“Dicen que los
viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K.
Chesterton).
Soy propenso, cada cierto tiempo, a recapacitar sobre la
esencia de eso que llamamos amor, tal vez porque estar enamorado es fundamental
para vivir. La cuestión es que esta mañana de san Joaquín y santa Ana, y en
pleno “semi confinamiento”, pues según veo el tema del covid-19 pienso que lo
mejor vuelve a ser “quedarse en casa”, me he despertado con el amor metido
entre “ceja y ceja”. No me refiero a desear a otra persona, me refiero a amarla,
que no es lo mismo, es otra cosa, ya que el deseo, muchas veces, lo que en
realidad esconde es utilizar, poseer y manipular.
Frecuentemente cuando las personas nos enamoramos lo
hacemos de alguien que al igual que nosotros es persona, pero de otra forma de
ser. Me enamoro de otro, en el que admiro su manera distinta ser persona. Lo
contrario sería enamorarse de uno mismo. Y si lo pensamos un poco nos daremos
cuenta de que es así o así debería ser, me enamoro fundamentalmente de las diferencias.
Por eso, me preocupan todos los movimientos que existen
para conseguir que todos seamos iguales y, por tanto, que nos comportemos de manera
similar en todo lo que esté relacionado con la efectividad y la sexualidad. Si
todos llegamos a ser iguales y no hay “otra forma de ser” no puedo admirar “su
manera distinta ser persona”.
Esto me lleva a pensar que, si eso fuera así, si todos llegásemos
a ser completamente igual, la gran mayoría de nuestras habilidades emocionales
las iríamos perdiendo, pues si de verdad fuésemos iguales, lo único que me
importaría del otro sería el sexo. En cambio, lo que sucede es que uno cuando
se enamora de una persona lo normal es que la conozca muy poco, y todo lo que
desconoce, que por lo general suele ser casi todo, lo pone en positivo. Y esto
es fundamental y paradójico si lo pensamos.
Después la vamos conociendo poco a poco y van
desapareciendo esas “mariposas” en el estómago que aparecen cada vez que nos vemos,
y va aumentando nuestra capacidad de querer al otro como es, con sus virtudes y
sus defectos.
Una confusión que se suele tener y que nos trae muchos
problemas y sufrimientos es creerse que sentir esas “mariposas” es amar. Lo que
no es verdad.
El enamoramiento del principio nos produce una mutua complacencia,
dentro de la cual, a cada uno realmente nos complace ceder amablemente a los
deseos del otro. El sutil engaño se encuentra en creer que durante toda nuestra
vida disfrutaremos de esa misma complacencia, y que ese mutuo sacrificio surgirá
de modo espontaneo y natural a lo largo de toda nuestra vida. Pero la realidad
es que cuando el tiempo desgasta ese entusiasmo del principio, es fácil que nos
encontremos poco preparados para la verdadera generosidad, que es la que consigue
mantener la relación cuando el sentimiento del enamoramiento no acompaña, o
acompaña menos.
Sucede en general que, para descubrir la riqueza propia
de la otra persona, para conseguir llegar a conocerla y a enamorarse de verdad
de ella, y no simplemente desearla, es necesario un trabajo y un esfuerzo grande.
Si nuestro enamoramiento se basa demasiado en lo corporal, es fácil que vaya a
tener poca consistencia para mantenerse en el tiempo, porque lo corporal es la
parte más fugaz de todo lo humano, la parte más volátil, la que más va a sufrir
el declive del paso de los años.
Curiosamente cuando amamos nuestra personalidad se amplía,
se hace más grande, pues nos alegramos más con la felicidad del otro que con la
nuestra. Es meter al otro dentro de nosotros, es hacerlo protagonista fundamental
de nuestro proyecto de vida. Ya no seremos los mismos, nuestra libertad queda
entonces comprometida, y eso siempre cuesta, porque significa renunciar a
muchas cosas, porque el amor templa y modera nuestro egoísmo y nuestros deseos.
Porque muchas veces, nuestros deseos no son compatibles con ese amor, deseos
que tal vez hasta entonces eran buenos y legítimos, pero ahora ya no lo son.
En cualquier amor, paradójicamente, la clave del éxito
está en ese doloroso proceso de purificación de nuestros deseos. Sin duda se
trata de una dura prueba, que sirve para poner a prueba nuestra relación y
hacerla madurar, una prueba que va a sacar a la luz la calidad del material del
que estamos hechos, y que sobre todo nos mostrara nuestro empeño por mejorar,
por ser mejores.
Si no se supera esa prueba, en el fondo, estaremos
enamorados de nosotros mismos.
Buenos Días.
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