lunes, 31 de mayo de 2021

Dogmas hay de muchas clases.

     Domingo tranquilo el de ayer, con tiempo para descansar y relajarnos para la que será sin duda una semana intensa, como suelen ser todas las que anteceden a una “aventura”. 

Pasamos el día cumpliendo con nuestros pequeños compromisos sociales y cambiando impresiones con la ayuda inestimable del café. No es que seamos adictos, buen un poco si, a la cafeína, sino que se encuentra de alguna manera en la gran mayoría de mis tertulias. No es tampoco una condición necesaria para que una conversación transcurra con soltura, pero sí que ayuda, y mucho.

Y si que me ayudo cuando en el café de media tarde surgió lo que para muchos es casi un insulto, la utilización de la palabra dogma. Pues se habla de postura dogmática o se califica a una persona de dogmática cuando se pretende expresar que es un testarudo y obstinado. Se dice, además, con indignación que en la época actual no queda ya lugar para dogmas. Aunque el mayor reproche va dirigido a las iglesias, acusándolas de dogmatismo extremado en sus doctrinas.

Sin embargo, un dogma no es otra cosa que el fundamento o el punto capital de un sistema, ciencia o doctrina. Dogmas hay de muchas clases.

Veamos, si alguien nos enseña que dos por dos son cuatro, lo que está haciendo es ensañarnos un dogma aritmético. Naturalmente que soy muy libre de desconfiar de esa persona por considerarla un testarudo y un obstinado. Pero si quiero llegar a algún lugar en aritmética, no tendré más remedio que aceptar su dogma globalmente. Claro que en este caso resulta fácil de comprobar. En otros terrenos es a veces más difícil.

Pero el concepto de dogma no se termina ni se agota con la traducción de la palabra griega. Un dogma es un artículo de fe o de doctrina, que es obligatorio aceptar si se desea pertenecer al credo o doctrina correspondiente, y la aceptación del dogma o de los dogmas es lo que constituye la calidad de esa pertenencia. Y no existe ninguna doctrina -tanto si es religiosa como política o científica- que no tenga dogmas: No existe, ni puede tampoco existir, pues la falta de dogmas sería la libertad sin límites, y la libertad sin límites es la anarquía, es decir, lo contrario de una doctrina. Toda doctrina establece límites. El liberal tiene que creer en los principios del liberalismo, pues de lo contrario no será liberal. El cristiano, cualquiera que sea su confesión, deberá creer en Cristo, pues de lo contrario no será cristiano.

Los cristianos, los judíos y los mahometanos creen en el dogma: «NO hay más que un solo Dios». Quien cree en quince dioses o en dos o en setecientos, no podrá ser ni cristiano, ni judío, ni mahometano. En todas las doctrinas existen cuestiones voluntarias, que pueden aceptarse, pero que no es obligatorio aceptar. Los dogmas son simplemente aquellas cosas que estamos obligados a aceptar si queremos «pertenecer a ello», son la parte central, los pilares del edificio.

Un ejemplo que me gusta es el del cuerpo humano: la sangre es líquida, los tendones y músculos son elásticos, los tejidos son blandos, pero los huesos tienen que ser duros, si queremos caminar derechos.

Buenos días.

domingo, 30 de mayo de 2021

La política no es un dios.

     Ya empezamos, mejor dicho, ya empiezo a volver poco a poco a la normalidad, vuelvo a los cortados de por la mañana y a los cafés de media tarde, en resumen, vuelvo a las tertulias.  

Ha pasado más de un año desde que las conversaciones entorno a un café eran normales, hay mucho de qué hablar para ponernos al día pues han sucedido algunas cosas interesantes que necesitamos contar y que nos cuenten, necesitamos confrontar nuestras opiniones, ver si hemos visto o entendido todos los acontecimientos de la misma manera.

Hemos observado, entre otras cosas, como nuestro tema favorito, la política y los políticos, ha cambiado desde el principio de la pandemia, necesitamos empezar a ponernos al día. Tendríamos que empezar, curiosamente, por el final, pues veo como mucha gente ve con asombro de que la Comunidad de Madrid haya cambiado de voto: donde ahora ganan los Populares hace dos años ganaban lo Socialistas, porque donde se votaba Ciudadanos ahora se vota Populares o porque donde antes se votaba Socialista ahora se vota Más Madrid.

Según lo veo yo, ha sucedido lo más sano y lógico. Es más encuentro que todavía hay demasiado poco cambio de voto, todavía el cambio de voto es demasiado tímido entre los dos bloques de la derecha y la izquierda. La política no va de bloques, va de lo variable, es decir de lo que sucede, de lo que puede suceder o no suceder, afortunadamente para muchos de nosotros.

La política no es un dios al que hay que adorar, va de solucionar problemas, de enfrentarse con dificultades imprevistas como es la pandemia. El político y con él la política y nuestras ideas políticas, por mucho que se empeñen algunos, no es una forma de identidad, no es algo que se ha recibido como si fuera una herencia, no es una opción que se hace para toda la vida y que necesitamos mantener. Es, como todo en la vida, algo que tenemos que someter constantemente a la prueba del ensayo y del error, a la comprobación diaria de que el partido que hemos votado ha hecho lo que nos parece más conveniente o menos.  

No se si nos habremos dado cuenta, pero normalmente hablamos de votantes de partidos de derecha o de izquierda, de votantes del PP, del PSOE, de Ciudadanos, de Podemos, de Más País, o de cualquier otro partido. Y en realidad los votantes no somos “de”, somos votantes. Nuestras ideas políticas tienen su peso, como todo, pero deben de estar sometidas a prueba. Recuerdo que al principio de esta etapa democrática se decía que seriamos maduros democráticamente cuando tuviéramos la capacidad para cambiar de partido según cómo hubiera actuado ese partido en el Gobierno o en la oposición. Y ese, siempre me ha parecido un buen criterio. Y ahora, nos ha llegado la locura del llamado voto identitario, de los votantes fascistas o antifascistas, de los votantes partidarios de la libertad y de los votantes partidarios del totalitarismo. De los votantes trumpistas y antitrumpistas.

En fin, mucho de lo que continuar conversando, me voy a tomar un cortado.

Buenos días.

sábado, 29 de mayo de 2021

La voluntad de viajar.

 “Dicen que los viajes ensanchan las   ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

Una vez más hemos realizado los cambios que suelo hacer en la bicicleta cuando voy de viaje. El manillar y la tija de una talla menos, y esta vez le he cambiado también las manetas de freno, los cables, las zapatas y las fundas nuevas, ya sé que la cinta de manillar blanca es muy sucia, pero hace años que la tenía y la he usado, además tiene una parte positiva, y es que no se calienta tanto con el sol como les pasa a las más oscuras.

No le había quitado los porta paquetes, así que un poco menos de trabajo he tenido, aunque he repasado toda la tornillería, en fin, vestida para viajar.

