lunes, 29 de noviembre de 2021

Nuestro GPS.

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton) 

Voy acumulando kilómetros, tal vez demasiados para estar haciéndolos sin alforjas, ir tan ligero ahora no pienso que sea demasiado bueno para realizar un viaje con alforjas.

Aunque el año que viene creo que voy a conseguir llevar algún kilo de menos, y no me refiero solo a los que se quedan en casa con la nueva bicicleta, sino que he aprendido a discernir cuándo algo es necesario o no, de modo que llevare las cosas que tengan una verdadera utilidad.

Ahora es fácil repasar la lista de lo que no utilicé y apartarlo, pero según se vaya acercando el día de cargar las alforjas se empieza a dudar, y dudamos a pesar de saber que el truco se encuentra en utilizar correctamente el material.

¿Cuánto se necesita para viajar en bicicleta? En realidad, se necesita de poca cosa, pero nuestro mundo cada vez nos ofrece más y más, estableciendo dependencias que nos someten, necesitamos cada vez más de las nuevas tecnologías, y sin embargo siempre hemos viajado con un simple mapa y no sentíamos la necesidad de estar conectados ni de ir retrasmitiendo nuestras experiencias.

Viajamos con el deseo de alcanzar aquello que tanto nos ilusiona (conocer mundo, …) y nuestro viaje se adapta y se mueve a ese ritmo, sin embargo, si no tenemos cuidado, puede llegar el momento en que a pesar de tenerlo todo preparado sentimos una insatisfacción, pretendemos que toda la preparación y todo el material que llevamos llene un vacío interior, que no se ha llenado como las alforjas y es posible que tampoco lo haga en el viaje.  

Cuantas veces no habréis leído en este blog la frase de Chesterton: “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”, hay que tener algo en nuestro interior para poderlo engrandecer, de la nada no puede surgir nada.

Nos resulta cómodo y muy útil utilizar un navegador. Le ponemos el punto al que queremos llegar y el lugar en donde nos encontramos y mientras pedaleamos, vamos recibiendo las instrucciones. Si nos equivocamos nos lo advierte y recalcula el itinerario. Funciona, y por lo general bien, pero en nuestra vida, a pesar de que sería interesante, no disponemos de un dispositivo, de ningún aparato para caminar seguros por la vida y nos desorientamos muchas veces. Y, sin embargo, si nos detenemos un poco, veremos que si que tenemos un sistema de orientación.

Estamos dotados de razón, de alguna manera nuestra razón es capaz de percibir y analizar la situación en la que nos encontramos, además poseemos voluntad, que posee la suficiente fuerza para tomar conciencia. La conciencia detecta la existencia de unas normas de funcionamiento que tenemos impresas en nuestro subconsciente y nos advierte de peligrosos desvíos que no debemos tomar.

Está claro, si para viajar con el GPS tenemos que saber el punto de salida y el punto de llegada, también tendríamos que conocer con exactitud nuestro punto de origen y nuestro destino, no solo para alcanzar esta o aquella cosa, sino para la totalidad de nuestro viaje por este mundo, eso que normalmente llamamos nuestra vida sin darnos cuenta muchas veces de que más que nuestra la tenemos prestada.

Si utilizamos poco la razón y la conciencia, se nos estropearán, no funcionarán bien. Razonar para encontrar la verdad de nosotros y nuestro entorno, para distinguir lo bueno de lo malo, lo útil de lo superfluo, lo saludable de lo nocivo, es un espinoso trabajo al que renunciamos ya que nos resulta más cómodo aceptar lo que nos ofrecen en el mercado de las ideologías, de la publicidad, del consumo, de la política o de los medios de comunicación, siempre que nos faciliten la mayor cantidad de placer y nos eviten responsabilidades y preocupaciones. Quizás por ello somos decididos partidarios de que el estado del bienestar cuide de nosotros.

Puede suceder que nuestra conciencia proteste del mal uso que hacemos de la razón y de la voluntad, y que lo esté haciendo por un tiempo, pero al final terminará por cansarse y enmudecer, sobre todo si la engañamos diciéndole constantemente que no existe nada que nos vaya a pedir cuentas de lo que hacemos ni que exista otra vida, más grande y definitiva, después de nuestra muerte.

Aunque no fuera más que, por si acaso, estuviese bien pensar que nuestro punto de destino no es la muerte, sino otra vida distinta y perdurable que hay que asegurar.

Buenos días.

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domingo, 28 de noviembre de 2021

¿Interés general o bien común?

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton)

Cada cierto tiempo nuestros políticos vuelven a ampararse detrás del “interés general” para promulgar, defender leyes y posturas, que no se podrían defender sino no es de esta forma. Y lo hacen intentando que confundamos el “interés general” por el “bien común”. Parecen lo mismo, pero no lo son.

Las palabras y los conceptos llevan una gran carga ideológica que se va asentando a lo largo de muchos años, y no son irrelevantes. Nuestros políticos se han acostumbrado a mentir, o por decirlo mejor, a decir lo que sus oyentes quieren escuchar, y estos no se preocupan de averiguar si lo que oyen es la verdad o meramente su verdad, la única que están dispuestos a escuchar. Pero los políticos, si es que aspiran a gobernar y lo consiguen, no deben gobernar solo para los suyos, sino para todos y, por tanto, a todos deben dirigirse y deben cuidar muy mucho qué palabras emplean, no sea que les acusen de haber mentido; y si les acusan, poder defenderse diciendo que lo que dijeron no es lo que dicen los críticos, sino lo que aparece en las hemerotecas, fonotecas y pantallazos en las redes sociales, captados antes de ser borrados. No hacer oídos sordos y no prestarles atención a esas acusaciones.

No es lo mismo referirse al bien común que al interés general. Ambos conceptos son muy importantes, pero no son idénticos. Veamos, el interés general, en una sociedad democrática y plural, moderna, que se rige por la opinión, no es posible conocerlo del todo y sólo podemos aproximarnos a él por medio de las encuestas y de las citas electorales. Por ejemplo: la decisión de los ingleses, expresada en el referéndum, de salir de la Unión Europea, responde a lo que la mayoría (52%) identifica con el interés general, pero no se identifica con el bien común, pues hay una minoría importante a la que perjudica claramente, la mayoría de los jóvenes británicos; Por cierto, también va en contra del principio de solidaridad con el resto de los ciudadanos y pueblos de Europa.

Otro ejemplo de contraposición entre el interés general y el bien común lo tenemos en la legislación española actual sobre el aborto y sobre la defensa –o no- del “nasciturus”, proposición que se hizo, hay que recordarlo, por una mayoría de diputados y aceptada de hecho por la minoría parlamentaria que años después fue mayoría y ahora es minoría mayoritaria. Sin duda, debe haber encuestas que confirmen que el interés general de la mayoría de los ciudadanos apuesta por el eufemismo de la “interrupción voluntaria del embarazo”, sucede que las encuestas suelen confirmar la opinión de quien las encarga; y es que, si lo pensamos por un momento nos podemos dar cuenta de que un proceso interrumpido esencialmente puede volver a funcionar, podemos volver a ponerlo en marcha, lo que no es el caso del feto abortado. Esta legislación es contraria al bien común porque va contra la dignidad de la persona humana del nasciturus, aunque pueda ser de interés general si una mayoría declara que el nasciturus no es una persona, por más que un embrión anidado, si se le cuida, se le acepta, se le ama y se le educa desde el nacimiento, acaba siendo rectora de universidad o fontanero.

No estoy despreciando el interés general. Solo sugiero que no puede ser la última palabra de una opinión general cambiante, pues la democracia, el menos malo de los sistemas políticos posibles, se basa también en principios generales prácticos que todos debemos respetar, expresados, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en otros Convenios Internacionales. Tengo la sensación de que nuestros políticos se dejan llevar demasiado deprisa por las encuestas y no respetan los consensos internacionales ni autóctonos, lo que deteriora la calidad, siempre frágil, de la democracia. Y esa, creo, es una de las causas del surgimiento y crecimiento exponencial de los populismos.

Buenos días.

sábado, 27 de noviembre de 2021

¿Lo que me dé la gana?

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Durante el recorrido diario por los “medios digitales”, esta mañana me he encontrado con una frase de C. S. Lewis que me ha recordado la necesitad de continuar profundizando sobre nuestra libertad y la visión que podemos llegar a tener de ella. La frase es la siguiente: “El poder del hombre para hacer de sí mismo lo que le plazca significa el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les plazca”.

Si la reflexionamos veremos que tiene razón, Lewis tiene esa habilidad, nosotros tenemos la capacidad para elegir qué queremos hacer, y qué opciones queremos tomar. No obstante, no se trata de hacer “lo que me dé la gana”. Ya he dicho en alguna ocasión que la libertad, nuestra libertad, implica necesariamente una responsabilidad por nuestra parte, una responsabilidad, también, con nuestra misma libertad. O sea, optar por la vida, por querer lo mejor para mí mismo, pero también para los demás y, esto implica un desarrollo cada vez más auténtico de nuestra vida.

Si elijo unas opciones que me degradan y van en contra de mí salud, ya sea la espiritual o la física, voy a ir poco a poco convirtiéndome en esclavo de esas mentiras, pues, aunque pueda llegar a pensar lo contrario, las pequeñas mentiras y los engaños que nos hacemos nos quitan la libertad y llevan a hacernos la vida más complicada, más oscura.

El creer que tenemos derecho a hacer lo que “nos da la gana” tiene como contrapartida una noción muy equivocada de la libertad, que ya expliqué en alguna ocasión.

Todos los “derechos” tienen algunas condiciones, pues los derechos están de acuerdo con la naturaleza de las cosas. Es decir, están encuadrados y pensados para defender ese valor que trato de respetar. Pongamos los ejemplos del “propio cuerpo”, la “libre expresión” así como también el “género personal”, tan de actualidad los tres.

El derecho tiene que fundamentarse en la verdad, sino estamos traicionando la sana realización de la persona, llevándola, finalmente, a la mentira y destrucción. Cuando se dice que las mujeres tienen el derecho a hacer lo que quieren con su cuerpo, suele asociarse al derecho a abortar. Se considera, equivocadamente la nueva vida, como una “parte del cuerpo de la mujer”.

Cualquier médico, sabe que, de la unión entre el óvulo y el espermatozoide, se genera un nuevo ser, genéticamente distinto a la mujer. Entonces, «quitarse esas células que son parte de su cuerpo», es darle muerte a una nueva vida.

El derecho a la “libre expresión”, que tanto se proclama hoy en día, dice que cualquiera puede decir lo que se le ocurra de otra persona. No importa si son infidelidades, si son secretos, mentiras o habladurías. En realidad, eso se llama difamación, atacar el derecho a la “buena fama”.

Finalmente, con relación al género — tema tan discutido actualmente — si la persona quiere cambiarse de género, es libre para hacerlo. Pero que quede bien claro, está ejerciendo ese derecho de manera equivocada, puesto que está fuera del marco de su naturaleza sexual, con la cual fue concebido. Soy libre y tengo derecho a cambiar de género, pero más importante es la responsabilidad de desarrollar correctamente la vida que me ha sido dada, con un sexo determinado, que tampoco fui yo el que elegí.

Como veis mucho que pensar.

Buenos días.

viernes, 26 de noviembre de 2021

¿Una buena amistad con la Diverge?

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Seguimos confraternizando cada día un poco más con la Diverge, vamos haciéndonos amigos, cada vez más íntimos, ya veremos si esta amistad que estamos fraguando poco a poco se estropea en el momento en que le ponga las alforjas, ya veremos.

De momento continúo haciéndole kilómetros, y estrechando lazos, pues una buena amistad es básica para que podamos viajar cómodos y en armonía.

Lo sé, sé que no puede existir una buena amistad, una auténtica amistad con la Converge, pues sólo es posible entre los Seres Humanos. Sería ilógico y deshumanizante querer sostener una amistad profunda con una bicicleta o cualquier animal, al que simpáticamente le pueda llamar "mascota" (perro, gato, loro, pez, etc.), ya que un mínimo de relación amistosa, por muy bien que nos encontremos con ese animal o con la bicicleta, no llenaría los más grandes anhelos de la persona, como: el diálogo, la confianza, el compartir mutuo, la comprensión, el consejo, el apoyo moral, etc...  La amistad entre las personas tiene el efecto y la satisfacción de conseguir en cualquier momento crítico de la vida, siempre una mano amiga y un hombro en quien descansar y sobrellevar las cargas de la vida.

Es así, la bicicleta o cualquier animal, por muy cercanos que sean para mí siempre quedarían cortos ante tales anhelos propios de todo ser humano.

