martes, 24 de marzo de 2020

La muerte ya ha sido vencida.

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Décimo día de cuarentena, todo sigue igual, ni siquiera el sol nos hecha una mano, en fin, paciencia y como dije ayer, esperanza.
Al ver la cantidad de noticias que llevan en su titular cualquier palabra referida a la muerte, crónicas te todo tipo que llevan en su argumento la muerte de muchas personas, me da la impresión que nos habíamos olvidado de su presencia.
Cuando era joven, la muerte, estaba más presente, en el día a día, y no me refiero solo a la muerte de animales domésticos a los que veíamos morir en manos de nuestra madre; gallinas, conejos y cerdos. Me refiero también a la muerte de personas, nuestra religión católica nos lo recordaba y nos lo recuerda continuamente con los mártires y con la Semana Santa, la vida cotidiana estaba llena.
Sin embargo, desde hace varias décadas la muerte ha desaparecido casi en su totalidad de la vida social y del pensamiento, y según mi opinión el motivo es que esta sociedad nueva no encontraba una respuesta al enigma de la muerte y nada resulta más incomodo para una sociedad que tener un enigma y no tener la respuesta.
¿Qué se hizo? Si las preguntas sobre la muerte no encontraban respuestas adecuadas a la vida moderna, la única solución es esquivar la pregunta. Se nos mostraron cómo los avances curarían tantas enfermedades, nos aliviarían tantos padecimientos y retrasarían tanto la muerte que no valía la pena que nos preocupásemos de ella. En realidad, lo que de verdad ha sucedido y, con éxito, es esconder la muerte.


La gente ya no muere en sus casas, sino en habitaciones aisladas de blancas paredes, de forma aséptica y donde no molestan mucho. Además, podemos imaginarnos que no sufren, porque si hace falta se les seda o se les eutanasia como si fueran animales. Finalmente, en vez de enterrarse, se incineran higiénicamente y sus cenizas se esparcen y olvidan, de modo que nadie tenga que sufrir molestos recuerdos de su propia mortalidad. En esta sociedad progresista la muerte no puede existir o, al menos, no puede ser muy visible.
Y ahora, de repente, la epidemia del COVID 19 nos muestra con toda su crudeza que la muerte esta presente en todos los lugares. No se trata simplemente del número total de muertos, que es grande, pero inferior en magnitud al de otras causas de muertes cotidianas, como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. La epidemia, sin embargo, ha sido inesperada, rápida y brutal, literalmente está amontonando los muertos en los hospitales y ha forzado a gran parte del mundo a encerrarse, contemplarla por televisión y hablar de ella.
¿Cuál es el problema que se le presenta a este mundo progresista? Qué no se puede ignorar y que exige nuestra atención continua.
Estoy seguro que cuando todo esto termine en unos meses lo habremos olvidado, pero al menos por ahora nos obliga a recordar la propia muerte y la muerte de los que están a nuestro alrededor. Las ilusiones se derrumban y, con temblor, sospechamos que quizá pueda ser que a lo mejor posiblemente algún día no muy lejano también nosotros nos muramos. Quizá, solo quizá, pero un quizá basta para echar por tierra todo el mundo que nos hemos construido. Si nos morimos, es que no somos dioses. La consecuencia es que nos encontramos frente a frente con nuestra propia muerte y nuestro final.
La buena noticia, sin embargo, es que aunque sabemos que la muerte existe, también sabemos que no hay que tenerle miedo, porque la muerte ya ha sido vencida.

Buenas Noches. 

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