martes, 31 de marzo de 2020

El meu somriure.

“La imparcialitat és un nom pompós per a la indiferència, que és un nom elegant per a la ignorància.” (G. K. Chesterton) 


Desseté dia de la quarantena i nou rècord, esta vegada de morts, un desastre a què encara no se li veu el final. Paciència, i com diu el refrany: “No hi ha mal que cent anys dure ni cos que ho resistisca”.
Passarà, segur, però mentrestant el COVID – 19 m'ha llevat les trobades i les rialles dels cafés de mitja vesprada i el contacte físic, m'ha llevat les reunions, els passejos amb bicicleta i eixir a córrer.
M'ha robat moltes coses i ho comprenc, m'ha parat en sec. Hi ha un bé més gran que eixa felicitat superficial que em donen eixes xicotetes coses. Eixa felicitat d'estar jo bé, sense problemes, eixe afany meu per tindre, per fer, per aconseguir. Eixe somni tan humà, tan de terra.
El coronavirus m'ho ha llevat tot de colp. I m'ha portat a cuidar-me per a cuidar a altres. I jo estic content. Perquè si alguna cosa no pot llevar-me és l'alegria i l'esperança. No pot aconseguir que la meua vida perda el seu sentit. No pot, obligant-me a quedar-me a casa que perda el meu somriure.
No ha pogut parar l'arribada de la primavera, ni apagar els aplaudiments per als que estan donant la seua vida per salvar altres vides. No pot, tampoc, anul·lar la meua escassa creativitat per a ocupar alguna hora a escriure les “Bona Nit”. No pot aombrar el meu ànim.
Continuaré contant coses, somiant els meus somnis i preparant les meues il·lusions. Lluitaré, resistiré, venceré. No sols jo, sinó espere que tots.


M'alçaré feliç demà. I tornaré a disfrutar d'un altre dia de la meua vida de què no haurà desaparegut el somriure dels meus llavis i sentiré que la vida creix cada vegada amb més força en el meu interior.
I quan açò acabe, estos problemes m'hauran fet més lliure i més ple, potser hauré aprés alguna cosa nova. M'hauré acostumat a estar amb mi mateix. Sense pors ni aclaparaments, perquè la soledat d'estos dies no és mala companyia, encara que ens obliguen a ella. I sentiré que sóc més vell, o potser més jove. Però més savi a la fi si he sabut enfrontar-me a les meues pors.
En fi, ací estic, en este suposat mal somni que és esta vida que Déu m'ha donat. Esta vida i no una altra. I eixe Déu a què a vegades increpe, o suplique esperança, eixe mateix Déu és el que dibuixa un somriure en el meu rostre perquè done esperança en esta nit. I siga jo un més dels que repetisca que el bé sempre venç al mal.

Bona Nit.

Con una sonrisa.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Decimoséptimo día de la cuarentena y nuevo récord, esta vez de muertos, un desastre al que aún no se le ve el final. Paciencia, y como dice el refrán: “No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista”.
Pasará, seguro, pero mientras tanto el COVID – 19 me ha quitado los encuentros y las risas de los cafés de media tarde y el contacto físico, me ha quitado las reuniones, los paseos en bicicleta y salir a correr.
Me ha robado muchas cosas y lo comprendo, me ha parado en seco. Existe un bien más grande que esa felicidad superficial que me dan esas pequeñas cosas. Esa felicidad de estar yo bien, sin problemas, ese afán mío por tener, por hacer, por lograr. Ese sueño tan humano, tan de tierra.
El coronavirus me lo ha quitado todo de golpe. Y me ha llevado a cuidarme para cuidar a otros. Y yo estoy contento. Porque si algo no puede quitarme es la alegría y la esperanza. No puede conseguir que mi vida pierda su sentido. No puede, obligándome a quedarme en casa que pierda mi sonrisa.
No ha podido parar la llegada de la primavera, ni apagar los aplausos para los que están dando su vida por salvar otras vidas. No puede, tampoco, anular mi escasa creatividad para ocupar alguna hora en escribir las “Buenas Noches”. No puede ensombrecer mi ánimo. Continuaré contando cosas, soñando mis sueños y preparando mis ilusiones. Lucharé, resistiré, venceré. No solo yo, sino espero que todos.
Me levantaré feliz mañana. Y volveré a disfrutar de otro día de mí vida del que no habrá desaparecido la sonrisa de mis labios y sentiré que la vida crece cada vez con más fuerza en mi interior.


Y cuando esto termine, estos problemas me habrán hecho más libre y más pleno, quizás habré aprendido algo nuevo. Me habré acostumbrado a estar conmigo mismo. Sin miedos ni agobios, pues la soledad de estos días no es mala compañía, aunque nos obliguen a ella. Y sentiré que soy más viejo, o quizás más joven. Pero más sabio al fin si he sabido enfrentarme a mis miedos.
En fin, aquí estoy, en este supuesto mal sueño que es esta vida que Dios me ha dado. Esta vida y no otra. Y ese Dios al que a veces increpo, o suplico esperanza, ese mismo Dios es el que dibuja una sonrisa en mi rostro para que dé esperanza en esta noche. Y sea yo uno más de los repita que el bien siempre vence al mal.

