“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Una
vez más hemos realizado los cambios que suelo hacer en la bicicleta cuando voy
de viaje. El manillar y la tija de una talla menos, y esta vez le he cambiado
también las manetas de freno, los cables, las zapatas y las fundas nuevas, ya sé
que la cinta de manillar blanca es muy sucia, pero hace años que la tenía y la
he usado, además tiene una parte positiva, y es que no se calienta tanto con el
sol como les pasa a las más oscuras.
No
le había quitado los porta paquetes, así que un poco menos de trabajo he tenido,
aunque he repasado toda la tornillería, en fin, vestida para viajar.
Lo
que nos lleva a la conclusión de que nos vamos, pues si, nos vamos, “si Dios
quiere” la segunda semana de junio.
Una
excursión corta, de una semana, por los montes Universales para recorrer los
nacimientos de ríos tan importantes como el Tajo y el Júcar, además del Cuervo
y del Gabriel. Para ir “calentando motores” para después de la segunda dosis de
la vacuna anti-COVID 19.
Se
suele decir que “el habito no hace al monje”, pero lo que está claro es que lo distingue,
que no es poco, ahora la bicicleta se ve y se siente viajera, solo se necesita
colocarle las alforjas y lista. Shakespeare me parece que dijo que el traje
revela a la persona, de ahí que ahora sea viajera. Lo que nadie duda es que la
bicicleta la hace más o menos viajera no su vestimenta sino el viajero que la
conduce. Si el ciclista es un viajero su bicicleta, sea como sea, también lo
será.
De
alguna manera, el conjunto “bicicleta–ciclista” debe tener un poco de arrojo
para formarse como cicloviajero. La primera vez que el “conjunto” se siente
cicloviajero no se lanza a grandes recorridos. Intenta primero no alejarse
mucho de casa; luego regresa y se lanza de nuevo un poco más allá, y así cada
vez va más lejos, hasta que se siente seguro y sabe que puede enfrentarse a los
pequeños inconvenientes que le pueden aparecer, y entonces se pone a soñar, a
imaginar en los mapas hacia donde quiere dirigirse. Y llega el día en que se
aventura a recorrer los caminos más lejanos, siendo como es un conjunto tan
sencillo y pequeño.
Pero
nadie se hace capaz de subirse en una bicicleta y viajar súbitamente, sino con
el ejercicio esforzado de la voluntad. Y es que la palabra voluntad procede del
latín “voluntas-voluntatis”, que significa querer. Es un acto deliberado, de
orientarse con decisión hacia algo que se considera positivo y valioso. Es tener
un anhelo, una aspiración. Es una determinación o decisión firme por algo
concreto. Es una acción o puesta en marcha de toda nuestra personalidad para alcanzar
aquello que se quiere.
La
voluntad también nos mueve a no hacer o no buscar tantas cosas que nos perjudican.
Especialmente hay que rechazar esa tendencia tan de moda a hacer solo lo que
nos apetece, lo que nos gusta o lo que nos pide el cuerpo. En ese vencimiento
de cosas pequeñas se forja la voluntad: en hacer en cada momento lo que se debe
hacer, aunque cueste.
Llegados
a este punto sería interesante ver la diferencia que existe entre el desear y
el querer. Entre desear ser un cicloviajero y querer serlo. El desear sería
pretender ser cicloviajero desde el punto de vista afectivo o sentimental, pero
de forma superficial. Este deseo, que tiene sus raíces en el plano sentimental,
no conduce a nada o a casi nada. No saldremos de casa.
El
querer subirse a una bicicleta, cargar las alforjas y empezar a pedalear, sin
embargo, es más racional. Nace de analizar y evaluar todo lo que ello
significa, ver donde se encuentran sus valores e ideales, y esto nos conducirá
a conseguir un día estar viajando.
Pero
ese proceso implica varias cosas, por ejemplo, conocer el objetivo que
pretendemos alcanzar viajando con la bicicleta. Hay que detenerse a pensar y
concretar de forma clara lo que se pretende conseguir. Tener una motivación,
una ilusión por algo sugerente y atractivo que nos empuje a pelear para
conseguirlo. Parece claro que desde la indiferencia no se puede tener voluntad
para nada.
La
motivación consiste en tener razones o causas o motivos para hacer una cosa.
Estas razones o motivos nos arrastrarán con su fuerza hacia los ideales y
objetivos. La ilusión es la esperanza acariciada por la imaginación que
proporciona alegría y buen ánimo para llegar hasta el final en los propósitos.
Sin
duda se tiene que reflexionar o analizar tranquilamente cuales son los medios y
los fines. ¿Compensa hacer todo esto? ¿Vale la pena esforzarse por conseguir
ese proyecto?
La
base para favorecer nuestra fuerza de voluntad tal vez esté en esos pequeños
esfuerzos que hay que realizar cada día. No se consigue la voluntad haciendo un
acto heroico en un momento determinado, sino logrando pequeños vencimientos,
con constancia, un día tras otro sin abandonarse.
Una
voluntad fuerte es esencial para subirse a nuestra bicicleta y empezar un
viaje.
Buenos
días.
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