jueves, 27 de mayo de 2021

Una finalidad.

         “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

        Viendo la forma con la que llovía el domingo a primera hora, no creo que durante un viaje me hubiera quedado sin pedalear, lo que hubiera sido un error pues llovió mucho unas horas más tarde, pero estamos en casa y las cosas se ven distintas, seguramente porque lo son.

Por culpa de la lluvia nos quedamos sin excursión, pero no llueve “para” que nos quedemos en casa. Si creyera esto último estaría concediendo a las nubes algo así como una voluntad o intención.

La verdad es que no tengo muy claro para qué llovió el domingo, se porque lo hizo, pero claro, no es lo mismo. Estoy casi seguro de que no llovió para que nos quedáramos en casa.

Cuando pensamos e imaginamos un viaje o lo estamos realizando, lo hacemos por algún motivo, nuestros actos, desde los más insignificantes hasta los más decisivos, están ordenados con diversos fines, sin los cuales carecerían de sentido, se volverían absurdos y no nos permitirían disfrutarlos en su totalidad: de igual forma, el mundo, y dentro de él el conjunto de nuestra vida, debe tener y tiene una finalidad, aunque esa finalidad no pueda ser la nuestra, sino la de una voluntad o designio que nos sobrepasa de modo completo y abrumador, y que por eso mismo es objeto de fe.

Muchas personas afirman no creer en esa voluntad, aunque, es sencillo comprobar cómo se sustituye rápidamente por algún otro objeto de fe: el progreso, la ciencia, una clase social, el destino de un pueblo, y tantos más. Al parecer, nuestra psique necesita creer que el mundo tiene un sentido, es decir, una finalidad, atribuible a uno u otro ente superior, pues sin ella la vida humana se vuelve como una tierra sin cultivar, insoportablemente angustiosa.

Esto nos plantea un problema: el de si esa necesidad psíquica da lugar a una verdad o a una ilusión. Si fuera lo último, nuestra psique necesitaría, para seguir viviendo, engañarse sobre su propia realidad y la del mundo.

Parece ser, dicen, que nuestro cerebro segrega sustancias parecidas a la morfina u otras drogas, necesarias, aunque en cantidades mínimas, para mantener su funcionamiento "sano". Si la producción es demasiado baja, aparecen las depresiones, con esa sensación de "angustia vital", de absurdo del mundo. La cuestión sería: ¿dónde está la verdad, en la imagen provocada de algún modo por esas sustancias suavemente alucinógenas, o en la que percibimos en condiciones profundamente depresivas?

Para muchas personas la respuesta se encuentra en la segunda, en que nos encontramos en un mundo absurdo, angustioso y sin ninguna finalidad, lo que nos llevaría a la autodestrucción. Es de suponer que están equivocados, pero no parece fácil demostrarlo.

Buenos días.

No hay comentarios: