“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Décimo
día de cuarentena, todo sigue igual, ni siquiera el sol
nos hecha una mano, en fin, paciencia y como dije ayer, esperanza.
Al ver la cantidad de noticias que llevan en su titular
cualquier palabra referida a la muerte, crónicas te todo tipo que llevan en su
argumento la muerte de muchas personas, me da la impresión que nos habíamos
olvidado de su presencia.
Cuando era joven, la muerte, estaba más presente, en el
día a día, y no me refiero solo a la muerte de animales domésticos a los que veíamos
morir en manos de nuestra madre; gallinas, conejos y cerdos. Me refiero también
a la muerte de personas, nuestra religión católica nos lo recordaba y nos lo recuerda
continuamente con los mártires y con la Semana Santa, la vida cotidiana estaba
llena.
Sin embargo, desde hace varias décadas la muerte ha
desaparecido casi en su totalidad de la vida social y del pensamiento, y según
mi opinión el motivo es que esta sociedad nueva no encontraba una respuesta al
enigma de la muerte y nada resulta más incomodo para una sociedad que tener un
enigma y no tener la respuesta.
¿Qué se hizo? Si las preguntas sobre la muerte no
encontraban respuestas adecuadas a la vida moderna, la única solución es
esquivar la pregunta. Se nos mostraron cómo los avances curarían tantas
enfermedades, nos aliviarían tantos padecimientos y retrasarían tanto la muerte
que no valía la pena que nos preocupásemos de ella. En realidad, lo que de
verdad ha sucedido y, con éxito, es esconder la muerte.
La gente ya no muere en sus casas, sino en habitaciones
aisladas de blancas paredes, de forma aséptica y donde no molestan mucho. Además,
podemos imaginarnos que no sufren, porque si hace falta se les seda o se les
eutanasia como si fueran animales. Finalmente, en vez de enterrarse, se
incineran higiénicamente y sus cenizas se esparcen y olvidan, de modo que nadie
tenga que sufrir molestos recuerdos de su propia mortalidad. En esta sociedad
progresista la muerte no puede existir o, al menos, no puede ser muy visible.
Y ahora, de repente, la epidemia del COVID 19 nos muestra
con toda su crudeza que la muerte esta presente en todos los lugares. No se
trata simplemente del número total de muertos, que es grande, pero inferior en magnitud
al de otras causas de muertes cotidianas, como el cáncer y las enfermedades
cardiovasculares. La epidemia, sin embargo, ha sido inesperada, rápida y
brutal, literalmente está amontonando los muertos en los hospitales y ha
forzado a gran parte del mundo a encerrarse, contemplarla por televisión y
hablar de ella.
¿Cuál es el problema que se le presenta a este mundo
progresista? Qué no se puede ignorar y que exige nuestra atención continua.
Estoy seguro que cuando todo esto termine en unos meses
lo habremos olvidado, pero al menos por ahora nos obliga a recordar la propia
muerte y la muerte de los que están a nuestro alrededor. Las ilusiones se
derrumban y, con temblor, sospechamos que quizá pueda ser que a lo mejor
posiblemente algún día no muy lejano también nosotros nos muramos. Quizá, solo
quizá, pero un quizá basta para echar por tierra todo el mundo que nos hemos
construido. Si nos morimos, es que no somos dioses. La consecuencia es que nos
encontramos frente a frente con nuestra propia muerte y nuestro final.
La buena noticia, sin embargo, es que aunque sabemos que
la muerte existe, también sabemos que no hay que tenerle miedo, porque la
muerte ya ha sido vencida.
Buenas Noches.
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