viernes, 6 de noviembre de 2020

¿Quién te dirá que no tienes razón cuando estés equivocado?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Día triste de lluvia el de ayer, si estar en casa el mayor tiempo posible para mantenerse alejado de la covid-19 ya resulta pesado, estarlo en un día gris resulta agotador, demasiado tiempo para pensar y demasiados pensamientos oscuros.

Día de preguntas y respuestas imprecisas, preguntas que como las de ayer me llevaban una y otra vez a intentar aclarar ¿por qué se deteriora tanto la vida pública? ¿de dónde viene esa indiferencia hacia la verdad, incluso entre quienes deberían ser sus defensores y guardianes?   

¿Y por qué la locura, la creencia de que la propia voluntad, la publicidad y la imagen hacen un derecho? Lo que sucede, no solo los últimos meses sino los últimos años, confirma, según mi opinión, que nuestros gobernantes han perdido el contacto con la realidad. ¿Qué más puede explicar su repentina insistencia en que un hombre se convierta en mujer solo con decirlo?

Debería dar más ejemplos, pero parece obvio que se está imponiendo una forma de “verdad personal”. Resulta más difícil de lo que puede parecer buscar una causa, así como una solución en estos días que corren. Nuestros pensamientos y creencias tienen, sin lugar a duda, una relación directa en muchos aspectos de la sociedad, y cuando las personas públicas parece que deliran, es difícil permanecer impasible.  

Encuentro varias razones por las que hemos llegado a la situación actual, hay diversas causas por las que la vida pública ha terminado donde lo ha hecho. Las personas de hoy no tienen una experiencia personal de muchas de las situaciones a las que se enfrentan. Muchos de los mecanismos a través de los cuales se lleva a cabo nuestra vida social y económica se encuentran lejos y fuera de nuestra vista, y son casi inescrutables. El resultado es que el mundo se nos ha convertido en una especie de dibujo extraño que la gente puede interpretar de la forma que quiera.  

No resulta fácil averiguar nada. Los medios electrónicos e Internet debilitan nuestras conexiones personales y deshacen todo en un puzle de imágenes, clips de videos y fragmentos de audio que se pueden ensamblar para expresar cualquier cosa. ¿Quién puede decir qué ensamblaje corresponde a la realidad?

Y no ayuda preguntar a los demás. La facilidad para conectarnos nos dice que existe una red, una sociedad virtual, dentro de la cual la aceptación de cualquier creencia que podamos imaginar es la norma. Si creemos que el mundo es plano o que está dirigido por extraterrestres, podemos vivir en un mundo virtual en el que lo que pensemos se da por sentado. ¿Y quién de tu alrededor te dirá que tus amigos virtuales están equivocados? Es más ¿Quién te dirá que no tienes razón cuando estés equivocado?

Para empeorar las cosas, la tecnología y la electrónica nos dan todas las facilidades posibles para poder vivir en una isla, aislados, desde comprar todo lo que necesitemos o deseemos “on-line” a relacionarnos solo en las redes sociales. Y una idea degradada de libertad nos dice que sigamos por este camino.

La gente, ahora, ni siquiera tiene un punto de vista coherente desde el que comprender la sociedad en la que vive. En este mundo globalizado de alta tecnología, el lugar, la historia, la religión, la nacionalidad, la cultura particular y la identidad estable se disuelven. Incluso algo tan básico como si las personas son hombres o mujeres se vuelve incierto. El resultado es que no saben quiénes son y no tienen un punto de vista estable desde el cual resolver las cosas.

Eso es malo, pero la gente piensa que es bueno. Los ideales morales de hoy se basan en una versión idealizada de la sociedad humana como un proceso industrial, en el que los componentes humanos y la materia prima pueden ser clasificados de diversas formas, pero no se les permite diferenciarse de ninguna manera que no sea útil al sistema. Hombres y mujeres, italianos y japoneses, cristianos, budistas y secularistas deben ser todos intercambiables, y las diferencias restantes deben tratarse como pasatiempos privados puramente opcionales.

Algunos intentan crear identidades por sí mismos, pero eso no puede funcionar. Si un hombre dice que es una mujer y todos tienen que creerle, ¿qué significa "mujer"? ¿Cómo puede mantenerse firme en su “feminidad” cuando la inventó y podría cambiarla mañana? ¿Y qué diferencia puede haber cuando la “discriminación de género” —distinguir a los hombres de las mujeres— se considera monstruosa?

