viernes, 31 de julio de 2020

Datos.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 


Para los que les gusten los números, los detalles, los datos, en fin, para los que gustan de la información ahí están las ocho etapas y los números de nuestra salida del julio. 


12/07/2020. Pego - Camping Bungalows Mariola. Distancia: 75,260 km. Media: 12,5 km/h. 


13/07/2020. Camping Bungalows Mariola – Camping El Tranquilo. Distancia: 80,450 km. Media: 16,9 km/h.


14/07/2020. Camping El Tranquilo – Camping Los Viveros. Distancia: 77,640 km. Media: 16,9 km/h.


15/07/2020. Camping Los Viveros – Aldea Turística El Cañar. Distancia: 58,250 km. Media: 13 km/h.


16/07/2020. Aldea Turística El Cañar – Camping La Rafa. Distancia: 69,850 km. Media: 12,1 km/h.


17/07/2020. Camping El Rafa – Camping La Fuente. Distancia: 85,280 km. Media: 14,1 km/h.


18/07/2020. Camping La Fuente – Camping La Bola. Distancia: 64,880 km. Media: 13,5 km/h.


19/07/2020. Camping La Bola – Pego. Distancia: 97, 580 km. Media: 15,6 km/h.

Estos datos nos enseñan el recorrido y nos dan una idea de la dificultad y del ritmo con que las hicimos. Pero no son suficientes para llegar a una conclusión válida, es decir, verdadera o, por lo menos, muy cercana a la verdad de cómo fue.

Faltan datos, temperatura, desniveles… pero, aunque los tuviéramos solo tendríamos la capacidad de emitir un juicio basado en una acumulación de datos, y cada uno de los que lean estos datos puede deducir una cosa distinta.

En realidad, acumular datos e informaciones, no garantiza un acercamiento a como fueron esas etapas o como serian si las volviéramos a hacer, y a pesar de esto, es una labor que se tiene que hacer, realizar una tarea de análisis no es fácil.

Pero si sabe escoger bien y calibrar los datos desde la experiencia que tengamos en este tipo de viajes en bicicleta, ganaremos en seguridad, que es lo que hace valioso y útil que todos estos datos sirvan para algo.

Buenos Días.


miércoles, 29 de julio de 2020

Sencillez


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).


Con demasiada frecuencia me complico y también se me complica la vida, pero no solo la vida, también cualquier cosa que intento hacer o que estoy haciendo, y eso que soy partidario de las cosas sencillas, de hacer las cosas fáciles y sencillas.
Todos sabemos lo que quiero decir al referirme a la sencillez de las cosas, pero la pregunta surge si me planteo si es posible en una sociedad tan complicada como la actual, ser y actuar sencillamente. Y es que la sencillez es justo lo contrario de complicado. Un problema se considera sencillo cuando se puede resolver con facilidad. Esto lo tenemos todos prácticamente claro, y por eso mi reflexión me gustaría que se dirigiera a la sencillez como cualidad de la persona que es un poco más difícil de comprender. Sobre todo, por lo complicada que es nuestra sociedad.
Dicho lo cual, hay que pensar que nos ha tocado vivir en una sociedad que es elogiada y celebrada por muchos porque nos ofrece las grandes ventajas que son características del llamado estado del bienestar, o sea: ingresos suficientes para cubrir las necesidades básicas con holgura, disponibilidad de recursos económicos para una vida doméstica confortable, abundancia de medios tecnológicos, acceso gratuito o a muy bajo costo a servicios esenciales (educación, sanidad, transporte) y a las actividades de ocio y tiempo libre, etc.
Hay que decir también que este modelo social ha recibido y recibe numerosas y severas críticas que señalan con acierto muchos de sus grandes inconvenientes a saber: materialismo, hedonismo, deterioro de los ambientes naturales, consumismo, despersonalización, individualismo, etc. Mucho y muy variado hay hablado y escrito al respecto. Según vayamos poniendo la atención en unas cosas u otras, se han ido poniendo un número no pequeño de etiquetas para caracterizarlas: sociedad tecnológica, informatizada, del confort, del ocio, igualitaria, individualista, intercultural, globalizada, materialista, postmoderna, posthumanista, etc.
Aceptando lo que de verdad puedan tener estas y otras denominaciones, hay un rasgo que me parece que es común con todas ellas y en el que yo ahora quiero poner toda mi atención. Ese rasgo es el de la complicación. Estas sociedades nuestras “avanzadas”, se dice, con dudoso acierto, son sociedades complejas, es decir, complicadas.
Todo, absolutamente todo, está interconectado y todo muy elaborado. No deja de ser una paradoja llamativa el hecho de que para hacer la vida más fácil y llevadera haya habido que hacerlo todo mucho más complejo que en épocas precedentes. Hoy es complicado el mundo de la familia, del trabajo, de la educación, de las leyes, del gobierno, de la cultura, del transporte, la gastronomía, el deporte, las relaciones internacionales... En una sociedad así, la sencillez no tiene un lugar claro, donde hacerse visible.
Entiendo la objeción de quien piense que, a pesar de todo, bendita complicación porque dentro de este panorama laberíntico hay bondades evidentes, sobre todo cuando se compara nuestro presente con el pasado de hace solo unas décadas, o bien con la actualidad de países africanos, asiáticos o de algunas regiones de América. La objeción la encuentro bien pero solo la admito si al tenerla en cuenta, se tiene en cuenta también el alto precio que supone mantener estos logros y este cuestionable bienestar, que, si lo es, lleva consigo un pesado fardo de peros. Porque si los logros a favor del hombre son evidentes, también son evidentes las muchas las facturas a pagar, y algunas bien dolorosas.
Lo que quiero es poner ahora mi atención en el tema de la complicación, y en el momento en que lo hago resalta con mucha claridad el hecho de que este modelo de sociedad complicada crea un modelo de hombre también complicado. No es difícil de comprender que, si la sociedad es complicada, los que la formamos vamos a ser complicados. A pesar de esto, no creo que deba ser así, pues no creo en los determinismos, tengan el origen que tengan; los hombres somos seres libres y, aunque nuestra libertad esté limitada en todos los frentes, nuestra vida depende fundamentalmente de nuestras decisiones voluntarias. Pero sin saltarme ese principio, hay que reconocer que los modelos de hombre y de sociedad corren parejos.
Una característica general, con la que está de acuerdo mucha gente, que se comparte por todos, es más difícil de percibir que si estuviera presente solo en unos cuantos individuos. He aquí dos de los grandes inconvenientes de vivir en una sociedad complicada: uno, que nos hace complicados; el otro, la falta de percepción de esa complicación.
Existen muchos intentos y propuestas de vida más sencilla, aunque según mi opinión, la sencillez no se logra huyendo de uno mismo ni de la sociedad en que vivimos. Ante la asfixia y el desasosiego que nos puede producir esta sociedad tan compleja, la tentación de la deconstrucción está servida: Demos marcha atrás en el tiempo, volvamos a la vida sencilla, entendiendo por vida sencilla la de épocas pasadas, volvamos atrás. Estas intentonas más o menos utópicas, como el mito de Robinson Crusoe, el naturalismo, el bucolismo, las comunas, la vida en solitario, la autarquía individual o de pequeños grupos en medio del campo, etc. no son la solución.  Las soluciones fugitivas no son sino escapes, huidas en falso que no hacen la vida más sencilla, como mucho la hacen menos artificial. Son planteamientos legítimos, y en muchos casos están movidos por principios serios, con deseos de coherencia, pero no pasan de ser residencias para insatisfechos, mientras el grueso de la sociedad sigue su camino.
¿Hay solución? Por supuesto que sí, pero sea cual sea, no pasa por huir de esta sociedad ni de este mundo, porque no tenemos otro; la solución es tratar de vivir con sencillez en este mundo complicado. Todo un reto, lo sé, pero se puede, porque la sencillez que nos interesa no es la que desprecia la tecnología ni los nuevos inventos, ni se salta costumbres razonablemente establecidas, ni prescinde de las tecnologías que nos facilitan las tareas. La sencillez útil, la que hace bien, la que merece la pena, y por eso hay que buscarla, es la del corazón, que esa se puede lograr siempre, y luego, hasta donde se pueda y sea conveniente, la sencillez en los medios necesarios para vivir, y en los usos y costumbres con los que organizamos y damos estabilidad a la vida.
Buenos Días.

