“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Viernes
13 de marzo de 2020, muy mal día, han aplazado la maratón de Boston para el 14
de septiembre o lo que es lo mismo la han suspendido para mí, seguramente ya no
correré esos 42195
metros , en fin que le vamos a hacer. Si el día empezaba
mal ha terminado peor, el Gobierno de España ha decretado a partir de mañana el
estado de alarma por culpa del coronavirus.
Dos
hechos que de ninguna de las maneras hubiera imaginado cuando empezó este 2020,
cuando entre los proyectos para este nuevo años tenía la maratón de Boston, el
viaje al Cabo Norte así como el Camino de Santiago. El primero ya esta fuera,
el segundo corre un serio peligro y el tercero espero con ilusión que no tenga
ningún problema.
Tengo
que decir que al principio infravalore un poco el coranavirus o como se le esta
llamando también Covid-19, y veo que ya ha cambiado mi vida y me esta
suponiendo varios problemas añadidos.
A mi juicio, hemos entrado en una nueva fase, lo que está
pasando estos días no es un hecho transitorio sino un acontecimiento, algo que va
a marcar sin medias tintas un antes y un después.
Lo primero que tendríamos que hacer es reconocer la
importancia de este acontecimiento. Obviamente, como todo acontecimiento dramático,
el segundo paso es una cuestión de la confianza, hace falta fiarse de algo. Ante
un caso epidemiológico, lo que se impone es la medicina: de los médicos hay que
esperar que la política, la economía y la sociedad tomen sus consejos para el
bien común porque es de naturaleza médica lo que está sucediendo.
Lo que pasa esos días es un hecho sanitario y debemos
mirar a los médicos con simpatía y disponibilidad. Lo digo porque creo que
estos días, en los que se han dicho tantas cosas muestran en pocas palabras dos
resultados nada desdeñables. Por un lado, estamos viendo como tenemos una
economía que no esta pensada para el hombre. Por primera vez desde la caída del
muro de Berlín, se tiene que elegir entre la salvaguarda del propio sistema económico,
financiero y productivo, y la supervivencia concreta de la gente.
Es verdad que no es la primera vez en que nos enfrentamos
a esta disyuntiva, pero en el pasado siempre ha habido algún espejismo ideológico
que nos impedía ver lo que estaba en juego. Eso ya no existe. Es evidente que
cerrar un país o una región significa claramente condenar económicamente a la
zona que se cierra, pero también está claro que una economía que fracasa porque
debe detenerse para salvar vidas humanas es una economía que ya ha fracasado
porque está en contra de lo humano, contra el motivo por el que nació: el bien
de todos.
Cuando acaben estos meses, serán nuestras ganas de vivir lo
que volverá a poner en marcha la economía, igual que – al final de cada día –
es nuestro deseo de vida y de decir sí al futuro lo que hace de ese día un
tiempo vivido y no un tiempo perdido. Será nuestro sacrificio, nuestra voluntad
para atender con seriedad, sobriedad y humildad todas las indicaciones sanitarias
y civiles que se nos den para que el ataque de este virus llegue a ser el
inicio de algo nuevo, el camino para poder volver a empezar, para descubrirnos
en el fondo cambiados, más sinceros, más alegres, más libres y más dispuestos a
sacrificarnos.
Buenas Noches.
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