por sus vicios?

Buenos días.

 

viernes, 20 de noviembre de 2020

Lo tenemos complicado

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Sin dudar la vida es muy entretenida y por lo tanto también interesante al vivirla desde mi fe como católico. Pues sé que ningún partido representa plenamente la visión de la Iglesia acerca de la persona y de la sociedad humana. Vivir, como cristiano, en nuestra sociedad tan secularizada, implica el quedar siempre insatisfecho ante las limitaciones de nuestra clase política y, esto le da “un no sé qué” muy animado a la vida.

Sabemos los católicos que somos como exiliados y peregrinos en la tierra, pues aquí no tenemos un lugar permanente, sino que anhelamos el paraíso perdido. Esto que es cierto, nunca podemos olvidarlo.

Para muchas otras personas, la política actual se está convirtiendo en un sustituto de la fe religiosa y buscan ahí todas las respuestas a las preguntas más trascendentales. Pero no es así en los cristianos.

Lo cierto es que estamos aquí, sólo por un tiempo, y cuando ese tiempo pase seremos juzgados por el amor y el bien que hayamos repartido. Todo esto no quiere decir que tenga que abandonar o apartarme de este mundo o que tenga que evitar participar en el funcionamiento de nuestra sociedad.  

Al seguir a Cristo e intentar vivir de acuerdo con sus mandamientos y enseñanzas provoca que mi comportamiento tenga unas profundas implicaciones políticas y sociales.

Veamos, esto quiere decir que me voy a guiar por un deseo sincero de buscar que el prójimo sea tratado como yo quiero que me traten, es decir, con dignidad y respeto. Esta fe es profundamente personal. Pero no quiere decir que se trate de una cuestión únicamente relacionada con mis creencias y comportamientos privados. Como cristiano estoy llamado a llevar el amor al prójimo, a nuestro prójimo. Creo que cada vida humana es preciosa y que nos pertenecemos unos a otros, que hemos de vivir juntos como una única familia humana. Así como que toda vida humana es sagrada.

Y este es un punto interesante “es sagrada”, no es necesario ser católico para defender la vida, esto es cierto, o lo es hasta un punto. Me explico, hay personas de bien cuya razón les dice que matar a un niño no nacido es una atrocidad, y no son católicas o ni siquiera son creyentes. Hasta aquí nada que objetar. Pero tengo la necesidad de matizar alguna cosa.

Para empezar, la sacralidad de la vida humana no es una cuestión secular. En todas las sociedades y culturas anteriores a Jesucristo y después de Él, el ser del género humano no significaba automáticamente que se fuera persona ni que se tuviera derecho a la vida y en las culturas y religiones de raíz no judeocristiana tampoco. Jesucristo nos trajo la increíble novedad de que toda vida humana es sagrada, sin importar sexo, ni edad, ni condición ninguna. Lamentablemente en el siglo XXI la descristianizada sociedad occidental también pone en duda que toda vida sea importante y el aborto y la eutanasia son claras evidencias, eso sin hablar de las terribles ideologías ateas.  

Podemos discutir teóricamente sin parar que sin Dios no hay fundamento para la moral, pero la realidad nos demuestra lo contrario. Sin Dios el valor de la vida humana se diluye y se implanta la ley del más fuerte. Sin saber quien es la fuente de la Vida. ¿cómo vamos a defender la vida?

Estas son afirmaciones religiosas. Pero si aceptamos y creemos en estas afirmaciones, ellas cambiarán la manera en la que vivimos y en la que pensamos acerca de qué es lo que constituye una sociedad buena.

Porque si lo pensamos, solo un poco, nos daremos cuenta de que los gobiernos y las economías, las sociedades y las culturas deberían tener tan solo un propósito: el de promover la dignidad y el respeto de la persona humana.

Por eso creo que el fundamento de la justicia en nuestra sociedad empieza en la protección y promoción de toda la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural.

Por eso considero imprescindibles el matrimonio y la familia, porque estas instituciones naturales son la “cuna” de la que procede la vida y el fundamento de toda comunidad humana.

Considero también que el gobierno debe proteger la libertad de religión y de conciencia como la primera libertad. La gente debe ser libre de creer y de ordenar su vida de acuerdo con sus creencias.