lunes, 27 de julio de 2020

"desde ahora..."


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).


Ya estoy terminando de sacar las conclusiones de la última salida y que ya las puedo dar prácticamente como definitivas, son las que se refieren; al espejo retrovisor, a los mapas, a los desarrollos, a los pedales y a la silla plegable.
El espejo retrovisor que probé en esta salida funciona bien, hace perfectamente su función como yo quería, el otro funcionaba perfectamente sin las alforjas, pero con ellas se perdía mucho campo de visión. Así que se quedará en la bicicleta siempre que circule con las alforjas.
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Mi espejo sin las alforjas es: https://amzn.to/2D5hS9Y.
También utilizo este un poco más pequeño: https://amzn.to/3f2CIE8  
En lo referente a los mapas voy a utilizar los de papel, pues he probado Google Maps y otros como el Windy, el Opencyclemap o el Mapsme y tengo que decir que debido al tamaño de mis cubiertas solo voy a utilizar el Google Maps por dentro de las ciudades y para localizar los supermercados u otros lugares de interés. Todos tienen una tendencia exagerada a mandarme por caminos y pistas que a mi bicicleta no le gustan. Por lo que tengo que añadir al manillar un soporte para el móvil para cuando tenga que usarlo.
Los desarrollos, el casette de piñones que le puse funciona muy bien con la bicicleta cargada, y las rampas en las que puse “pie a tierra” no creo que con otros desarrollos las hubiera subido con comodidad, creo que muchas veces vale la pena parar, descansar y después empujar, que sufrir.
Mi caset definitivo: https://amzn.to/3g4Ogbc
Los pedales sin calas me parecen más acertados con las alforjas, pues me encuentro más cómodo cuando cruzamos por pueblos y ciudades donde nos tenemos que detener continuamente ya sea por semáforos o por paso de peatones, arranco y paro mejor con los pedales libres.
La silla, si tenía dudas de llevarla por el peso y el bulto, con esta salida he terminado de convencerme de que, para mí, es necesaria e imprescindible, la comodidad que conlleva supera los inconvenientes.  
Esta es mi silla: https://amzn.to/32U2ic9
Ya se que es muy difícil por no decir imposible que las cosas sean perfectas, pero yo no pretendo que lo sean, me conformo con un concepto que cada día compruebo que se usa menos; lo irreprochable. 
Intento que el material que me llevo de viaje, así como en otros órdenes de la vida, sean cosas que las pueda aceptar sin pegas, con pleno apego y satisfacción, que cumplan con unas condiciones aceptables, de un modo deliberado o implícito, para que me gusten. Se está renunciando en general a esa exigencia de que algo, personas, instituciones o conductas, sea irreprochable.
Se da por supuesto que las cosas y, lo que parece más grave, las personas no lo son. No se mantiene el deseo, no digamos la exigencia, de que las cosas sean así. Me parece una actitud pesimista, pero no lo ven así los que la practican. Más bien creen que las cosas son así irremediablemente, y que hay que tomarlas como se presentan.  
Se está poniendo de moda una actitud que se puede llamar tolerancia y que consiste en aceptar de que las cosas hayan sido imperfectas, no deseables, afectadas por limitaciones o errores, lo que no las invalida totalmente. Pero esta actitud abierta y comprensiva, no debe impedir un inequívoco matiz de rectificación. Se puede pensar que hay que reconocer y aceptar algo que no está del todo bien, pero de ahora en adelante las cosas se van a hacer bien. Esta actitud apenas la veo en estos días. La nueva forma de tolerancia no incluye la rectificación, es decir, no consiste en la superación en el día de mañana lo que ayer era en alguna medida inaceptable. 