Lo que nos lleva a la conclusión de que nos vamos, pues si, nos vamos, “si Dios quiere” la segunda semana de junio.  

Una excursión corta, de una semana, por los montes Universales para recorrer los nacimientos de ríos tan importantes como el Tajo y el Júcar, además del Cuervo y del Gabriel. Para ir “calentando motores” para después de la segunda dosis de la vacuna anti-COVID 19.

Se suele decir que “el habito no hace al monje”, pero lo que está claro es que lo distingue, que no es poco, ahora la bicicleta se ve y se siente viajera, solo se necesita colocarle las alforjas y lista. Shakespeare me parece que dijo que el traje revela a la persona, de ahí que ahora sea viajera. Lo que nadie duda es que la bicicleta la hace más o menos viajera no su vestimenta sino el viajero que la conduce. Si el ciclista es un viajero su bicicleta, sea como sea, también lo será.

De alguna manera, el conjunto “bicicleta–ciclista” debe tener un poco de arrojo para formarse como cicloviajero. La primera vez que el “conjunto” se siente cicloviajero no se lanza a grandes recorridos. Intenta primero no alejarse mucho de casa; luego regresa y se lanza de nuevo un poco más allá, y así cada vez va más lejos, hasta que se siente seguro y sabe que puede enfrentarse a los pequeños inconvenientes que le pueden aparecer, y entonces se pone a soñar, a imaginar en los mapas hacia donde quiere dirigirse. Y llega el día en que se aventura a recorrer los caminos más lejanos, siendo como es un conjunto tan sencillo y pequeño.

Pero nadie se hace capaz de subirse en una bicicleta y viajar súbitamente, sino con el ejercicio esforzado de la voluntad. Y es que la palabra voluntad procede del latín “voluntas-voluntatis”, que significa querer. Es un acto deliberado, de orientarse con decisión hacia algo que se considera positivo y valioso. Es tener un anhelo, una aspiración. Es una determinación o decisión firme por algo concreto. Es una acción o puesta en marcha de toda nuestra personalidad para alcanzar aquello que se quiere.

La voluntad también nos mueve a no hacer o no buscar tantas cosas que nos perjudican. Especialmente hay que rechazar esa tendencia tan de moda a hacer solo lo que nos apetece, lo que nos gusta o lo que nos pide el cuerpo. En ese vencimiento de cosas pequeñas se forja la voluntad: en hacer en cada momento lo que se debe hacer, aunque cueste.

Llegados a este punto sería interesante ver la diferencia que existe entre el desear y el querer. Entre desear ser un cicloviajero y querer serlo. El desear sería pretender ser cicloviajero desde el punto de vista afectivo o sentimental, pero de forma superficial. Este deseo, que tiene sus raíces en el plano sentimental, no conduce a nada o a casi nada. No saldremos de casa.

El querer subirse a una bicicleta, cargar las alforjas y empezar a pedalear, sin embargo, es más racional. Nace de analizar y evaluar todo lo que ello significa, ver donde se encuentran sus valores e ideales, y esto nos conducirá a conseguir un día estar viajando.  

Pero ese proceso implica varias cosas, por ejemplo, conocer el objetivo que pretendemos alcanzar viajando con la bicicleta. Hay que detenerse a pensar y concretar de forma clara lo que se pretende conseguir. Tener una motivación, una ilusión por algo sugerente y atractivo que nos empuje a pelear para conseguirlo. Parece claro que desde la indiferencia no se puede tener voluntad para nada.

La motivación consiste en tener razones o causas o motivos para hacer una cosa. Estas razones o motivos nos arrastrarán con su fuerza hacia los ideales y objetivos. La ilusión es la esperanza acariciada por la imaginación que proporciona alegría y buen ánimo para llegar hasta el final en los propósitos.

Sin duda se tiene que reflexionar o analizar tranquilamente cuales son los medios y los fines. ¿Compensa hacer todo esto? ¿Vale la pena esforzarse por conseguir ese proyecto?

La base para favorecer nuestra fuerza de voluntad tal vez esté en esos pequeños esfuerzos que hay que realizar cada día. No se consigue la voluntad haciendo un acto heroico en un momento determinado, sino logrando pequeños vencimientos, con constancia, un día tras otro sin abandonarse.

Una voluntad fuerte es esencial para subirse a nuestra bicicleta y empezar un viaje.

Buenos días.

jueves, 27 de mayo de 2021

Una finalidad.

         “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

        Viendo la forma con la que llovía el domingo a primera hora, no creo que durante un viaje me hubiera quedado sin pedalear, lo que hubiera sido un error pues llovió mucho unas horas más tarde, pero estamos en casa y las cosas se ven distintas, seguramente porque lo son.

Por culpa de la lluvia nos quedamos sin excursión, pero no llueve “para” que nos quedemos en casa. Si creyera esto último estaría concediendo a las nubes algo así como una voluntad o intención.

La verdad es que no tengo muy claro para qué llovió el domingo, se porque lo hizo, pero claro, no es lo mismo. Estoy casi seguro de que no llovió para que nos quedáramos en casa.

Cuando pensamos e imaginamos un viaje o lo estamos realizando, lo hacemos por algún motivo, nuestros actos, desde los más insignificantes hasta los más decisivos, están ordenados con diversos fines, sin los cuales carecerían de sentido, se volverían absurdos y no nos permitirían disfrutarlos en su totalidad: de igual forma, el mundo, y dentro de él el conjunto de nuestra vida, debe tener y tiene una finalidad, aunque esa finalidad no pueda ser la nuestra, sino la de una voluntad o designio que nos sobrepasa de modo completo y abrumador, y que por eso mismo es objeto de fe.

Muchas personas afirman no creer en esa voluntad, aunque, es sencillo comprobar cómo se sustituye rápidamente por algún otro objeto de fe: el progreso, la ciencia, una clase social, el destino de un pueblo, y tantos más. Al parecer, nuestra psique necesita creer que el mundo tiene un sentido, es decir, una finalidad, atribuible a uno u otro ente superior, pues sin ella la vida humana se vuelve como una tierra sin cultivar, insoportablemente angustiosa.

Esto nos plantea un problema: el de si esa necesidad psíquica da lugar a una verdad o a una ilusión. Si fuera lo último, nuestra psique necesitaría, para seguir viviendo, engañarse sobre su propia realidad y la del mundo.

Parece ser, dicen, que nuestro cerebro segrega sustancias parecidas a la morfina u otras drogas, necesarias, aunque en cantidades mínimas, para mantener su funcionamiento "sano". Si la producción es demasiado baja, aparecen las depresiones, con esa sensación de "angustia vital", de absurdo del mundo. La cuestión sería: ¿dónde está la verdad, en la imagen provocada de algún modo por esas sustancias suavemente alucinógenas, o en la que percibimos en condiciones profundamente depresivas?