El resultado es que la gente se vuelve frágil y confusa, y quienes dirigen las instituciones tratan de acomodar a su clientela cada vez más inestable convirtiendo sus instituciones en burbujas en las que es obligatorio complacer las fantasías.

Estas instituciones incluyen organizaciones de noticias, sociedades científicas e instituciones de educación superior. En tales circunstancias, ¿quién puede creer lo que nos dicen los supuestos expertos asociados con este tipo de empresas? Se han sumado por su interés y lo apoyan a cualquier precio intelectual. Pero cuando la enajenación mental se convierte en un principio básico, se extiende a todo. Entonces, ¿por qué confiar en ellos para algo?

El resultado es que hoy les resulta fácil a movimientos radicales convertirse rápidamente en la corriente principal de opinión y ser lo políticamente correcto. Estos movimientos están suprimiendo la historia, la religión, la tradición y la idea misma de la naturaleza humana la consideran como opresiva. Por eso, piensan que el hombre se hace a sí mismo divino y creen que cada uno de nosotros puede rehacerse a sí mismo y a su mundo como lo que quiera. Esto es aceptado por la política y la moral actual, y, por lo tanto, su objetivo es conseguir un estado de cosas en el que todo el mundo pueda hacer, ser y conseguir lo que quiera.  

Eso no va a acabar bien. Las personas no obtendrán lo que se les prometió, porque las promesas se basan en una realidad inventada. No estarán contentos con eso y buscarán chivos expiatorios. Dado que su visión del mundo es infundada, nada funcionará como creen que debería, y adoptarán mitologías fantásticas y culparán de todo a las conspiraciones y las fuerzas diabólicas.

El problema se agrava con los avances en las técnicas de la persuasión. Aquellos que controlan Internet pueden intentar poner orden en el pensamiento y la sociedad aplastando tendencias que consideran antisociales. Pero ¿Quién vigila al vigilante? Si vivimos en un sistema en el que los gobiernos y la propaganda son la misma cosa y en el que las personas que los dirigen simplemente solo se escuchan entre sí. ¿Quién mantendrá cuerdos a los multimillonarios propietarios de Internet, y mucho menos preocupados por la verdad y el bien público? ¿Y quién puede decirles que su versión de lo que cuenta como verdadero es incorrecta?

Nadie, ahora que la “verdad” se ha convertido en una construcción, las redes sociales y los medios de comunicación se han convertido en la plaza pública, y no existe un bien común aceptado o una forma de discutir tal cosa. El principio que determina la verdad pública y quién se sale con la suya cuando los impulsos entran en conflicto se ha convertido, por tanto, en el interés de nuestros gobernantes. ¿Cómo podría ser de otra manera, cuando poseen los medios de comunicación y coerción, pueden contratar a los mejores propagandistas?

En aras de la legitimidad, nuestros gobernantes necesariamente afirman estar del lado de las víctimas más que de los opresores, porque debe existir un opresor. El resultado es todo el mundo buscando y culpando de cualquier problema a ese “opresor”, y ante alguna dificultad les dicen a los sus “medios” que no apunten a las personas que dirigen las cosas, a ellos mismos, sino a su antítesis, a los deplorables amargados que (dicen) lo están arruinando todo.

Y eso incluye, seguramente, a las personas que defendemos un mundo ordenado por algo más que multimillonarios y burócratas, y eso se ve como algo intolerable. Sin duda, hay que evitar problemas y se intenta llegar a compromisos, pero eso, me temo, no servirá de nada ya que las exigencias no paran de aumentar y el sistema, en cualquier caso, necesita de víctimas a las que atacar. Así que debemos prepararnos para un camino lleno de baches.

Y eso significa defender aquellas cosas que en nuestra tradición mejor sientan las bases para una clase de mundo diferente: el amor al prójimo, el amor a la familia, el amor al Bien, la Belleza y la Verdad, el amor a Dios y el reconocimiento de nuestra realidad como católicos. Dado que eso es justamente lo que deberíamos estar haciendo siempre, ¿por qué debería quejarme de estos tiempos? Si están dejando claro cual es mi deber, y ese es el mejor servicio que nos pueden brindar.

Buenos días.

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