Buenas Noches.

lunes, 30 de marzo de 2020

No puede ser verdad.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Decimosexto día de la cuarentena por culpa del COVID – 19, el virus continua propagándose y causando muertes, mostrándonos lo mejor y lo peor de las personas.
Y si el otro día ya me escandalizaba por la supuesta utilización de los respiradores por el criterio de la edad, lo de Holanda y Bélgica es bastante peor, y para mí es un escándalo seleccionar los enfermos de coronavirus por la edad, incluso antes de que sus hospitales estén llenos.
He visto las declaraciones del doctor Frits Rosendaal, jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, y miembro de la Real Academia holandesa de Ciencias y Arte, con muchas condecoraciones y reconocidos méritos. Este médico, muy conocido en Holanda y que ahora batalla contra el coronavirus, comenta cómo se siguen en Holanda los internamientos hospitalarios por el virus Covid-19, al tiempo que critica el modo de hacer de Italia y España.
Dijo el doctor: “En Italia, la capacidad de las UCI se gestiona de manera muy distinta. Ellos admiten a personas pacientes que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana”. No entiende cómo en estos países del sur de Europa admiten a “personas viejas en la UCI”. 


¿Holanda no hospitaliza a débiles y ancianos con el fin de dejar espacio a las personas jóvenes? ¿Lo atribuye a una diferencia cultural entre Holanda y los países latinos?  No puede ser, esto no puede ser verdad ni estar sucediendo en Europa.
Dicho de otra manera: como los puestos de la UCI son limitados para los enfermos, lo mejor es dejar a los “viejos” que pasen el virus en su casa (con todos los síntomas febriles, tos y obstrucción pulmonar y toda su debilidad), y la UCI reciba a quienes tiene “vida por delante”. Estas manifestaciones son un claro parecido a lo que hubiera hecho el régimen nazi: una selección de personas, entre niños y mayores, entre jóvenes y “viejos”.
Me gusta pensar, como dije el otro día, que son solo opiniones y que no puede ser una norma gubernamental, claro que, en Holanda como en Bélgica, se aplica desde hace años la eutanasia, según las autoridades, “voluntaria”. 
Los mayores, en aquellos países, espero que no sean objeto de “descarte” y que no sean nunca tratados como una mercancía caducada a la que hay que tirar (eso sí, con respeto, dicen) al cementerio.
Espero y deseo que sea una noticia falsa, un bulo, pues de lo contrario tenemos mucho trabajo que hacer en los Países Bajos.  

Buenas Noches.

domingo, 29 de marzo de 2020

"Esperar contra toda esperanza"

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Decimoquinto día de la cuarentena: buen día en lo meteorológico pero no tan bueno en lo que tiene que ver con el COVID – 19, en fin paciencia pues seguro que saldremos de esta pero también seguro que no vamos a salir bien.
Nuestros políticos tomaron las decisiones clave para esta epidemia un poco tarde por intereses políticos más que sanitarios, y esto nos esta causando más problemas de los que serian necesarios. Estos días estoy leyendo opiniones sobre el virus que ojala no hubiera leído, pues fueron unas exageradas, otras eran un bulo y en todo caso se trataban de noticias no confirmadas que me han dado algún que otro dolor de cabeza y me han llenado de preocupación.
No hay necesidad de exagerar las cosas ni menospreciarlas pues la realidad de los datos es por sí misma bastante seria. Lo que necesitamos es la verdad y también necesitamos que nos den un poco de esperanza. Lo que se está haciendo en las redes sociales cuando se exageran las cosas y se difunden mentiras es muy grave y tal vez debería ser, si no lo es, delictivo. 


Tampoco encuentro bien atribuir esta epidemia a la voluntad castigadora de Dios por nuestros muchos pecados, aunque a los difusores de esta teoría parece que sólo les interesan los pecados que tienen que ver con la sexualidad o el aborto. Tengo que decir que pecados, epidemias y catástrofes han existido desde siempre. Por cierto, hablando de males y de malos, los malos son esa gente que en La Línea apedrearon a un autobús con ancianos enfermos.
No es fácil mantener la esperanza en circunstancias difíciles. Y por eso, me gustaría recordar que el Dios cristiano es el Dios de la esperanza, que ama a todos por igual. Repito a todos por igual. A los cristianos se nos anima a “esperar contra toda esperanza”. Y es que la verdadera esperanza es esperar contra toda esperanza.

Buenas Noches.

sábado, 28 de marzo de 2020

La ilusión por vivir.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Decimocuarto día de la cuarentena: al menos hemos podido disfrutar del sol durante algunas horas, lo que ha permitido hacerlo más llevadero después de ver que hemos vuelto a tener otro día más de récords. 
En cierta manera estamos teniendo suerte con la cuarentena, pues nunca se le ha ofrecido a las personas, al menos en el mundo occidental, un cantidad tan grande de posibilidades para acceder a cualquier tipo de actividad sin salir de casa, los medios tecnológicos nos lo permiten y los estamos aprovechando.
Sin embargo, de aquí la paradoja, cuando tenemos tantas posibilidades para distraernos, resulta que veo a mucha gente que se aburre. Pero la explicación que le encuentro es sencilla. Lo que nos aburre no es la falta de opciones sino la falta motivación, no se quiere nada. Generalmente se busca el remedio para esa desgana en excitaciones rápidas y artificiales, cuyo efecto se apaga muy pronto.
Tal vez se deba a demasiado bienestar, demasiadas posibilidades, demasiadas facilidades y mucho tiempo libre, pero yo no creo que sea lo único que provoca esta situación. Lo que a muchos les falta es el modo de cómo emplear ese bienestar y este tiempo libre. Esta sociedad alienta todos nuestros deseos, pero se descuida al no enseñarnos el buen uso de los bienes que deseamos. Aquí puede residir el punto principal del problema.
El mundo moderno nos presenta lo necesario y lo superfluo; lo útil y lo perjudicial; lo mejor y lo peor. Lo único en lo que no podemos fallar es en la responsabilidad de la elección.
Nuestra vida se alimenta de ilusiones, por lo general pequeñas, menudas, a las cuales les damos poca importancia. Creo que sin ellas la vida se convierte en una monótona repetición de actos que al final nos llevan al aburrimiento. Esas menudas ilusiones con las que contamos, que nos mantienen tensos y en expectativa, que nos ayudan a seguir viviendo, introducen una especie de atracción hacia la vida. 
Van marcando nuestros días: tenemos ilusión por ver una parte de nuestro entorno, por mirar unos árboles, por pasear por el campo, por la hora de la comida, por tomar una taza de café, por ver a una persona, estar con ella, hablarle y que nos hable. Deseamos todo eso, dando por supuesto que algunas de esas ilusiones se cumplirán, con alguna diferencia respecto a otras.
La cuestión es que estas ilusiones son repetidas, con periodicidad más o menos frecuente. Contamos con que volverán. Lo que hacemos todos los días, parece que lo vamos a poder seguir haciendo todos los días, es decir, siempre.


Pero sabemos que es un engaño, porque sabemos que no será “siempre”; pero contar con que será mañana nos calma la angustia y nos permite gozar de cada día, vivir con cierta tranquilidad.
Pero hay otras ilusiones que son más grandes que nos acompañan de manera permanente, son las que solemos llamar las “causas de vivir” y que muy poca gente identifica con la ilusión por vivir. Pues bien, estas ilusiones tienen aún más influencia en nuestra vida pues suelen ser para siempre, no solo para ahora, como un placer intenso, sino que tienen que tener una continuidad que no termine.
La persona ilusionada que siempre tiene motivos para no aburrirse cuenta, de una forma o de otra, con esta ilusión por vivir, y esto nos lleva inexorablemente al horizonte último de la vida, a la expectativa de su perpetuidad, cualquiera que sea la tonalidad de esta.
Me pregunto si es posible, salvo excepciones, la vida ilusionada en una época que intenta quitar del horizonte la mortalidad, sin dejar siquiera al otro lado un signo de interrogación.

Buenas Noches.

viernes, 27 de marzo de 2020

El binomio libertad – seguridad.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Día decimotercero de la cuarentena: todo sigue igual de mal, incluso el tiempo no mejora, en fin continuaremos con nuestra libertad limitada aunque es mi libertad la que me permite quedarme en casa.
No se si os habréis dado cuenta pero uno de los problemas que se presentan a casi todos los gobiernos, mínimamente democráticos, es el binomio libertad – seguridad. El precio que se debe pagar por la seguridad es la libertad, en esto creo que estaremos todos de acuerdo, y viceversa: a mayor libertad menos seguridad. No siempre es fácil encontrar el punto de equilibrio.
Todos sabemos que nuestros padres, para salvar nuestra seguridad nos limitaban nuestra libertad. Esto es un hecho tan viejo como el mundo. Siempre ha sido así y así seguirá siendo. Si razonamos llegaremos a la conclusión que la libertad es una cualidad esencial del ser humano, o sea, que podríamos decir, que sin ella no somos seres humanos. Ya supondréis que no me refiero a los niveles más superficiales de la libertad. Un hombre puede ser libre incluso estando en la cárcel. Ejemplos hay muchos incluso en el Quijote.
En general, las personas solemos limitar la libertad de las personas a las que queremos, precisamente por preservar su seguridad. Y esto sigue un proceso decreciente en la medida en que la persona a la que amamos va avanzando en edad en el caso de los hijos y en responsabilidad según la va adquiriendo.
Si nos paramos un momento nos daremos cuenta que la seguridad de los niños pequeños exige que no se tengan en cuenta sus deseos, por ejemplo, cuando se quieren dar un atracón de dulces. Y, a medida que el niño crece vemos que va conquistando mayores espacios de libertad, que, idealmente, deberían corresponderse con un crecimiento en la responsabilidad.
Con esto lo que quiero decir es que reconocer y respetar la libertad del otro no es asunto fácil. Cada uno de nosotros llevamos dentro de nosotros un pequeño dictador, y ese dictador intenta continuamente que su modo de ver la vida prevalezca sobre el de los demás. Cuantas veces no habremos dicho eso de: “es por tu propio bien”.
Cuando unos padres traen al mundo a sus hijos lo tienen que hacer con todas las consecuencias. Un hijo no es un pelele, sino un ser dotado de inteligencia y voluntad, un ser capaz de plantarle cara, de apartarse de sus padres y hasta de oponerse a sus planes. Esto crea a los padres, en el orden intelectual, un problema que parece imposible de resolver: ¿cómo es posible ajustar la posibilidad que tiene un hijo de rechazar a sus padres con la voluntad de estos de hacer lo mejor para ellos? No es posible eliminar ninguna de las dos partes de la alternativa, que se presenta como disyuntiva excluyente: o es esto o lo otro, pero no los dos.
Le doy libertad porque le quiero, porque estoy seguro de su responsabilidad pero esa libertad se puede volver contra mí y no por eso debo dejar de quererle, es muy complicado de aceptar, pero es así. Por eso es tan complicado aceptar que puede existir alguien que nos ame y que nos respete hasta tal punto que se arriesgue a darnos libertad. 


