domingo, 26 de julio de 2020

¡Ay el amor!


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton). 

Soy propenso, cada cierto tiempo, a recapacitar sobre la esencia de eso que llamamos amor, tal vez porque estar enamorado es fundamental para vivir. La cuestión es que esta mañana de san Joaquín y santa Ana, y en pleno “semi confinamiento”, pues según veo el tema del covid-19 pienso que lo mejor vuelve a ser “quedarse en casa”, me he despertado con el amor metido entre “ceja y ceja”. No me refiero a desear a otra persona, me refiero a amarla, que no es lo mismo, es otra cosa, ya que el deseo, muchas veces, lo que en realidad esconde es utilizar, poseer y manipular.  
Frecuentemente cuando las personas nos enamoramos lo hacemos de alguien que al igual que nosotros es persona, pero de otra forma de ser. Me enamoro de otro, en el que admiro su manera distinta ser persona. Lo contrario sería enamorarse de uno mismo. Y si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que es así o así debería ser, me enamoro fundamentalmente de las diferencias.
Por eso, me preocupan todos los movimientos que existen para conseguir que todos seamos iguales y, por tanto, que nos comportemos de manera similar en todo lo que esté relacionado con la efectividad y la sexualidad. Si todos llegamos a ser iguales y no hay “otra forma de ser” no puedo admirar “su manera distinta ser persona”.
Esto me lleva a pensar que, si eso fuera así, si todos llegásemos a ser completamente igual, la gran mayoría de nuestras habilidades emocionales las iríamos perdiendo, pues si de verdad fuésemos iguales, lo único que me importaría del otro sería el sexo. En cambio, lo que sucede es que uno cuando se enamora de una persona lo normal es que la conozca muy poco, y todo lo que desconoce, que por lo general suele ser casi todo, lo pone en positivo. Y esto es fundamental y paradójico si lo pensamos.
Después la vamos conociendo poco a poco y van desapareciendo esas “mariposas” en el estómago que aparecen cada vez que nos vemos, y va aumentando nuestra capacidad de querer al otro como es, con sus virtudes y sus defectos.  
Una confusión que se suele tener y que nos trae muchos problemas y sufrimientos es creerse que sentir esas “mariposas” es amar. Lo que no es verdad.
El enamoramiento del principio nos produce una mutua complacencia, dentro de la cual, a cada uno realmente nos complace ceder amablemente a los deseos del otro. El sutil engaño se encuentra en creer que durante toda nuestra vida disfrutaremos de esa misma complacencia, y que ese mutuo sacrificio surgirá de modo espontaneo y natural a lo largo de toda nuestra vida. Pero la realidad es que cuando el tiempo desgasta ese entusiasmo del principio, es fácil que nos encontremos poco preparados para la verdadera generosidad, que es la que consigue mantener la relación cuando el sentimiento del enamoramiento no acompaña, o acompaña menos.
Sucede en general que, para descubrir la riqueza propia de la otra persona, para conseguir llegar a conocerla y a enamorarse de verdad de ella, y no simplemente desearla, es necesario un trabajo y un esfuerzo grande. Si nuestro enamoramiento se basa demasiado en lo corporal, es fácil que vaya a tener poca consistencia para mantenerse en el tiempo, porque lo corporal es la parte más fugaz de todo lo humano, la parte más volátil, la que más va a sufrir el declive del paso de los años.
Curiosamente cuando amamos nuestra personalidad se amplía, se hace más grande, pues nos alegramos más con la felicidad del otro que con la nuestra. Es meter al otro dentro de nosotros, es hacerlo protagonista fundamental de nuestro proyecto de vida. Ya no seremos los mismos, nuestra libertad queda entonces comprometida, y eso siempre cuesta, porque significa renunciar a muchas cosas, porque el amor templa y modera nuestro egoísmo y nuestros deseos. Porque muchas veces, nuestros deseos no son compatibles con ese amor, deseos que tal vez hasta entonces eran buenos y legítimos, pero ahora ya no lo son.
En cualquier amor, paradójicamente, la clave del éxito está en ese doloroso proceso de purificación de nuestros deseos. Sin duda se trata de una dura prueba, que sirve para poner a prueba nuestra relación y hacerla madurar, una prueba que va a sacar a la luz la calidad del material del que estamos hechos, y que sobre todo nos mostrara nuestro empeño por mejorar, por ser mejores.
Si no se supera esa prueba, en el fondo, estaremos enamorados de nosotros mismos.
Buenos Días.

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