“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Octavo
día de cuarentena, todo continua igual menos el número de
infectados que cada vez que lo miro me asusto más, por lo demás tranquilidad.
He visto algunas informaciones que me dan que pensar y
que creo no trasmiten la realidad. Me refiero a la escasez de respiradores y de
camas en la UCI, y que se priorizaran los medios a los más jóvenes, y creo que
no es así, no es una cuestión de edad es una cuestión de evaluar las probabilidades
de supervivencia.
No entiendo ese interés en hacer hincapié en la edad para
tomar una decisión, que espero no se le presente a nadie nunca. Pienso que los
médicos tienen claro que un enfermo de 80 años en perfectas condiciones y uno
de 60 con una patología asociada grave no hay que valorarlos simplemente por la
edad. Hay que priorizar. Y estoy seguro que en todo caso nunca se va a
abandonar al otro paciente. No esta de más que reflexionemos sobre nuestras
ideas sobre las personas mayores.
Uno de los desafíos más grandes a los que se enfrenta el
hombre es enfrentarse a las situaciones límite con sabiduría y fortaleza, dando
testimonio del sentido de la vida, del amor y de sensibilidad ante el dolor de
los demás. El principio de justicia, comprendido como el deber de asistir con igualdad
de consideración y respeto implica que la persona mayor es igual a cualquier
otro ser humano en dignidad y debe ser tratado acorde con sus derechos.
Es un deber ético no discriminar a nadie por motivo de
edad. La pretensión de adoptar el criterio de la edad como condición para el
ahorro de recursos y dar a entender que primero hay que garantizar que todos
los jóvenes “tengan derecho” a llegar a ser viejos y solo después de estar
asegurado ese derecho se debería atender a las necesidades de los más viejos, es
un método que se encuentra en las antípodas de una sociedad solidaria.
En una sociedad solidaria, a los jóvenes les deberíamos
enseñar que han sido educados y mantenidos por las personas mayores, teniendo
ahora el derecho de recibir la atención que se merecen. Una sociedad solidaria
tendría la obligación de devolver a sus mayores su inmensa atención al cuidado
de las familias y de los hijos. Tendría, también, que conservar la vida como un
bien preciado sin discriminar ciertas calidades de vidas como preferibles a
otras.
Y hay que volver una vez más a recordar que la dignidad
de la persona humana no admite la forma de discriminación por la edad, la clase
social o la condición ideológica. Siempre será injustificable que la persona
mayor, por el hecho mismo de serlo, se vea privada de una determinada terapia o
medicación cuando la necesita.
La dignidad humana no debe basarse en ningún caso en la
edad.
Buenas Noches.
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