“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Día triste de lluvia el de
ayer, si estar en casa el mayor tiempo posible para mantenerse alejado de la
covid-19 ya resulta pesado, estarlo en un día gris resulta agotador, demasiado
tiempo para pensar y demasiados pensamientos oscuros.
Día de preguntas y respuestas imprecisas,
preguntas que como las de ayer me llevaban una y otra vez a intentar aclarar ¿por
qué se deteriora tanto la vida pública? ¿de dónde viene esa indiferencia hacia
la verdad, incluso entre quienes deberían ser sus defensores y guardianes?
¿Y por qué la locura, la
creencia de que la propia voluntad, la publicidad y la imagen hacen un derecho?
Lo que sucede, no solo los últimos meses sino los últimos años, confirma, según
mi opinión, que nuestros gobernantes han perdido el contacto con la realidad.
¿Qué más puede explicar su repentina insistencia en que un hombre se convierta
en mujer solo con decirlo?
Debería dar más ejemplos, pero
parece obvio que se está imponiendo una forma de “verdad personal”. Resulta más
difícil de lo que puede parecer buscar una causa, así como una solución en
estos días que corren. Nuestros pensamientos y creencias tienen, sin lugar a
duda, una relación directa en muchos aspectos de la sociedad, y cuando las
personas públicas parece que deliran, es difícil permanecer impasible.
Encuentro varias razones por
las que hemos llegado a la situación actual, hay diversas causas por las que la
vida pública ha terminado donde lo ha hecho. Las personas de hoy no tienen una
experiencia personal de muchas de las situaciones a las que se enfrentan.
Muchos de los mecanismos a través de los cuales se lleva a cabo nuestra vida
social y económica se encuentran lejos y fuera de nuestra vista, y son casi
inescrutables. El resultado es que el mundo se nos ha convertido en una especie
de dibujo extraño que la gente puede interpretar de la forma que quiera.
No resulta fácil averiguar
nada. Los medios electrónicos e Internet debilitan nuestras conexiones
personales y deshacen todo en un puzle de imágenes, clips de videos y
fragmentos de audio que se pueden ensamblar para expresar cualquier cosa.
¿Quién puede decir qué ensamblaje corresponde a la realidad?
Y no ayuda preguntar a los
demás. La facilidad para conectarnos nos dice que existe una red, una sociedad
virtual, dentro de la cual la aceptación de cualquier creencia que podamos
imaginar es la norma. Si creemos que el mundo es plano o que está dirigido por extraterrestres,
podemos vivir en un mundo virtual en el que lo que pensemos se da por sentado. ¿Y quién de tu alrededor te dirá que tus amigos virtuales están equivocados? Es
más ¿Quién te dirá que no tienes razón cuando estés equivocado?
Para empeorar las cosas, la
tecnología y la electrónica nos dan todas las facilidades posibles para poder
vivir en una isla, aislados, desde comprar todo lo que necesitemos o deseemos “on-line”
a relacionarnos solo en las redes sociales. Y una idea degradada de libertad nos
dice que sigamos por este camino.
La gente, ahora, ni siquiera
tiene un punto de vista coherente desde el que comprender la sociedad en la que
vive. En este mundo globalizado de alta tecnología, el lugar, la historia, la
religión, la nacionalidad, la cultura particular y la identidad estable se
disuelven. Incluso algo tan básico como si las personas son hombres o mujeres
se vuelve incierto. El resultado es que no saben quiénes son y no tienen un
punto de vista estable desde el cual resolver las cosas.
Eso es malo, pero la gente
piensa que es bueno. Los ideales morales de hoy se basan en una versión
idealizada de la sociedad humana como un proceso industrial, en el que los
componentes humanos y la materia prima pueden ser clasificados de diversas
formas, pero no se les permite diferenciarse de ninguna manera que no sea útil
al sistema. Hombres y mujeres, italianos y japoneses, cristianos, budistas y
secularistas deben ser todos intercambiables, y las diferencias restantes deben
tratarse como pasatiempos privados puramente opcionales.
Algunos intentan crear
identidades por sí mismos, pero eso no puede funcionar. Si un hombre dice que
es una mujer y todos tienen que creerle, ¿qué significa "mujer"?
¿Cómo puede mantenerse firme en su “feminidad” cuando la inventó y podría
cambiarla mañana? ¿Y qué diferencia puede haber cuando la “discriminación de género”
—distinguir a los hombres de las mujeres— se considera monstruosa?