Para muchas personas la respuesta se encuentra en la segunda, en que nos encontramos en un mundo absurdo, angustioso y sin ninguna finalidad, lo que nos llevaría a la autodestrucción. Es de suponer que están equivocados, pero no parece fácil demostrarlo.

Buenos días.

sábado, 22 de mayo de 2021

Tolerancia.

     Desde hace días estoy viendo cómo se está malinterpretando la tolerancia. Me gustaría recordar que no se trata de ninguna virtud. Puede ser, tal vez, una debilidad amable. Es muy común la confusión de ideas en estos días, en los que para muchos es una virtud y que se piense que estamos alabando a una persona cuando la estamos denominando de tolerante.

Tolerancia, si nos fijamos un poco, viene a significar consentimiento. Y consentir algo es aceptarlo o permitirlo, aunque uno no esté de acuerdo con ello. Y, con demasiada frecuencia sirve para esconder los motivos reales por los que se consiente: indiferencia y cobardía. De la tolerancia podríamos decir que es, en el fondo, la forma más baja de colaboración. Y está claro que, justamente por eso, tenemos una responsabilidad personal, pues al fin y al cabo lo que toleramos es lo que consentimos.

Por lo tanto, quien tolera el mal se hace cómplice. Puede demostrarse claramente que la tolerancia no puede ser una virtud, porque no existe ninguna virtud que contradiga básicamente la esencia de otra virtud. El sentido del ahorro y la generosidad sólo son contrastes aparentes y pueden muy bien ir juntos. La verdad, en cambio, es esencialmente intolerante. La verdad crítica todos los demás resultados de esta suma: dos y dos son cuatro. Sólo acepta cuatro; y tampoco admite que el cinco sea número par.

Otra confusión que veo muchas veces es la de pensar que la tolerancia y el consentimiento son como la paciencia, como esa paciencia que existe junto con el amor. La tolerancia nada tiene que ver con el amor, aunque muchas veces la confundimos con él.  

El amor y la paciencia, no toleran la maldad, lo torcido, por indiferencia, sino que se dirigen a mejorar a la otra persona, respetando la libertad de su conciencia incluso cuando hace algo que es de por sí erróneo o malo, un ejemplo clásico es el de dejar crecer las malas hierbas hasta el momento de la cosecha, para evitar que al quitar la cizaña pueda arrancarse también el fruto bueno.

Con todo esto no estoy defendiendo precisamente la intolerancia en sí. Pues como siempre hay que buscar un equilibrio, lo contrario de un chichón en la frente es un agujero en la frente, y esto último tampoco es muy agradable.

Buenos días.

miércoles, 19 de mayo de 2021

¿Qué será bueno para alguien?

 Cuando hablamos de acertar al tomar una decisión, se supone que se ha tomado una buena decisión, que no hemos elegido mal. Sin embargo, existe una pregunta obligada que hay que hacer, ¿Qué razonamientos utilizamos para establecer qué es lo bueno y qué es lo malo?

Una pregunta sin duda interesante, que nos lleva desde mi perspectiva, por dos diferentes caminos, y que nos conducen a dos diferentes lugares. Dos caminos opuestos y absolutamente incompatibles. Uno de ellos, el de una moral que depende del querer del ser humano y el otro el de una moral realista.

Intentare explicarlo en qué consiste cada uno según mi punto de vista.

En la primera forma podemos ver que claramente existen dos posibilidades, que nos sea impuesto lo que es bueno y lo malo por alguien a través de algún mecanismo de coerción o que sea cada uno quien lo decida. O sea, en la primera posibilidad, no existe una razón de fondo para decidir qué es lo bueno y qué es lo malo, depende únicamente de lo que decida una autoridad y no tiene por qué ser razonable. Lo hemos visto en expresiones: “no lo hagas porque es pecado”, “no tiene por qué ser lógico: es pecado y punto”. O en un contexto más general: “hay que hacerlo porque lo dice la ley”, sin reparar si su contenido es justo. 

Aquí lo que hemos hecho es analizar una postura moral según la cual lo bueno o lo malo de algo depende exclusivamente de lo que dice la autoridad. No hay una razón de fondo: algo es así porque alguien lo dice y punto.

La segunda posibilidad está muy relacionada con la anterior y que nos viene a decir: la moral depende de cada uno. Si vemos como el bien o el mal dependen exclusivamente del querer de una autoridad puede llegar a sentirse como una imposición. Entonces, uno termina fácilmente asumiendo que lo que está bien y lo que está mal depende entonces del querer personal. Cada persona, haciendo caso de los criterios que considera más relevantes, establecerá para sí el bien y el mal. Crea para sí sus propias normas, sin interferencia de los demás. Cada uno es dueño del bien y del mal, más o menos como el Superhombre que nos mostraba Nietzsche.

No se establecen criterios objetivos para decidir qué está bien y qué está mal, depende del querer de alguien: de alguien con autoridad, o de cada uno.

Veamos ahora el otro camino, una moral realista, una postura realista. Que nos dice que lo que está bien y lo que está mal no va a depender de ninguna persona, sino que establece teniendo en cuenta su naturaleza. Pasamos de una forma de pensar subjetiva a una objetiva.  

Veamos un ejemplo, ¿Qué es “bueno” para las aves? En atención a su naturaleza, volar. De igual modo, el bien y el mal para el ser humano se deberá explicitar a partir de lo establecido en su naturaleza.

Entonces, ¿Qué será bueno para alguien? Aquello que lo perfeccione en cuanto ser humano. ¿Y qué será malo? Aquello que lo aleje de dicha perfección.

Vista así, la postura realista marca un camino de mejora. Será bueno aquello que a uno le haga bien en cuanto ser humano, aquello que lo haga ser una mejor persona. Y será malo aquello que lo dañe en cuanto ser humano, aquello que lo corrompa, aquello que no lo deje ser una mejor persona.

Estoy hablando no de gustos o preferencias personales, sino de aquello que perfecciona o estropea a la persona teniendo en cuenta su naturaleza. Vista así la moral, los criterios para establecer lo bueno y lo malo están inscritos en la naturaleza del propio ser humano, y deben ser conocidos a partir de esta.

Es decir, algo que es característico de la moral realista es que uno no solo puede saber qué es lo que está bien y lo que está mal, sino también por qué algo está bien o está mal.

Pongamos un caso bastante claro que casi todos hemos experimentado alguna vez y que tiene que ver con la sexualidad. Recordemos que la persona ha sida hecha para amar y que está ya en nuestra propia naturaleza, y no depende de nuestro deseo. Entonces, ¿Cuál es el criterio para establecer qué es lo bueno y qué es lo malo en materia de sexualidad?