Ya sé que mucha gente tiene mascotas y que es posible que no esté del todo de acuerdo, sin embargo, nunca he visto con buenos ojos el exceso de cariño hacia los animales domésticos, pienso que se podría hablar de un cierto maltrato hacia ellos: humanizar a los animales hace que pierdan su identidad y se sientan ansiosos e inseguros.

Tampoco estoy de acuerdo con esa lapidaria frase del personaje principal de “Wall Street”: “Si quieres un amigo... cómprate un perro". Las personas tendemos al egoísmo. Y humanizamos o “deshumanizamos” según lo que nos convenga en cada momento. Por ejemplo, somos capaces de deshumanizar a un embrión humano, o a alguien de otra raza o a un enfermo o a un anciano, y reivindicar el aborto o la eutanasia como un bien.

El amor por los animales hace que las personas los traten como seres humanos y que, si bien los dueños de los animales hacen esto porque quieren mucho a sus mascotas, eso no significa que sea un buen trato. No se están teniendo en cuenta las necesidades del animal. Los animales se sienten incompletos porque no son seres humanos y tienen otras necesidades físicas y psicológicas.  

Habría que preguntarse y averiguar quién vive más feliz: ¿El perro vagabundo que sigue libremente sus instintos, sin estar sometido a ninguna regla, o aquel que está en el sofá de una casa aislado del resto de sus congéneres?

En fin, yo cuidare con todo mi amor a mis bicicletas para que lleven a donde yo quiera ir.

Buenos días.

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domingo, 21 de noviembre de 2021

¿Adivinar el futuro?

 “Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton)

Muchas veces, por no decir todos los días, me gustaría, quisiera ser capaz de averiguar el futuro. Me pregunto: ¿Cómo me irá el año que viene? ¿Dónde estaré dentro de cinco o seis años? Y muchas veces, por no decir todos los días me respondo que no hay respuesta.

Y es que lo habitual es que no tengamos suficiente información para saber cuál es el siguiente paso que dar: lo que sucederá o lo que tenemos que hacer dentro de una hora o mañana. El arte de vivir consiste en gozar de lo que podemos saber y no lamentarnos por lo que no sabemos. El acierto se encuentra cuando somos capaces de dar el paso siguiente con la confianza de que sabemos lo suficiente para el paso ulterior, podemos caminar por la vida con alegría y sorprendernos al comprobar cuán lejos podemos llegar. Hay que disfrutar con lo poco que sabemos del paso siguiente que vamos a dar y no nos preocupemos demasiado en tener toda la información de lo que pasará en los próximos años.

Si hacemos caso de nuestra experiencia, es verdad que podemos prever algo de lo que sucederá. La seguridad en acertar depende de la mayor o menor unión entre lo que conocemos del presente y sus efectos en el futuro. Es así como se hacen por ejemplo las previsiones meteorológicas: se estudia el presente teniendo en cuenta el pasado, y se sacan conclusiones más o menos acertadas sobre el futuro.

Sin embargo, no quiero terminar esta mañana sin nombrar algo que, sí que conocemos del futuro, nuestra muerte, y para los católicos el saber que tenemos la posibilidad de una vida eterna en el paraíso, aunque hay que decirlo todo, también tenemos la posibilidad de pasarla en el infierno. El saber como tomar un camino u otro nos hace ser más felices en la tierra.

Buenos días.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Batalla cultural

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton)

Alguna vez ya hemos escrito sobre las buenas ideas y las malas, y que las ideas tienen efectos que pueden ser buenos o malos. Las ideas que en cada época se imponen a las demás y consiguen la hegemonía tienen consecuencias que cambian para bien o para mal la vida de millones de personas.

    Un ejemplo bastante claro lo podemos encontrar con los libros, El Capital y el Manifiesto comunista que escribieron Marx y Engels, ideas que se extendieron y que de rebote produjeron la revolución rusa, de ahí surgieron la URSS y todos los “países comunistas”, y sus consecuencias cambiaron la vida de millones de personas durante más de medio siglo y aún lo están haciendo en algunos lugares.

Surgen ideas que se instalan de una forma solapada en nuestros ambientes diarios y sin darnos cuenta vamos adoptando sus opiniones, sus criterios y empezamos por tomar decisiones basándonos en ellas, pensando que estamos actuando por cuenta propia. Este es el peligro, pues la capacidad, hoy día, de influir en las personas es muy grande. Lo comprobamos continuamente, todo puede estar concebido para condicionarnos. Las redes sociales, por ejemplo, proporcionan tanta información de nosotros a los creadores de opinión, que saben más sobre nosotros mismos que de lo que nosotros sabemos.

Tenemos a nuestro alrededor ideas con tanta fuerza que son determinantes, y que están dando paso a lo que se suele denominar las “batallas culturales”. Es algo que sucede hoy en día pero que ya fue estudiado y practicado a principios del siglo pasado. Antonio Gramsci, dirigente del Partido Comunista Italiano, lo explico muy bien, que para alcanzar el poder político es necesario antes asegurar la hegemonía cultural, y para mantenerlo era necesario disponer de esta hegemonía.

Hoy todo aquel que gobierna o aspira a gobernar lo sabe, y los llamados “progresistas” son los que mejor lo conocen y saben ponerlo en práctica. De ahí todo ese lenguaje tan manipulador y todos lo llamados “estudios culturales” y los “estudios de género”, y esa actualización del viejo ostracismo ateniense para eliminar a los adversarios que se viene a denominar la doctrina de la “cancelación”. Todo esto son mecanismos intelectuales que aplican la dominación por medio de una supuesta superioridad cultural.

Si miramos un poco a nuestro alrededor y observamos, veremos, por ejemplo, que de las muchas causas que provocan la desigualdad entre las personas, como la económica, que suele ser estructural, se están empezando a sustituir por las desigualdades de género y de identidades de género. Y ese diluir las causas reales de la desigualdad es maravillosa para el poder económico, que permanece tranquilo.

Pero, además, para el llamado “progresismo”, que ha perdido ese gran relato de la solución marxista, encuentra en la ideología de género el sustituto de esa utopía salvadora que, como aquélla, no terminara bien, pienso.

Todos contentos, el mundo económico y el progresista.

El problema de muchas de estas ideas es que son incompatibles con la sociedad que hemos construido, basada en unos fundamentos cristianos, en el bien común, en el estado de bienestar y la productividad a largo plazo, todo lo que nos permite vivir como vivimos. Por eso cuesta mucho pensar que todo esto se pueda sostener cuando el estado de derecho se está transformando en estado de leyes.