Como católico, debo trabajar por una sociedad en la que la persona humana sea amada y protegida, en especial las vidas más débiles y vulnerables, he de buscar una sociedad en la que todos los hombres y mujeres sean tratados con igualdad, libertad y justicia para todos.

De ahí, que deba participar en los grandes debates que enfrenta nuestra sociedad en cuanto al aborto, a la eutanasia, al medio ambiente, al género y la familia; al racismo, a la justicia penal, a la inmigración y a la libertad religiosa.

Estos no son solamente “problemas” políticos. Son problemas morales y religiosos, que van al meollo del asunto: ¿Por qué y para que vivimos?

En fin, lo tenemos complicado los católicos, esta es la triste verdad. Pero recuerdo que en la Biblia David venció a Goliat, pero eso sí, lo venció porque Dios estaba de su parte. Humanamente no tenemos posibilidad ninguna, hay que convencerse, solo Dios puede.

Espero al menos vivir en una sociedad en la cual se defiende la santidad de toda vida humana y se garantice la libertad de conciencia y de religión.

Buenos días.

jueves, 19 de noviembre de 2020

¿Qué está bien?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Espero no ser el único que tiene la sensación de que estamos dentro de un enorme disparate, hemos perdido la razón.

Tengo la extraña sensación de que tenemos una clase política que ante los problemas públicos se empeña en imponer unos remedios que para muchas otras personas serían verdaderos problemas; ofrecen como soluciones unas condiciones para la sociedad que otros llamarían de buena gana como una grave enfermedad.

No se está consiguiendo una sociedad “sana” lo que se está haciendo es sustituir una enfermedad por otra. Ninguno de nosotros cuando vamos al médico por un dolor de cabeza le decimos que nos lo cambie por un dolor de muelas, lo que deseamos es que nos quite el dolor.

Este es el triste hecho que estamos viendo en el dominante discurso político: que la discusión no se centra sólo en las dificultades por las que estamos pasando, sino al objetivo que debemos alcanzar. Es relativamente sencillo establecer donde tenemos los problemas, es por lo que debería estar bien por lo que deberíamos de dialogar hasta el agotamiento.  

Todos admitiremos que una policía perezosa es una mala cosa. De modo alguno admitiremos todos que una policía demasiado activa sea algo bueno. A todos nos pone furiosos tener un sistema educativo que no enseñe; pero a algunos les indignaría que enseñara algunas cosas. No estamos en desacuerdo sobre la naturaleza de la gran mayoría de nuestros problemas, pero estamos en desacuerdo en cual la solución. Todos estamos de acuerdo en que España no tiene buena salud, pero la mitad de nosotros tampoco la vería sana si disfrutara de lo que la otra mitad llamaría “salud floreciente”.  

Los abusos públicos son tan evidentes y pestilentes que arrastran a toda la gente generosa hacia una especie de conformidad artificial. Olvidamos que, mientras estamos de acuerdo sobre los abusos, podemos diferir mucho en los usos.

Por eso, soy de la opinión de que este sistema de ver el primero el problema, de analizar y desmenuzar un problema como por ejemplo el de la pobreza extrema o el de la prostitución y después buscar cada uno una solución es bastante inútil. A todos nos disgusta la pobreza, pero si empezásemos a discutir sobre el nivel de la pobreza y de la dignidad del hombre pobre, aparecerían las diferencias. Todos desaprobamos la prostitución, pero no todos aprobamos la pureza.

El único, según mi opinión, modo de hablar sobre el mal social es llegar de inmediato al ideal social. Todos nos estamos dando cuenta de toda esta locura nacional que nos rodea, pero ¿cuál es la cordura nacional?

Lo tenemos que hacer es preguntarnos ¿qué está bien?, y no lo estamos haciendo.

Buenos días.    

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Algo nuevo y algo reciente.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Otro recorrido nuevo, nuevos paisajes, nuevas subidas, nuevas experiencias y sensaciones. Todo nuevo el domingo pasado, excepto los últimos kilómetros y los primeros pues por alguna carretera hay que volver y salir de casa.