De ahí lo complicado de entender la libertad que nos ha sido dada, y lo necesario que es saber hacia donde dirigir nuestra libertad, tenemos que saber que podemos elegir hacer las cosas bien o no. Ya se que ahora me diréis eso que se dice tantas veces; “todo es según el color del cristal con que se mira”. Pues bien, me vais a permitir que corrija un poco esa expresión: donde dice “es” pondremos “creemos que es”. La realidad presenta muchas perspectivas y no podemos abarcarlas todas. Lo que a nosotros se nos presenta como inconciliable puede no serlo. En cualquier caso, lo que podemos decir del conocimiento humano es que es limitado, falible y fragmentario.
Hay cosas bien hechas y mal hechas y hay que aceptarlo, hay que someterse a las cosas bien hechas para respetar esa libertad, es imposible abolir todas las normas o leyes que nos lleven hacia el bien, y aunque lo intentáramos siempre nos quedarían como minino dos: la ley de la gravedad y la ley del más fuerte. No tenemos que ver las normas y las leyes justas como algo que limita nuestra libertad, sino precisamente como algo que la hace posible. Son las leyes, precisamente, lo que permite al ser humano acceder a la vida en sociedad.
Más aún, son las normas justas lo que posibilita que podamos ser hombres libres. Y esto en varios sentidos. Uno de ellos: donde no hay ley impera la ley del más fuerte. Sin ley, no tengo capacidad de optar y, por tanto, de ejercer mí libertad. Y ahí reside el riesgo.

Buenas Noches.

jueves, 26 de marzo de 2020

Alegría.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Duodécimo día de cuarentena, todo sigue igual salvo que he podido disfrutar de unos momentos de sol, un sol tibio pero suficiente para alegrarme un poco más el día.
Por cierto, se me paso ayer hacer la relación entre el autentico optimista y la alegría, un tema interesante que sin duda tratare en otra ocasión. Hoy voy a dejar de lado al optimista y me centrare en la alegría necesaria para pasar este problema.
Ya se que no parece un buen momento para hablar de alegría, más bien para llorar pues estamos sencillamente en una situación alarmante y no estamos precisamente para tirar cohetes a la vista de los pronósticos, en fin, no voy a continuar por este camino porque, sería como para decirme: alegría, ¿de qué?
De la alegría de la que quiero hablar tiene que ver poco con reírse, es una alegría más honda. Una vez leí que amar es alegrarse y, es verdad, por eso la alegría tiene tanto que ver con nuestra capacidad de servicio. Me parece que fue Tagore quien escribió; "Yo dormía y soñé que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era la alegría". Esta es la alegría a la que me refería.
Esta es una visión de la alegría que tiende a ser olvidada como tal, especialmente en estos días, pero el optimismo es la primera premisa para llevar a termino nuestros proyectos, y la alegría, la primera para una agradable y próspera convivencia con todo lo que nos rodea.
Esta claro que es imprescindible, como dije ayer, que estas actitudes se deben de fundamentar sobre la realidad, es decir, no es feliz el que se evade del mundo y vive en su burbuja de ilusiones falsas. 


Me gustaría pensar que todos los médicos, enfermeras, trabajadores de los servicios hospitalarios y todos los que están haciendo posible que estemos enfrentándonos al coranavirus, se sienten alegres cuando terminan su jornada de trabajo y saben que han servido a los demás, que se sientan alegres por su labor de servicio.  
A menudo la sociedad nos vende alegría por los cuatro costados, dando a nuestros sentidos “gato por liebre”, tirándonos al barranco de las sensaciones, perdiéndonos en sentir o experimentar impulsivamente sin ningún trasfondo, y al final de todo, no encontramos nada.
El sufrimiento, forma parte irrevocable de nuestra condición humana, y saber vivir en él es señal de comprender su sentido, en el que a través de la comprensión se llega a encontrar la más sincera alegría. Pese a lo misterioso que resulte, que el sufrimiento es un camino difícil, muy difícil, pero en el que no se abandona la alegría.
Pues sufrimiento y felicidad no son antónimos, pese a que hoy se nos presenten como tales. 
Me voy a dormir con alegría, con la alegría de saber que quedandome en casa cumpliendo la cuarentena estoy ayudando a los demás y que mi sacrificio no va a ser gratuito. 
Buenas Noches.