Existe una respuesta si entendemos bien algunas cosas. Sabemos que la globalización es un instrumento útil para las clases dirigentes. Sabemos que el poder es una de las facultades del hombre y es completamente normal, necesario y útil para la sociedad que haya poderosos en todos los campos: económico, político, científico, etc. Sostener lo contrario pienso que es demagógico, utópico e incorrecto éticamente. Pero también es verdad que en la mano de los poderosos está usar bien o mal ese poder. Y, en lo que respecta al momento presente, el buen uso implica sobre todo la promoción de un nivel ético mayor que el actualmente en curso.

Buenos días.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Ocuparnos, no preocuparnos.

 “El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas (G. K. Chesterton) 

Continúo acumulando kilómetros con la Diverge, para hacerle el primer repaso general y ver los posibles desajustes que se puedan haber producido, y si todo está bien ya será el momento de colocarle los portaequipajes. Como solo me subo en ella una vez a la semana, de momento, espero que después de Navidad tener los mil kilómetros que me he puesto como objetivo para que este bien rodada.

Después, con los portabultos y algo de peso, otra tanda de mil kilómetros, y si Dios quiere en abril, una vez más intentaremos “subir” al Nordkapp, pues como ya he dicho en más de una ocasión; “el hombre propone, y Dios dispone”.

Con cierta frecuencia me encuentro con personas que comentan que sienten aburrimiento, monotonía, rutina, pereza y ante el mínimo contratiempo, un resfriado, un ligero dolor de estómago o una pequeña resaca, dejan de ponerle intensidad a lo que están haciendo o planeando, y dicen que no saben cómo superar esos pequeños problemas.

Tengo que recordar que poseemos algo tan valioso como la fuerza de voluntad y la razón suficiente para ponerla en marcha. Ya se que los estados de ánimo pueden tener altas y bajas, pero la fuerza de voluntad debe imperar para vencer estas dificultades.

Por ello, hay que decidirse a plantarle cara a esa pasajera desgana con fuerza y determinación, porque como dice el proverbio: “son meros tigres de papel”.

Cuando te pones delante de la idea de llegar al Nordkapp en bicicleta lo primero que “vemos” es una gran montaña que no encontramos la forma de pasar, pero, en cuanto te concentras en ir separando cada uno de los inconvenientes y vas resolviéndolos uno a uno, con paciencia y serenidad, te das cuenta de que no son tan difíciles de resolver como inicialmente nos daba esa impresión.

Y es que los problemas han sido y son el pan nuestro de cada día. Y ya sabemos que todos ellos tienen algo en común, y es la forma en que se logra solucionarlos. La receta es la misma, bien sencilla.

Voy a poner una anécdota que me ayude a explicar cómo solucionar los innumerables inconvenientes que surgen ante un gran viaje o cualquier otra actividad que nos parezca insalvable. Una anécdota –que estoy seguro muchos ya conocéis-- nos servirá para explicarlo: “En el parque de un pueblo se hizo necesario tumbar un enorme roble, al que le había caído una extraña plaga que lo convertía en un verdadero peligro público, temiendo se cayera o contagiara a los demás árboles.

Una mañana llegaron los obreros con sierras automáticas y hachas. Todos se congregaron en la plaza para presenciar el derrumbe del viejo árbol, excitados ante el inmenso estrépito que produciría su caída. Todos suponían que los hombres empezarían cortando el gigantesco tronco principal por el sitio más pegado al suelo. Pero fue todo lo contrario. Colocaron escaleras y comenzaron podando las ramas más altas.

Y así, desde arriba hacia abajo, fueron cortando desde las más pequeñas hasta las más grandes ramas, quedando al final tan sólo el tronco central. Un rato después, aquel poderoso roble se encontraba en el suelo, cuidadosamente cortado a pedazos. Uno de los obreros explicó que de haber cortado el árbol cerca de la tierra y antes de quitar las ramas, se hubiera vuelto incontrolable, produciendo grandes destrozos en su caída. Es más fácil manejar un árbol cuanto más pequeño se le hace.”

¿Qué hemos aprendido? Tenemos que ocuparnos primero los pequeños obstáculos para ir llegando al centro de nuestras preocupaciones. Ocuparnos, no preocuparnos. Reconocer nuestros errores, nuestros miedos, nuestros valores. Tener el valor de enfrentarlos. Establecer las prioridades. Tener claros los objetivos. Librarnos poco a poco de todo el peso que nos impide realizarlos, disfrutar y, en definitiva, vivir.

Ya se que no siempre resulta fácil enfrentar nuestras dificultades, pero al menos podemos intentarlo mientras vamos poco a poco, transformando nuestro miedo, angustia y desesperación, en fuerza y esperanza.

Buenos días.

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martes, 16 de noviembre de 2021

Conversar y comunicar.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton) 

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El carril bici que une Gandía con Oliva es un paso, casi obligado, para los ciclo-viajeros que bajan en invierno hacia el sur de España, y aunque es difícil coincidir con alguno de ellos, el sábado sucedió una de esas coincidencias.

Cambiar impresiones con personas que poseen los mismos gustos es un placer que hay que aprovechar siempre que se pueda, y así lo hice.

Hablar con ciclo-viajeros sobre cicloturismo es una conversación que parece no tener un final, cada ciclista tiene sus costumbres y sus formas de distribuir el equipaje, de moverse, de repartir su tiempo, de comer y de disfrutar de la misma experiencia. Y, a mí me gusta conocerlas de primera mano cuando es posible. Y aunque cada ciclista pueda llegar y de hecho así suele suceder a diferentes conclusiones con los mismos problemas, la verdad es que casi todos hemos pasado por las mismas contrariedades y por las mismas alegrías.

Seguramente pueden llegar a ser algo más que conversaciones, no se trata muchas veces de una conversación si no más bien de una comunicación; comunicarse con otra persona es poner en común, dar a conocer lo más valioso que se tiene dentro, es profunda, comprometedora pues nos hace correr riesgos ya que lo mostramos todo. Resulta fácil conversar, pero en cambio es muy difícil comunicarse de verdad. La simple conversación sólo entretiene, en cambio la comunicación verdadera enriquece, nos enseña.

Esta es la diferencia fundamental si miramos el resultado: una cosa es hacer pasar el tiempo, y otra es entregarle nuestras propias riquezas, nuestro conocimiento, pero nuestro conocimiento más personal.  