Ese criterio nos lo dará el amor. De amor no entendido como un sentimiento, sino como la decisión de buscar el bien y lo mejor para la otra persona. Buscar lo mejor y el bien de la otra persona, no usar a la otra persona en busca de nuestro bien. Se entiende la diferencia.

Coger la dirección del amor va a perfeccionar a la persona, la llena. En cambio, elegir el camino del uso la va a corromper, lo dañara y lo alejara de su perfección.

En fin, el tema del bien y el mal nos daría y de hecho nos da para muchas paginas y conversaciones, muy difícil de resumir y de explicar, y sin embargo nos exige una respuesta cada día.

Podemos decir, para terminar hoy, que el bien no es lo que me conviene o no me conviene, lo que me gusta o no me gusta, lo que la mayoría opina o lo que todos hacen, sino algo que existe independientemente de la moda o del gusto de las personas. Viene de las leyes escritas por la naturaleza en el corazón de los hombres y que son las mismas para todos los hombres de todos los tiempos.

Lo bueno, lo que siempre buscamos para encontrar la felicidad, no obedece al capricho momentáneo de un individuo o de un grupo, sino que tiene sus raíces profundas en el orden de la naturaleza, si hablamos humanamente.

Pero el bien, para los creyentes de todas las religiones, no se funda tan sólo en esas leyes escritas en el corazón de cada hombre, sino en aquel que las escribió.

Los cristianos, además, sabemos que la búsqueda de ese bien se expresa simplemente en: ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Amor a Dios, Amor al prójimo, Amor a mi persona, por la dignidad que tengo.

Buenos días.

martes, 18 de mayo de 2021

"Lo uno y lo otro"

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Nueva la excursión del domingo, podría decir que la mitad de los kilómetros que realizamos fueron nuevos, pero no los he contado y no lo puedo asegurar, pero fueron muchos. Tárbena, Bolulla, Callosa de Ensarriá, Guadalest, Benifato, Confrides, Ares del Monte y Benasau son los pueblos por los que pasamos, en bicicleta, por primera vez.

Si la covid-19 nos mantiene con el “freno de mano” puesto durante algún tiempo más, es fácil que nos estrenemos por algunas carreteras y paisajes nuevos. Tenemos la suerte de estar viviendo en una zona en la que no se da ese dilema tan usado de “o esto o lo otro”, entre elegir por una de dos opciones, afortunadamente nos sucede lo contrario, hay tal vez demasiadas y nos cuesta elegir.

Por eso, me resulta sorprendente como existiendo muchas opciones nos gusta resumirlas y nos quedamos entre dos opciones. También encuentro curioso el sistema por las que hacemos esa selección.

Por ejemplo, esa falsa disyuntiva que se plantea en el tema de la pandemia entre salud y economía, como si no hubiese algunas cosas más entre esto y lo otro. ¿Por qué elegir solo entre estos dos valores? ¿Qué pasa con los valores lúdicos? ¿Y los religiosos, estéticos, éticos, cognitivos y sociopolíticos? Cada una de estas series de valores es tan real y fundamental como la otra, pues ninguna de estas dimensiones puede ser reducida a otra, ni sustituida por otra o trasladada.

Si ahora hacemos un poco de memoria o si lo pensamos un poco, nos daremos cuenta como han desaparecido durante esta pandemia un montón de espacios que se han sacrificado desde el principio, como si, la persona solo fuese un conjunto de valores económicos o físicos. Y el hombre es un ser social que tiene una familia (que se ha menospreciado), que necesita buscar espacios y experiencias lúdicas (arrinconadas), que necesita tener un conocimiento veraz de lo que sucede (olvidado)… Todo esto no ha juagado ningún papel entre el dilema de “salud o economía”. Y así ha pasado lo que ha pasado, por no prestar atención a esa variedad de valores y contravalores que aportan cada una.

 Toda esa variedad de valores que nos permite movernos por la vida con seguridad, han sido olvidados en este triste discurso entre el dilema salud o economía. No se trata de lo uno o lo otro sino de aplicar siempre lo uno y lo otro. Son modos distintos de estar en el mundo y de salir de muchas situaciones.

Buenos días.

sábado, 15 de mayo de 2021

¡Buenos días!

     Hace unos días que he vuelto a dar los “Buenos días” a dos de mis grupos de whatsApp favoritos, no recuerdo el motivo por el cual había dejado de hacerlo, pero bueno, he recuperado esta buena costumbre. 

“Buenos días” tal vez una de las frases que más usamos junto a la de “Buenas noches”, la usamos cuando caminamos por la calle y saludamos a las personas o cuando contestamos a su saludo con otro “Buenos días”. En ocasiones no le ponemos atención, no nos fijamos en la persona que nos ha saludado o saludamos.

Pero lo que esta claro es que le prestemos atención o no nuestro deseo es augurarle lo mejor. Es el deseo de que todos disfruten del mejor de los días. Les deseamos que de verdad ese día sea diferente, que no tengan más preocupaciones que las normales. Es el optimismo lo que nos hace desearles un buen día.  

A mí me gustaría ahora, si fuera posible, decir de verdad a cada uno de los habitantes de este mundo. “¡Buenos días! Les deseo lo mejor para este día que van a empezar”. Pero no sé si todos escucharían bien pensarían que me estoy burlando. 

La verdad es que decírselo a los habitantes de la India que, están pasándolo tan mal con la covid-19, o a cualquiera que este sufriendo en primera persona la pandemia, es un poco complicado, y, sin embargo, ¡Buenos días! Y a tú también habitante de África donde se padecen todos males que podamos pensar. ¡Buenos días! A las personas que viven en zonas de conflicto bélico, para que no pierdan la esperanza de la paz. ¡Buenos días! Y como no olvidar a los enfermos que se encuentran en las UCI ¡Buenos días! Seguro que conocemos a alguien más al que habría de darle los buenos días, así que con el corazón en la mano ¡Buenos días! Sí, porque decirles estas palabras al menos es un poco de alivio para su sufrimiento.

Es más sencillo entender los sufrimientos para los que creemos en Dios, porque esto significa saber y entender que no todo termina en los hechos. Al darles los ¡Buenos días! les ofrecemos un poco de esperanza, les decimos que hay algo más allá de ese sufrimiento, les damos optimismo.

¿Por qué no saludamos a todos con este optimismo? ¿por qué no buscamos nosotros también transmitir alegría? Díganles a todos ¡Buenos días!

¡Buenos días!

viernes, 14 de mayo de 2021

Es malo robar pero derrochar es insostenible.

     Ayer deje sin terminar un tema interminable, un tema tan nuevo como antiguo y que se mantiene en el tiempo desde que unas personas gobiernan a otras. No es un problema tan actual que pueda pensarse que es una moda. La falta de confianza en los que nos gobiernan y también a los que aspiran a gobernarnos, no confiamos ni en lo políticos ni en la política.