Se está produciendo una renuncia a lo irreprochable, a aquello que produce estimación, adhesión sin reservas, que permite usarlo como base y seguir adelante sin dudas, con la seguridad de que el punto de partida es justo y sólido. Desde ahí nos podemos enfrentar con el porvenir, problemático y dudoso, con diversos caminos abiertos ante nosotros, con la amenaza ineludible del posible error. No existe seguridad ante el porvenir; pero puede haberla respecto al punto de partida; los pies están firmemente en el suelo, en un suelo sólido en el que se puede confiar, desde el cual se pueden dar pasos inciertos.
Lo irreprochable es posible; existe y cuando lo encontramos sentimos una extraña confianza, la impresión de poner los pies en tierra firme, sin temblores ni fisuras. Con el mundo moral, sucede lo mismo, depende de lo que por ser irreprochable nos permite avanzar por situaciones desconocidas, por tierras extrañas, por mares antes nunca navegados.
Nuestra vida nos reclama que tengamos un equilibrio entre lo que es cierto y la inseguridad; pero lo cierto nunca es absoluto y definitivo, siempre debe estar sujeto a revisión, confirmación o rectificación; con lo incierto, que es condición necesaria del futuro, nos enfrentamos en cada momento desde un abanico de certezas que tienen que ser constantemente revalidadas. No puedo decir: esto es seguro porque lo vi una vez con plena claridad; esa claridad tiene que ser renovada en cada instante; las creencias tienen que ser constantemente puestas a prueba, revalidadas.


La conducta humana tiene que estar siempre apoyada en razones -razones vitales- que la aseguren. No se puede vivir del crédito de lo que alguna vez se ha visto con claridad; hay que renovarla si se quiere vivir con lucidez, con la certeza que proporcionan las convicciones puestas a prueba en cada momento y que resisten a todo intento de demolición.
Nos olvidamos con demasiada frecuencia que existe una gran posibilidad en las personas: la de decir “desde ahora…”
Buenos Días.

domingo, 26 de julio de 2020

¡Ay el amor!


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 

Soy propenso, cada cierto tiempo, a recapacitar sobre la esencia de eso que llamamos amor, tal vez porque estar enamorado es fundamental para vivir. La cuestión es que esta mañana de san Joaquín y santa Ana, y en pleno “semi confinamiento”, pues según veo el tema del covid-19 pienso que lo mejor vuelve a ser “quedarse en casa”, me he despertado con el amor metido entre “ceja y ceja”. No me refiero a desear a otra persona, me refiero a amarla, que no es lo mismo, es otra cosa, ya que el deseo, muchas veces, lo que en realidad esconde es utilizar, poseer y manipular.  
Frecuentemente cuando las personas nos enamoramos lo hacemos de alguien que al igual que nosotros es persona, pero de otra forma de ser. Me enamoro de otro, en el que admiro su manera distinta ser persona. Lo contrario sería enamorarse de uno mismo. Y si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que es así o así debería ser, me enamoro fundamentalmente de las diferencias.
Por eso, me preocupan todos los movimientos que existen para conseguir que todos seamos iguales y, por tanto, que nos comportemos de manera similar en todo lo que esté relacionado con la efectividad y la sexualidad. Si todos llegamos a ser iguales y no hay “otra forma de ser” no puedo admirar “su manera distinta ser persona”.
Esto me lleva a pensar que, si eso fuera así, si todos llegásemos a ser completamente igual, la gran mayoría de nuestras habilidades emocionales las iríamos perdiendo, pues si de verdad fuésemos iguales, lo único que me importaría del otro sería el sexo. En cambio, lo que sucede es que uno cuando se enamora de una persona lo normal es que la conozca muy poco, y todo lo que desconoce, que por lo general suele ser casi todo, lo pone en positivo. Y esto es fundamental y paradójico si lo pensamos.
Después la vamos conociendo poco a poco y van desapareciendo esas “mariposas” en el estómago que aparecen cada vez que nos vemos, y va aumentando nuestra capacidad de querer al otro como es, con sus virtudes y sus defectos.  
Una confusión que se suele tener y que nos trae muchos problemas y sufrimientos es creerse que sentir esas “mariposas” es amar. Lo que no es verdad.
El enamoramiento del principio nos produce una mutua complacencia, dentro de la cual, a cada uno realmente nos complace ceder amablemente a los deseos del otro. El sutil engaño se encuentra en creer que durante toda nuestra vida disfrutaremos de esa misma complacencia, y que ese mutuo sacrificio surgirá de modo espontaneo y natural a lo largo de toda nuestra vida. Pero la realidad es que cuando el tiempo desgasta ese entusiasmo del principio, es fácil que nos encontremos poco preparados para la verdadera generosidad, que es la que consigue mantener la relación cuando el sentimiento del enamoramiento no acompaña, o acompaña menos.
Sucede en general que, para descubrir la riqueza propia de la otra persona, para conseguir llegar a conocerla y a enamorarse de verdad de ella, y no simplemente desearla, es necesario un trabajo y un esfuerzo grande. Si nuestro enamoramiento se basa demasiado en lo corporal, es fácil que vaya a tener poca consistencia para mantenerse en el tiempo, porque lo corporal es la parte más fugaz de todo lo humano, la parte más volátil, la que más va a sufrir el declive del paso de los años.
Curiosamente cuando amamos nuestra personalidad se amplía, se hace más grande, pues nos alegramos más con la felicidad del otro que con la nuestra. Es meter al otro dentro de nosotros, es hacerlo protagonista fundamental de nuestro proyecto de vida. Ya no seremos los mismos, nuestra libertad queda entonces comprometida, y eso siempre cuesta, porque significa renunciar a muchas cosas, porque el amor templa y modera nuestro egoísmo y nuestros deseos. Porque muchas veces, nuestros deseos no son compatibles con ese amor, deseos que tal vez hasta entonces eran buenos y legítimos, pero ahora ya no lo son.
En cualquier amor, paradójicamente, la clave del éxito está en ese doloroso proceso de purificación de nuestros deseos. Sin duda se trata de una dura prueba, que sirve para poner a prueba nuestra relación y hacerla madurar, una prueba que va a sacar a la luz la calidad del material del que estamos hechos, y que sobre todo nos mostrara nuestro empeño por mejorar, por ser mejores.
Si no se supera esa prueba, en el fondo, estaremos enamorados de nosotros mismos.
Buenos Días.

sábado, 25 de julio de 2020

Héroes.