Es interesante ir cambiando los recorridos cada vez que sea posible, así además de hacerle caso al dicho; “en la variedad esta el gusto”, le damos un poco de incertidumbre y de sorpresa a la excursión.

Tenemos suerte, creo, de vivir en una zona donde existe la posibilidad de encontrar tanta variedad de recorridos, en los que podemos elegir cualquier clase de recorrido que nos guste o nos apetezca ese día; llano, subidas ligeras, fuertes, asfalto, tierra, y todos salpicados de innumerables pueblos que nos dan la posibilidad de avituallarnos en cualquier momento, y todo esto no estaría completo sin contar con un clima perfecto para la bicicleta.

Tenemos suerte los que vivimos en la Marina Alta y además nos gusta andar en bicicleta de poder variar tanto, aunque no hay que obsesionarse con ir cambiando continuamente.

Con el cicloturismo nos puede pasar como en la vida que nos podemos encaprichar de las novedades; bicicletas, gps, cascos, ropa y tantos accesorios que aparecen casi cada día. Poner en cuestión ciertas novedades no es una novedad. Es algo que muchas veces nos olvidamos hacer y caemos en algo que más bien se podría llamar una “estrechez”. Es algo que fija nuestra mente en las novedades, en una moda, hasta que olvidamos que es una moda.

En la vida, esta costumbre de subirse siempre a las modas estrecha nuestra mente, no sólo por olvidarnos del pasado, sino también mediante el olvido del futuro. Es verdad que sentimos una sensación agradable en el cambio de las cosas. Pero una persona sensata debe recordar que las cosas que pueden ser cambiadas volverán a cambiar.

Es curioso, hay cierta clase de personas que se las arreglan para aceptar una cosa como de moda y a la vez como definitiva. En realidad, existe una diferencia de matiz entre algo nuevo y algo reciente. Nuevas son las flores en primavera, que nos alegran la vida cuando llegan, pero no nos tenemos que olvidar que con el tiempo desaparecerán. Por eso, según lo veo yo, el hecho de ver como algo sagrado lo que esta de moda es una limitación, una estrechez para la persona.

No critico ni me quejo de empezar a admirar las cosas nuevas, ni siquiera me quejo de empezar a despreciarlas nada más aparecer. De lo que me quejo es de la superficialidad de esas personas que sólo hacen las cosas que están de moda y cambian sus costumbres y luego hablan como si ese cambio fuese incambiable. Este es el defecto de la mayoría de las teorías progresistas.

Cuando elogiamos, lo último que acaba de aparecer, lo que está de moda, siempre estaremos dando una opinión que infaliblemente será justa e inevitablemente injusta. Es justa porque una nueva generación está cansada de las cosas y elabora unas nuevas, e injusta porque otra generación de personas se cansará de ellas.

No me molesta que la sociedad actual adore las novedades, pero me opongo a que adore la novedad y menosprecie las viejas por viejas. Aquí la cuestión está en que, por ejemplo; no puedo llamar a nadie imaginativo a menos que pueda imaginar algo diferente de su imaginario favorito. No considero a nadie libre a menos que pueda mirar hacia atrás lo mismo que hacia adelante. No considero a nadie tolerante a menos que pueda aceptar opiniones distintas de su opinión habitual, y estados de ánimo distinto de su estado de ánimo actual.  

Hay que tener la fuerza y la audacia para seguir viendo las cosas tal como son más o menos, las grandes montañas como grandes, los grandes escritores como grandes, los actos y las hazañas notables como notables, aunque otras personas se hayan cansado de ellos, y aunque uno mismo se haya cansado de ellos. El mantener las proporciones de las cosas en la cabeza es lo único que nos librará de ser intolerantes. Y un hombre puede mantener las proporciones de las grandes cosas en su mente, aunque no sucedan en un momento particular en que sus sentidos se encuentren excitados ante algo nuevo.

Lo que se debería hacer es tener la suficiente imaginación para hacer nuevas a todas las cosas, porque todas las cosas han sido nuevas. Eso sería realmente algo parecido a una nueva facultad mental. Lo que sucede es que la versión moderna del ensanchamiento mental tiene muy poco que ver con el ensanchamiento de las facultades mentales. Sería un gran don de la imaginación histórica poder ver todo lo que ha sucedido como si estuviera sucediendo o estuviera a punto de suceder. Esto se puede aplicar tanto a la historia, a la literatura como a la política.