El resultado es que la gente
se vuelve frágil y confusa, y quienes dirigen las instituciones tratan de
acomodar a su clientela cada vez más inestable convirtiendo sus instituciones
en burbujas en las que es obligatorio complacer las fantasías.
Estas instituciones incluyen
organizaciones de noticias, sociedades científicas e instituciones de educación
superior. En tales circunstancias, ¿quién puede creer lo que nos dicen los
supuestos expertos asociados con este tipo de empresas? Se han sumado por su interés
y lo apoyan a cualquier precio intelectual. Pero cuando la enajenación mental se
convierte en un principio básico, se extiende a todo. Entonces, ¿por qué confiar
en ellos para algo?
El resultado es que hoy les
resulta fácil a movimientos radicales convertirse rápidamente en la corriente
principal de opinión y ser lo políticamente correcto. Estos movimientos están suprimiendo
la historia, la religión, la tradición y la idea misma de la naturaleza humana la
consideran como opresiva. Por eso, piensan que el hombre se hace a sí mismo divino
y creen que cada uno de nosotros puede rehacerse a sí mismo y a su mundo como
lo que quiera. Esto es aceptado por la política y la moral actual, y, por lo
tanto, su objetivo es conseguir un estado de cosas en el que todo el mundo
pueda hacer, ser y conseguir lo que quiera.
Eso no va a acabar bien. Las
personas no obtendrán lo que se les prometió, porque las promesas se basan en
una realidad inventada. No estarán contentos con eso y buscarán chivos
expiatorios. Dado que su visión del mundo es infundada, nada funcionará como
creen que debería, y adoptarán mitologías fantásticas y culparán de todo a las
conspiraciones y las fuerzas diabólicas.
El problema se agrava con los
avances en las técnicas de la persuasión. Aquellos que controlan Internet
pueden intentar poner orden en el pensamiento y la sociedad aplastando
tendencias que consideran antisociales. Pero ¿Quién vigila al vigilante? Si
vivimos en un sistema en el que los gobiernos y la propaganda son la misma cosa
y en el que las personas que los dirigen simplemente solo se escuchan entre sí.
¿Quién mantendrá cuerdos a los multimillonarios propietarios de Internet, y
mucho menos preocupados por la verdad y el bien público? ¿Y quién puede
decirles que su versión de lo que cuenta como verdadero es incorrecta?
Nadie, ahora que la “verdad”
se ha convertido en una construcción, las redes sociales y los medios de comunicación
se han convertido en la plaza pública, y no existe un bien común aceptado o una
forma de discutir tal cosa. El principio que determina la verdad pública y
quién se sale con la suya cuando los impulsos entran en conflicto se ha
convertido, por tanto, en el interés de nuestros gobernantes. ¿Cómo podría ser
de otra manera, cuando poseen los medios de comunicación y coerción, pueden
contratar a los mejores propagandistas?
En aras de la legitimidad,
nuestros gobernantes necesariamente afirman estar del lado de las víctimas más
que de los opresores, porque debe existir un opresor. El resultado es todo el
mundo buscando y culpando de cualquier problema a ese “opresor”, y ante alguna
dificultad les dicen a los sus “medios” que no apunten a las personas que
dirigen las cosas, a ellos mismos, sino a su antítesis, a los deplorables
amargados que (dicen) lo están arruinando todo.
Y eso incluye, seguramente, a
las personas que defendemos un mundo ordenado por algo más que multimillonarios
y burócratas, y eso se ve como algo intolerable. Sin duda, hay que evitar
problemas y se intenta llegar a compromisos, pero eso, me temo, no servirá de
nada ya que las exigencias no paran de aumentar y el sistema, en cualquier
caso, necesita de víctimas a las que atacar. Así que debemos prepararnos para
un camino lleno de baches.
Y eso significa defender
aquellas cosas que en nuestra tradición mejor sientan las bases para una clase
de mundo diferente: el amor al prójimo, el amor a la familia, el amor al Bien,
la Belleza y la Verdad, el amor a Dios y el reconocimiento de nuestra realidad
como católicos. Dado que eso es justamente lo que deberíamos estar haciendo
siempre, ¿por qué debería quejarme de estos tiempos? Si están dejando claro
cual es mi deber, y ese es el mejor servicio que nos pueden brindar.
Buenos días.
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