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Parece que por fin después de estos ocho días dando vueltas con las alforjas ya me siento satisfecho de cómo funciona casi todo, pues solo me queda probar un manillar de una talla más que no llego a tiempo, pero en todo lo demás estoy contento.
Han sido ocho días de mucho calor y donde el mapa del recorrido nada tiene que ver con el que diseñe antes de empezar. El perfil unido al calor ha hecho que cambiásemos recorridos además del tema de los campings, tema que daría mucho de qué hablar en lo que respecta a los cicloturistas, pues existen campings que suelen ser más residencias de caravanas que un lugar para acampar y pasar la noche, donde si no alcanzas el precio de una parcela, al que un cicloturista nunca llega, te cobran la parcela que suele oscilar entre los 20 y los 30 euros.
No importa mucho cambiar los recorridos sobre la marcha si no tienes un destino concreto al que llegar, y así nos ha pasado, en un principio nuestra intención era llegar al nacimiento del rio Mundo y volver, pero sin ninguna intención precisa solo por tener una meta, de ahí que no nos costase nada cambiarla.
Esta es una de las diferencias que existen entre el cicloturismo que hemos practicado en las últimas salidas y un viaje con una meta concreta en la que podemos ir haciendo cambios, pero como sucede también en la vida tienen que estar encaminados a conseguir nuestra meta, nuestro objetivo o nuestro ideal.
Os habréis dado cuenta de que tenemos un hambre insaciable de algo más, algo mayor, algo superior. En realidad, si lo pensamos, nos daremos cuenta de que buscamos y anhelamos algo que nos sobrepasa, pero que parece que nos satisface totalmente. Y cuando lo tenemos en mente somos capaces de cualquier cosa para conservarlo en ella y alcanzarlo, y es entonces cuando somos capaces de realizar grandes heroicidades, hazañas o aventuras.
Y, algunas de ellas se convierten en leyendas, o sea que merecen ser leídas y recordadas porque tienen un “eco” que no se ha borrado después de la muerte del aventurero o del héroe. Esto es interesante. Pero ¿qué es ese “algo”? ¿Qué es lo que el hombre busca realmente, lo que le atrae de una forma obsesiva hasta encontrarlo, o perderse en el intento? ¿El bien? ¿La verdad? ¿La belleza? ¿La perfección? ¿Quizá “Alguien” que reúna todo en sí mismo?
Sabemos que dentro de nosotros existe una inquietud que ha sido sembrada y que clama para que la nutramos con unos valores y unos ideales, sabemos que son esos valores y esos ideales lo que más admiramos de un hombre y lo que le da más valor, que le hace más persona y que lo completa. No es el hombre, si no la virtud que en él percibimos, lo que destaca.
Héroes, aventureros hay tantos como hombres, con mayor o menor fama, pues las aventuras y las hazañas no son de menor valor porque nadie las alabe, sin embargo, a esos hombres en los que percibimos esas virtudes y valores, los consideramos una clase superior de hombres sea cual sea la hazaña que realicen.
Nos tenemos que acostumbrar a contemplar lo que hay detrás de la persona del héroe, del hombre, para ver toda la realidad. ¿Por qué es un héroe? ¿Qué es lo que le hace serlo? Lo es, porque en él se refleja un ideal, porque defiende unos valores que pone por encima de sí mismo y por los que da su misma vida.  
Hay algo que fundamenta al hombre y que diferencia a un hombre de los demás: el verdadero héroe es aquel que ha puesto en la base de su vida unos valores, unos principios… El hombre que sigue un Ideal.
Buenos Días.

jueves, 23 de julio de 2020

Nuestra casa interior.


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

Estoy recogiendo y almacenando todo lo que de interesante he podido encontrar en la última salida con la bicicleta, y aparte de los datos como kilómetros diarios, velocidades medias, principios y finales de recorrido, alguna descripción del paisaje y de momentos duros y alegres me estoy dando cuenta de que no habido lugar ni tiempo para lo que suele llamarse comúnmente “encontrarse con uno mismo”.
Todos sabemos que cuando se viaja en bicicleta, y aunque se realice en compañía se pasan horas en soledad, se habla poco mientras se pedalea y hay tiempo para pensar y “encontrarse con uno mismo”. No ha sido el caso en esta ocasión pues mis pensamientos han estado generalmente centrados en controlar todo lo nuevo que estábamos probando; desarrollos, mapas, GPS, pedales, retrovisor. En realidad, esta ha sido una excursión de entrenamiento y de adiestramiento.
No es lo habitual, pues sucede lo contrario, es más, muchas personas ven en un viaje en bicicleta un miedo a la soledad, un peligro a descontrolarse psicológicamente, y puede que tengan algo de razón, pero hemos de intentar reflexionar sobre una necesidad que de una forma u otra tenemos todos de encontrar espacios o situaciones de soledad de la buena para encontrarse con uno mismo.
Hemos, y estamos teniendo la experiencia del aislamiento al que nos está obligando el covid-19. Personas recluidas en sus casas, en residencias y hospitales donde no está permitida la relación entre ellas por miedo a contagiarse o a contagiar. Estamos sufriendo una soledad forzosa, una soledad que puede llegar a ser enfermiza, desgraciada y trágica. Pero esta no es la soledad del cicloturista.
La soledad a la que me intento referir es una soledad más simpática, más útil, necesaria para sentirnos mejor con nosotros mismos. Y es que nuestra vida suele ser ajetreada, siempre nos intenta manipular y nos obliga a tener una actividad frenética que no nos deja tiempo para pensar y nos quita el ineludible análisis que debemos hacer de nosotros mismos.
Estoy viendo como mucha gente busca ese lugar, esa ocasión para rodearse de silencio y hacer un examen serio y sereno de su vida. Para el que le gusta la bicicleta esos largos trayectos por lugares tranquilos y con un ambiente sosegado son experiencias muy gratificantes, sin que nadie ni nada te moleste, donde te puedes dejar invadir por el elocuente silencio de la naturaleza solo roto por el murmullo del viento en la cara y el traqueteo de la bicicleta.
Con los años vamos descubriendo, poco a poco, que tenemos un espacio interior en el que estamos de alguna manera solos con nosotros mismos, donde somos realmente libres, donde descubrimos nuestra intimidad. No de una intimidad como la que puede sentir un animal cuando está solo, sino de una intimidad donde somos capaces de controlar nuestro mundo interior, donde solo nosotros sabemos lo que allí sucede, es el lugar donde verdaderamente se encuentra nuestra casa.
Al final nos damos cuenta de que hay que volver, cada vez con más asiduidad a esa casa, pasar en ella un tiempo para recordar lo que somos, lo que queremos y hacia dónde vamos. No queda más remedio que buscar ese silencio antes que se nos vaya el verano, lo intentaremos a principios de agosto por lugares más tranquilos con la ayuda de la bicicleta y otra mentalidad, sin pruebas ni experimentos solo buscando la tranquilidad.
En fin, esperemos que el covid-19 nos permita volver a cargar las alforjas.