Admirar a Miguel de Cervantes sólo como una antigüedad es estúpido, es tonto. Pero admirar a Miguel de Cervantes como una novedad sería una visión auténtica y una recreación del pasado. No creo que sea cometer una injusticia si tratamos de comprender algunos de los sentimientos de nuestros antepasados con respecto a sus ideas, y así aprendemos a ver ese pasado como debió ser realmente.

La mayoría de las ideas no se hacen añejas, somos nosotros lo que nos hacemos añejos, lo que es excusable con frecuencia, pero ni aun entonces tenemos por qué burlarnos de su antigüedad.

Buenos días.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Solo es un cambio.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Otra vez la muerte, dentro de unas horas iré a dar el pésame a un amigo por la muerte de su madre. Lo que dije la semana pasada, llegamos a una edad en que la muerte no deja de rondarnos, lo que no debe preocuparnos pues morir no es perder la vida definitivamente, sino cambiarla.

¿Cómo reaccionar ante ese cambio? Siempre será complicado, pero tenemos una ventaja, aunque todos los animales mueren, el hombre es el único que conoce muy pronto su carácter mortal. Somos conscientes de esa limitación y esto conmueve nuestras estructuras más profundas y sin lugar a duda afecta a toda nuestra existencia. Pero ¿cómo reaccionar?

Se puede actuar pensando que lo que no se ve no existe. Este pensamiento infantil lo podremos mantener mientras seamos capaces de ocultarnos de la realidad de la muerte y así reducir el miedo que nos produce. Si no pienso en ella, no existe.

Pero cuando llegamos a una cierta edad este sistema ya no funciona, aunque procuremos alejarla de nuestra vista y esconderla en lugares poco visibles. Aunque utilicemos un lenguaje extraño para no nombrarla; “faltar”, “irse”, etc., en lugar de decir “muerte” o “morir”. Ya se que en el cine y en la televisión vemos con frecuencia la muerte, pero sobre todo muertes violentas y en serie. Una persona contempla muchas muertes en la pantalla, pero se puede alejar y protegerse de las muertes reales y cercanas. Aunque las ocultemos, detrás de unas muertes distorsionadas: zombis, muertos vivientes, Halloween, subcultura gótica… O se recurra al humor negro: un reír por no llorar. O reforcemos la idea de que la muerte es algo lejano y ajeno a nosotros. Por más que se trate de olvidar, ella no se va a olvidar de nosotros.

Si persistimos mucho tiempo en estas ideas y comportamientos podemos llegar a tener una imagen irreal de la muerte, unos pensamientos erróneos y, curiosamente, sentiremos cada vez con más fuerza una ansiedad ante ella. Llegaremos, incluso, a tener miedo de hacernos viejos y a rechazar a las personas mayores porque los asociaremos con la muerte.

Si excluimos el final de la vida de nuestro quehacer diario, estaremos indefensos ante la fuerte realidad de la muerte, porque, aunque la muerte es el final de la vida biológica, no por ello deja de formar parte de la vida; de igual forma que el final de una historia forma parte de esa historia.  

¿Estoy diciendo, pues, que hay que pensar continuamente en la muerte? No. No hay que buscar y retener obsesivamente los pensamientos y las imágenes de la muerte. Pero tampoco hay que evitarlos ni rechazarlos constantemente. Tenemos que saber convivir con esos pensamientos y encarrilarlos bien.

Si miramos la muerte con serenidad ajustaremos nuestra escala de valores y preferencias, la muerte nos pondrá en nuestro sitio, así como apreciaremos de verdad todo lo bueno hay en la vida.

Así, pues, pensar en la muerte alguna vez, sin horror ni morbosidad, es un resorte que nos ayudará a vivir con mayor intensidad y alegría cada instante. No provoca angustia, terror ni depresión, sino sosiego y esperanzada paz interior.

Buenos días.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Sabiduría e inteligencia.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


Pasé la tarde de ayer leyendo a C.S. Lewis, en concreto; “Cautivado por la alegría”, y me di cuenta de que al igual que Lewis hay personas inteligentes y que además son sabias.

