“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Otra vez la muerte, dentro de
unas horas iré a dar el pésame a un amigo por la muerte de su madre. Lo que
dije la semana pasada, llegamos a una edad en que la muerte no deja de rondarnos,
lo que no debe preocuparnos pues morir no es perder la vida definitivamente,
sino cambiarla.
¿Cómo reaccionar ante ese cambio?
Siempre será complicado, pero tenemos una ventaja, aunque todos los animales mueren,
el hombre es el único que conoce muy pronto su carácter mortal. Somos
conscientes de esa limitación y esto conmueve nuestras estructuras más
profundas y sin lugar a duda afecta a toda nuestra existencia. Pero ¿cómo
reaccionar?
Se puede actuar pensando que
lo que no se ve no existe. Este pensamiento infantil lo podremos mantener
mientras seamos capaces de ocultarnos de la realidad de la muerte y así reducir
el miedo que nos produce. Si no pienso en ella, no existe.
Pero cuando llegamos a una
cierta edad este sistema ya no funciona, aunque procuremos alejarla de nuestra
vista y esconderla en lugares poco visibles. Aunque utilicemos un lenguaje
extraño para no nombrarla; “faltar”, “irse”, etc., en lugar de decir “muerte” o
“morir”. Ya se que en el cine y en la televisión vemos con frecuencia la
muerte, pero sobre todo muertes violentas y en serie. Una persona contempla
muchas muertes en la pantalla, pero se puede alejar y protegerse de las muertes
reales y cercanas. Aunque las ocultemos, detrás de unas muertes distorsionadas:
zombis, muertos vivientes, Halloween, subcultura gótica… O se recurra al humor
negro: un reír por no llorar. O reforcemos la idea de que la muerte es algo
lejano y ajeno a nosotros. Por más que se trate de olvidar, ella no se va a
olvidar de nosotros.
Si persistimos mucho tiempo en
estas ideas y comportamientos podemos llegar a tener una imagen irreal de la
muerte, unos pensamientos erróneos y, curiosamente, sentiremos cada vez con más
fuerza una ansiedad ante ella. Llegaremos, incluso, a tener miedo de hacernos
viejos y a rechazar a las personas mayores porque los asociaremos con la muerte.
Si excluimos el final de la
vida de nuestro quehacer diario, estaremos indefensos ante la fuerte realidad
de la muerte, porque, aunque la muerte es el final de la vida biológica, no por
ello deja de formar parte de la vida; de igual forma que el final de una
historia forma parte de esa historia.
¿Estoy diciendo, pues, que hay
que pensar continuamente en la muerte? No. No hay que buscar y retener
obsesivamente los pensamientos y las imágenes de la muerte. Pero tampoco hay
que evitarlos ni rechazarlos constantemente. Tenemos que saber convivir con
esos pensamientos y encarrilarlos bien.
Si miramos la muerte con serenidad ajustaremos nuestra escala de valores y preferencias, la muerte nos pondrá en
nuestro sitio, así como apreciaremos de verdad todo lo bueno hay en la vida.
Así, pues, pensar en la muerte
alguna vez, sin horror ni morbosidad, es un resorte que nos ayudará a vivir con
mayor intensidad y alegría cada instante. No provoca angustia, terror ni
depresión, sino sosiego y esperanzada paz interior.
Buenos días.
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