martes, 21 de julio de 2020

Ya estamos en casa.


 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).


Han sido ocho días de pedaleo, en un circuito circular por las provincias de Alicante, Murcia y un poco de Albacete sin querer ir a ningún lugar en concreto solo pedalear y sentir sensaciones, probar las nuevas tecnologías como el Google Maps y ver como se comporta nuestro cuerpo después de una semana con la bicicleta en unos recorridos bastante duros, o al menos me lo han parecido.
En los próximos días ya indicare el recorrido, pero ahora os diré que han sido 609,19 kilómetros en total, que no se si son muchos o pocos, pero han sido los que hemos necesitado para ir conectando los campings, pues la acampada libre la hemos dejado para la próxima salida cuando el calor no apriete tanto y la ducha diaria no sea tan necesaria.
Nos marchamos con la confianza de que el problema con el covid-19 mejoraría y que al volver nos encontraríamos con las condiciones adecuadas para salir a realizar una ruta más larga, pero no ha sido así.
Todo son desilusiones con el covid-19, salvo que por el momento y “gracias a Dios” no nos hemos contagiado. Las condiciones para salir con la libertad que me gustaría no mejoran, y aunque en el cicloturismo se puede estar bastante aislado de la gente no es la opción que más me gusta, no es mala la soledad pero no es la norma a seguir, la relación con la gente es fundamental para mí y estar escondido detrás de una mascarilla no me ayuda a volver a coger las alforjas.
Tengo la impresión de que con estos últimos rebotes que se están produciendo en España se acaban las pocas expectativas que tenia de realizar este verano un viaje largo. En una hipótesis, muy optimista, podría esperar que septiembre diera una tregua y poder utilizar ese paréntesis antes del rebote de otoño, que parece ser que existirá.
Se puede disfrutar de un viaje en bicicleta de muchas maneras, pero tiene que haber, según mi opinión, una proporción y una correspondencia de cada una de las cosas que lo forman con el objetivo final.
El clima, el paisaje, el lugar y la gente con las que nos encontramos tiene que formar un conjunto armonioso para disfrutar más, no es fácil encontrar esa armonía, pero se da muchas veces en el lugar menos esperado a pesar de que nuestra sociedad hambrienta como esta del consumo todo lo masifica, robando a la naturaleza su esplendor, hay que tener suerte para descubrir esos lugares “sagrados” en donde el hombre todavía no ha puesto sus manos. Tenemos lugares bellísimos en donde el alma puede relajarse.
 La contemplación no es ni más ni menos que poner alma y corazón en ese maravilloso lugar donde un paisaje nos brinda lo que jamás una obra realizada por el hombre podrá igualar. Ante la armonía de la naturaleza virgen y bien cuidada solo cabe agachar la cabeza, darle gracias a Dios y contemplar con emoción.
Pero no todo es naturaleza, en la bicicleta existe también la oportunidad para convivir con las personas, sonreír con ellas, oír sus historias, dar rienda suelta a la emoción y experimentar la belleza que también ellas trasmiten, porque la belleza es la particularidad donde reconocemos lo bello, así como la capacidad para agradar a la vista y al oído, y a la vez cautivar al espíritu.
Cuando por culpa del covid-19 y la necesidad de combatirlo nos obliga a aislarnos, a separarnos, se atropella la belleza, la armonía, nuestra vida se disloca, se pierde humanidad, y se hace muy difícil la convivencia con los que nos vamos encontrando. Se rompe la armonía.  
En estos ocho días hemos echado en falta más contacto humano, pero hemos disfrutado de las cosas bonitas que la naturaleza nos ofrece gratis, y tal vez hemos recuperado un poco de la salud mental que se haya perdido por culpa del covid-19.

domingo, 12 de julio de 2020

Volver a empezar.

“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).



Volvemos a ponernos en marcha.
Es nuestra segunda salida en este extraño verano. Esta vez, ya con algunos cambios realizados vamos a superar la semana de duración.
Muchos pensareis que estos viajes son solamente pruebas y que no tienen el mismo valor, que son como un “parche” a ese viaje al Nordkapp, y no es toda la verdad pues no se puede sustituir un viaje de tres meses y con más de 4500 kilómetros tan facilmente.


