lunes, 16 de noviembre de 2020

Solo es un cambio.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Otra vez la muerte, dentro de unas horas iré a dar el pésame a un amigo por la muerte de su madre. Lo que dije la semana pasada, llegamos a una edad en que la muerte no deja de rondarnos, lo que no debe preocuparnos pues morir no es perder la vida definitivamente, sino cambiarla.

¿Cómo reaccionar ante ese cambio? Siempre será complicado, pero tenemos una ventaja, aunque todos los animales mueren, el hombre es el único que conoce muy pronto su carácter mortal. Somos conscientes de esa limitación y esto conmueve nuestras estructuras más profundas y sin lugar a duda afecta a toda nuestra existencia. Pero ¿cómo reaccionar?

Se puede actuar pensando que lo que no se ve no existe. Este pensamiento infantil lo podremos mantener mientras seamos capaces de ocultarnos de la realidad de la muerte y así reducir el miedo que nos produce. Si no pienso en ella, no existe.

Pero cuando llegamos a una cierta edad este sistema ya no funciona, aunque procuremos alejarla de nuestra vista y esconderla en lugares poco visibles. Aunque utilicemos un lenguaje extraño para no nombrarla; “faltar”, “irse”, etc., en lugar de decir “muerte” o “morir”. Ya se que en el cine y en la televisión vemos con frecuencia la muerte, pero sobre todo muertes violentas y en serie. Una persona contempla muchas muertes en la pantalla, pero se puede alejar y protegerse de las muertes reales y cercanas. Aunque las ocultemos, detrás de unas muertes distorsionadas: zombis, muertos vivientes, Halloween, subcultura gótica… O se recurra al humor negro: un reír por no llorar. O reforcemos la idea de que la muerte es algo lejano y ajeno a nosotros. Por más que se trate de olvidar, ella no se va a olvidar de nosotros.

Si persistimos mucho tiempo en estas ideas y comportamientos podemos llegar a tener una imagen irreal de la muerte, unos pensamientos erróneos y, curiosamente, sentiremos cada vez con más fuerza una ansiedad ante ella. Llegaremos, incluso, a tener miedo de hacernos viejos y a rechazar a las personas mayores porque los asociaremos con la muerte.

Si excluimos el final de la vida de nuestro quehacer diario, estaremos indefensos ante la fuerte realidad de la muerte, porque, aunque la muerte es el final de la vida biológica, no por ello deja de formar parte de la vida; de igual forma que el final de una historia forma parte de esa historia.  

¿Estoy diciendo, pues, que hay que pensar continuamente en la muerte? No. No hay que buscar y retener obsesivamente los pensamientos y las imágenes de la muerte. Pero tampoco hay que evitarlos ni rechazarlos constantemente. Tenemos que saber convivir con esos pensamientos y encarrilarlos bien.

Si miramos la muerte con serenidad ajustaremos nuestra escala de valores y preferencias, la muerte nos pondrá en nuestro sitio, así como apreciaremos de verdad todo lo bueno hay en la vida.

Así, pues, pensar en la muerte alguna vez, sin horror ni morbosidad, es un resorte que nos ayudará a vivir con mayor intensidad y alegría cada instante. No provoca angustia, terror ni depresión, sino sosiego y esperanzada paz interior.

Buenos días.

No hay comentarios: