sábado, 7 de marzo de 2020

Gobierno de coalición.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 


Como todos los viernes unas “Buenas Noches” que se dan ya avanzada la noche, pero es lo que hay, el fin de semana lo comienzo los viernes por la tarde.
He vuelto de cenar y antes de irme a dormir he realizado un rápido repaso a las noticias de los principales medios de comunicación digitales, que vienen a ser los mismo que el de los principales periódicos de papel, que mañana podremos comprar y leer en los kioscos, al menos los que yo suelo repasar.
Continúa el coronavirus siendo el protagonista principal, así que he tenido que bajar bastante en las webs para encontrar algo más, la posible crisis dentro del gobierno de coalición es lo que me ha llamado la atención. 
Es un problema que aparecerá en algunas ocasiones más y que es normal cuando uno de los integrantes de la coalición está tan “ideologizado”, cuando la ideología es tan fuerte en una formación política suele encubrir una alarmante escasez de ideas, que habitualmente se reducen a un rótulo o etiqueta, casi siempre sin contenido real y que en muchos casos bordea la estupidez.
Es cierto que un gobierno tiene una orientación política determinada, un estilo, un repertorio de problemas a los que le concede primacía; en suma, a una orientación de la vida pública durante el periodo que dure en el poder. Si tuviéramos una memoria histórica apreciable, podríamos comparar, y esto es un recurso decisivo para el funcionamiento de la democracia.
Llevamos ya los suficientes años de democracia para tener experiencia, y poder recordar los resultados de anteriores legislaturas para sacar conclusiones. Sabemos lo que han dicho y lo que han prometido en la campaña electoral, por lo que no nos debe extrañar que surjan roces dentro del gobierno.
Pero todo esto, con ser importante, es relativamente secundario. Tras unas elecciones, España emprende una nueva trayectoria, que ciertamente se puede modificar o rectificar, pero que da una imagen determinada del país en que vamos a vivir. Hay que preguntarse si coincide o no, y en qué medida, con lo que entendemos por esa realidad de que estamos hechos y con la cual vamos a realizar nuestras vidas personales. Nos vamos a sentir "cómodos" en esa configuración, o acaso vamos a experimentar la extraña e inquietante situación de que aquello es "ajeno" o se está enajenando.
Al mirar hacia adelante, al anticipar el futuro, ¿sentimos un horizonte abierto, un camino que deseamos seguir, que puede ser "nuestro", o sentimos temor de entrar en "tierra extraña"? Esto es lo decisivo, lo que verdaderamente hay que tener en cuenta, más allá de los intereses particulares, de las cuestiones que directamente nos afectan. Mucho más que todas ellas nos concierne la imagen total de nuestra nación, el "argumento" que va a tener, que nos parece prometedor e ilusionante o suscita temor o repulsión.
Todo lo demás, que hay que tener en cuenta, queda en segundo plano, porque esa figura global es la que va a condicionar todos los demás aspectos y les va a conferir un sentido al que podemos sumarnos con entusiasmo y tranquilidad de conciencia, o con inquietud y sospecha de error.
Y todavía hay que añadir una consideración más, delicada y de la máxima importancia. Es lícita la adscripción a un partido, la preferencia por uno o por otro, la diversidad de valoraciones. Con tal de que no se olvide la significación de la palabra "partido", que exige la pluralidad. Quiero decir que el que pertenece a un partido o lo prefiere a otros tiene que saber que convive con personas que tienen distintas preferencias, que tienen derecho a que su opinión cuente y tenga un grado aceptable de validez. Hay que asegurar la convivencia con los demás, con todos los que comparten el país común. Por tanto, es condición inexcusable la "apertura", la condición no excluyente. Un partido que pretende eliminar a los demás, que intenta dejarlos fuera de la convivencia, es por eso mismo rechazable.
El criterio que debe dominar es que el partido que ostente el poder, en cuyas manos se va a poner la vida colectiva, no signifique la marginación de los demás. Es frecuente, y en principio deseable, que un partido tenga que contar con otros, apoyarse en ellos. Las mayorías "absolutas" tienen evidentes riesgos, sobre todo si el que las consigue tiene cierta propensión a sentirse "partido único" y depositario permanente, acaso definitivo, del poder.
Puede ser deseable que el partido que gobierna se apoye en otros, tenga socios. Con una condición, sin la cual todo eso se invalida: que no sean "socios desleales". Si lo son, si van "a lo suyo", si no tienen interés por el conjunto, por la totalidad de que están hechos, el resultado puede ser precario o desastroso. 
Buenas Noches.

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