Llegados a este punto, no hay más remedio que profundizar un poco en qué es comunicarse. Entiendo que comunicarse es poner “encima de la mesa” lo “intimo” de cada uno, lo que cada uno siente por dentro, que siempre es original, único, exclusivo, irrepetible, y que sólo uno mismo conoce hasta que lo comunica y que valora como algo personalísimo. Y claro, esto plantea un serio problema.

Al ser los contenidos de una verdadera comunicación todas aquellas cosas que están dentro de nosotros, en nuestro mundo íntimo: sentimientos, emociones, penas, alegrías, tristezas, desconciertos, dudas, miedos. Cuando uno abre su interior a otro, debe tener conciencia de que corre el “riesgo” de no ser acogido, entendido como quisiera y, por lo tanto, una comunicación verdadera no se puede realizar con cualquiera, en cualquier momento. No podemos exponernos imprudentemente al riesgo de sufrir un rechazo o una incomprensión.

Por el contrario, en una conversación son las cosas que nos suceden fuera de nosotros. En una conversación expresamos ideas, relatos, juicios, razones, explicaciones. Una conversación puede ser muy interesante, puede durar horas, puede ser entretenidísima, pero no revela ni regala nuestra intimidad, o si lo hace, lo hace fugazmente, como quien no quiere y se le escapa una emoción personal. Lo conversado es algo que otros también podrían relatar, explicar. Lo comunicado, por el contrario, es algo que sólo el interesado, el que lo experimenta puede revelar y transmitir. Es su “sentir”, su vivencia personalísima, original, irrepetible.

Por tanto, se comunican sentimientos íntimos; y se conversan ideas y opiniones. Las ideas no comprometen tanto, no identifican tanto como los sentimientos. Las ideas se pueden rebatir. Los sentimientos, por el contrario, son irrebatibles, me desnudan psicológicamente, muestran mi persona. Si no se aceptan mis ideas en una conversación, no se sufre nada; pero si en una comunicación no se me acoge mi sentimiento, se sufre mucho, es como una traición, una puñalada, e introduce la desconfianza, el temor de quedar herido, y esa persona se cierra.

Mantener una conversación y comunicarse casi dos caras de la misma moneda.

Buenos días.

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domingo, 14 de noviembre de 2021

Volver.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton) 

Ir a recoger el dorsal para la carrera de hoy a Gandía puede ser, a pesar de ser un recorrido mil veces realizado, una experiencia inesperada y motivadora, y es que recorrer y volver a lugares que nos son familiares también debería ser una opción cuando buscamos un objetivo.

 Cuando buscamos un sueño, un proyecto que nos ilusione por lo general lo intentamos localizar en lugares y en experiencias que nos resulten nuevas, casi nunca nos detenemos en buscar dentro de nuestros recuerdos y experiencias pasadas.

Es interesante tener, y si no se posee hay que buscarla, una imaginación capaz de ver como nuevas todas las cosas, todas nuestras experiencias y recuerdos, porque todas las cosas, todas nuestras experiencias y recuerdos han sido una vez nuevos. Se trata de una facultad mental, un gran don que nos hace ver todo lo que ha sucedido como si estuviera sucediendo o estuviera a punto de suceder.

Admirar ese lugar que tanto nos impresiono como algo del pasado es casi estúpido, es tonto. Pero admirar ese lugar como una novedad sería una visión autentica y una recreación del pasado. Pues es un hecho que advertimos algo que nos hizo sentir que estábamos viviendo un momento maravilloso, y no creo que sea cometer una injusticia con ese momento si tratamos de comprender algunos de los sentimientos que nos llevaron allí, y así aprender a verlos otra vez como si fueran nuevos. Esos sentimientos no se hacen añejos; sólo nosotros nos hacemos añejos, lo que es excusable como comprenderéis, por eso no tenemos por qué jactarnos de su antigüedad.  

No podemos decir que tenemos imaginación a la hora de buscar nuestros objetivos si no somos capaces de imaginar algo diferente de nuestra imaginaria favorita. Tampoco nos podemos considerar libres para elegirlos si no podemos caminar hacia atrás lo mismo que hacia adelante, sino no somos capaces de volver a donde ya estuvimos o ir a donde no hemos estado nunca.

Muchas veces tomamos decisiones pensando solamente en lo que tenemos delante, en como nos sentimos en ese momento y, no nos podemos considerar tolerantes a menos que podamos aceptar nuestras opiniones cuando teníamos un estado de ánimo diferente a nuestro estado de ánimo actual.  

No somos audaces o fuertes o poseedores de una visión clara de la realidad a menos que seamos lo bastante fuertes para resistir los efectos neuróticos de nuestro cansancio y poder seguir viendo las cosas tal como son más o menos, los grandes paisajes como grandes, las grandes personas como grandes, los actos y las aventuras notables como notables, aunque otras personas se hayan cansado de ellos, y aunque yo mismo me haya cansado de ellos. Mantener las proporciones de las cosas en la mente es lo único que nos libra de la intolerancia. Y una persona puede mantener las proporciones de las grandes cosas en su mente, aunque no sucedan en este momento, ni nuestros sentidos estén tranquilos o nuestros nervios alterados.

En fin, no me importa que se adoren las cosas nuevas ni las novedades, pero me opongo a que se adore la novedad. Me opongo a esa clase de concentración que se da en considerar ese instante imborrable como único e irrepetible, porque estrecha nuestra mente, lo mismo que al contemplar una cosa muy pequeña que se va acercando estrecha nuestro campo de visión.

Buenos días.

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viernes, 12 de noviembre de 2021

¿Soñar no cuesta nada?

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Ahora que nos encontramos preparando lo que serán los próximos viajes y repasamos, principalmente nuestros errores, resulta sencillo ver las soluciones cuando ya hace un tiempo que han sucedido los hechos que los provocaron o lo que viene a ser lo mismo cuando se ven los toros desde la barrera. Tampoco nos podemos culpar de habernos equivocado de camino o de no haber tomado la mejor opción, cuando no había forma de saber con seguridad cuál era el camino correcto ni la opción buena. Humildemente, nos debemos preguntar si cometeríamos el mismo error si nos encontrásemos otra vez en la misma situación. “Humanun errare est”. Dicho esto, se debe aprender de los errores.

Que seamos sensatos y a la vez modestos, que se posea sensatez y modestia no puede servirnos para esconder la realidad, cometimos, cometemos y cometeremos muchos errores.  