Todas las salidas que se realizaran este año son las que con seguridad hubiéramos realizado después de volver del Nordkapp, hemos cambiado el orden. Este año nos quedamos en España y el año que viene “si Dios quiere” volveremos a pensar en el Nordkapp y en Europa.
Dentro de unas horas empezamos este viaje circular, o sea saldremos de Pego y volveremos a Pego con la bicicleta, ya se que puede parecer que al recorrer lugares que nos son próximos y por lo tanto conocidos se puede pensar que puede ser monótono, pero la monotonía, como bien sabéis, no tiene nada que ver con un lugar, es un sentimiento personal.


Como decía Chesterton: “No hay paisajes tristes; hay solamente espectadores tristes”.

jueves, 9 de julio de 2020

Mejorar.


 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 


Mi bicicleta es nerviosa, lo ha sido siempre, pues es corta ya que solo mide un metro exacto entre los dos ejes de las ruedas y, en esta nueva época al ponerle las alforjas delanteras se ha vuelto todavía más nerviosa.
La solución que encontré en un primer intento para tranquilizarla fue bajar las alforjas y así bajar también el centro de gravedad, con la intención de que se manejará mejor. Y funcionó, esta última salida de seis días me lo confirmo.
Después me enteré de que si el centro de gravedad de todo el conjunto estaba debajo de mi cuerpo aún la manejaría mejor y, entonces decidí retrasar las alforjas delanteras lo máximo posible, y ya las he retrasado, pero aún no las he probado.
Y ahora me dicen que si en vez de llevar un manillar de la talla 44, llevase uno de la talla 46 sería capaz de manejarla todavía mejor, tengo que decir que de anchura de hombros mido 42,7 cm, así que he pedido uno de talla 46 y, en cuanto lo tenga voy a cargar las alforjas y nos vamos a realizar otro circular de varios días para probar todos los cambios.


Todos estos dolores de cabeza son sin duda culpa del covid 19, estoy seguro, pues si no hubiese aparecido, me hubiese marchado con lo que tenia y como lo tenía hacia el Nordkapp a finales de abril, y ahora estaría, seguramente por Suecia con mis alforjas delanteras altas y adelantadas, y con mi cassette de 11-28 dientes y tan contento.
Pero en estos meses de espera la cabeza no ha parado de trajinar siempre con el propósito de mejorar, es bueno proponerse hacer cambios para perfeccionar lo que ya tenemos.
Las personas podemos y debemos aspirar a mejorar cada día a lo largo de nuestra vida. Es un trabajo que siempre producirá grandes satisfacciones, y que, en cierta manera, llenará de sentido nuestra existencia.
Ya sé que nunca conseguiré la bicicleta perfecta, ni el recorrido perfecto, ni el viaje, ni la vida, es verdad, y por eso no debe confundirse la idea de buscar una mejora con un enfermizo afán perfeccionista. Querer aproximarse lo más posible a un ideal de perfección es muy diferente del perfeccionismo, o de embarcarse en la utópica pretensión de llegar a no tener defecto alguno (o la más peligrosa aún, de querer que los demás tampoco los tengan).
Nos tenemos que enfrentar a nuestros defectos de un modo inteligente, aprendiendo de cada error, procurando evitar que sucedan de nuevo, conociendo nuestras limitaciones —sin miedo a mirarlas de frente— para evitar exponernos innecesariamente a situaciones que superen nuestra resistencia. Así, además, comprenderemos mejor los defectos de los demás y sabremos ayudarles mejor.


Ese trabajo de ir mejorando no debe afrontarse como algo que nos produzca angustia o estrés. Ha de ser un empeño continuo, que se aborde en el día a día con un ánimo sereno, de modo cordial y con espíritu deportivo, sabiendo las dificultades con las que nos enfrentaremos y la importancia radical de la constancia en ese propósito.
La conclusión parece clara: conformarnos en exceso con lo que tenemos, pensar que todo está bien, o relativizarlo todo, conduce a más problemas de los que evita. Nos estancamos. Es posible que no podamos evitar sentirnos fracasados o defraudados cuando al final nuestros proyectos choquen con la dura realidad. Pero sabremos que hemos avanzado en el camino por ser mejores y dejaremos de lamentarnos tanto de los problemas pues sabremos que nos hemos esforzado por conseguirlo, forjando así nuestro carácter. Sabremos que estamos viviendo en el mundo real.
Buenos Días.

miércoles, 8 de julio de 2020

Identidades conflictivas


 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).


