“Dicen que los
viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K.
Chesterton).
Siempre he sido de la opinión que las personas necesitamos
tener una identidad, así como las comunidades a las que pertenecemos. No
tenerla es en la mayoría de los casos una fuente de daños ya sean individuales
o colectivos. Necesitamos ser alguien y saber que se está formando parte de algo
para vivir.
Pero, y es que siempre hay un “pero”, esto que es
positivo puede transformarse en algo peligroso si fundamentamos la naturaleza
de nuestra identidad, no tanto en lo que somos, como en el conflicto con los
demás. El peligro no radica en tener una identidad fuerte, sino en si el
conflicto con “los otros” es lo que define la identidad, en lugar de su
carácter convivencial y benéfico.
Si lo pensamos nos daremos cuenta de que cuando esto
ocurre, las personas nos enfrentamos con nuestro prójimo, y surge un
enfrentamiento de venganza, una familia contra otra, un clan, una tribu contra
otra, una nación contra otra nación.
Entonces, el conflicto que surge ya sea de baja o alta
intensidad se convierte en el centro de la escena, constituye el eje de toda
política. Esto ha sido así desde siempre y los esfuerzos de la buena política
han consistido en evitar los enfrentamientos mediante el diálogo y la
transacción. La filosofía moral por su parte ha intentado desarrollar la afirmación
positiva de la identidad individual y colectiva.
Digo esto porque hoy en día una nueva guerra de
identidades empieza a amenazar gravemente a nuestra sociedad y a la
civilización. Son identidades que están basadas en el conflicto, en la guerra
cultural, en la dominación política, en la negación de toda razón al que
discrepe de ellas. No se basan tanto en la defensa de unos derechos, como en la
descalificación para conseguirlos, y en este sentido destruyen la relación que
pueda existir entre las partes. Es digno de análisis, por ejemplo, el empeño
que existe en descalificar lo que se ha llamado amor romántico, acusándolo de
machismo.
Estamos viendo como muchas organizaciones y grupos ya no
defienden sus identidades, sino pura y llanamente su supremacía. El derecho a poseer
mayores derechos. Y para ello no paran en barras, desde la supresión de un
principio básico en el estado de derecho como es el de la presunción de
inocencia, sustituido por la inversión de la carga de la prueba, por la cual el
denunciado es quien debe demostrar que es inocente. Este, por ejemplo, ha sido
uno de los caballos de batalla de las distintas leyes en beneficio de las
identidades de género, que han desarrollado muchas comunidades autónomas.
Es del todo imposible construir una buena sociedad, en
realidad una sociedad, bajo estos tipos de enfrentamientos que se sitúan en el
plano más básico de la convivencia, el de unas personas con otras, el de los
hombres y mujeres. Hay mirar con cuidado muchas de las leyes que se están aprobando
y que con tanto entusiasmo defienden liberales y socialdemócratas, que según mi
parecer son incompatibles con la democracia, porque ésta no soporta en su seno
un conflicto tan radical entre identidades, sean las que sean. Por eso a largo
de la historia, cuando este tipo de conflictos se han producido, la democracia
representativa y sus instituciones han entrado en crisis.
Si miramos a nuestro alrededor, a los países que nos
rodean veremos que buena parte del populismo se explica en esta clave. No es la
única razón, pero sí una de las principales, y la que le permite extenderse por
grupos y clases sociales que de otra manera serían contrarias a determinadas
posiciones de estos populismos, como por ejemplo su rechazo frontal a la
inmigración.
La raíz del problema de la crisis de la democracia radica
precisamente en la responsabilidad que en ella tienen estas identidades
conflictivas, belicosas, agresivas, nada democráticas. Es en base a esta
defensa de la democracia parlamentaria y del Estado de derecho que hay que apartar
como perjudiciales las identidades que se basan en el conflicto, de la misma
manera que hay que descalificar cualquier otra formulación identitaria que
funcione bajo la misma lógica del enfrentamiento y la propagación del odio
hacia los otros.
Tenemos un problema con las identidades conflictivas.
Buenos Días.
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