miércoles, 25 de marzo de 2020

El auténtico optimista

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Undécimo día de cuarentena, continuamos resistiendo sin salir de casa y esperando dejar de batir récords con la epidemia de COVID-19.
No nos queda otra que ser optimistas en caso contrario lo vamos a pasar muy mal, y de lo que se trata es de pasarlo bien. Además si somos pesimistas vamos a hacerlo pasar mal a los que nos rodeen y es un deber hacer que lo demás lo pasen bien.
No se trata de ser optimista sencillamente porque sí, o yendo contra la realidad, o contra lo que es evidente. No hay que ser ingenuos pues ser optimista no es una actitud ante la vida para hacerla más fácil; tampoco es algo innato que tienen algunas personas, ni es una cualidad más del carácter.
Podemos ser optimistas de varias maneras, por ejemplo; puedo pensar que vivo en el mejor de los mundos y por lo tanto me quedo tranquilo como estoy o puedo pensar que no estoy en el mejor de los mundos, por tanto, tengo que mejorarlo. Como bien sabemos no estamos en el mejor de los mundos, pero precisamente por eso, debemos empeñarnos en arreglarlo y lograr que las cosas mejores.
Una de las cosas que caracteriza a los hombres es poder añadir alguna perfección a las cosas que existen y así también se mejora a sí mismo. Por consiguiente, es absolutamente imposible, sería una contradicción, que el hombre existiera en el mejor de los mundos posibles. Precisamente por eso, el primer optimista es indefiniblemente un pesimista.
Es optimista aquél que sostiene que no estamos en el mejor de los mundos posibles, pero que podemos mejorarlo y, al tratar de perfeccionarlo también nosotros mejoramos. En cambio, es contradictorio, y por tanto, una forma de pesimismo, admitir que estamos en el mejor de los mundos, porque en ese caso, el hombre, insisto, no tendría nada que mejorar y por consiguiente tampoco podría tener ningún proyecto.
Me doy cuenta de que también puede suceder que se pueda pensar: no estamos aún en el mejor de los mundos posibles, por lo tanto, hay cosas mejorables; y si nos tomamos en serio la tarea, mejoraremos, pero no podemos empeorar, porque el hombre es un ser llamado a mejorar.
Bien, pues este pensamiento, aunque parezca raro, también es pesimista, es progresista. El progresista, en el fondo, se confunde con un optimista. Tanto el mundo como el hombre son mejorables, pero también es verdad que una característica del ser humano es que puede mejorar o que puede empeorar. 


El hombre puede mejorar, pero ese perfeccionamiento no es necesario. Puede ir hacia un mundo mejor, pero también hacia un mundo peor. Aceptar esta última tesis es propio del optimista auténtico que nos brinda la posibilidad de mejorar; en cambio admitir que la mejora es inevitable o necesaria es una postura determinista que desconoce la auténtica unidad del hombre qué se cifra, justamente, en que es un ser libre.
Sin libertad, el hombre no puede ser autor de sus actos. Un ser libre es un ser que aporta su acción, que puede ser efusivo y que también puede retraerse, puede negarse a añadir algo. Precisamente porque es libre, el hombre es un sistema abierto. Esto significa que su dinamismo oscila entre un culminar y un decaer.
Es verdaderamente optimista el que acepta estas dos cosas: Que el hombre definitivamente no vive en el mejor de los mundos posibles y que tampoco es todo lo bueno que puede llegar a ser él mismo. Ya esto se añade que siendo posible mejorar, también es posible empeorar. ¿Por qué?. Porque tanto el mejorar como el empeorar son obras de la libertad, no son procesos necesarios. Es mucho mejor que sea obra de la libertad porque es señal de que el hombre es libre.
Si al hombre se le amputa la libertad caemos en el pesimismo. Es tan profunda la vocación del hombre a ser libre, es tan profunda su necesidad de vivir en libertad, es una exigencia humana tan fuerte, que si al hombre se le quita la libertad, se le quita también la ilusión. Un hombre que no es libre se entrega al destino, se entrega a la fatalidad, abdica de ser el protagonista, resulta un ser humano esclavo.
Es optimista quien sabe que libremente puede ir a más, pero también sabe que, libremente, si emplea mal la libertad, puede ir a menos.
Existe mucha gente que no quiere ser libre porque tienen miedo a la libertad. Hay muchas personas que preferirían que todo estuviera predeterminado para no tener que correr ningún riego, porque en el fondo, el miedo a la libertad no es más que eso, miedo al riesgo, temor al fracaso.
En fin, vamos a ser auténticos optimistas ante el COVD-19.

Buenas Noches. 

martes, 24 de marzo de 2020

La muerte ya ha sido vencida.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Décimo día de cuarentena, todo sigue igual, ni siquiera el sol nos hecha una mano, en fin, paciencia y como dije ayer, esperanza.
Al ver la cantidad de noticias que llevan en su titular cualquier palabra referida a la muerte, crónicas te todo tipo que llevan en su argumento la muerte de muchas personas, me da la impresión que nos habíamos olvidado de su presencia.
Cuando era joven, la muerte, estaba más presente, en el día a día, y no me refiero solo a la muerte de animales domésticos a los que veíamos morir en manos de nuestra madre; gallinas, conejos y cerdos. Me refiero también a la muerte de personas, nuestra religión católica nos lo recordaba y nos lo recuerda continuamente con los mártires y con la Semana Santa, la vida cotidiana estaba llena.
Sin embargo, desde hace varias décadas la muerte ha desaparecido casi en su totalidad de la vida social y del pensamiento, y según mi opinión el motivo es que esta sociedad nueva no encontraba una respuesta al enigma de la muerte y nada resulta más incomodo para una sociedad que tener un enigma y no tener la respuesta.
¿Qué se hizo? Si las preguntas sobre la muerte no encontraban respuestas adecuadas a la vida moderna, la única solución es esquivar la pregunta. Se nos mostraron cómo los avances curarían tantas enfermedades, nos aliviarían tantos padecimientos y retrasarían tanto la muerte que no valía la pena que nos preocupásemos de ella. En realidad, lo que de verdad ha sucedido y, con éxito, es esconder la muerte.


