miércoles, 25 de marzo de 2020

El auténtico optimista

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Undécimo día de cuarentena, continuamos resistiendo sin salir de casa y esperando dejar de batir récords con la epidemia de COVID-19.
No nos queda otra que ser optimistas en caso contrario lo vamos a pasar muy mal, y de lo que se trata es de pasarlo bien. Además si somos pesimistas vamos a hacerlo pasar mal a los que nos rodeen y es un deber hacer que lo demás lo pasen bien.
No se trata de ser optimista sencillamente porque sí, o yendo contra la realidad, o contra lo que es evidente. No hay que ser ingenuos pues ser optimista no es una actitud ante la vida para hacerla más fácil; tampoco es algo innato que tienen algunas personas, ni es una cualidad más del carácter.
Podemos ser optimistas de varias maneras, por ejemplo; puedo pensar que vivo en el mejor de los mundos y por lo tanto me quedo tranquilo como estoy o puedo pensar que no estoy en el mejor de los mundos, por tanto, tengo que mejorarlo. Como bien sabemos no estamos en el mejor de los mundos, pero precisamente por eso, debemos empeñarnos en arreglarlo y lograr que las cosas mejores.
Una de las cosas que caracteriza a los hombres es poder añadir alguna perfección a las cosas que existen y así también se mejora a sí mismo. Por consiguiente, es absolutamente imposible, sería una contradicción, que el hombre existiera en el mejor de los mundos posibles. Precisamente por eso, el primer optimista es indefiniblemente un pesimista.
Es optimista aquél que sostiene que no estamos en el mejor de los mundos posibles, pero que podemos mejorarlo y, al tratar de perfeccionarlo también nosotros mejoramos. En cambio, es contradictorio, y por tanto, una forma de pesimismo, admitir que estamos en el mejor de los mundos, porque en ese caso, el hombre, insisto, no tendría nada que mejorar y por consiguiente tampoco podría tener ningún proyecto.
Me doy cuenta de que también puede suceder que se pueda pensar: no estamos aún en el mejor de los mundos posibles, por lo tanto, hay cosas mejorables; y si nos tomamos en serio la tarea, mejoraremos, pero no podemos empeorar, porque el hombre es un ser llamado a mejorar.
Bien, pues este pensamiento, aunque parezca raro, también es pesimista, es progresista. El progresista, en el fondo, se confunde con un optimista. Tanto el mundo como el hombre son mejorables, pero también es verdad que una característica del ser humano es que puede mejorar o que puede empeorar. 


El hombre puede mejorar, pero ese perfeccionamiento no es necesario. Puede ir hacia un mundo mejor, pero también hacia un mundo peor. Aceptar esta última tesis es propio del optimista auténtico que nos brinda la posibilidad de mejorar; en cambio admitir que la mejora es inevitable o necesaria es una postura determinista que desconoce la auténtica unidad del hombre qué se cifra, justamente, en que es un ser libre.
Sin libertad, el hombre no puede ser autor de sus actos. Un ser libre es un ser que aporta su acción, que puede ser efusivo y que también puede retraerse, puede negarse a añadir algo. Precisamente porque es libre, el hombre es un sistema abierto. Esto significa que su dinamismo oscila entre un culminar y un decaer.
Es verdaderamente optimista el que acepta estas dos cosas: Que el hombre definitivamente no vive en el mejor de los mundos posibles y que tampoco es todo lo bueno que puede llegar a ser él mismo. Ya esto se añade que siendo posible mejorar, también es posible empeorar. ¿Por qué?. Porque tanto el mejorar como el empeorar son obras de la libertad, no son procesos necesarios. Es mucho mejor que sea obra de la libertad porque es señal de que el hombre es libre.
Si al hombre se le amputa la libertad caemos en el pesimismo. Es tan profunda la vocación del hombre a ser libre, es tan profunda su necesidad de vivir en libertad, es una exigencia humana tan fuerte, que si al hombre se le quita la libertad, se le quita también la ilusión. Un hombre que no es libre se entrega al destino, se entrega a la fatalidad, abdica de ser el protagonista, resulta un ser humano esclavo.
Es optimista quien sabe que libremente puede ir a más, pero también sabe que, libremente, si emplea mal la libertad, puede ir a menos.
Existe mucha gente que no quiere ser libre porque tienen miedo a la libertad. Hay muchas personas que preferirían que todo estuviera predeterminado para no tener que correr ningún riego, porque en el fondo, el miedo a la libertad no es más que eso, miedo al riesgo, temor al fracaso.
En fin, vamos a ser auténticos optimistas ante el COVD-19.

Buenas Noches. 

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