Siempre he sido de la opinión que las personas necesitamos tener una identidad, así como las comunidades a las que pertenecemos. No tenerla es en la mayoría de los casos una fuente de daños ya sean individuales o colectivos. Necesitamos ser alguien y saber que se está formando parte de algo para vivir.
Pero, y es que siempre hay un “pero”, esto que es positivo puede transformarse en algo peligroso si fundamentamos la naturaleza de nuestra identidad, no tanto en lo que somos, como en el conflicto con los demás. El peligro no radica en tener una identidad fuerte, sino en si el conflicto con “los otros” es lo que define la identidad, en lugar de su carácter convivencial y benéfico.
Si lo pensamos nos daremos cuenta de que cuando esto ocurre, las personas nos enfrentamos con nuestro prójimo, y surge un enfrentamiento de venganza, una familia contra otra, un clan, una tribu contra otra, una nación contra otra nación.
Entonces, el conflicto que surge ya sea de baja o alta intensidad se convierte en el centro de la escena, constituye el eje de toda política. Esto ha sido así desde siempre y los esfuerzos de la buena política han consistido en evitar los enfrentamientos mediante el diálogo y la transacción. La filosofía moral por su parte ha intentado desarrollar la afirmación positiva de la identidad individual y colectiva.
Digo esto porque hoy en día una nueva guerra de identidades empieza a amenazar gravemente a nuestra sociedad y a la civilización. Son identidades que están basadas en el conflicto, en la guerra cultural, en la dominación política, en la negación de toda razón al que discrepe de ellas. No se basan tanto en la defensa de unos derechos, como en la descalificación para conseguirlos, y en este sentido destruyen la relación que pueda existir entre las partes. Es digno de análisis, por ejemplo, el empeño que existe en descalificar lo que se ha llamado amor romántico, acusándolo de machismo.
Estamos viendo como muchas organizaciones y grupos ya no defienden sus identidades, sino pura y llanamente su supremacía. El derecho a poseer mayores derechos. Y para ello no paran en barras, desde la supresión de un principio básico en el estado de derecho como es el de la presunción de inocencia, sustituido por la inversión de la carga de la prueba, por la cual el denunciado es quien debe demostrar que es inocente. Este, por ejemplo, ha sido uno de los caballos de batalla de las distintas leyes en beneficio de las identidades de género, que han desarrollado muchas comunidades autónomas.
Es del todo imposible construir una buena sociedad, en realidad una sociedad, bajo estos tipos de enfrentamientos que se sitúan en el plano más básico de la convivencia, el de unas personas con otras, el de los hombres y mujeres. Hay mirar con cuidado muchas de las leyes que se están aprobando y que con tanto entusiasmo defienden liberales y socialdemócratas, que según mi parecer son incompatibles con la democracia, porque ésta no soporta en su seno un conflicto tan radical entre identidades, sean las que sean. Por eso a largo de la historia, cuando este tipo de conflictos se han producido, la democracia representativa y sus instituciones han entrado en crisis.
Si miramos a nuestro alrededor, a los países que nos rodean veremos que buena parte del populismo se explica en esta clave. No es la única razón, pero sí una de las principales, y la que le permite extenderse por grupos y clases sociales que de otra manera serían contrarias a determinadas posiciones de estos populismos, como por ejemplo su rechazo frontal a la inmigración.
La raíz del problema de la crisis de la democracia radica precisamente en la responsabilidad que en ella tienen estas identidades conflictivas, belicosas, agresivas, nada democráticas. Es en base a esta defensa de la democracia parlamentaria y del Estado de derecho que hay que apartar como perjudiciales las identidades que se basan en el conflicto, de la misma manera que hay que descalificar cualquier otra formulación identitaria que funcione bajo la misma lógica del enfrentamiento y la propagación del odio hacia los otros.
Tenemos un problema con las identidades conflictivas.
Buenos Días.

lunes, 6 de julio de 2020

Prueba superada.

“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

Mucho mejor, como no podía ser de otra manera, se comportó la bicicleta, se sube más descansado lo que no va a impedir que con las alforjas cargadas y en algunas de las fuertes rampas del puerto de Tollos tenga que poner “pie a tierra”.

La intención, no ha sido nunca, no poner “pie a tierra” en ninguna subida, cosa que todos sabemos que resultaría imposible para un cicloturista sobre todo cuando en sus genes se encuentra el de la búsqueda de caminos escondidos y solitarios, la idea del cambio de piñones era simplemente hacer más cómoda esa búsqueda.  

Vamos a subir más lentos y con las pulsaciones más tranquilas, al fin y al cabo, lo que buscamos es disfrutar y sufrir solo lo estrictamente necesario.

El problema del sufrimiento encima de una bicicleta nunca forma parte del proyecto originario de un viaje y si aparece y lo permitimos (no lo queremos), es para asumirlo como una parte de la aventura que puede llegar a ser cualquier viaje.

Llevar a nuestro cuerpo al sufrimiento físico para obtener algún tipo de beneficio siempre me resulta complicado, sobre todo al establecer los límites, ya que soy de la opinión de que la vida humana es frágil y necesita de nuestro cuidado al ser lo más importante en el mundo, no importando si apenas es del tamaño de la cabeza de un alfiler o tiene ya cien años.  Y urge recordarme que no puedo jugar con mi cuerpo sin que existan consecuencias.

Por eso, de principio a fin hay que defender la vida y todos sus ciclos, porque si no comprendemos que es lo único que merece ser preservado, estaremos condenados a fracasar como personas.

No quiero que se me entienda que no estoy a favor de la actividad física y de practicar algún deporte con el propósito de mantener la salud y poseer una buena forma física con un buen estado de salud funcional y metabólico, lo que quiero decir es que no hay que hacer barbaridades para conseguirlo. 


Es muy bueno hacer deporte como una práctica moderada en la que disciplinamos el cuerpo para entrenar la voluntad. Estamos pues, haciendo bien al preocuparnos por nuestro cuerpo. El problema es que no siempre la motivación es la deseada. Los motivos pueden distorsionarse en la medida que las prioridades de lo que nos rodea se van colando. Tanto para hombres y mujeres, los músculos, el contar las calorías, las tallas, la báscula, la ropa ajustada y las vitaminas, se van volviendo en casi un culto. Si nos está pasando algo parecido o estamos viviendo para el deporte es bueno que recapacitemos pues podemos perder el norte y tener consecuencias que no afectan solo lo físico sino también lo espiritual.

Hay tiempo para todo, un tiempo para cada cosa bajo el sol. El problema es cuando las prioridades se desordenan. El cuidado de la salud física es importante y debemos dedicar tiempo a eso. No obstante, hay otras cosas a las cuales también es bueno dedicar tiempo, familia, el crecimiento intelectual y espiritual, el descanso, los amigos, el trabajo y un largo etcétera.

Qué el deporte nos ayude a desarrollar el hábito y la disciplina para poder dar el tiempo necesario a cada cosa, pero que no se convierta en una actividad a la cual se le da tiempo de forma desproporcionada.

Buenos Días.


sábado, 4 de julio de 2020

Las crisis y los problemas.


