miércoles, 8 de julio de 2020

Identidades conflictivas


 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).


Siempre he sido de la opinión que las personas necesitamos tener una identidad, así como las comunidades a las que pertenecemos. No tenerla es en la mayoría de los casos una fuente de daños ya sean individuales o colectivos. Necesitamos ser alguien y saber que se está formando parte de algo para vivir.
Pero, y es que siempre hay un “pero”, esto que es positivo puede transformarse en algo peligroso si fundamentamos la naturaleza de nuestra identidad, no tanto en lo que somos, como en el conflicto con los demás. El peligro no radica en tener una identidad fuerte, sino en si el conflicto con “los otros” es lo que define la identidad, en lugar de su carácter convivencial y benéfico.
Si lo pensamos nos daremos cuenta de que cuando esto ocurre, las personas nos enfrentamos con nuestro prójimo, y surge un enfrentamiento de venganza, una familia contra otra, un clan, una tribu contra otra, una nación contra otra nación.
Entonces, el conflicto que surge ya sea de baja o alta intensidad se convierte en el centro de la escena, constituye el eje de toda política. Esto ha sido así desde siempre y los esfuerzos de la buena política han consistido en evitar los enfrentamientos mediante el diálogo y la transacción. La filosofía moral por su parte ha intentado desarrollar la afirmación positiva de la identidad individual y colectiva.
Digo esto porque hoy en día una nueva guerra de identidades empieza a amenazar gravemente a nuestra sociedad y a la civilización. Son identidades que están basadas en el conflicto, en la guerra cultural, en la dominación política, en la negación de toda razón al que discrepe de ellas. No se basan tanto en la defensa de unos derechos, como en la descalificación para conseguirlos, y en este sentido destruyen la relación que pueda existir entre las partes. Es digno de análisis, por ejemplo, el empeño que existe en descalificar lo que se ha llamado amor romántico, acusándolo de machismo.
Estamos viendo como muchas organizaciones y grupos ya no defienden sus identidades, sino pura y llanamente su supremacía. El derecho a poseer mayores derechos. Y para ello no paran en barras, desde la supresión de un principio básico en el estado de derecho como es el de la presunción de inocencia, sustituido por la inversión de la carga de la prueba, por la cual el denunciado es quien debe demostrar que es inocente. Este, por ejemplo, ha sido uno de los caballos de batalla de las distintas leyes en beneficio de las identidades de género, que han desarrollado muchas comunidades autónomas.
Es del todo imposible construir una buena sociedad, en realidad una sociedad, bajo estos tipos de enfrentamientos que se sitúan en el plano más básico de la convivencia, el de unas personas con otras, el de los hombres y mujeres. Hay mirar con cuidado muchas de las leyes que se están aprobando y que con tanto entusiasmo defienden liberales y socialdemócratas, que según mi parecer son incompatibles con la democracia, porque ésta no soporta en su seno un conflicto tan radical entre identidades, sean las que sean. Por eso a largo de la historia, cuando este tipo de conflictos se han producido, la democracia representativa y sus instituciones han entrado en crisis.
Si miramos a nuestro alrededor, a los países que nos rodean veremos que buena parte del populismo se explica en esta clave. No es la única razón, pero sí una de las principales, y la que le permite extenderse por grupos y clases sociales que de otra manera serían contrarias a determinadas posiciones de estos populismos, como por ejemplo su rechazo frontal a la inmigración.
La raíz del problema de la crisis de la democracia radica precisamente en la responsabilidad que en ella tienen estas identidades conflictivas, belicosas, agresivas, nada democráticas. Es en base a esta defensa de la democracia parlamentaria y del Estado de derecho que hay que apartar como perjudiciales las identidades que se basan en el conflicto, de la misma manera que hay que descalificar cualquier otra formulación identitaria que funcione bajo la misma lógica del enfrentamiento y la propagación del odio hacia los otros.
Tenemos un problema con las identidades conflictivas.
Buenos Días.

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