“Dicen que los
viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K.
Chesterton).
Estoy recogiendo y almacenando todo lo que de interesante
he podido encontrar en la última salida con la bicicleta, y aparte de los datos
como kilómetros diarios, velocidades medias, principios y finales de recorrido,
alguna descripción del paisaje y de momentos duros y alegres me estoy dando
cuenta de que no habido lugar ni tiempo para lo que suele llamarse comúnmente “encontrarse
con uno mismo”.
Todos sabemos que cuando se viaja en bicicleta, y aunque
se realice en compañía se pasan horas en soledad, se habla poco mientras se
pedalea y hay tiempo para pensar y “encontrarse con uno mismo”. No ha sido el
caso en esta ocasión pues mis pensamientos han estado generalmente centrados en
controlar todo lo nuevo que estábamos probando; desarrollos, mapas, GPS, pedales,
retrovisor. En realidad, esta ha sido una excursión de entrenamiento y de adiestramiento.
No es lo habitual, pues sucede lo contrario, es más,
muchas personas ven en un viaje en bicicleta un miedo a la soledad, un peligro
a descontrolarse psicológicamente, y puede que tengan algo de razón, pero hemos
de intentar reflexionar sobre una necesidad que de una forma u otra tenemos
todos de encontrar espacios o situaciones de soledad de la buena para
encontrarse con uno mismo.
Hemos, y estamos teniendo la experiencia del aislamiento
al que nos está obligando el covid-19. Personas recluidas en sus casas, en
residencias y hospitales donde no está permitida la relación entre ellas por
miedo a contagiarse o a contagiar. Estamos sufriendo una soledad forzosa, una
soledad que puede llegar a ser enfermiza, desgraciada y trágica. Pero esta no
es la soledad del cicloturista.
La soledad a la que me intento referir es una soledad más
simpática, más útil, necesaria para sentirnos mejor con nosotros mismos. Y es
que nuestra vida suele ser ajetreada, siempre nos intenta manipular y nos
obliga a tener una actividad frenética que no nos deja tiempo para pensar y nos
quita el ineludible análisis que debemos hacer de nosotros mismos.
Estoy viendo como mucha gente busca ese lugar, esa
ocasión para rodearse de silencio y hacer un examen serio y sereno de su vida. Para
el que le gusta la bicicleta esos largos trayectos por lugares tranquilos y con
un ambiente sosegado son experiencias muy gratificantes, sin que nadie ni nada
te moleste, donde te puedes dejar invadir por el elocuente silencio de la
naturaleza solo roto por el murmullo del viento en la cara y el traqueteo de la
bicicleta.
Con los años vamos descubriendo, poco a poco, que tenemos
un espacio interior en el que estamos de alguna manera solos con nosotros
mismos, donde somos realmente libres, donde descubrimos nuestra intimidad. No de
una intimidad como la que puede sentir un animal cuando está solo, sino de una
intimidad donde somos capaces de controlar nuestro mundo interior, donde solo
nosotros sabemos lo que allí sucede, es el lugar donde verdaderamente se
encuentra nuestra casa.
Al final nos damos cuenta de que hay que volver, cada vez
con más asiduidad a esa casa, pasar en ella un tiempo para recordar lo que
somos, lo que queremos y hacia dónde vamos. No queda más remedio que buscar ese
silencio antes que se nos vaya el verano, lo intentaremos a principios de
agosto por lugares más tranquilos con la ayuda de la bicicleta y otra mentalidad,
sin pruebas ni experimentos solo buscando la tranquilidad.
En fin, esperemos que el covid-19 nos permita volver a
cargar las alforjas.
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