domingo, 2 de mayo de 2021

Minimalismo

     “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Estamos, espero, a dos meses de poder empezar otra aventura y, con esa esperanza va siendo hora de dar ahora un paso más. A finales de junio me inyectaran la segunda dosis de la vacuna anti covid-19 y, esperando que en estos dos meses se haya restablecido la circulación, no solo entre Comunidades Autonómicas sino también entre toda la Comunidad Europea, es hora de pensar en hacer los preparativos, sin prisa, pero sin pausa.

Hay que empezar a revisar la documentación y comprobar que todo lo tenemos en regla y si algún documento se encuentra caducado, cosa que no será de extrañar pues llevamos dos años sin poder ni siquiera imaginar salir del país, volverlo a solicitar.

Es hora también de darle un poco más de importancia al ejercicio físico, no para ponerse en excelente forma sino para estar un poco mejor preparado, hay tiempo, y si nos podemos evitar esos primeros días de sufrimiento pues mejor.

Tenemos que empezar a prepararnos para vivir sin frigorífico, sin televisión, sin agua corriente, sin electricidad, sin mesa, sin cama…  y, a estar siempre en movimiento, a cocinar en hornillo, con una batería de cocina pequeña, siempre al aire libre y acomodándonos a los caprichos de la meteorología…, tenemos que cambiar nuestra forma de vivir y, vale la pena ir haciéndolo poco a poco.  

De lo que se trata es de ir eliminando lo superfluo y acomodarnos a un estilo de vida más sencillo, más simple. En fin, concentrarse en las cosas que más necesitamos y valoramos, apartando todo lo demás. El llamado ahora como “minimalismo”, un estilo de vida que va en la dirección contraria a la cultura de consumo exagerado que nos rodea.

Cuando llenamos las alforjas nos daremos cuenta de que nos vamos a llevar mucho menos de lo que desearíamos y elegiremos lo que sea de necesaria utilidad y aquello que más apreciamos. Por eso el cicloviajero vive una vida más sencilla, con todas las ventajas espirituales y económicas que ello conlleva. No se trata de una vida más aburrida como pudiera parecer, sino una vida más abundante.

Resulta que al llevarnos menos cosas tenemos más ocasiones de hacer lo que nos apasione. Se pierde mucho tiempo, dinero y energía en conseguir y mantener un montón de cosas, lo que nos distrae de nuestras auténticas pasiones.

A medida que van transcurriendo los días nos iremos dando cuenta de que la cantidad de dinero que necesitamos es menor, tenemos menos cosas que comprar. Intentar vivir con menos cosas no es como una dieta horrible en la que sientes privación y deseas lo que decidiste rechazar. Más bien es lo contrario: cuando tienes pocas cosas, deseamos menos aún y vamos más ligeros. En el próximo viaje, por ejemplo, no me llevaré muchas de las cosas que no llegué a utilizar en el anterior.

Todo esto, no nos equivoquemos, no se limita a ser una necesidad ocasionada por la capacidad de nuestras alforjas. Muy al contrario, puede llegar a tener un trasfondo cultural y social y sus consecuencias espirituales pueden no ser todo lo beneficiosas que pensábamos. Ante todo, si llega a sintonizar con el individualismo urbano contemporáneo, con la cultura del “single”. Vemos cada vez más biciviajeros en solitario. Todo también muy “cool” y postmoderno. Todo, en fin, muy desmaterializado y abstracto, de acuerdo con la melancolía del hombre actual.

Esta podría ser la faceta más oscura. La cual, por cierto, no es la única: el minimalismo al que nos puede llevar el cicloturismo puede mostrarnos también una voluntad de buscar un sentido, una búsqueda de luz, volver a la esencia de las cosas. Encontrarnos con un deseo de serenidad y armonía. De algún modo, buscar los orígenes, el regreso a los elementos esenciales de la creación y al silencio de las cosas. Nuestra conciencia se repliega sobre sí misma, en una especie de letargo defensivo. Una voluntad también de purificación y espiritualidad.

Como casi siempre hay un pero. Existen varias formas de encauzarlo: tenemos, por una parte, el encerrarse sobre sí mismo, como la mística del individuo occidental que se niega a salir de su propia subjetividad. Encerrado en esa cárcel invisible de sí mismo, se refugia en un universo taoísta de silencio y transparencia, pero pagando el precio de una profunda soledad.

Otra forma, para mi mejor, es el de la verdadera voluntad de encontrar luz. Aquí, esta forma de vida sencilla, no se utiliza como un escudo contra la realidad, sino que yo diría de una manera franciscana.  Desprenderse de todo lo accesorio para reencontrarse con lo esencial. Pensemos también en la simplicidad del peregrino. La peregrinación es siempre una aventura minimalista: ir despojándose de la impedimenta del ego y acercarse ya sin posesiones a la presencia de Dios.

¿Qué forma de minimalismo vamos a elegir? De nuestra elección, como es obvio, depende el rumbo de nuestro viaje.

De todas formas, hay una cosa clara, al tener menos cosas hará que nos contentemos mejor y seamos más agradecidos, nos contentamos y sentimos una profunda gratitud por gestos más sencillos; un simple saludo, una sonrisa, que nos den un poco de agua. Todos actos sencillos a los que vamos a dar mucha importancia.

El cicloviajero que opta conscientemente por una vida minimalista está plantando, sin darse cuenta, semillas de gratitud, de saber contentarse en y con el corazón, está preparándose para poseer: paz, gozo, mansedumbre, amabilidad, bondad, fidelidad, gentileza y dominio de sí.

En fin, comprende y entiende lo significa esa petición que hacemos tantas veces de “danos hoy nuestro pan de cada día”, que es mucho más que una frase hecha. Pero esto es otra historia, que merece, también, ser contada.

Buenos días.

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