Advertí la diferencia que existe, podría decir que sabio es esa persona que además de inteligencia tiene buen gusto. No solo inteligencia, sino también buen gusto. De hecho, nos encontrarnos con muchas personas muy inteligentes, los medios de comunicación están llenos de ellos, se pueden tener muchos conocimientos, y emplearlos para hacer el mal. Se necesita mucha inteligencia para ser un buen mentiroso. Se necesitan conocimientos para timarnos.  

Desde mi punto de vista, para decir que una persona es sabia no hay que fijarse solo en lo que sabe, pues la sabiduría es un modo de comportarse, de conducirse y de situarse en la vida. No hay ninguna contradicción entre sabiduría y conocimiento, pero la sabiduría no es una cantidad de conocimientos solamente, sino un modo comportarse.

Está claro que una persona sabia tiene conocimientos y que será experto en una u otra materia, pero lo característico del sabio es la prudencia y la sensatez con la que hace uso de ellos.

Tener inteligencia y saber utilizarla son dos actitudes que deben ir juntas, pero saberla utilizar debe regular la inteligencia. En nuestra sociedad hace falta mucha sabiduría. Necesitamos gobernantes que sean sabios. Si, además, son expertos en alguna materia, mejor. Pero importa, sobre todo que sean sabios.

 Para nuestra desgracia, la política en estos días suele estar condicionada por la ambición y la búsqueda del poder. La ambición no actúa a favor de la sabiduría, más bien al contrario. La persona que es ambiciosa solo piensa en sí mismo y en lo que puede colocarla por encima de los demás.

A todas las personas, pero sobre todo a los que tienen alguna responsabilidad sobre los demás, les convendría pensar como utilizan su inteligencia, si la utilizan en la búsqueda de un beneficio personal o lo hacen para la mejoría de todos.

Reflexionar y ser autocrítico con lo que hacemos con nuestra inteligencia nos ayudará a integrar todo nuestro conocimiento a este mundo, nos dirá si la utilizamos para el bien o para el mal, y nos hará saber respetar y valorar más a las personas por lo que adquiriremos sabiduría que es lo nos hará más sabios.

Buenos días.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Desorganizados.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

En la actualidad muy poca gente está de acuerdo en que debe existir un orden de preferencias, una disposición de acatamiento de unas normas de grado inferior a las de rango superior y, sin embargo, es inevitable tenerlas para todas las situaciones de la vida: ¿os imagináis hacer una paella sin seguir un orden de preferencias a la hora de ir añadiendo los ingredientes? ¿apagar el fuego antes de poner la paella? Pues, salvando las distancias, creo que nos está pasando un poco.

En muchas ocasiones me parece que escudándose bajo el fácil discurso de una supuesta libertad, igualdad y diálogo existe una incapacidad para gobernar, para tomar decisiones, para arriesgarse a cometer errores. O, en otras palabras, existe una dificultad para llevar a cabo cada una de las funciones que les son propias. Si cada una de las partes de nuestro cuerpo funcionase según su propio criterio, si nuestro cerebro se empeñase en dejar a cada una de las extremidades hicieran lo que quisieran, seguramente tendríamos a una persona con serias dificultades para llevar a cabo cualquier actividad.

Nos daríamos cuenta rápidamente de las dificultades de esa persona y actuaríamos en consecuencia, pero cuando vemos que a diversos grupos humanos les sucede lo mismo no reaccionamos. Es más, llegamos a la conclusión y por lo tanto entendemos que nada podemos ni debemos decir ante semejante ejercicio de libertad y madurez. ¡Hasta nos pasa a nosotros cuando renunciamos a “gobernarnos” en la vida y dejamos que en cada parte o decisiones del día a día se rijan principios distintos y, a veces, hasta contradictorios!

Es el desorden o desgobierno el que, en vez de abrir oportunidades de autonomía y libertad, dan la oportunidad a que exista un abuso de poder, a que se imponga el que más grite o el que en ese instante tenga “la sartén por el mango”. Si de algo estamos seguros es que cuanto más divididos estemos por dentro, ya sea dentro de nosotros mismos, de una institución o de un Estado, más sencillo es que seamos manipulados, y vivamos en desgobierno. Si dentro de nosotros dejamos libres, si no controlamos los placeres es fácil que nos dominen, caeremos en el alcoholismo, las drogas, la pornografía…

Cuando disfrutamos de un buen gobierno a cualquier nivel, no hablo solo de política, es muy difícil que se den o se permitan faltas de respeto, difamaciones, normas contrapuestas… en definitiva, abusos de poder.