La gente ya no muere en sus casas, sino en habitaciones aisladas de blancas paredes, de forma aséptica y donde no molestan mucho. Además, podemos imaginarnos que no sufren, porque si hace falta se les seda o se les eutanasia como si fueran animales. Finalmente, en vez de enterrarse, se incineran higiénicamente y sus cenizas se esparcen y olvidan, de modo que nadie tenga que sufrir molestos recuerdos de su propia mortalidad. En esta sociedad progresista la muerte no puede existir o, al menos, no puede ser muy visible.
Y ahora, de repente, la epidemia del COVID 19 nos muestra con toda su crudeza que la muerte esta presente en todos los lugares. No se trata simplemente del número total de muertos, que es grande, pero inferior en magnitud al de otras causas de muertes cotidianas, como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. La epidemia, sin embargo, ha sido inesperada, rápida y brutal, literalmente está amontonando los muertos en los hospitales y ha forzado a gran parte del mundo a encerrarse, contemplarla por televisión y hablar de ella.
¿Cuál es el problema que se le presenta a este mundo progresista? Qué no se puede ignorar y que exige nuestra atención continua.
Estoy seguro que cuando todo esto termine en unos meses lo habremos olvidado, pero al menos por ahora nos obliga a recordar la propia muerte y la muerte de los que están a nuestro alrededor. Las ilusiones se derrumban y, con temblor, sospechamos que quizá pueda ser que a lo mejor posiblemente algún día no muy lejano también nosotros nos muramos. Quizá, solo quizá, pero un quizá basta para echar por tierra todo el mundo que nos hemos construido. Si nos morimos, es que no somos dioses. La consecuencia es que nos encontramos frente a frente con nuestra propia muerte y nuestro final.
La buena noticia, sin embargo, es que aunque sabemos que la muerte existe, también sabemos que no hay que tenerle miedo, porque la muerte ya ha sido vencida.

Buenas Noches. 

lunes, 23 de marzo de 2020

Esperanza.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Décimo día de cuarentena, más de una semana sin salir de casa y todo esta bien, aunque que nos brillara el sol no creo que sea demasiado pedir y a los mediterráneos nos alegraría el día, vamos a ver si mañana podemos disfrutar de esa luz tan reparadora que nos aporta el astro rey.
Todos ya tenemos claro que la cuarentena como mínimo hará honor a su nombre y nos vamos a ir a los cuarenta días, es por eso que vamos a tener mucho tiempo a nuestra disposición, por eso esta reclusión va a significar un antes y un después en nuestras vidas y, tal vez comencemos a darnos cuenta de lo que de veras es lo que vale la pena en nuestra vida.
Es posible, que la evidencia de lo que nos está pasando nos convenza de que todo en esta vida no vale, no todo da igual, tal vez empecemos a darnos cuenta de que nuestra sociedad, esta forma de vivir, no puede cambiar, si cada uno de nosotros no empieza a cambiar ya. A lo mejor aprendemos a valorar más y a no desperdiciar la vida de cada día, y nos planteamos de otra manera esas leyes crueles y suicidas como la del aborto y la que se prepara de la eutanasia.
Todo esto pasara, se repite constantemente, a los que no recuerden que es la virtud cristiana de la esperanza les viene bien y a los que creemos saberlo tampoco está de más que lo recordemos. La esperanza salva, la desesperanza asfixia el alma... y también el cuerpo.  Tengo la convicción plena de que lo que tenemos que preguntarnos, en medio de esta tormenta inesperada, como dije hace días es; ¿Para qué nos puede servir, qué lecciones vitales imprescindibles tenemos que sacar?  


 Escribo desde hace días triste, preocupado y por eso no veo otra salida que reconocer, con verdadera humildad, nuestra condición humana, tan evidentemente limitada, y confiar en la virtud cristiana de la esperanza, que nos da una herramienta más superar esta crisis sanitaria.

Buenas Noches.

domingo, 22 de marzo de 2020

Paciencia.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Noveno día de cuarentena, y todo parece indicar que vamos a estar bastante tiempo en casa, después de la intervención de Sánchez esta tarde vamos a tener que llenarnos de paciencia, de mucha paciencia.
Una de los valores que más habíamos olvidado es sin duda el de la paciencia, pues estábamos en un mundo donde los avances tecnológicos, la facilidad en las comunicaciones, la permanente conectividad, el afán de producir, la necesidad de competir y otros factores más, hicieron que viviéramos a un ritmo vertiginoso en el que reinaba la prisa y lo urgente, lo que ha hecho que nos alejáramos de ese valor que resulta necesario y que no es otro que la paciencia.
Tenemos por tanto que recordar lo que es y lo que significa la paciencia, tenemos que volver a tener autodominio cuando no podamos controlar la situación o cuando la cuarentena va a durar mucho más de lo que pensábamos, tendremos que hacer un esfuerzo para ser pacientes que es lo mismo que estar serenos y ser tolerantes frente a este problema que se nos ha presentado. 

Ahora nos toca esperar, soportar sin alterarnos esta situación tan molesta, tenemos que tener perseverancia y esperar el tiempo que sea necesario. En estos días, sobre todo, la paciencia, además de ser un valor, es una forma de vida en donde debemos tener serenidad y autocontrol. Es también fortaleza para aceptar con calma todos los trastornos que el coronavirus nos pone.
Si conseguimos tener paciencia estos días será más difícil que realicemos alguna acción que pueda complicarnos un poco más la situación o no solucionar nada. Veremos con más claridad nuestro problema y la mejor manera de solucionarlo.
En fin, tengamos paciencia y, así afrontaremos estas semanas de una manera más optimista, tranquila y llena de armonía.

Buenas Noches.

sábado, 21 de marzo de 2020

El criterio de la edad

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Octavo día de cuarentena, todo continua igual menos el número de infectados que cada vez que lo miro me asusto más, por lo demás tranquilidad.
He visto algunas informaciones que me dan que pensar y que creo no trasmiten la realidad. Me refiero a la escasez de respiradores y de camas en la UCI, y que se priorizaran los medios a los más jóvenes, y creo que no es así, no es una cuestión de edad es una cuestión de evaluar las probabilidades de supervivencia.
No entiendo ese interés en hacer hincapié en la edad para tomar una decisión, que espero no se le presente a nadie nunca. Pienso que los médicos tienen claro que un enfermo de 80 años en perfectas condiciones y uno de 60 con una patología asociada grave no hay que valorarlos simplemente por la edad. Hay que priorizar. Y estoy seguro que en todo caso nunca se va a abandonar al otro paciente. No esta de más que reflexionemos sobre nuestras ideas sobre las personas mayores.
Uno de los desafíos más grandes a los que se enfrenta el hombre es enfrentarse a las situaciones límite con sabiduría y fortaleza, dando testimonio del sentido de la vida, del amor y de sensibilidad ante el dolor de los demás. El principio de justicia, comprendido como el deber de asistir con igualdad de consideración y respeto implica que la persona mayor es igual a cualquier otro ser humano en dignidad y debe ser tratado acorde con sus derechos.
Es un deber ético no discriminar a nadie por motivo de edad. La pretensión de adoptar el criterio de la edad como condición para el ahorro de recursos y dar a entender que primero hay que garantizar que todos los jóvenes “tengan derecho” a llegar a ser viejos y solo después de estar asegurado ese derecho se debería atender a las necesidades de los más viejos, es un método que se encuentra en las antípodas de una sociedad solidaria. 


En una sociedad solidaria, a los jóvenes les deberíamos enseñar que han sido educados y mantenidos por las personas mayores, teniendo ahora el derecho de recibir la atención que se merecen. Una sociedad solidaria tendría la obligación de devolver a sus mayores su inmensa atención al cuidado de las familias y de los hijos. Tendría, también, que conservar la vida como un bien preciado sin discriminar ciertas calidades de vidas como preferibles a otras.
Y hay que volver una vez más a recordar que la dignidad de la persona humana no admite la forma de discriminación por la edad, la clase social o la condición ideológica. Siempre será injustificable que la persona mayor, por el hecho mismo de serlo, se vea privada de una determinada terapia o medicación cuando la necesita.
La dignidad humana no debe basarse en ningún caso en la edad.

Buenas Noches. 

viernes, 20 de marzo de 2020

¿Para qué?

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Séptimo día de cuarentena. Ya hace una semana que no salgo de casa, y en ella se me ha marchado la maratón de Boston y ese viaje a Nordkapp empieza también a alejarse. Boston ya no volverá, al menos para mí. Nordkapp de momento se mueve, espero que no lo haga demasiado pues según todas las opiniones cruzar el círculo polar ártico y adentrase en él durante quince días, y salir en otros quince  empieza a hacerse complicado si es agosto y si te desplazas en bicicleta. Al menos es un final de viaje muy diferente y habría que cambiar una parte del material.


Nos vamos a poner a ello dentro de unos días, pero lo más inmediato es el coronavirus y todas las preguntas que sin duda nos hacemos; ¿Por qué el coronavirus, cuáles son sus causas y efectos? Podéis buscar la respuesta en un biólogo o en un médico, tampoco estaría mal consultar a un psicólogo o a un economista. Pues yo no tengo ninguna de esas respuestas puesto que no me pregunto “¿por qué? si no me concentro más en “¿para qué? ya que la respuesta está a la vista, la vemos en todos los actos de solidaridad que nos están inundando estos días, la repuesta debe ser para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo.
Parece ser que hemos vuelto a descubrir el amor, porque nos damos cuenta de lo valiosas que son nuestras relaciones, basadas en el cuerpo. Y es que el COVID 19 es una amenaza para nuestra vida común. Por su culpa tenemos miedo a estar juntos, a obrar juntos, nos aislamos...pero por contraste aprendemos a la vez el gran bien que está amenazado. Pues experimentamos que no tenemos vida si no es vida juntos. Que no podemos florecer como individuos solitarios, sino sólo como miembros de una familia, escuela, barrio... El virus desenmascara la mentira del individualismo y atestigua la belleza del bien común.
Y así después de unos días de aislamiento volvemos a descubrir el amor. También porque padecemos como nuestro el sufrimiento y la angustia de los otros. El dolor nos une. En cierto modo nos hemos contagiado todos del virus, porque se ha contagiado nuestro pueblo, nuestra región, nuestro mundo. Vienen tiempos duros para muchas personas, para los ancianos, para los más débiles. Y ese dolor ampliará entre nosotros los actos de amor al prójimo.
El aislamiento al que nos obliga el coronavirus nos permitirá razonar sobre la gran pregunta sobre el “para qué” de todo. El virus, al amenazar nuestra vida y la de quienes amamos, nos lleva a hacernos otra pregunta sobre el secreto último de está vida y de este amor. ¿Cuál es su origen y destino? Parece, que tendremos muchos días para encontrar una respuesta.

