“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Quinto día de cuarentena, esto da miedo, en todo el día
no he visto y no he querido mirar las cifras del coronavirus, hace un momento
lo he hecho y me he quedado helado. Ya no se si es mejor estar oyendo las
noticias o olvidarlas y dejar pasar las horas y los días, aunque lo que me más
me preocupa son las semanas.
“¡No tengáis miedo!”. No es una frase bonita, ni un deseo
ingenuo por mi parte, ni una huida de la realidad, sino algo mucho más
profundo, se trata del grito confiado de alguien que sabe bien de donde viene
el miedo. Al final, de alguna forma, todo miedo es miedo a la muerte. Tenemos
miedo, vivimos con miedo, cuando la muerte se nos hace presente en nuestra
vida. No es de extrañar.
“¡No tengáis miedo!”. Estoy seguro que no es una
expresión nueva ni es la primera vez que la escucháis, tal vez os suene más:
“No tengas miedo”, “No temas”. Y ahora más que nunca no hay que tener miedo.
Esta expresión debe ser, posiblemente, uno de los gritos
más esperanzadores y revolucionarios del mundo, que se debate entre la angustia
y los miedos hacia un virus que nos esta cambiando la vida.
Lo insinuaba ayer, el miedo juega un papel desalentador y
destructor, por eso hemos de librar una batalla contra el miedo a que nos salga
mal esta lucha. Hay más personas
debilitadas por el temor de lo que uno puede imaginarse, por eso mismo, ya que
nos han enseñado a saber fracasar, a no arredrarse ante el miedo, a no dejarse
bloquear, es ahora cuando con más fuerza que nunca hay que gritar: “¡No tengáis
miedo!”.
El miedo no es un mal en sí mismo. Frecuentemente es la
ocasión para revelar un valor y una fuerza insospechados. Sólo quien conoce el
temor sabe qué es el valor. Se transforma verdaderamente en un mal que consume
y no deja vivir cuando, en vez de estímulo para reaccionar y resorte para la
acción, pasa a ser excusa para la inacción, algo que paraliza. Cuando se
transforma en ansia.
Voy a dejar de describir nuestros miedos de distinto tipo
y voy a intentar ver cuál es el remedio para vencer nuestros temores. El
remedio lo podría resumir en una sola palabra: confianza. La misma confianza
que tiene un niño con su padre, la raíz de los temores de un niño es
encontrarse solo, ese miedo a ser abandonado. Y nosotros sabemos que no vamos a
ser abandonados por nuestro padre, tenemos esa seguridad.
Pero, no podemos sin embargo dejar el tema del miedo en
este punto. Resultaría poco próximo a la realidad. Si volvemos al niño, veremos
que un padre lo primero que quiere es librarlo de los temores y hará lo
imposible para que así sea. Pero no tiene un solo modo para hacerlo; tiene dos:
o le quita el miedo del corazón o le ayuda a vivirlo de una manera nueva, más
libremente, haciendo de ello una ocasión de superarse y ser mejor.
Elijamos el modo que queramos o mejor los dos y que, el
miedo, especialmente el de la muerte, tenga el poder de levantarnos en vez de
deprimirnos, de hacernos más atentos a los demás, más comprensivos; en una
palabra, más humanos.
Buenas Noches.
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