Curioso… Igual por eso el desgobierno es de lo más contrario a la libertad y a la madura autonomía. Aunque no lo parezca.

Buenos días.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Nostalgias

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Es una lastima que ya no acuda a la tertulia que se forma mientras te tomas un cortado, es una de las actividades que más añoro, la covid-19 ha puesto en cuarentena muchas costumbres que ahora con el paso de los meses veo con nostalgia.

He perdido el contacto directo con todo lo que me era habitual, mantener el contacto por medio del ordenador o del teléfono móvil no sustituye una buena conversación, ni siquiera una cámara web puede hacerlo.

Mirar y recoger del pasado lo bueno, alarmarse de la pérdida de principios válidos, señalar los errores que han perjudicado a las personas y a los pueblos se lo que yo considero una nostalgia que nos beneficia.

En cambio, una nostalgia es dañina si me impide actuar, si lleva a condenar lo presente de modo distorsionado, si tergiversa y embellece el pasado sin comprenderlo correctamente.

Existen, por lo tanto, nostalgias buenas y nostalgias malas. Las malas me van a generar una desconfianza enfermiza. Las buenas me van a permitir tener un sano espíritu crítico hacia opciones o actuaciones equivocadas que generan procesos perversos.

Si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que todo lo anterior nos vale tanto para las personas como para los grupos humanos. Un hombre puede mirar su pasado e idealizarlo sin ningún respeto a la verdad, mientras se lamenta de su situación actual hasta el punto de no reconocer las oportunidades que ella le esta ofreciendo.  

O también ese hombre puede analizar lo pasado y ver que ha habido cosas buenas que se merecen ser fomentadas, y errores que hay que corregir. Incluso llegará a esa nostalgia sana que le servirá para recuperar tesoros antiguos que sirven para siempre.

En los grupos humanos existe el riesgo de deformar la historia, de ensalzar a líderes que no eran nada ejemplares, de imaginar que antes las cosas iban bien, cuando un poco de objetividad desmiente distorsiones que falsean y permite ver que también en ese pasado había males que necesitaban ser curados.

No es fácil, hacer la comparación correctamente del pasado con el presente, ni evitar nostalgias erróneas. Pero si realizamos un análisis serio, que reconoce en el pasado tesoros como el respeto a la vida, la defensa del matrimonio, el cariño hacia los abuelos y los padres, el deseo auténtico de querer a los demás, podemos llegar a una nostalgia sana, que nos impulsará a promover esos tesoros en un presente que los esta necesitando urgentemente.

Me viene ahora a la cabeza otra nostalgia, más profunda, la nostalgia por el paraíso perdido, no he estado allí, pero al mismo tiempo lo echo de menos, lo deseo con fuerza, es la “madre” de todas las nostalgias, es “volver a casa”. Pero esto son otros sentimientos que se merecen ser mostrados con tranquilidad.

Buenos días.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Instalarse en la alegría

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

El domingo pasado estrenamos una nueva ruta con la bicicleta, y esto hace que cada vez estemos más cerca de ese día en el que vamos a tener que dejar de disfrutar de nuevos circuitos, las novedades se terminaran y empezaremos a disfrutar de la rutina.

Dos o a lo máximo tres son las excursiones nuevas que, a mí se me ocurren sin pasar de los cien kilómetros, así que dentro de nada tendremos que empezar a repetir rutas.

Pero, el mayor riesgo de la rutina no es que sea repetitiva, sino que se vuelve peligrosa cuando existe monotonía, cuando solo es una monótona repetición de una actividad que parece no tener ningún sentido y que no nos lleva a ninguna parte en concreto. Aunque este es un gran riesgo, el mayor de los riesgos de la rutina es no darnos cuenta de que hemos caído en ella.  