Ahora tenemos un Estado de Bienestar que está en crisis, lo está no solo por culpa de la covid-19 sino que antes ya lo estaba. Todos en nuestro interior sabemos que debe ser reconvertido a la baja, porque no se puede pagar. Y ahora, con la penuria económica añadida por la pandemia ha acelerado la insolvencia del Estado. Pero cualquier economista, desde hace treinta años o más, habría podido anticipar que nuestras democracias caminaban hacia una gran crisis fiscal.

Una de las dimensiones más decepcionantes de la política al uso es que nadie se ha ocupado seriamente de nada que quedara un poco más allá de la fecha correspondiente a las siguientes elecciones. Tenemos muestras bastante recientes de este cortoplacismo, podría denominarlo suicida, donde mientras sobró el dinero se aceleró proporcionalmente el gasto público, incurriendo además en la ilusión boba de que las tasas de crecimiento se prolongarían mecánicamente en el futuro.  

El político de turno se queda a medio camino en un descanso y se marcha a casa, dejando España manga por hombro. Sea como fuere, hay que recortar el Estado de Bienestar, y ello exige valentía, rigor, inteligencia y una conducta personal abnegada e intachable. Empeorar es siempre ingrato, pero se hace insoportable cuando el señor que mete la tijera no disfruta de nuestra confianza o parece que está por encima de las estrecheces que afligen a sus gobernados.

Esto nos lleva a otra cuestión. No sólo el Estado Benefactor ha crecido por encima de lo que se puede pagar; ocurre, además, que ha favorecido poderosamente a corromper los mecanismos de la política. Asegurar una instrucción pública gratuita en primera y segunda enseñanza, y facilitar mediante un sistema de becas generoso el acceso a la universidad para quien esté dispuesto a hacer el esfuerzo de seguir estudiando; facilitar asistencia sanitaria pública al que esté enfermo; impedir que alguien se muera por dormir al raso; estas cosas y otras por el estilo hay que hacerlas y esto lo hizo muy bien el Estado de Bienestar en su etapa funcional.

Pero el Estado de Bienestar también se ha pervertido. Con el aumento de los recursos, la oferta pública dejó de servir apropósitos razonables y derivó en un instrumento de promoción para los políticos. Puede resumirse el proceso diciendo que los políticos empezaron a buscar fines con el objeto de dotarse de medios. Medios para ganar las elecciones; medios para aumentar los efectivos humanos que permiten ganar las elecciones; medios para vivir bien ganando las elecciones. Creció cancerosamente, no el número de militantes, sino las clientelas y los cargos que ingresaban en la Administración por la puerta de atrás. El resultado ha sido una colonización de la sociedad por la política profesional. Un fenómeno que es sustancialmente democrático, no antidemocrático.

Esto debe terminar, tiene que dejar de ocurrir. No sólo no se puede continuar asegurando la paga a tantos militantes de cada partido político, sino que la actitud, el temple moral, las prioridades de los que han de cambiar lo que no puede seguir en pie, son incompatibles con la actitud, el temple y las prioridades de los políticos estándar que tienen vara alta en el país desde hace años.

El lema de que los partidos no nos representan sugiere que la democracia se ha estropeado porque los partidos se han rebelado contra la sociedad. Se trata de una verdad a medias o, mejor, más de una mentira incompleta que de una verdad incompleta. Es verdad que la clase política ha decaído y se ha hecho endogámica. Pero también es verdad que la corrupción deriva de un trato implícito entre gobernantes y gobernados. Si quieren, la sociedad se ha rebelado contra sí misma, de arriba abajo, y de abajo arriba.

El dinero negro que circula por el interior de los partidos, que provoca el enriquecimiento de algunos, a veces un enriquecimiento insultante, es poca cosa en comparación del dinero que se malgasta; el dinero que suman los coches oficiales, los hoteles de cinco estrellas para políticos de campanillas, el dinero de las embajadas autonómicas y otros dislates es también calderilla. El dinero gordo es el que se lleva la política normal: obras públicas desatendidas, cobro de comisiones para el mantenimiento de la velocidad de crucero de un partido, servicios redundantes.

Es indignante, por supuesto, que se robe; pero aún tiene consecuencias más insostenibles que se derroche. En realidad, las dos cosas se producen a la vez, porque se robaría mucho menos si no se pudiera derrochar tanto. Y se derrocha mucho, con el aplauso, ¡ay!, del votante. Decir esto, ahora, puede ser duro. Pero a esta situación intolerable hemos llegado todos juntos. Y no saldremos de ella satanizando sin más a la clase política. Hay que rehacer un montón de cosas, pero con cabeza.

En fin, necesitamos políticos mejores, pero necesitamos política. Convertir a lo políticos en demonios es complementario y simétrico del buenismo populista. Ellos son los malos y nosotros los buenos. Perdónenme, es un poco más complicado. Lo digo siendo consciente de que la democracia no lo ha tenido tan facil en mucho tiempo. O, mejor, no lo digo a pesar de eso; lo digo precisamente por eso.

Buenos días.

jueves, 13 de mayo de 2021

¿En serio es verdad que los partidos no nos representan?

     Después de unas elecciones, y las de la Comunidad de Madrid sin duda lo han sido en su máxima expresión, siempre me surge la pregunta: ¿representan los partidos a la sociedad? No creo equivocarme si la respuesta de la mayoría es un sonoro, no, o mejor, NO, en negrita y en mayúscula para subrayarlo aún más. 

Está casi unanimidad es la que se encargan de elevar a su máximo nivel los partidos llamados populistas y tiene un significado muy claro: la gente, empieza a querer que se vayan los que están. No son sólo los que están en el Gobierno, sino los que están en la política.

Este deseo, en sí mismo, es ilógico. Según mi opinión no se pueden ir todos los políticos al mismo tiempo sin que venga un “antipolítico”. Y, esto es un peligro que mucha gente no quiere ver, aunque algunos partidos políticos parece les gusta la idea.

Es necesario, entonces, replantearse la pregunta: “¿En serio es verdad que los partidos no nos representan?” cómo nos indican los populistas. O mejor todavía: “¿qué demonios queremos decir o nos dicen cuando decimos que los partidos no nos representan?”.

Un político populista, y encontramos fácilmente los ejemplos, es simple. Por eso es populista. Los populistas comunican muy bien, pero lo que comunican no es bueno, precisamente porque es simple. El punto fuerte de los populistas, aparte de la elocuencia comunicativa, es sentir como casi todo el mundo siente. Y lo que casi todo el mundo siente suele contener una pequeña parte de verdad, al revés de lo que casi todo el mundo argumenta: argumentar es un poco como tocar el piano: una destreza que exige un grado grande de especialización. Bien, un populista, dice muchas tonterías populistas, pero como populista también siente algo que no podemos negar: que nuestra sociedad está a punto de irse a pique. No es sólo que estamos en una fuerte crisis, sino que empezamos a estar por debajo de la línea de flotación, en términos morales o políticos o político-morales.

