“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Hay una diferencia de tres
meses, en solo tres meses algo que parecía no tener vida ha renacido. Lo sabía,
sabíamos que iba a volver como todos los años a ser verde, a mostrarnos otra
faceta diferente, sabíamos que como cada año la primavera nos cambiara los
colores, el paisaje, la vida, lo sabíamos y, sin embargo, nos sigue maravillando
año tras año.
En un mundo donde las prisas
nos llevan a pasar por delante de estos cambios sin verlos, pues se suceden lentamente
y cuesta apreciarlos por su tranquilo avance, es interesante observarlos para
que nos recuerden las maravillas que podemos encontrar en cualquier lugar y
momento.
La naturaleza nos habla
continuamente en sus humildes y sencillas plantas, en los amaneceres que nos
invitan a la alegría y en los atardeceres que nos empujan a la meditación y a
la gratitud por tantas cosas que nos acompañan en esta misteriosa y apasionante
aventura de la vida.
Uno
de los aspectos más relevantes es darnos cuenta como van cambiando las cosas a nuestro
alrededor. Con el tiempo han crecido, cambiado, desde ese joven que ya es un
hombre o ese hombre que ahora es un anciano. Esa fotografía que nos enseña como
éramos o eran las cosas y como son. Pero ¿es eso lo único que percibimos? Un árbol
no percibe nada, cambia y no sabe que cambia. Un hombre lleva consigo su propio
pasado, al que hemos asistido, que ha sido y sigue siendo nuestro.
Como casi siempre, se nos olvida, que nuestra realidad, nuestro presente no es plano, sino que tiene un grosor. Hay una actitud, que se ve favorecida especialmente en nuestros días, a reducirlo todo un presente injustificado, que agrede lo real, lo amputa.
En
nuestra vida hemos realizado actos que de alguna manera perduran, han ido
dejando huellas, en la medida en que hemos sido auténticos vemos que no
solamente “hemos dicho” o “hemos hecho” cosas, sino que lo estamos diciendo y
haciendo ahora. Lo que estamos diciendo o haciendo, no es más actual si lo que
hicimos fue verdadero, si surgió de nosotros. Por eso tenemos que continuar
siendo quienes fuimos, hay que sostener lo que hicimos para que pueda seguir
siendo, superándolo, corrigiéndolo si es necesario, completándolo desde nuestra
nueva perspectiva, si es que la posemos, que se incorporara a todas las
anteriores, en una continuidad que será transitoria y que puede y debe ser
creadora. Tenemos que crecer.
Aunque
el paso del tiempo no necesariamente mejora las cosas, solemos decir que el
vino mejora con los años, es verdad, pero hay que hacer algo, hay que sacarlo
del tonel cuando sea su hora, hay ponerle un tapón a la botella, guardarlo en
su ambiente… y mejorara. Pero si lo abandonamos, si nos olvidamos de cuidarlo
se convertirá en vinagre.
Todos
nuestros años son reales, y no hay otros; pueden haber sido mejores o peores, a
veces desastrosos, pero son nuestros, a menos claro está, de que no los hayamos
vivido o no los hayamos querido vivir o nos avergoncemos de lo que hicimos en
ellos, y aun así hay una maravillosa posibilidad humana que se llama
arrepentimiento, y que consiste en volver a mirar el pasado, enfrentarse con él
y tomar una posición.
Somos
precisamente lo que se ha ido acumulando en nosotros, año tras año. Y esto nos
lleva a poder realizar una recapitulación de nuestra vida, que es una de las
funciones más interesantes y valiosa de la vejez, de la edad, de una edad después
de la cual no hay otra. Ese es el momento en que es posible poseer
completamente una vida entera, nuestra vida, ver con tranquilidad el trascurso del
tiempo, de nuestro tiempo, la consecuencia final de lo que hemos elegido ser,
año tras año, lo que pretendemos ser para siempre.
Buenos
días.
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