“Dicen que los
viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K.
Chesterton).
Mi bicicleta es nerviosa, lo ha sido siempre, pues es
corta ya que solo mide un metro exacto entre los dos ejes de las ruedas y, en esta
nueva época al ponerle las alforjas delanteras se ha vuelto todavía más nerviosa.
La solución que encontré en un primer intento para
tranquilizarla fue bajar las alforjas y así bajar también el centro de gravedad,
con la intención de que se manejará mejor. Y funcionó, esta última salida de
seis días me lo confirmo.
Después me enteré de que si el centro de gravedad de todo
el conjunto estaba debajo de mi cuerpo aún la manejaría mejor y, entonces
decidí retrasar las alforjas delanteras lo máximo posible, y ya las he
retrasado, pero aún no las he probado.
Y ahora me dicen que si en vez de llevar un manillar de la
talla 44, llevase uno de la talla 46 sería capaz de manejarla todavía mejor,
tengo que decir que de anchura de hombros mido 42,7 cm, así que he pedido uno
de talla 46 y, en cuanto lo tenga voy a cargar las alforjas y nos vamos a
realizar otro circular de varios días para probar todos los cambios.
Todos estos dolores de cabeza son sin duda culpa del
covid 19, estoy seguro, pues si no hubiese aparecido, me hubiese marchado con
lo que tenia y como lo tenía hacia el Nordkapp a finales de abril, y ahora
estaría, seguramente por Suecia con mis alforjas delanteras altas y adelantadas,
y con mi cassette de 11-28 dientes y tan contento.
Pero en estos meses de espera la cabeza no ha parado de
trajinar siempre con el propósito de mejorar, es bueno proponerse hacer cambios
para perfeccionar lo que ya tenemos.
Las personas podemos y debemos aspirar a mejorar cada día
a lo largo de nuestra vida. Es un trabajo que siempre producirá grandes
satisfacciones, y que, en cierta manera, llenará de sentido nuestra existencia.
Ya sé que nunca conseguiré la bicicleta perfecta, ni el
recorrido perfecto, ni el viaje, ni la vida, es verdad, y por eso no debe confundirse
la idea de buscar una mejora con un enfermizo afán perfeccionista. Querer
aproximarse lo más posible a un ideal de perfección es muy diferente del
perfeccionismo, o de embarcarse en la utópica pretensión de llegar a no tener
defecto alguno (o la más peligrosa aún, de querer que los demás tampoco los
tengan).
Nos tenemos que enfrentar a nuestros defectos de un modo
inteligente, aprendiendo de cada error, procurando evitar que sucedan de nuevo,
conociendo nuestras limitaciones —sin miedo a mirarlas de frente— para evitar
exponernos innecesariamente a situaciones que superen nuestra resistencia. Así,
además, comprenderemos mejor los defectos de los demás y sabremos ayudarles mejor.
Ese trabajo de ir mejorando no debe afrontarse como algo
que nos produzca angustia o estrés. Ha de ser un empeño continuo, que se aborde
en el día a día con un ánimo sereno, de modo cordial y con espíritu deportivo,
sabiendo las dificultades con las que nos enfrentaremos y la importancia
radical de la constancia en ese propósito.
La conclusión parece clara: conformarnos en exceso con lo
que tenemos, pensar que todo está bien, o relativizarlo todo, conduce a más problemas
de los que evita. Nos estancamos. Es posible que no podamos evitar sentirnos
fracasados o defraudados cuando al final nuestros proyectos choquen con la dura
realidad. Pero sabremos que hemos avanzado en el camino por ser mejores y dejaremos
de lamentarnos tanto de los problemas pues sabremos que nos hemos esforzado por
conseguirlo, forjando así nuestro carácter. Sabremos que estamos viviendo en el
mundo real.
Buenos Días.
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