Son varias las cuestiones que nos conducen a replantearnos la cuestión y a pensar que nuestros políticos no nos representan. Veamos: nos damos cuenta de que la política se ha convertido en un instrumento cuyo objetivo parece no ser otro que facilitar la carrera profesional de los políticos. Es lo que algún partido político denomina como que son la “casta”. A muchos políticos populistas les ofende que los políticos solo se relacionen entre ellos, que parezca que emplean un idioma que solo ellos entienden y que entre ellos se repartan los cargos y las subvenciones. Que son como un mundo aparte. Y por esto es por lo que concluyen rápidamente, que la política ha dejado de ser representativa.

Y no, no ha dejado de ser representativa. El problema está, más bien, en que se ha pervertido. Se trata sin duda de un problema serio, pero repetido dentro de un sistema parlamentario. Cada cierto tiempo, el sistema se oxida, y es necesario engrasarlo para que la democracia recupere su elasticidad. Es un problema, que, si lo consideramos aisladamente, es, lo repito, serio, pero no letal. Si fuera letal, hace tiempo que las democracias habrían desaparecido.

Otra cuestión que nos lleva a no ver con buenos ojos a los políticos es que los mecanismos que unen a la sociedad con la política no funcionan. Me refiero, sobre todo, a los medios de comunicación, en particular, la prensa, que sigue siendo necesaria, por maltrecha que esté, para la organización de la opinión pública. Las causas son varias. Por ejemplo, defectos de fabricación, claros en nuestro país. Nuestro políticos y periodistas se hicieron a la vez, y no demasiado bien. Hay que recordar, los que tengan edad para ello, que era muy difícil distinguir quien era periodista y quien era el político. En España apenas si ha habido análisis político digno de tal nombre: un tramo de texto escrito por alguien que pensara por su cuenta y hablase independientemente. Si viene una sana sacudida democrática, también tendrá que cambiar la prensa política.

Otro problema de la prensa ahora es económico. Por motivos complejos, de los que la falta de calidad y fiabilidad de la prensa es sólo uno, se venden cada día menos periódicos, y por ello, la prensa se estropea aún más y se hace mucho más frágil a formas de financiación que reducen su independencia. Con frecuencia, y sobre todo en los llamados medios de” provincias”, la fuente de financiación es la propia Administración. Pero también empresas que ponen publicidad con el propósito de protegerse o de divulgar puntos de vista que consideran favorables a la buena marcha de sus negocios. Desconocemos todavía qué pueden dar de sí los soportes digitales. En España, la televisión, pública o privada, es desastrosa, y la radio acusa de modo mucho más directo todavía que los diarios la presión e intermediación de los partidos. De nuevo, un problema grave, pero no letal.

Como leí en algún lugar: unos prometen más de lo que pueden dar, y otros piden o aceptan más de lo que pueden recibir.

Hay otro punto que es más importante que los anteriores, siéndolo, y mucho los anteriores, pero lo dejare para mañana pues es algo más largo de explicar o al menos a mi se me hará más largo.

Buenos días.

miércoles, 12 de mayo de 2021

¿Ponemos en peligro nuestra salud y seguridad?

     “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

En alguna ocasión en la que he realizado un gran esfuerzo físico me he cuestionado si es bueno para mi cuerpo llevarlo hasta tales extremos. A veces nos encontramos o creemos que tenemos la necesidad de realizar un gran esfuerzo para llegar a un lugar, para terminar una etapa en un sitio determinado, un esfuerzo que nos puede conducir a la extenuación.

La duda de hasta donde puedo llevar a mi cuerpo me surge muchas veces, ya que soy de la opinión de que debemos estimarlo y honrarlo, por lo que no debería maltratarlo. Por tanto, debo evitar también todo tipo de vicios y malos hábitos que puedan hacer mal a mi salud y por lo tanto perjudicarlo.

Muchas veces hemos comentado que la gran mayoría por no decir todas las formas de vicios terminan por afectar a la salud y que es necesario utilizar esa rara virtud, por ausente hoy en día, de la templanza que es la que nos ayudara a evitar toda clases de excesos.

¿Controlamos la dureza o la longitud de nuestras etapas en un viaje? ¿Ponemos en peligro nuestra salud y seguridad? Hay que pensar que no es lícito poner la vida y la salud en riesgo sin necesidad, sólo por el deseo excesivo de la aventura.

Quisiera recordar que la vida y a salud física son bienes que tenemos y que debemos cuidar de ellos racionalmente. Lo que nos lleva a que conjuntamente es necesario cuidar de la salud mental. Pues si no tenemos una vida lo suficientemente equilibrada podemos buscar, para compensar nuestras frustraciones y carencia afectivas, retos o esfuerzos demasiado grandes para nosotros.

 Si por un lado es necesario cuidar del cuerpo para poder disfrutar del cicloviaje, es importante también no concederle un cuidado exagerado. Y, si piensas como yo que tenemos alma, serás de la opinión de que el alma es más importante que el cuerpo; éste un día morirá, pero el alma es inmortal.

Cuidar del cuerpo y la salud es algo importante y necesario, pero caer en el error del culto exagerado del cuerpo, como si fuera más importante que el espíritu, es un error que pone al hombre patas arriba.

A partir de este criterio, las situaciones concretas se deben valorar en cada caso. Para eso está la prudencia, la sensatez, que permite juzgar cuándo estamos ante una cosa o la otra, ante lo razonable o ante lo que no lo es.

Sin embargo, sí que se pueden señalar algunos límites, cuyo traspaso significaría que no tenemos situada esta cuestión en su justo lugar. El primero podría ser que una etapa o un viaje deja de ser razonable cuando nos debilita en nuestro normal funcionamiento, de forma que se note ese debilitamiento. Supondría sacrificarnos más de lo razonable por un viaje, y quizás podría suponer un riesgo para la salud sin motivo que lo justifique.

Podríamos añadir un segundo, lo encontramos cuando no aceptamos a nuestro cuerpo como es. No se trata, evidentemente, de que no se quiera mejorarlo en el futuro; más bien consiste en que se rechace como se encuentra en el presente. Esta actitud es el origen de muchas obsesiones e incluso de algún trastorno serio al querer ponerse en un estado de forma determinado para emprender una aventura.  

Eso, claro está, no significa que, en la sociedad de nuestros días, que en general come mucho y se mueve poco, un moderado entrenamiento no venga bien a muchos cicloturistas para disfrutar más del viaje.

Y, en esto estamos.