Buenas Noches. 

jueves, 19 de marzo de 2020

Sobreviviré.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Sexto día de cuarentena, y ya va siendo hora de ir sacando la artillería, así que junto al café voy a sacar esa canción que junto con el “Nessum dorma” más veces me a ayudado a terminar una maratón, no es otra que el “I will survive” (sobreviviré) de  Gloria Gaynor, ya se que el “resistiré” del Dúo Dinámico es casi el himno de la resistencia al coranavirus, pero a mí, la que a acompañado durante muchos de los últimos kilómetros de una maratón a sido este casi himno de la Maratón de New York, y espero que su estribillo me acompañe en los últimos días de la cuarentena: “¿Pensaste que me derrumbaría? ¿Pensaste que me metería en la cama y moriría? Oh no, no yo, yo sobreviviré, oh, mientras sepa como amar, sé que seguiré con vida. Tengo toda mi vida por vivir, y tengo todo mi amor por dar, y yo, sobreviviré, sobreviviré” 


Sobreviviremos. Ni enrocarse ni ir a la defensiva. La mejor defensa es un buen ataque, y ahora, ese ataque debe ser rápido y apremiante. La pregunta que hoy ha de interpelarnos no es “si sabremos sobrevivir”, sino si sabremos “vivir con lo que hemos aprendido”.
Según la teoría de la evolución expuesta por Darwin, los seres vivos se adaptan a su entorno para sobrevivir. Pero no todos se adaptan por igual, lo que determina que sólo los más fuertes sobrevivan, conforme a la llamada selección natural.
Esto, trasladado al hombre, nos da esa famosa expresión de "adaptarse o morir", como consigna para sobreponerse a las condiciones adversas, para sacar la cabeza fuera del agua si ha subido su nivel. También es famosa la idea que Lampedusa puso en la mente de su personaje, el Príncipe de Salina, en 'El Gatopardo', cuando se convenció de que todo tenía que cambiar para que todo siguiera igual, en aquel caso, sus privilegios.
Se necesita hacer este tipo de reflexiones cuando estamos de lleno en una crisis que sin duda va a cambiar nuestra forma de ver el mundo. Al margen de que, como decía San Ignacio de Loyola, no sea bueno hacer mudanza en tiempos de tribulación, lo cierto es que algo habrá que hacer cuando todo parece cambiar a nuestro alrededor, hasta el punto de sentir una presión vital que nos impide decir o actuar en algún sentido. Ante los acontecimientos que nos envuelven, no son pocos los que recurren al lema de "adaptarse o morir", con la idea de superar este trance desagradable sin perder lo que les parece más importante, por lo general la comodidad a la que se está acostumbrado.
Según mi forma de ver las cosas esta actitud no sólo resulta cobarde, sino que, a la postre, no da los resultados apetecidos. Suelo recordar que el hombre no es un simple animal condicionado por sus instintos, sino un ser diferente a todos los otros por poseer razón y libertad, dones que proporcionan un sentido a su vida que no sólo se realiza en el mero respirar, comer y dormir, sino que requiere la elaboración de un proyecto de vida y luchar por él a lo largo de todos sus años.
Por este motivo me atrevería a afirmar que adaptarse, en los tiempos que corren, no asegura la supervivencia, salvo que nos consideremos animales que busquemos únicamente a nuestras necesidades más elementales. Porque si el hombre es un ser racional y libre, aspira a vivir conforme a la verdad que le es posible conocer, y no sólo al albur de las circunstancias. Éstas no pueden ser impedimento para desarrollar nuestro proyecto de vida, sobre todo cuando incluyen la inversión total de lo que supone el ser humano, de su realidad y su sentido.
Adaptarse no es una solución en las presentes circunstancias, el que de verdad desee sobrevivir deberá optar por la firmeza, por anclar su voluntad en el respeto a la verdad y aguantar el chaparrón. Tampoco se trata de recluirse, de obviar el entorno y transigir con que los cambios que me niego personalmente a aceptar colonicen el resto del mundo.
Nada de silencio, por tanto, nada de ocultamiento, sino confianza en que el peso de la verdad es suficiente, no es preciso imponerla, ni es el camino. Sólo si somos capaces de proponer la verdad aseguraremos nuestra supervivencia.

Buenas Noches.