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 


Mientras subía el primer puerto medianamente importante del ultimo viaje me daba cuenta de que no tendría suficientes dientes en mi piñón grande para superar, con sufrimiento, las subidas más serias que sin duda aparecerán en cuanto nos enfrentemos a verdaderas cordilleras.
En todos los viajes siempre hay momentos en los que por culpa de las subidas o más aún con motivo de las fuertes rampas que a veces aparecen sin avisar entramos en crisis y tenemos que poner pie a tierra, estas podríamos llamar crisis forman parte de toda la vida cicloturista, sin embargo, si se pueden aliviar se deben aliviar.
Mi 11-28 con 7 coronas era claramente mejorable sobre todo si miraba el 12-34 con 8 coronas que lleva Carmen, así que estos días he buscado una combinación mejor y creo que la he encontrado, un 12-32 con 7 coronas y, ya he realizado el cambio, mañana lo probaremos, aunque sin alforjas para ver sobre todo si el cambio de marchas continúa funcionando sin problemas. 
Por cierto si alguien quiere saber más sobre mi nuevo casete lo puede ver en: https://amzn.to/38tssTC 
Si todo funciona como debería ser ya tendré solucionado el problema de las subidas y solo me quedará solucionar en parte, porque estoy seguro de que en su totalidad no podrá ser, lo nerviosa que se pone la bicicleta cuando le pongo las alforjas delanteras.


Algunos problemas que se presentan en los viajes son previsibles, por cierto, también se me rompió un rayo de la rueda trasera, aunque no me di cuenta, al ser dificultades que van a suceder nos dan más posibilidades de prepararnos para ellas. Tal es el caso de la lluvia, como el frío o el calor, un pinchazo… que provocan problemas por la necesidad de adaptarse a esas nuevas situaciones. Estos ejemplos forman parte de situaciones que todos hemos de afrontar alguna vez cuando viajamos en bicicleta. Y son problemas que han de estar integrados en el sentido global de un viaje, dado que no se pueden separar del hecho de estar al aire libre y de la mecánica de la bicicleta.
Otras dificultades son imprevisibles, por su aparición súbita o porque no formaban parte de las situaciones esperables, y por ello, suponen un mayor sufrimiento al pillarnos desprevenidos. Son crisis mucho más difíciles de afrontar. Por ejemplo, ese es el caso de una caída que nos provoque algo más que un rasguño, o una enfermedad inesperada.


Cualquier tipo de dificultad que nos encontremos nos va a enfrentar a nuestras vulnerabilidades y limitaciones, que sin duda tenemos. Aunque resulta llamativo que ese enfrentarnos a nuestras vulnerabilidades y limitaciones resulte tan inesperado para tantos de nosotros. Pues es una evidencia que todos somos seres vulnerables y limitados, además de finitos. La posibilidad de sufrir adversidades, de enfermar forma parte de nuestros viajes como algo inevitable. Así que, ¿cómo es posible que cuando sobrevienen estas circunstancias puedan llevarnos a tanta desesperación y desconcierto? Según me parece pueden ser varios los factores que pueden estar influyendo en ello.
Voy a poner un ejemplo, parece ser que hoy en día muchas personas, han aprendido a vivir en la ficción de que pueden controlar todos los factores que configuran su vida. El disponer de tantas comodidades les ha hecho instalarse en burbujas de una seguridad irreal que les ha vuelto aún más vulnerables, al no haberse preparado para cualquier adversidad posible. El sentido de la vida de muchas personas se ha instalado en un hedonismo infantil que les ha convertido en seres frágiles. Son personas que no son conscientes de que su comodidad no puede durar eternamente. La comodidad y la inmediatez de tantas cosas nos ha hecho llegar a percibir que, como tantos deseos se pueden obtener a golpe de un clic, todo puede estar en nuestras manos cuando queramos.
Ante esta situación, las crisis y los problemas que nos vamos encontrando pueden suponer un derrumbamiento de ese sentido ficticio, lo que supone enfrentarse a una vulnerabilidad máxima, que se puede llegar a vivir como el fin del mundo. Y, efectivamente, puede ser el fin de un mundo ficticio que es mejor destruir. Pero, este fin del mundo, al poner de manifiesto la propia vulnerabilidad, puede hacer que las personas entren en estados psíquicos sumamente dolorosos que desencadenen diversos trastornos mentales o que lleven incluso al suicidio, al no poderse soportar lo que sucede. Sin duda hay que empezar a pensar en cómo replantearnos una vida que planteada de forma irreal acaba llevando de la evasión a la desesperación.


Llevar todo lo necesario para vivir en unas pocas bolsas nos ayuda a ver la vida de otra manera, tenemos la oportunidad de mirar la realidad con más objetividad, para así llegar a encontrarnos con quienes somos realmente. Entonces los problemas y las crisis pueden llegar a ser un camino hacia el descubrimiento de nuestro potencial y nuestro ser real, para que, conociéndonos de manera más objetiva, podamos llegar a una toma de contacto con nosotros mismos, que nos permita reorganizar nuestras prioridades y ver qué es lo que realmente importa.
Esta situación nos puede llevar a conectar con un sentido de la vida más consistente, asentado en una identidad más fuerte, en la que somos conscientes de que podemos desarrollar nuestros potenciales internos y de tener más recursos para afrontar las dificultades. Nos vemos, como realmente somos, seres vulnerables, pero también con una fuerza interior y unas capacidades creativas para enfrentarnos a las dificultades que nos vayan surgiendo y, es desde aquí donde podemos llegar a tener un sentido de la vida más pleno y consistente.  
Es decir, que, si nos paramos a mirarnos con humildad, realismo y consciencia, es como podemos descubrir no solo nuestra limitación, sino nuestra fortaleza y posibilidad de crecer y de madurar, incluso en mitad de una crisis y, en parte, gracias a ella. De este modo algunas crisis pueden llegar a ser, una oportunidad de crecimiento, de aprendizaje y de asunción de una consciencia de la vida más realista, llevando al ser humano a su madurez interior.
No es fácil, lo sé, pues para llegar a la posibilidad de que los problemas nos despierten la conciencia y la consciencia, necesitamos antes aprender a mirar la realidad exterior e interior con humildad, siendo conscientes de que no lo sabemos todo. Esa posición, puede darnos la opción de probar nuestras capacidades y creatividad ante los nuevos retos que el mundo de hoy nos presenta. También necesitamos ayuda de quienes han resuelto sus problemas antes de nosotros. Esta tarea supone la necesaria cooperación entre nosotros, tomando consciencia de la responsabilidad de todos y el compromiso personal de cada ser humano para con su propio ser y sentido.
Buenos Días.