Buenos días.

viernes, 7 de mayo de 2021

El tiempo avanza.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 










    Hay una diferencia de tres meses, en solo tres meses algo que parecía no tener vida ha renacido. Lo sabía, sabíamos que iba a volver como todos los años a ser verde, a mostrarnos otra faceta diferente, sabíamos que como cada año la primavera nos cambiara los colores, el paisaje, la vida, lo sabíamos y, sin embargo, nos sigue maravillando año tras año.

En un mundo donde las prisas nos llevan a pasar por delante de estos cambios sin verlos, pues se suceden lentamente y cuesta apreciarlos por su tranquilo avance, es interesante observarlos para que nos recuerden las maravillas que podemos encontrar en cualquier lugar y momento.

La naturaleza nos habla continuamente en sus humildes y sencillas plantas, en los amaneceres que nos invitan a la alegría y en los atardeceres que nos empujan a la meditación y a la gratitud por tantas cosas que nos acompañan en esta misteriosa y apasionante aventura de la vida.

Uno de los aspectos más relevantes es darnos cuenta como van cambiando las cosas a nuestro alrededor. Con el tiempo han crecido, cambiado, desde ese joven que ya es un hombre o ese hombre que ahora es un anciano. Esa fotografía que nos enseña como éramos o eran las cosas y como son. Pero ¿es eso lo único que percibimos? Un árbol no percibe nada, cambia y no sabe que cambia. Un hombre lleva consigo su propio pasado, al que hemos asistido, que ha sido y sigue siendo nuestro. 

Como casi siempre, se nos olvida, que nuestra realidad, nuestro presente no es plano, sino que tiene un grosor. Hay una actitud, que se ve favorecida especialmente en nuestros días, a reducirlo todo un presente injustificado, que agrede lo real, lo amputa.

En nuestra vida hemos realizado actos que de alguna manera perduran, han ido dejando huellas, en la medida en que hemos sido auténticos vemos que no solamente “hemos dicho” o “hemos hecho” cosas, sino que lo estamos diciendo y haciendo ahora. Lo que estamos diciendo o haciendo, no es más actual si lo que hicimos fue verdadero, si surgió de nosotros. Por eso tenemos que continuar siendo quienes fuimos, hay que sostener lo que hicimos para que pueda seguir siendo, superándolo, corrigiéndolo si es necesario, completándolo desde nuestra nueva perspectiva, si es que la posemos, que se incorporara a todas las anteriores, en una continuidad que será transitoria y que puede y debe ser creadora. Tenemos que crecer.

Aunque el paso del tiempo no necesariamente mejora las cosas, solemos decir que el vino mejora con los años, es verdad, pero hay que hacer algo, hay que sacarlo del tonel cuando sea su hora, hay ponerle un tapón a la botella, guardarlo en su ambiente… y mejorara. Pero si lo abandonamos, si nos olvidamos de cuidarlo se convertirá en vinagre.

Todos nuestros años son reales, y no hay otros; pueden haber sido mejores o peores, a veces desastrosos, pero son nuestros, a menos claro está, de que no los hayamos vivido o no los hayamos querido vivir o nos avergoncemos de lo que hicimos en ellos, y aun así hay una maravillosa posibilidad humana que se llama arrepentimiento, y que consiste en volver a mirar el pasado, enfrentarse con él y tomar una posición.

Somos precisamente lo que se ha ido acumulando en nosotros, año tras año. Y esto nos lleva a poder realizar una recapitulación de nuestra vida, que es una de las funciones más interesantes y valiosa de la vejez, de la edad, de una edad después de la cual no hay otra. Ese es el momento en que es posible poseer completamente una vida entera, nuestra vida, ver con tranquilidad el trascurso del tiempo, de nuestro tiempo, la consecuencia final de lo que hemos elegido ser, año tras año, lo que pretendemos ser para siempre.

Buenos días.

martes, 4 de mayo de 2021

Un poco de optimismo

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 


El domingo como es tradición o costumbre desde que empezó la crisis de la covid-19, antes era la carrera a pie, hemos realizado nuestra excursión con la bicicleta, digo nuestra, no porque la poseamos si no porque la realizamos.

Esta vez elegimos un recorrido llano, salvo la subida a la ermita de los Santos Abdón y Senén o Sants de la Pedra que se encuentra sobre la llamada “Muntanyeta dels Sants”, y la ligera subida al faro de Cullera, todo a sido llanear y más llanear.

Volvimos después de varias semanas a superar los cien kilómetros y aunque la meteorología no fue todo lo benigna que nos hubiese gustado, al menos no llovió.

El asunto de la meteorología es otro de los aspectos que hace interesante el biciviaje, sugestivo, pero no es fácil, al menos así lo considera un mediterráneo como yo. Menos mal que la actitud positiva de un latino, como yo, ayuda a enfrentar todas las dificultades que el clima nos presenta, “al mal tiempo buena cara”. Pues sí. ¿Hay algún secreto para eso? Bueno, tal vez nunca se puede ser totalmente feliz en esta vida, pero si somos optimistas habremos dada un gran paso.

Estoy casi seguro de que todos tenemos al clásico amigo pesimista que ve siempre el viento en contra y la lluvia detrás de cada curva en un día gris y, que puede acabar contagiándonos esas preocupaciones como una covid-19. Pero de seguro que también conocemos a alguien que no se deja amedrentar y que en todo ve oportunidades para disfrutar de la bicicleta.

Con ser optimista no se van a solucionar las dificultades que nos van surgiendo en el día a día, a veces las cosas simplemente no salen. De hecho, si todo saliera siempre bien no harían falta optimistas. Cuando durante todo el día el viento sopla de cara y antes de llegar a la curva ya está lloviendo, la frustración puede paralizarte. ¿Has pensado que muchos de esos problemas suceden por hacer las cosas demasiado rápido o sin pensar? La experiencia sirve para aprender y rectificar. El optimista sabe que puede equivocarse, pero está dispuesto a corregir.

Adoptar una actitud sencilla y optimista encima de una bicicleta no elimina y le quita merito al esfuerzo o a la iniciativa. ¡No somos superhéroes! No podemos con todo, pero si somos optimistas siempre saldremos adelante. Pero atención: ser optimista no es ser ingenuo ni dejarse llevar por ideas prometedoras, hay que pensar y considerar tranquilamente todas las posibilidades antes de tomar la decisión de empezar a pedalear.

Si deseamos empezar un viaje de largo recorrido con las alforjas, sin conocer a fondo donde nos vamos a meter o con una vaga idea, por muy optimistas que seamos seguramente nos va a costar mucho empezar a disfrutarlo, ya que careceremos de la base suficiente en la que apoyarnos cuando nos aparezcan las dificultades. Sucede también algunas veces que inventamos una realidad falsa de lo que nos encontraremos para hacernos un viaje más fácil y cómodo. Lo hemos sufrido, esperando que no vayamos a pinchar o que no se nos va a romper ningún radio; se trata de un falso optimismo que no funciona.

