Después de unas elecciones, y las de la Comunidad de Madrid sin duda lo han sido en su máxima expresión, siempre me surge la pregunta: ¿representan los partidos a la sociedad? No creo equivocarme si la respuesta de la mayoría es un sonoro, no, o mejor, NO, en negrita y en mayúscula para subrayarlo aún más.
Está
casi unanimidad es la que se encargan de elevar a su máximo nivel los partidos
llamados populistas y tiene un significado muy claro: la gente, empieza a
querer que se vayan los que están. No son sólo los que están en el Gobierno,
sino los que están en la política.
Este
deseo, en sí mismo, es ilógico. Según mi opinión no se pueden ir todos los
políticos al mismo tiempo sin que venga un “antipolítico”. Y, esto es un
peligro que mucha gente no quiere ver, aunque algunos partidos políticos parece
les gusta la idea.
Es
necesario, entonces, replantearse la pregunta: “¿En serio es verdad que los
partidos no nos representan?” cómo nos indican los populistas. O mejor todavía:
“¿qué demonios queremos decir o nos dicen cuando decimos que los partidos no
nos representan?”.
Un
político populista, y encontramos fácilmente los ejemplos, es simple. Por eso es
populista. Los populistas comunican muy bien, pero lo que comunican no es
bueno, precisamente porque es simple. El punto fuerte de los populistas, aparte
de la elocuencia comunicativa, es sentir como casi todo el mundo siente. Y lo
que casi todo el mundo siente suele contener una pequeña parte de verdad, al
revés de lo que casi todo el mundo argumenta: argumentar es un poco como tocar
el piano: una destreza que exige un grado grande de especialización. Bien, un
populista, dice muchas tonterías populistas, pero como populista también siente
algo que no podemos negar: que nuestra sociedad está a punto de irse a pique. No
es sólo que estamos en una fuerte crisis, sino que empezamos a estar por debajo
de la línea de flotación, en términos morales o políticos o político-morales.
Son
varias las cuestiones que nos conducen a replantearnos la cuestión y a pensar
que nuestros políticos no nos representan. Veamos: nos damos cuenta de que la
política se ha convertido en un instrumento cuyo objetivo parece no ser otro
que facilitar la carrera profesional de los políticos. Es lo que algún partido político
denomina como que son la “casta”. A muchos políticos populistas les ofende que
los políticos solo se relacionen entre ellos, que parezca que emplean un idioma
que solo ellos entienden y que entre ellos se repartan los cargos y las
subvenciones. Que son como un mundo aparte. Y por esto es por lo que concluyen
rápidamente, que la política ha dejado de ser representativa.
Y
no, no ha dejado de ser representativa. El problema está, más bien, en que se
ha pervertido. Se trata sin duda de un problema serio, pero repetido dentro de
un sistema parlamentario. Cada cierto tiempo, el sistema se oxida, y es
necesario engrasarlo para que la democracia recupere su elasticidad. Es un problema,
que, si lo consideramos aisladamente, es, lo repito, serio, pero no letal. Si
fuera letal, hace tiempo que las democracias habrían desaparecido.
Otra
cuestión que nos lleva a no ver con buenos ojos a los políticos es que los
mecanismos que unen a la sociedad con la política no funcionan. Me refiero,
sobre todo, a los medios de comunicación, en particular, la prensa, que sigue
siendo necesaria, por maltrecha que esté, para la organización de la opinión
pública. Las causas son varias. Por ejemplo, defectos de fabricación, claros en
nuestro país. Nuestro políticos y periodistas se hicieron a la vez, y no
demasiado bien. Hay que recordar, los que tengan edad para ello, que era muy difícil
distinguir quien era periodista y quien era el político. En España apenas si ha
habido análisis político digno de tal nombre: un tramo de texto escrito por
alguien que pensara por su cuenta y hablase independientemente. Si viene una
sana sacudida democrática, también tendrá que cambiar la prensa política.
Otro
problema de la prensa ahora es económico. Por motivos complejos, de los que la
falta de calidad y fiabilidad de la prensa es sólo uno, se venden cada día
menos periódicos, y por ello, la prensa se estropea aún más y se hace mucho más
frágil a formas de financiación que reducen su independencia. Con frecuencia, y
sobre todo en los llamados medios de” provincias”, la fuente de financiación es
la propia Administración. Pero también empresas que ponen publicidad con el propósito
de protegerse o de divulgar puntos de vista que consideran favorables a la
buena marcha de sus negocios. Desconocemos todavía qué pueden dar de sí los
soportes digitales. En España, la televisión, pública o privada, es desastrosa,
y la radio acusa de modo mucho más directo todavía que los diarios la presión e
intermediación de los partidos. De nuevo, un problema grave, pero no letal.
Como
leí en algún lugar: unos prometen más de lo que pueden dar, y otros piden o
aceptan más de lo que pueden recibir.
Hay
otro punto que es más importante que los anteriores, siéndolo, y mucho los
anteriores, pero lo dejare para mañana pues es algo más largo de explicar o al
menos a mi se me hará más largo.
Buenos
días.
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