“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Séptimo
día de cuarentena. Ya hace una semana que no salgo de
casa, y en ella se me ha marchado la maratón de Boston y ese viaje a Nordkapp
empieza también a alejarse. Boston ya no volverá, al menos para mí. Nordkapp de
momento se mueve, espero que no lo haga demasiado pues según todas las opiniones
cruzar el círculo polar ártico y adentrase en él durante quince días, y salir
en otros quince empieza a hacerse complicado
si es agosto y si te desplazas en bicicleta. Al menos es un final de viaje muy
diferente y habría que cambiar una parte del material.
Nos vamos a poner a ello dentro de unos días, pero lo más
inmediato es el coronavirus y todas las preguntas que sin duda nos hacemos; ¿Por
qué el coronavirus, cuáles son sus causas y efectos? Podéis buscar la respuesta
en un biólogo o en un médico, tampoco estaría mal consultar a un psicólogo o a
un economista. Pues yo no tengo ninguna de esas respuestas puesto que no me
pregunto “¿por qué? si no me concentro más en “¿para qué? ya que la respuesta está a la vista, la vemos en todos los actos de solidaridad que nos están
inundando estos días, la repuesta debe ser para provocar amor, para hacer nacer
obras de amor al prójimo.
Parece ser que hemos vuelto a descubrir el amor, porque nos
damos cuenta de lo valiosas que son nuestras relaciones, basadas en el cuerpo.
Y es que el COVID 19 es una amenaza para nuestra vida común. Por su culpa tenemos
miedo a estar juntos, a obrar juntos, nos aislamos...pero por contraste aprendemos
a la vez el gran bien que está amenazado. Pues experimentamos que no tenemos
vida si no es vida juntos. Que no podemos florecer como individuos solitarios,
sino sólo como miembros de una familia, escuela, barrio... El virus desenmascara
la mentira del individualismo y atestigua la belleza del bien común.
Y así después de unos días de aislamiento volvemos a
descubrir el amor. También porque padecemos como nuestro el sufrimiento y la angustia
de los otros. El dolor nos une. En cierto modo nos hemos contagiado todos del
virus, porque se ha contagiado nuestro pueblo, nuestra región, nuestro mundo.
Vienen tiempos duros para muchas personas, para los ancianos, para los más débiles.
Y ese dolor ampliará entre nosotros los actos de amor al prójimo.
El aislamiento al que nos obliga el coronavirus nos permitirá razonar sobre la gran pregunta sobre el “para qué” de todo. El virus,
al amenazar nuestra vida y la de quienes amamos, nos lleva a hacernos otra
pregunta sobre el secreto último de está vida y de este amor. ¿Cuál es su
origen y destino? Parece, que tendremos muchos días para encontrar una
respuesta.
Buenas Noches.
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