“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Décimo
día de cuarentena, más de una semana sin salir de casa y
todo esta bien, aunque que nos brillara el sol no creo que sea demasiado pedir
y a los mediterráneos nos alegraría el día, vamos a ver si mañana podemos
disfrutar de esa luz tan reparadora que nos aporta el astro rey.
Todos ya tenemos claro que la cuarentena como mínimo hará
honor a su nombre y nos vamos a ir a los cuarenta días, es por eso que vamos a
tener mucho tiempo a nuestra disposición, por eso esta reclusión va a
significar un antes y un después en nuestras vidas y, tal vez comencemos a
darnos cuenta de lo que de veras es lo que vale la pena en nuestra vida.
Es posible, que la evidencia de lo que nos está pasando
nos convenza de que todo en esta vida no vale, no todo da igual, tal vez
empecemos a darnos cuenta de que nuestra sociedad, esta forma de vivir, no
puede cambiar, si cada uno de nosotros no empieza a cambiar ya. A lo mejor
aprendemos a valorar más y a no desperdiciar la vida de cada día, y nos planteamos
de otra manera esas leyes crueles y suicidas como la del aborto y la que se
prepara de la eutanasia.
Todo esto pasara, se repite constantemente,
a los que no recuerden que es la virtud cristiana de la esperanza les viene
bien y a los que creemos saberlo tampoco está de más que lo recordemos. La
esperanza salva, la desesperanza asfixia el alma... y también el
cuerpo. Tengo la convicción plena de que lo que tenemos que preguntarnos,
en medio de esta tormenta inesperada, como dije hace días es; ¿Para qué nos
puede servir, qué lecciones vitales imprescindibles tenemos que sacar?
Escribo desde hace
días triste, preocupado y por eso no veo otra salida que reconocer, con
verdadera humildad, nuestra condición humana, tan evidentemente limitada, y
confiar en la virtud cristiana de la esperanza, que nos da una herramienta más superar
esta crisis sanitaria.
Buenas Noches.
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