Alguien podría pensar que nuestro optimismo no tiene nada que ver con el resto de las personas, sin embargo, ser optimistas nos hace tener y estar en una mejor disposición hacia los demás: cuando conocemos a alguien siempre esperamos una actitud positiva y abierta. Si no sucede, si nuestras expectativas no se cumplen, pensamos que las personas pueden cambiar y que con nuestra sonrisa y amabilidad podemos conseguir un cambio. El optimista reconoce el momento adecuado para sonreír, para dar aliento, para motivar, para servir.

Llegar a ser un verdadero optimista requiere ser un poco más entusiasta y positivo, es tanto como darle la vuelta a la moneda y ser capaz de ver todo con una apariencia distinta. Ver las cosas a partir de los puntos positivos y buenos, con esto seguramente ya solucionaremos muchos problemas.  

Por cierto, no es más optimista el que menos problemas ha sufrido, sino quien ha sabido encontrar un estímulo para superarse en la adversidad. Todo en esta vida requiere esfuerzo y el optimismo es su manifestación más clara, de esta forma, las dificultades y contrariedades dejan de ser una carga.

Buenos días.

domingo, 2 de mayo de 2021

Minimalismo

     “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Estamos, espero, a dos meses de poder empezar otra aventura y, con esa esperanza va siendo hora de dar ahora un paso más. A finales de junio me inyectaran la segunda dosis de la vacuna anti covid-19 y, esperando que en estos dos meses se haya restablecido la circulación, no solo entre Comunidades Autonómicas sino también entre toda la Comunidad Europea, es hora de pensar en hacer los preparativos, sin prisa, pero sin pausa.

Hay que empezar a revisar la documentación y comprobar que todo lo tenemos en regla y si algún documento se encuentra caducado, cosa que no será de extrañar pues llevamos dos años sin poder ni siquiera imaginar salir del país, volverlo a solicitar.

Es hora también de darle un poco más de importancia al ejercicio físico, no para ponerse en excelente forma sino para estar un poco mejor preparado, hay tiempo, y si nos podemos evitar esos primeros días de sufrimiento pues mejor.

Tenemos que empezar a prepararnos para vivir sin frigorífico, sin televisión, sin agua corriente, sin electricidad, sin mesa, sin cama…  y, a estar siempre en movimiento, a cocinar en hornillo, con una batería de cocina pequeña, siempre al aire libre y acomodándonos a los caprichos de la meteorología…, tenemos que cambiar nuestra forma de vivir y, vale la pena ir haciéndolo poco a poco.  

De lo que se trata es de ir eliminando lo superfluo y acomodarnos a un estilo de vida más sencillo, más simple. En fin, concentrarse en las cosas que más necesitamos y valoramos, apartando todo lo demás. El llamado ahora como “minimalismo”, un estilo de vida que va en la dirección contraria a la cultura de consumo exagerado que nos rodea.

Cuando llenamos las alforjas nos daremos cuenta de que nos vamos a llevar mucho menos de lo que desearíamos y elegiremos lo que sea de necesaria utilidad y aquello que más apreciamos. Por eso el cicloviajero vive una vida más sencilla, con todas las ventajas espirituales y económicas que ello conlleva. No se trata de una vida más aburrida como pudiera parecer, sino una vida más abundante.

Resulta que al llevarnos menos cosas tenemos más ocasiones de hacer lo que nos apasione. Se pierde mucho tiempo, dinero y energía en conseguir y mantener un montón de cosas, lo que nos distrae de nuestras auténticas pasiones.

A medida que van transcurriendo los días nos iremos dando cuenta de que la cantidad de dinero que necesitamos es menor, tenemos menos cosas que comprar. Intentar vivir con menos cosas no es como una dieta horrible en la que sientes privación y deseas lo que decidiste rechazar. Más bien es lo contrario: cuando tienes pocas cosas, deseamos menos aún y vamos más ligeros. En el próximo viaje, por ejemplo, no me llevaré muchas de las cosas que no llegué a utilizar en el anterior.

Todo esto, no nos equivoquemos, no se limita a ser una necesidad ocasionada por la capacidad de nuestras alforjas. Muy al contrario, puede llegar a tener un trasfondo cultural y social y sus consecuencias espirituales pueden no ser todo lo beneficiosas que pensábamos. Ante todo, si llega a sintonizar con el individualismo urbano contemporáneo, con la cultura del “single”. Vemos cada vez más biciviajeros en solitario. Todo también muy “cool” y postmoderno. Todo, en fin, muy desmaterializado y abstracto, de acuerdo con la melancolía del hombre actual.

Esta podría ser la faceta más oscura. La cual, por cierto, no es la única: el minimalismo al que nos puede llevar el cicloturismo puede mostrarnos también una voluntad de buscar un sentido, una búsqueda de luz, volver a la esencia de las cosas. Encontrarnos con un deseo de serenidad y armonía. De algún modo, buscar los orígenes, el regreso a los elementos esenciales de la creación y al silencio de las cosas. Nuestra conciencia se repliega sobre sí misma, en una especie de letargo defensivo. Una voluntad también de purificación y espiritualidad.

Como casi siempre hay un pero. Existen varias formas de encauzarlo: tenemos, por una parte, el encerrarse sobre sí mismo, como la mística del individuo occidental que se niega a salir de su propia subjetividad. Encerrado en esa cárcel invisible de sí mismo, se refugia en un universo taoísta de silencio y transparencia, pero pagando el precio de una profunda soledad.

Otra forma, para mi mejor, es el de la verdadera voluntad de encontrar luz. Aquí, esta forma de vida sencilla, no se utiliza como un escudo contra la realidad, sino que yo diría de una manera franciscana.  Desprenderse de todo lo accesorio para reencontrarse con lo esencial. Pensemos también en la simplicidad del peregrino. La peregrinación es siempre una aventura minimalista: ir despojándose de la impedimenta del ego y acercarse ya sin posesiones a la presencia de Dios.

¿Qué forma de minimalismo vamos a elegir? De nuestra elección, como es obvio, depende el rumbo de nuestro viaje.

De todas formas, hay una cosa clara, al tener menos cosas hará que nos contentemos mejor y seamos más agradecidos, nos contentamos y sentimos una profunda gratitud por gestos más sencillos; un simple saludo, una sonrisa, que nos den un poco de agua. Todos actos sencillos a los que vamos a dar mucha importancia.

El cicloviajero que opta conscientemente por una vida minimalista está plantando, sin darse cuenta, semillas de gratitud, de saber contentarse en y con el corazón, está preparándose para poseer: paz, gozo, mansedumbre, amabilidad, bondad, fidelidad, gentileza y dominio de sí.

En fin, comprende y entiende lo significa esa petición que hacemos tantas veces de “danos hoy nuestro pan de cada día”, que es mucho más que una frase hecha. Pero esto es otra historia, que merece, también, ser contada.

Buenos días.