“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Cuarto día de cuarentena, y de momento el número de
infectados continúa aumentando, paciencia. En este cuarto día me he dado cuenta
que después de todas las recomendaciones que he leído y he escuchado para
superar esta epidemia no he recibido ninguna para superar tres efectos que hace
días me rondan por la cabeza: el miedo, la marca que dejara en mi vida y la
culpa.
El coronavirus nos está mostrando lo vulnerables que
somos y lo poco preparados que estábamos, y empeñarse en decir que este fracaso
se debe a un conocimiento insuficiente, predicar a estas alturas que el
conocimiento insuficiente es culpable de lo que nos pasa es como echarle la
culpa de la muerte por infección a todos los que investigaron antes que Fleming
y no fueron capaces de descubrir la penicilina.
Es el miedo el que genera la necesidad de encontrar a un
culpable: la costumbre de comer animales salvajes que tienen los chinos, la
falta de previsión, la del Gobierno que ha actuado tarde, la falta de
coordinación. No tengo en este momento los datos suficientes para saber cuál ha
sido el error que ha provocado que esta pandemia me encierre en casa. Pero esos
datos siempre estarán por detrás del reto que me supone encarar el dolor, el
sufrimiento y la muerte. Lo que muestra es la tendencia a descargar este mal en
una víctima, en buscar a un culpable. Es el miedo el que busca culpables más
allá de lo razonable cuando supuestamente lo razonable es una separación casi
infinita de las causas.
Y el sentimiento de culpa. ¿Quién no ha pensado estos
días en la posible responsabilidad que ha tenido en la propagación de la
enfermedad? Por no tomar las precauciones a tiempo cuando sabía que hacer colas
y estar en aglomeraciones era contraproducente. Cuando hemos utilizado nuestra
libertad en contradicción con lo que sabíamos que esta mal hecho. Este es el
gran error que tenemos que vencer en estos días. Porque nosotros, tan modernos,
se nos ha hecho creer que era fácil vivir conforme a una moral del no hacer
daño. Y podemos haber hecho daño. No hemos querido elegir lo que más convenía.
Sin embargo, nos tenemos que levantar y salir adelante.
Hay que volver a sentir la alegría de vivir, pero para esto hay que aceptar sin
condiciones ni remilgos que la vida nos exige estar continuamente en equilibrio
entre nuestros límites y nuestras necesidades.
No es fácil salir de este laberinto de dudas, necesitamos
una mano que nos saque. Hemos sido negligentes, si, pero seguimos estando bajo
el paraguas de un gran amor, y esto nos debe reconfortar.
Buenas Noches.
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