jueves, 23 de julio de 2020

Nuestra casa interior.


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

Estoy recogiendo y almacenando todo lo que de interesante he podido encontrar en la última salida con la bicicleta, y aparte de los datos como kilómetros diarios, velocidades medias, principios y finales de recorrido, alguna descripción del paisaje y de momentos duros y alegres me estoy dando cuenta de que no habido lugar ni tiempo para lo que suele llamarse comúnmente “encontrarse con uno mismo”.
Todos sabemos que cuando se viaja en bicicleta, y aunque se realice en compañía se pasan horas en soledad, se habla poco mientras se pedalea y hay tiempo para pensar y “encontrarse con uno mismo”. No ha sido el caso en esta ocasión pues mis pensamientos han estado generalmente centrados en controlar todo lo nuevo que estábamos probando; desarrollos, mapas, GPS, pedales, retrovisor. En realidad, esta ha sido una excursión de entrenamiento y de adiestramiento.
No es lo habitual, pues sucede lo contrario, es más, muchas personas ven en un viaje en bicicleta un miedo a la soledad, un peligro a descontrolarse psicológicamente, y puede que tengan algo de razón, pero hemos de intentar reflexionar sobre una necesidad que de una forma u otra tenemos todos de encontrar espacios o situaciones de soledad de la buena para encontrarse con uno mismo.
Hemos, y estamos teniendo la experiencia del aislamiento al que nos está obligando el covid-19. Personas recluidas en sus casas, en residencias y hospitales donde no está permitida la relación entre ellas por miedo a contagiarse o a contagiar. Estamos sufriendo una soledad forzosa, una soledad que puede llegar a ser enfermiza, desgraciada y trágica. Pero esta no es la soledad del cicloturista.
La soledad a la que me intento referir es una soledad más simpática, más útil, necesaria para sentirnos mejor con nosotros mismos. Y es que nuestra vida suele ser ajetreada, siempre nos intenta manipular y nos obliga a tener una actividad frenética que no nos deja tiempo para pensar y nos quita el ineludible análisis que debemos hacer de nosotros mismos.
Estoy viendo como mucha gente busca ese lugar, esa ocasión para rodearse de silencio y hacer un examen serio y sereno de su vida. Para el que le gusta la bicicleta esos largos trayectos por lugares tranquilos y con un ambiente sosegado son experiencias muy gratificantes, sin que nadie ni nada te moleste, donde te puedes dejar invadir por el elocuente silencio de la naturaleza solo roto por el murmullo del viento en la cara y el traqueteo de la bicicleta.
Con los años vamos descubriendo, poco a poco, que tenemos un espacio interior en el que estamos de alguna manera solos con nosotros mismos, donde somos realmente libres, donde descubrimos nuestra intimidad. No de una intimidad como la que puede sentir un animal cuando está solo, sino de una intimidad donde somos capaces de controlar nuestro mundo interior, donde solo nosotros sabemos lo que allí sucede, es el lugar donde verdaderamente se encuentra nuestra casa.
Al final nos damos cuenta de que hay que volver, cada vez con más asiduidad a esa casa, pasar en ella un tiempo para recordar lo que somos, lo que queremos y hacia dónde vamos. No queda más remedio que buscar ese silencio antes que se nos vaya el verano, lo intentaremos a principios de agosto por lugares más tranquilos con la ayuda de la bicicleta y otra mentalidad, sin pruebas ni experimentos solo buscando la tranquilidad.
En fin, esperemos que el covid-19 nos permita volver a cargar las alforjas.

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