sábado, 6 de noviembre de 2021

Divergente.

 “Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)



Hace unos días probe por primera vez la nueva bicicleta, y bien, sin alforjas ni ningún accesorio ciclo-viajero se comportó muy bien. Según vaya poniéndole los portabultos, las luces, la bolsa del manillar y le vaya añadiendo kilos veré en realidad cuál será su comportamiento viajando.

Es más delgada, más larga y bajita. Pesa prácticamente 2 kilos menos que la Peugeot, mide tres centímetros y medio más de centro de rueda a centro de rueda y su pedalier está situado 2 centímetros más bajo. Con esto ya sabemos por dónde estarán las diferencias en la conducción y manejo. Más ligera lo que nos dará si nos hiciera falta un poco más de velocidad. Más larga, la convierte en más cómoda y menos nerviosa. Más baja, la hace más estable. O sea, unas medidas más adaptadas para viajar con alforjas, lo que por supuesto la aleja de ser mejor bicicleta de carretera.

Por cierto, el nombre de mí nueva bicicleta es Diverge, bueno es el nombre que le ha puesto Specialized a ese modelo. Tiene también un primer apellido; Elite 5. Supongo que su nombre se podrá traducir por “divergir”, o sea “divergente”, que se podría entender como alguien, aunque en este caso se trataría de algo que se diferencia o se separa de lo que le une a los de su misma clase, que va por un camino diferente.

Pues bien, supongo que la idea de Specialized debe dirigirse a mostrar esa cualidad. Poner nombre significaba en muchos momentos de la historia y en algunas culturas conocer, saber de todas sus características, sus cualidades y defectos para explicarlo, y resumirlo en una sola palabra. Los apodos son un ejemplo de cómo hoy en día aún se mantiene esa costumbre.  

Por lo tanto, si esto es así, el nombre Diverge nos está mostrando cuáles son sus características. Entonces, es una bicicleta diferente, una “gravel”, una bicicleta que se separa de las de carretera y de las de montaña en un intento de parecerse a las dos.

Que sea una bicicleta diferente, diversa o divergente es bonito y está bien, pero lo es después de hacer un cierto camino. Después de haber visto con tranquilidad sus verdaderas virtudes y deficiencias. Que sirva para casi todo no es de por si un motivo para hacerla mejor.

Estamos acostumbrados a ver en la diversidad de las cosas y de las personas una cosa buena, sin embargo, a primera vista no tiene nada de positivo. Digan lo que digan, si queremos una bicicleta de carretera lo mejor es una bicicleta de carretera o si nos gusta, en especial, alguna de las diferentes modalidades de montaña lo mejor siempre es una bicicleta específica para esa modalidad. Con las personas nos sucede algo parecido pero diferente.

Al encontrarnos o vivir con personas diferentes lo normal es no aguantar bien esa situación. Quien diga lo contrario, o es ajeno a su realidad o ha hecho un largo camino de encuentro con el prójimo.

El principal problema, que nos encontramos detrás de todo esto, es hacer publicidad y vender las bondades y las riquezas de las diferencias a base de olvidar y no reconocer el inevitable conflicto que supone encontrarme con el otro. Da igual donde miremos, incluida nuestra propia vida. Miremos cómo la diversidad se hace presente en la política: sin acuerdos, llegando al desprecio y el insulto. En la diversidad unos tienden a considerarse mejor que los otros.

Detrás de esa imagen deliciosa de la diversidad, en la que lo diferente se convierte en bello y en enriquecimiento para todos, está indiscutiblemente la llamada a la participación en todo lo que nos es común. Pero lo que viene a ser esa comunión, es un mensaje que se encuentra ajeno a la política, la sociedad y la educación. Dicho básicamente sería, llamar a todos a formar parte de la nueva humanidad. Esta comunión, en un comienzo, exigiría la plena conciencia de sentirnos y saberse parte de la humanidad. Algo que solo es posible, a mi modo de ver, cuando se reconoce y se acepta en el otro no solo la dignidad que le es propia, sino en el momento en el que es mi prójimo, mi hermano.

Es interesante esto último, es esencial para la humanidad la diversidad, así como de diversos son en una familia el padre, la madre o los hijos. Desde que nacemos cada uno vive la vida de manera diversa. Dentro de la familia se ve clara la riqueza y la inmensidad de esa diversidad. Pero lo que más asombra es lo bien que se entiende esa relación, esa familiaridad. Semejante facilidad para entender los matices que nos ofrece cada uno es muy difícil que la podamos extrapolar a la sociedad en cada uno de sus diferentes ambientes. Solo el reconocer al otro como persona, por la mirada y la palabra, será capaz de destruir la barrera que forma el egoísmo. Nunca el interés, solo el desinterés, la gratuidad, el movimiento que nace en mí hacia el otro sin esperar nada a cambio.

Cada uno de nosotros nos consideramos normales, no nos extrañamos de nuestras costumbres y nos sentimos cómodos en ambientes similares, los defendemos de los posibles cambios y de intrusiones que nos puedan sacar de nuestra zona de comodidad. Lo que rompe esas barreras, lo que resquebraja la propia vida es amar al prójimo, querer a quien no es “yo mismo”. Y, entonces nos damos cuenta de que no puede existir esa afinidad sin amor, que es lo falta en tantos sitios.

Buenos días.

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