Cuando las excursiones en bicicleta los fines de semana no son una actividad deportiva para mantenernos en forma, sino que son una salida cicloviajera, donde “viajera” no es solo un afijo que hemos añadido al final de la raíz de la palabra bicicleta, sino que sostiene todo el peso de la palabra, la rutina se me antoja más bien un “sigo saliendo en bicicleta porque así me he acostumbrado”.

Este es el reto, el no caer en la rutina cuando vivimos en un mundo que tiende a lo rutinario.   

G.K. Chesterton en uno de sus muchos aforismos nos dice: “La monotonía no tiene nada que ver con el lugar; la monotonía, tanto en la sensación como en el sentimiento, es simplemente una cualidad de la persona. No hay paisajes tristes; hay solamente espectadores tristes”. Y es verdad. Hay personas que necesitan pasar mil veces por el mismo lugar para descubrir su belleza y otros en cambio a primera vista ya son capaces de sentir toda la fuerza del paisaje, tanto si somos de los primeros o de estos últimos nos va a resultar complicado el imaginar cómo no caer en la rutina cuando estamos pasando continuamente por el mismo lugar. La clave pues se encuentra en huir de la tristeza e instalarse en la alegría, de ahí la necesidad de estar alegres, de hacer de la alegría una necesidad.

Después de meditar ayer sobre mantenerse alegre me he dado cuenta de que tal vez lo que me está costando es recuperarme de la tristeza que se apodera de mi ánimo cada vez que miro todo lo que nos está sucediendo con el problema de la pandemia, de todo lo que se nos vino y se nos vendrá encima con el covid-19, y de todos los problemas políticos y económicos que va a sufrir tanta gente. Y, sin duda, será una catástrofe todavía peor si nos mantenemos tristes por mucho tiempo.

Y es que, lo que yo digo, y lo que debería de tener presente de vez en cuando, es que las personas no nacemos felices ni infelices, sino que la vida nos enseña a ser una cosa u otra y, que la clave se encuentra en saber elegir entre buscar la felicidad, estemos como estemos, o aceptar la desgracia. De cualquier modo, la felicidad nunca va a ser completa en este mundo, pero que, aun así, hay motivos más que suficientes de alegría a través de nuestra vida, sin dejarnos llevar por la ilusión de conquistar la felicidad entera. Se que no hay fórmulas mágicas para conseguir la felicidad, pero una clave sería la de descubrir la nuestra, que, por supuesto será distinta de la de los demás, pues no podemos dar aquello que no tenemos.  

Como decía Chesterton: “No hay paisajes tristes; hay solamente espectadores tristes”, me parece a mí que la clave de la alegría sería darme cuenta de que no es que mi vida sea triste y este llena de problemas, sino que lo que es triste y aburrido soy yo que olvido la riqueza que tengo en mi interior y soy incapaz, a veces, de dar con la solución a problemas que podrían tenerla a poco que lo intentara.  

Por eso, me desconcierta la gente que parece vivir para la tristeza y se olvida de buscar el arte de sonreír y de estar alegres. Siempre he sentido envidia de aquellas personas que permanecen alegres y que poseen una sonrisa sana y constante.

 Ya sé, reconozco que existen sonrisas mentirosas, irónicas y despectivas. Pero yo no hablo de éstas, sino de las que se nos ofrecen y nos regalan con facilidad y que están llenas de sinceridad. Y por supuesto las que surgen del alma de las personas que, por tener mucho amor sonríen fácilmente pues se encuentran siempre alegres, porque la sonrisa y la alegría producen paz. Una persona amargada jamás sabrá sonreír y mucho menos un orgulloso.

En fin, voy a mantenerme alegre todo lo que pueda ya que un mundo donde las personas mayores estén tristes y serias sería una tragedia, aunque pensándolo un poco, si fueran los jóvenes los que estuvieran hastiados y aburridos sería una catástrofe.

Buenos Días.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Una dulce espera.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Cada vez es más frecuente tener un roce con la muerte, y por eso cada vez con más asiduidad el tema de la muerte aparece en mi vida con todas las preguntas que irremediablemente aparecen.  

Ayer fue la última vez, por la muerte de un amigo, siempre las mismas preguntas y con unas respuestas que si bien las tengo asumidas, continúan haciéndome reflexionar.