 Es humano errar, sí. Pero persistir en el error a base de “sostenella” y no “enmendalla” es patente señal de ineptitud.

Ante cada error o equivocación que repaso le añado: “Hay que, hay que, hay que” pero sin darme cuenta de que “no hay quien”, soy yo el que debo ponerme “manos a la obra” y encontrar las soluciones y hacerlas efectivas.

Lo que sí es cierto es que repitiendo lo de “hay que, hay que, hay que”, las cosas no se hacen. Y si lo que estamos intentando es realizar un sueño, nuestro sueño, hay que moverse, esforzarse y trabajar para conseguirlo.

Eso de que soñar no cuesta nada, es una afirmación que ensalza nuestra cultura, sin embargo, esconde una contradicción: entre más soñemos, más esfuerzo tendremos que hacer para alcanzarlo. ¿Quién de no nosotros no ha tenido un sueño? No me refiero al que se pueda tener mientras dormimos, sino al que se tiene mientras estamos despiertos.

Soñar es tener ilusiones que, tarde o temprano, distinguen con sus hechos a unos de otros, a los que entregan el alma y el corazón de los ilusos, quienes efectivamente ponen la fuerza y el coraje que un sueño exige cuando se vuelve el objetivo o una finalidad relevante en nuestra vida.

Preparar y construir una ilusión representa echar a andar la imaginación de que podemos lograrlo, nos lo tenemos que creer, aun cuando parezca fuera de la realidad. Una idea se madura con el tiempo. Al empezar a dedicar tiempo mental, físico y recursos, va tomando forma, le vamos poniendo palabras, emociones y espacios en un principio en nuestra mente, pero buscando soluciones a los obstáculos.

Nuestro carácter se forma, se perfecciona cuando un sueño se cumple, porque hemos puesto de por medio nuestra palabra, hemos empeñado nuestra voluntad, dedicación, disciplina y la herramienta más valiosa que tenemos en nuestro paso por este mundo: nuestro tiempo. Ese tiempo que no tiene repuesto, ni manera de recuperarlo. Es por ello por lo que elegir nuestros sueños es una de las decisiones que marcan nuestra vida.

Renunciar a cualquiera de ellos, nos guste o no, representa un costo irreparable. De ahí que eso de que soñar no cuesta resulta por lo menos dudoso, aunque quizás es mucho más costoso no lanzarnos en la vida tras algún sueño.

Buenos días.

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miércoles, 10 de noviembre de 2021

¿Es feliz el hombre hoy?

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

Segunda salida con la Digerve, vamos acumulando kilómetros con ella mientras nos llegan los portabultos y la terminamos de vestir. Vamos cogiéndole el tacto a los frenos, a su forma de ser y de comportarse en las bajadas, y por lugares sinuosos. Pues cada bicicleta tiene su personalidad o mejor dicho sus características particulares.

A la vez estamos preparando las próximas excursiones y ultimando los objetivos para el próximo año, a ver si por causalidad llegamos a cumplir alguno.

Por lo general, en nuestra vida, programamos planes y proyectos que nos llenan de ilusión y nos permiten pasar el día a día con interés, pensando que, de lograrlos, vamos a encontrar nuestra felicidad. Nos esforzamos y trabajamos para ellos y por conseguir aquello que se ha convertido en la meta de nuestra vida. Pero tenemos la experiencia de que, una vez alcanzadas esas metas, tenemos que volver a comenzar siempre de nuevo.

Justamente en el momento en que conseguimos nuestro propósito, nuestra experiencia nos dice que esa meta no nos va a llenar del todo; hemos conseguido mucho sí, pero tenemos que comenzar de nuevo. Experimentamos la sensación de que todo lo que conseguimos termina y sufrimos por ello una insatisfacción continua que hace que nuestra vida se encuentre siempre en tensión sin poder lograr nunca un descanso definitivo. Sentimos por ello una sed imperiosa de más, inapagable, una sed, en definitiva, de infinito. Este es el hecho. Somos más felices por lo que deseamos que por lo que poseemos. Nuestros sueños son siempre sueños de infinito, de algo que no se debería de terminar nunca, pero en realidad, nuestros logros son finitos, se terminan.  

¿Cuántas veces hemos experimentado esto? cuanto más avanza nuestra vida en más ocasiones lo hemos sentido, y esto hace que un día nos planteemos el problema de nuestra felicidad en términos de infinito, en términos de que está más allá de los límites naturales. A un animal no le ocurre eso. Un animal es feliz en cuanto se le cubran las necesidades de alimento. Ahí termina su vida. Pero nosotros no somos así; hemos satisfecho nuestras necesidades de alimento y de bienestar, al menos en Europa, y nos planteamos el problema de la felicidad en términos aún más trágicos: justamente ahora que hemos conseguido el bienestar material, nos surge la sensación del sin sentido y de vacío de la vida con mayor fuerza que en las personas de siglos anteriores, diría más de los hombres primitivos. ¿Es feliz el hombre hoy?

Pero, aparte de esta sed de infinito, tenemos otra tendencia de la que no podemos prescindir. Cuando éramos jóvenes, soñábamos con dedicarnos a hacer un mundo mejor, a hacer felices a los demás. Nos dijimos una y mil veces que nuestra vida iba a merecer la pena, que no iba a ser una del montón, que íbamos a cambiar el mundo. Soñábamos con hacer cosas maravillosas, espectaculares, etc.

Pero ocurre en la vida que, inmediatamente que tomamos conciencia de lo que queremos de ella, vamos experimentando desengaños, desengaños por un amigo que nos defrauda, desengaño al comprobar que todo el mundo va a lo suyo. Y entonces puede aparecer en nuestra vida la decepción y puede ocurrir que, renunciemos a nuestros ideales, que nos repleguemos sobre nosotros mismos para buscar egoístamente el placer y comprar la felicidad con todos los recursos que nuestra sociedad nos da. Intentamos entonces de comprar la felicidad.

Ahora bien, por ese camino, tenemos que darnos cuenta de que no vamos a ser felices, lo tendremos todo desde el punto de vista material, pero al precio de haber olvidado los ideales nobles de nuestra juventud. Y la felicidad no se compra. Hemos renunciado a lo mejor de nosotros mismos, y cuando nos damos cuenta, tenemos que confesarnos que nuestra vida está vacía. ¿Y qué hacemos cuando sospechamos de nuestro vacío interior?  No tenemos más remedio que decidir dejar de pensar, para no encontrarnos con nuestro propio vacío, viviendo de las satisfacciones inmediatas. No queremos hacernos las grandes preguntas de la vida por no encontrarnos con nuestro vacío interior.

Necesitamos una razón para vivir, una razón para sufrir, una razón para dar lo mejor de nosotros mismos, una razón para morir. Es así, y cuando no tenemos esa razón, no nos sentimos bien, nos sentimos enfermos de esa enfermedad tan peligrosa y común que es la angustia, ese inmenso vacío que llevamos dentro que nos lleva a querer comprar la felicidad con cosas que sabemos que se van a terminar.

Es el interrogante por el sentido de la vida. Pero al hacernos de verdad esa pregunta nos damos cuenta de que ese interrogante se amplía, se hace todavía mayor, cuando constatamos que en este mundo vence frecuentemente el mal. ¿Cómo puedo encontrar una respuesta, si el mal y el sufrimiento parecen tener la última palabra? El problema del mal será siempre un problema actual, por lo menos para el que lo padece de forma implacable y constante. Y llegados aquí, nos damos cuenta de que el problema del mal se les plantea a aquellos que creemos en Dios, porque, no se explica cómo lo permite. Para el agnóstico existe una respuesta: el mal es el fruto de que las leyes físicas afectan al hombre causándole a veces daños irreparables, es el fruto de la mala voluntad de los hombres, etc. Siempre hay una causa que produce el mal, y el que es agnóstico, ahí encuentra la última palabra. Pero el creyente levanta su voz a Dios: ¿por qué permites eso?

El hombre siempre se preguntará cuál es el misterio del mal y cuál es su respuesta definitiva. ¿Tiene sentido la vida cuando a veces triunfa el mal sobre el bien?

Además, nos encontramos finalmente con una cosa cierta, una certeza de la que no nos podemos liberar: la certeza de nuestra muerte, la certeza de un fin que acabará con todas nuestras ilusiones. Y, en verdad, no nos podemos resignar al hecho de morir, porque esto es algo que destroza y entierra nuestra necesidad permanente de felicidad.

Sin embargo, del hecho, de que tendamos al infinito, a la felicidad infinita, no se deduce que esta exista. De nuestro deseo de felicidad, de nuestro deseo poder alcanzar ese fin último, no se deduce que objetivamente exista.

Sin embargo, es cierto que este deseo es real y que desempeña un papel importante a la hora de plantearse el problema de su existencia, así como tenemos la experiencia que en este mundo frecuentemente no hay justicia, y el que hace las cosas bien muchas veces no es premiado por sus méritos, y sentimos el deseo de que debe existir una justicia real. Del deseo de justicia no sigue necesariamente la existencia de tal justicia.

Es decir que, con esto solo hemos creado el interrogante sobre la existencia de la felicidad y de la justicia, no como prueba de su existencia. Nos sirve para que nos planteemos el problema. Es un interrogante que permanece abierto y que hay que cerrar.

¿Se puede cerrar? Creo que sí, aunque por otro camino que no vamos a recorrer hoy. Es otra historia que merece la pena que sea contada y explicada en otra ocasión.

Buenos días.

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sábado, 6 de noviembre de 2021

Divergente.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)



Hace unos días probe por primera vez la nueva bicicleta, y bien, sin alforjas ni ningún accesorio ciclo-viajero se comportó muy bien. Según vaya poniéndole los portabultos, las luces, la bolsa del manillar y le vaya añadiendo kilos veré en realidad cuál será su comportamiento viajando.

Es más delgada, más larga y bajita. Pesa prácticamente 2 kilos menos que la Peugeot, mide tres centímetros y medio más de centro de rueda a centro de rueda y su pedalier está situado 2 centímetros más bajo. Con esto ya sabemos por dónde estarán las diferencias en la conducción y manejo. Más ligera lo que nos dará si nos hiciera falta un poco más de velocidad. Más larga, la convierte en más cómoda y menos nerviosa. Más baja, la hace más estable. O sea, unas medidas más adaptadas para viajar con alforjas, lo que por supuesto la aleja de ser mejor bicicleta de carretera.

Por cierto, el nombre de mí nueva bicicleta es Diverge, bueno es el nombre que le ha puesto Specialized a ese modelo. Tiene también un primer apellido; Elite 5. Supongo que su nombre se podrá traducir por “divergir”, o sea “divergente”, que se podría entender como alguien, aunque en este caso se trataría de algo que se diferencia o se separa de lo que le une a los de su misma clase, que va por un camino diferente.

Pues bien, supongo que la idea de Specialized debe dirigirse a mostrar esa cualidad. Poner nombre significaba en muchos momentos de la historia y en algunas culturas conocer, saber de todas sus características, sus cualidades y defectos para explicarlo, y resumirlo en una sola palabra. Los apodos son un ejemplo de cómo hoy en día aún se mantiene esa costumbre.  

Por lo tanto, si esto es así, el nombre Diverge nos está mostrando cuáles son sus características. Entonces, es una bicicleta diferente, una “gravel”, una bicicleta que se separa de las de carretera y de las de montaña en un intento de parecerse a las dos.

Que sea una bicicleta diferente, diversa o divergente es bonito y está bien, pero lo es después de hacer un cierto camino. Después de haber visto con tranquilidad sus verdaderas virtudes y deficiencias. Que sirva para casi todo no es de por si un motivo para hacerla mejor.

Estamos acostumbrados a ver en la diversidad de las cosas y de las personas una cosa buena, sin embargo, a primera vista no tiene nada de positivo. Digan lo que digan, si queremos una bicicleta de carretera lo mejor es una bicicleta de carretera o si nos gusta, en especial, alguna de las diferentes modalidades de montaña lo mejor siempre es una bicicleta específica para esa modalidad. Con las personas nos sucede algo parecido pero diferente.

Al encontrarnos o vivir con personas diferentes lo normal es no aguantar bien esa situación. Quien diga lo contrario, o es ajeno a su realidad o ha hecho un largo camino de encuentro con el prójimo.

El principal problema, que nos encontramos detrás de todo esto, es hacer publicidad y vender las bondades y las riquezas de las diferencias a base de olvidar y no reconocer el inevitable conflicto que supone encontrarme con el otro. Da igual donde miremos, incluida nuestra propia vida. Miremos cómo la diversidad se hace presente en la política: sin acuerdos, llegando al desprecio y el insulto. En la diversidad unos tienden a considerarse mejor que los otros.

