“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Tercer día de cuarentena, continuo bien, todo está trascurriendo con normalidad en estas cuatro paredes. Pensaba yo que esta
cuarentena iba a ser como una repetición de mis 3 meses de reposo por culpa del
desprendimiento de retina, pero en el tercer día ya me he dado cuenta que no es
así, esto es otra cosa.
El hecho de no recibir visitas, por ejemplo, lo cambia
todo, ahora se nota más el aislamiento. Me cuesta más dominar mi estado de
ánimo. Oír como va la evolución de la epidemia me entristece. Continuamente y
sin darme cuenta no paro de hacerme auto revisiones y esto me hace sentir
incómodo.
En parte estoy perdiendo el control de mis emociones y no
logro poner orden en mi desorden. Estoy tolerando mal las actitudes de los
demás cuando veo la desidia de muchas personas ante el coronavirus, la dejadez
o la indiferencia ante los avisos que se dan para cumplirla.
¿Qué hacer con todas esas emociones que están alterando
mi vida? El orden no se va a restablecer, ni mantener y no lo voy a segurar, sino
consigo ver la parte positiva de toda esta situación.
Quiero ser dueño de mí mismo para decidir lo correcto en
cada momento. Quiero optar por aquello que me mantiene en posesión de mi paz
interior sin llegar a alterarme. ¿Es posible?
No quiero pasar estos días reaccionando mal cada vez que
leo las noticias. No quiero dar el poder al coronavirus sobre mi vida, sobre
mis actitudes y estados de ánimo. No quiero que la epidemia determine cómo
tengo que comportarme y actuar. No lo quiero.
Quiero ser yo el dueño de mis reacciones y decidir
siempre cómo deseo vivir. Pero también quiero que la realidad me impacte.
Quiero tener la suficiente empatía para responder ante los problemas que me rodean.
No quiero volverme en estos días rígido y cerrarme en mi
forma de ver las cosas. Me gustaría asimilar todos los inconvenientes, sin que condicionarán mi comportamiento.
Un aumento en el número de contagiados puede despertar mi compasión y dolor. Si no lo hace me estaré volviendo insensible. Eso no es
bueno. Lo dramático sería sino reaccionase en absoluto.
Me gustaría ser sensible sin llegar a extremos. Que me
afecte el coronavirus sin hundirme. No vivir dejándome llevar por mis estados
de ánimo cada vez que veo como empeora la situación y tampoco permanecer
impasible ante los problemas de los demás.
Y es qué, poseer esa sensibilidad es un don, aunque nos
haga sufrir. Conmovernos por el dolor de los demás y ponernos en marcha. Es una
suerte ser sensible, que las cosas nos afecten, que funcione la empatía. Es un
don.
Esta forma de reaccionar ante la vida es fundamental. La
capacidad de llorar con el que llora y sufrir con su dolor. La capacidad de
reír con las alegrías de las personas que me rodean. Sentir lo que mi prójimo
siente. Y dejarme influir por la realidad.
Esa sensibilidad ante la vida despierta mi sensibilidad
para percibir lo bueno en todo lo que veo. Aprendo a percibir cosas buenas en
todo lo que me sucede. Un encuentro con una persona puede cambiar mi vida. Lo
que me dice, lo que me pide, lo que me cuenta.
Todo importa. No debo cerrarme.
Buenas Noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario