“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
El domingo pasado estrenamos una
nueva ruta con la bicicleta, y esto hace que cada vez estemos más cerca de ese
día en el que vamos a tener que dejar de disfrutar de nuevos circuitos, las
novedades se terminaran y empezaremos a disfrutar de la rutina.
Dos o a lo máximo tres son las
excursiones nuevas que, a mí se me ocurren sin pasar de los cien kilómetros,
así que dentro de nada tendremos que empezar a repetir rutas.
Pero, el mayor riesgo de la
rutina no es que sea repetitiva, sino que se vuelve peligrosa cuando existe
monotonía, cuando solo es una monótona repetición de una actividad que parece
no tener ningún sentido y que no nos lleva a ninguna parte en concreto. Aunque
este es un gran riesgo, el mayor de los riesgos de la rutina es no darnos
cuenta de que hemos caído en ella.
Cuando las excursiones en
bicicleta los fines de semana no son una actividad deportiva para mantenernos
en forma, sino que son una salida cicloviajera, donde “viajera” no es solo un afijo
que hemos añadido al final de la raíz de la palabra bicicleta, sino que
sostiene todo el peso de la palabra, la rutina se me antoja más bien un “sigo
saliendo en bicicleta porque así me he acostumbrado”.
Este es el reto, el no caer en
la rutina cuando vivimos en un mundo que tiende a lo rutinario.
G.K. Chesterton en uno de sus
muchos aforismos nos dice: “La
monotonía no tiene nada que ver con el lugar; la monotonía, tanto en la
sensación como en el sentimiento, es simplemente una cualidad de la persona. No
hay paisajes tristes; hay solamente espectadores tristes”. Y es verdad. Hay personas que necesitan pasar mil veces por el mismo
lugar para descubrir su belleza y otros en cambio a primera vista ya son
capaces de sentir toda la fuerza del paisaje, tanto si somos de los primeros o
de estos últimos nos va a resultar complicado el imaginar cómo no caer en la
rutina cuando estamos pasando continuamente por el mismo lugar. La clave pues
se encuentra en huir de la tristeza e instalarse en la alegría, de ahí la
necesidad de estar alegres, de hacer de la alegría una necesidad.
Después de meditar ayer sobre mantenerse
alegre me he dado cuenta de que tal vez lo que me está costando es recuperarme
de la tristeza que se apodera de mi ánimo cada vez que miro todo lo que nos está
sucediendo con el problema de la pandemia, de todo lo que se nos vino y se nos
vendrá encima con el covid-19, y de todos los problemas políticos y económicos
que va a sufrir tanta gente. Y, sin duda, será una catástrofe todavía peor si
nos mantenemos tristes por mucho tiempo.
Y es que, lo que yo digo, y lo
que debería de tener presente de vez en cuando, es que las personas no nacemos
felices ni infelices, sino que la vida nos enseña a ser una cosa u otra y, que
la clave se encuentra en saber elegir entre buscar la felicidad, estemos como
estemos, o aceptar la desgracia. De cualquier modo, la felicidad nunca va a ser
completa en este mundo, pero que, aun así, hay motivos más que suficientes de
alegría a través de nuestra vida, sin dejarnos llevar por la ilusión de
conquistar la felicidad entera. Se que no hay fórmulas mágicas para conseguir
la felicidad, pero una clave sería la de descubrir la nuestra, que, por
supuesto será distinta de la de los demás, pues no podemos dar aquello que no
tenemos.
Como decía Chesterton: “No hay paisajes tristes; hay solamente espectadores
tristes”, me parece a mí que la clave de la alegría sería
darme cuenta de que no es que mi vida sea triste y este llena de problemas,
sino que lo que es triste y aburrido soy yo que olvido la riqueza que tengo en
mi interior y soy incapaz, a veces, de dar con la solución a problemas que
podrían tenerla a poco que lo intentara.
Por eso, me desconcierta la
gente que parece vivir para la tristeza y se olvida de buscar el arte de
sonreír y de estar alegres. Siempre he sentido envidia de aquellas personas que
permanecen alegres y que poseen una sonrisa sana y constante.
Ya sé, reconozco que existen sonrisas
mentirosas, irónicas y despectivas. Pero yo no hablo de éstas, sino de las que se
nos ofrecen y nos regalan con facilidad y que están llenas de sinceridad. Y por
supuesto las que surgen del alma de las personas que, por tener mucho amor
sonríen fácilmente pues se encuentran siempre alegres, porque la sonrisa y la
alegría producen paz. Una persona amargada jamás sabrá sonreír y mucho menos un
orgulloso.
En fin, voy a mantenerme
alegre todo lo que pueda ya que un mundo donde las personas mayores estén
tristes y serias sería una tragedia, aunque pensándolo un poco, si fueran los jóvenes
los que estuvieran hastiados y aburridos sería una catástrofe.
Buenos Días.
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