“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Cuando leo o escucho hacer
comentarios sobre los proyectos que se tienen para nuestro futuro, noto a
faltar referencias a los acontecimientos del pasado que de alguna manera han
marcado nuestro presente, me gustaría que se hiciera para así, al menos dejar
constancia de que muchas de las ideas actuales no lo son tanto. Tal vez suceda
esto porque hay un rasgo en el pasado que desafía y deprime mucho, que nos
conduce hacia un futuro que no podemos ver con claridad.
Me refiero a la existencia en el pasado de
grandes ideales, que no han sido cumplidos y a veces abandonados. El recuerdo
de esos magníficos fracasos causa una profunda tristeza a una generación
inquieta y bastante enferma; mantienen una extraña reserva respecto a ellos,
llegando a veces a guardar un ligero y escrupuloso silencio. Los mantienen
totalmente al margen de sus periódicos y casi totalmente fuera de sus libros de
historia. Por ejemplo, muchas veces nos dirán, para alabar los años que vienen,
que estamos avanzando hacia una Comunidad Europea. Pero celosamente evitan
decirnos que nos estamos alejando de una Europa unida, que semejante cosa
existía literalmente en tiempos romanos y sobre todo medievales. No admiten que
los odios internacionales son en realidad muy recientes, la simple descomposición
del Sacro Imperio Romano.
Es fácil también que nos digan
que va a haber una revolución social, una integración de todos en una sociedad igualitaria;
pero nunca insistirán en que Francia llevó a cabo aquel magnífico intento sin
ayuda de nadie y que nosotros y el resto del mundo permitimos que fracasara y
se olvidara. Lo que quiero expresar es que nada está tan claro en la política
actual como el deseo de utilizar semejantes ideales para el futuro, eso sí, unido
al hecho de haberlos ignorado en el pasado. Podemos comprobarlo por nosotros
mismos. Leamos cualquier propuesta o artículo en algún medio de comunicación
que proponga o llame a la paz en Europa y véase cuántos alaban a los antiguos
papas o emperadores por haber mantenido la paz en Europa. Busquen y lean
cualquier alabanza de la socialdemocracia, y vean cuántos de ellos alaban a los
viejos jacobinos que crearon la democracia y murieron por ella.
Esos tiempos grandiosos de la
historia son para el progresista moderno sólo enormes monstruosidades. Él mira
hacia atrás, hacia su historia pasada, y ve una perspectiva de magníficos pero
inacabados proyectos. Están inacabados,
no siempre por animadversión o accidente, sino a menudo por inconstancia,
fatiga mental y ardiente deseo de poner en práctica filosofías exóticas. Y es
que, hemos dejado sin realizar muchas cosas que deberíamos de haber hecho, incluso
hemos dejado sin hacer lo que queríamos hacer.
Se dice que el hombre de hoy
es el heredero de la suma de todas las épocas y que ha sacado lo bueno de los
continuos experimentos humanos. No lo tengo muy claro cuando me miro en un
espejo. ¿Es verdad que ustedes y yo somos el maravilloso resultado de las experiencias
más eminentes del pasado?
Las propuestas de nuestro
moderno idealismo progresista son tacañas porque han sufrido un insistente
proceso de eliminación. Excluyen todo lo pasado. Deben pedir cosas nuevas
porque no se permiten pedir cosas antiguas. Esta postura tan progre se basa,
supongo, en la idea de que hemos conseguido todo lo bueno que se podía
conseguir de las ideas del pasado. Y no es cierto. No hemos sacado de ellas
todo lo que de bueno contienen, y quizás, en este momento, no estemos sacando
nada.
Por eso, ahora tenemos la
necesidad de una mayor libertad, tanto para restaurar muchas de esas ideas como
para revolucionar las actuales. Ya que un auténtico librepensador es aquel cuya
inteligencia está tan liberada del futuro como del pasado. No se preocupa de lo
que será ni tampoco de lo que ha sido; se preocupa sólo por lo que debería ser.
Y pensándolo un poco, debo
hacer un poco más de hincapié en esta libertad indeterminada. Si algo no esta
funcionando bien en nuestros días es esa obscura y silenciosa resignación según
la cual esos ideales y proyectos del pasado son imposibles en el presente. Se
dice mucho que no se puede volver atrás, que no hay posibilidad de que el reloj
marche hacia atrás, pero sí que es posible. Un reloj al igual que nuestra
sociedad es una construcción del hombre y puede volver a ponerse mediante un
simple dedo humano en cualquier hora y, la sociedad puede volver a recomponerse
según cualquier plan que haya existido con anterioridad.
También se dice que depende de
como hayas hecho tu cama, así tendrás que acostarte en ella, lo que vuelve a
ser otra mentira. Si me he hecho mal mi cama, puedo volver a hacerla. Podemos
restaurar cualquier proyecto o volver a vivir sin electricidad si nos parece.
Puede que tardemos algún tiempo en acostumbrarnos, y puede también, que no sea bueno
ni nada aconsejable; pero sin duda no es imposible, aunque sea imposible volver
al domingo pasado.
Como he dicho, reclamo esta
libertad: la libertad de restaurar. Pido el derecho a proponer como solución cualquier
viejo sistema si con ello pudiera eliminar algunos males. Pido el derecho a
proponer y a utilizar todas las ideas y proyectos que hayan existido, y no
admitiré que ninguna de ellas se me prohíba única y simplemente porque ya haya
sido usada.
Buenos días.
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