Detrás de esa imagen deliciosa de la diversidad, en la que lo diferente se convierte en bello y en enriquecimiento para todos, está indiscutiblemente la llamada a la participación en todo lo que nos es común. Pero lo que viene a ser esa comunión, es un mensaje que se encuentra ajeno a la política, la sociedad y la educación. Dicho básicamente sería, llamar a todos a formar parte de la nueva humanidad. Esta comunión, en un comienzo, exigiría la plena conciencia de sentirnos y saberse parte de la humanidad. Algo que solo es posible, a mi modo de ver, cuando se reconoce y se acepta en el otro no solo la dignidad que le es propia, sino en el momento en el que es mi prójimo, mi hermano.

Es interesante esto último, es esencial para la humanidad la diversidad, así como de diversos son en una familia el padre, la madre o los hijos. Desde que nacemos cada uno vive la vida de manera diversa. Dentro de la familia se ve clara la riqueza y la inmensidad de esa diversidad. Pero lo que más asombra es lo bien que se entiende esa relación, esa familiaridad. Semejante facilidad para entender los matices que nos ofrece cada uno es muy difícil que la podamos extrapolar a la sociedad en cada uno de sus diferentes ambientes. Solo el reconocer al otro como persona, por la mirada y la palabra, será capaz de destruir la barrera que forma el egoísmo. Nunca el interés, solo el desinterés, la gratuidad, el movimiento que nace en mí hacia el otro sin esperar nada a cambio.

Cada uno de nosotros nos consideramos normales, no nos extrañamos de nuestras costumbres y nos sentimos cómodos en ambientes similares, los defendemos de los posibles cambios y de intrusiones que nos puedan sacar de nuestra zona de comodidad. Lo que rompe esas barreras, lo que resquebraja la propia vida es amar al prójimo, querer a quien no es “yo mismo”. Y, entonces nos damos cuenta de que no puede existir esa afinidad sin amor, que es lo falta en tantos sitios.

Buenos días.

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miércoles, 3 de noviembre de 2021

Ver y ser visto.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton) 

Ya he empezado a trasformar la Diverge en una bicicleta ciclo- viajera y, lo primero es empezar por la seguridad; ver y ser visto.

Para ver, un espejo retrovisor, y para ser visto unos reflectantes en los rayos de las ruedas. No es normal ver ciclistas por la carretera con espejo retrovisor, aunque los ciclo-viajeros la mayoría los solemos llevar, y los reflectantes suelen llevarse los justos, los que van con la bicicleta o los que llevan las alforjas, pero a mí me gusta que me vean un poco más y añado los de los radios.

No voy a enumerar las ventajas tanto del espejo como de los reflectantes pues creo que son obvios, y su uso siempre va a depender del nivel de seguridad con el que nos queramos mover. Y los viajes en bicicleta siempre van a tener riesgos, y no me estoy refiriendo solo a los problemas con otros vehículos a motor.

Es un tópico afirmar que el riesgo va unido a cualquier actividad que realicemos. Y los que se creen que poseen una seguridad alta, se encuentran, en realidad, ante numerosos riesgos y están en una incertidumbre mayor de lo que piensan. Pues el mero hecho de creerse seguro y sin problemas es ya un peligro. Como suele decirse; “la confianza mata al hombre”.

Si estamos quietos, sin movernos, si no esperamos nada en esta vida, podemos decir que estamos más seguros y tranquilos. Por el contrario, si no paramos de movernos, si estamos constantemente haciendo cosas, si estamos esperando que suceda algo, siempre correremos un riesgo, y tanto más cuanto más seguros y a salvo nos creamos. Para muchas personas, no esperar nada, no hacer nada es no desear, y no desear es igual a no vivir. Vivir es desear y, por tanto, es normal asumir los riesgos correspondientes.  

Ahora bien, un poco de riesgo es normal y aconsejable, pero debe tener su umbral psicológico y su límite. Pues un riesgo excesivo produce angustia y nos arruina la vida.

Cuando viajamos en bicicleta, de alguna manera, queremos una parte de riesgo, sin embargo, queremos también un viaje seguro, en la medida de lo posible. Y es que la seguridad también forma parte integrante del buen vivir.

Podríamos decir que riesgo y seguridad son dos puntos opuestos muy humanos, que experimentamos psicológicamente y que podemos -de modo reflexivo enfocar éticamente. Todo ciclo-viajero tiene la inclinación a convertir su bicicleta, la tienda de campaña, sus utensilios de camping, en la medida de lo posible, en un entorno habitable, en su "casa". Todo ello es seguridad. Pero, al mismo tiempo, nos gusta poder viajar, con la aventura y el riesgo consiguiente. Lo uno no se da sin lo otro.

Es decir, no queremos sólo el riesgo, sino que queremos también tener un viaje y una vida segura, en la medida de lo posible. La seguridad forma parte integrante del buen vivir humano.

Por ello, lo que siempre buscamos en el fondo es un buen enlace de riesgo y seguridad.

De la misma forma que psicológicamente nos gustan y necesitamos las dos dimensiones -aunque, según cada carácter, unos se inclinen más al riesgo y otros a la seguridad-, éticamente es alabada la persona que sabe encontrar el punto justo en cada caso. Sabe cuándo debe y puede arriesgar, y cuando debe y puede buscar lo seguro.

Indudablemente, la dificultad, tanto psicológica como ética, está en encontrar el punto exacto del riesgo y de la seguridad. Pero, sobre todo, está en combinar las dos adecuadamente. Como decíamos antes, hay quienes presumen de jugar a lo seguro, y probablemente, en la mayor parte de los casos, son los que más riesgos corren, pues el que no tiene la tensión de la aventura y de lo imprevisible está en permanente riesgo. Según el antiguo adagio de San Agustín, el que no avanza, retrocede.

Tengo que decir también, y ésa es una realidad que veo constantemente en muchos ciclo-viajeros, que los que más viajes largos realizan, ya sean en kilómetros como en tiempo, en verdad, están jugando a lo seguro. Los que parece que se arriesgan constantemente, se mueven, por lo general, con todo tipo de seguros y formas de seguridad.

El "hombre común" no es nunca un "héroe" que pueda llegar a amar el riesgo por encima de la seguridad. El "hombre común" solamente está dispuesto a arriesgar un poco, siempre que su seguridad mínima esté garantizada.

Y los ciclo-viajeros somos hombres comunes y normales.

Buenos días.

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