Y es que, si de algo estoy seguro, y no solo yo sino todos, sea cual sea nuestra creencia es que: algún día vamos a morir. Frente a esto tan seguro, podemos elegir, o rechazamos esta idea tan molesta y perturbadora o bien la aceptamos tranquilamente. Cada uno de nosotros puede elegir.

Si nuestra vida es como una carrera constante hacia la adquisición de bienes materiales y por lo tanto perecederos, nuestra muerte será sin dudarlo una tragedia, como un brutal asesinato que nos ha robado todos los sueños, el final de todas nuestras ambiciones. Y, en el cementerio habrá terminado todo. De ahí, que negar que la muerte es una puerta de entrada a lo que está más allá de los límites naturales, es disminuir al hombre a un simple organismo que nace, se reproduce y muere.

Pero, en cambio, sí creemos que la muerte es sólo el paso de esta vida de satisfacciones pasajeras y desilusiones a la alegría definitiva y perdurable, morir es solo un paso necesario y fundamental para realizarnos completamente como personas.

Puede parecer que esto no sea importante, y tal vez para muchas personas no lo sea, pero lo curioso es que según la idea que tengamos sobre la muerte, eso determinará el nivel de felicidad que podamos lograr.

Veamos, si pienso que todo se acaba con la muerte entonces todo lo que haga irá encaminado a conseguir una de estas cosas: satisfacer mi ego; luchar por una vida digna para mí y los míos; realizarme y mejorar en mi profesión; acumular riquezas, pues si todo se acaba cuando me muera más me valdrá aprovechar el tiempo. Es, en este caso cuando mis acciones las realizo pensando en el beneficio público que pueda obtener de cada cosa que haga, es decir, trabajo, lucho y hago cosas tan sólo para mí satisfacción y de paso dejar claro a los demás que no soy uno más.

Como la visión de que más allá de los límites naturales hay algo, no existe, no hay nada más allá por lo que luchar, por lo tanto, la muerte es una verdadera tragedia y un desconsuelo sin fin para los que sufren no solo su muerte sino también la desaparición de una persona muy querida. Su recuerdo se disolverá para siempre y no habrá un reencuentro posible. De ahí, que el tema de la muerte sea un tema ausente y disimulado en nuestras conversaciones ya que al negar la trascendencia hace de la muerte el fin de todo. Es entonces cuando no importa lo que se pueda ganar al morir, sino que importa el juicio de los hombres que será lo único que estará a la vista. Y el incrédulo se encuentra entonces sometido a un juicio que será siempre caprichoso, parcial y subjetivo. Y luego, no es de extrañar los innumerables casos de depresiones y melancolías vitales que existen pues son muy pocos los que recibirán el reconocimiento de la sociedad.

Mientras que el hombre que no cree en la misión salvadora de la muerte vive pendiente del juicio de los demás (puesto que es el último eslabón de la cadena existencial), el hombre que cree que hay algo después de la muerte, el que cree que toda buena acción tendrá su recompensa, no se preocupa realmente demasiado por el juicio humano, ni de sus injusticias ni de sus imprevistos. Sabe que, tarde o temprano, tendrá su recompensa y su consuelo, aunque aquí no lo tenga. La muerte no es entonces un drama; es, de alguna manera, una dulce espera.

Por eso, es radical el cambio que puede tener la vida de una persona en cuanto deja de pensar a la muerte como un drama y lo piensa como un encuentro.

Es cierto que es difícil, para quienes quedan en la tierra, asumir la partida del ser querido como una ausencia temporal, pero, por otra parte, el que cree tiene una ventaja increíblemente superior respecto a quien no tiene fe: sabe, con certeza, que algún día el mismo se reunirá con quienes amó y con quien hizo posible ese amor.

En fin, creo que pensar en la muerte alguna vez, sin miedo ni como algo morboso, es un punto de apoyo que nos ayuda a vivir con mayor intensidad y alegría cada instante. Que no nos debe provocar angustia, ni horror, ni depresión, sino sosiego y paz interior. Es decir, afrontar con lucidez la realidad de la Muerte para amar más la Vida, y para que sea la Vida quien gane la partida final.

Buenos días.