“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Estamos,
espero, a dos meses de poder empezar otra aventura y, con esa esperanza va
siendo hora de dar ahora un paso más. A finales de junio me inyectaran la
segunda dosis de la vacuna anti covid-19 y, esperando que en estos dos meses se
haya restablecido la circulación, no solo entre Comunidades Autonómicas sino también
entre toda la Comunidad Europea, es hora de pensar en hacer los preparativos,
sin prisa, pero sin pausa.
Hay
que empezar a revisar la documentación y comprobar que todo lo tenemos en regla
y si algún documento se encuentra caducado, cosa que no será de extrañar pues
llevamos dos años sin poder ni siquiera imaginar salir del país, volverlo a solicitar.
Es
hora también de darle un poco más de importancia al ejercicio físico, no para
ponerse en excelente forma sino para estar un poco mejor preparado, hay tiempo,
y si nos podemos evitar esos primeros días de sufrimiento pues mejor.
Tenemos
que empezar a prepararnos para vivir sin frigorífico, sin televisión, sin agua
corriente, sin electricidad, sin mesa, sin cama… y, a estar siempre en movimiento, a cocinar en
hornillo, con una batería de cocina pequeña, siempre al aire libre y acomodándonos
a los caprichos de la meteorología…, tenemos que cambiar nuestra forma de vivir
y, vale la pena ir haciéndolo poco a poco.
De
lo que se trata es de ir eliminando lo superfluo y acomodarnos a un estilo de
vida más sencillo, más simple. En fin, concentrarse en las cosas que más
necesitamos y valoramos, apartando todo lo demás. El llamado ahora como “minimalismo”,
un estilo de vida que va en la dirección contraria a la cultura de consumo
exagerado que nos rodea.
Cuando
llenamos las alforjas nos daremos cuenta de que nos vamos a llevar mucho menos
de lo que desearíamos y elegiremos lo que sea de necesaria utilidad y aquello
que más apreciamos. Por eso el cicloviajero vive una vida más sencilla, con
todas las ventajas espirituales y económicas que ello conlleva. No se trata de
una vida más aburrida como pudiera parecer, sino una vida más abundante.
Resulta
que al llevarnos menos cosas tenemos más ocasiones de hacer lo que nos apasione.
Se pierde mucho tiempo, dinero y energía en conseguir y mantener un montón de
cosas, lo que nos distrae de nuestras auténticas pasiones.
A
medida que van transcurriendo los días nos iremos dando cuenta de que la
cantidad de dinero que necesitamos es menor, tenemos menos cosas que comprar. Intentar
vivir con menos cosas no es como una dieta horrible en la que sientes privación
y deseas lo que decidiste rechazar. Más bien es lo contrario: cuando tienes
pocas cosas, deseamos menos aún y vamos más ligeros. En el próximo viaje, por
ejemplo, no me llevaré muchas de las cosas que no llegué a utilizar en el
anterior.
Todo
esto, no nos equivoquemos, no se limita a ser una necesidad ocasionada por la
capacidad de nuestras alforjas. Muy al contrario, puede llegar a tener un
trasfondo cultural y social y sus consecuencias espirituales pueden no ser todo
lo beneficiosas que pensábamos. Ante todo, si llega a sintonizar con el
individualismo urbano contemporáneo, con la cultura del “single”. Vemos cada
vez más biciviajeros en solitario. Todo también muy “cool” y postmoderno. Todo,
en fin, muy desmaterializado y abstracto, de acuerdo con la melancolía del
hombre actual.
Esta
podría ser la faceta más oscura. La cual, por cierto, no es la única: el
minimalismo al que nos puede llevar el cicloturismo puede mostrarnos también
una voluntad de buscar un sentido, una búsqueda de luz, volver a la esencia de
las cosas. Encontrarnos con un deseo de serenidad y armonía. De algún modo, buscar
los orígenes, el regreso a los elementos esenciales de la creación y al
silencio de las cosas. Nuestra conciencia se repliega sobre sí misma, en una
especie de letargo defensivo. Una voluntad también de purificación y
espiritualidad.
Como
casi siempre hay un pero. Existen varias formas de encauzarlo: tenemos, por una
parte, el encerrarse sobre sí mismo, como la mística del individuo occidental
que se niega a salir de su propia subjetividad. Encerrado en esa cárcel
invisible de sí mismo, se refugia en un universo taoísta de silencio y transparencia,
pero pagando el precio de una profunda soledad.
Otra
forma, para mi mejor, es el de la verdadera voluntad de encontrar luz. Aquí, esta
forma de vida sencilla, no se utiliza como un escudo contra la realidad, sino
que yo diría de una manera franciscana. Desprenderse
de todo lo accesorio para reencontrarse con lo esencial. Pensemos también en la
simplicidad del peregrino. La peregrinación es siempre una aventura
minimalista: ir despojándose de la impedimenta del ego y acercarse ya sin
posesiones a la presencia de Dios.
¿Qué
forma de minimalismo vamos a elegir? De nuestra elección, como es obvio,
depende el rumbo de nuestro viaje.
De
todas formas, hay una cosa clara, al tener menos cosas hará que nos contentemos
mejor y seamos más agradecidos, nos contentamos y sentimos una profunda
gratitud por gestos más sencillos; un simple saludo, una sonrisa, que nos den
un poco de agua. Todos actos sencillos a los que vamos a dar mucha importancia.
El
cicloviajero que opta conscientemente por una vida minimalista está plantando,
sin darse cuenta, semillas de gratitud, de saber contentarse en y con el corazón,
está preparándose para poseer: paz, gozo, mansedumbre, amabilidad, bondad,
fidelidad, gentileza y dominio de sí.
En
fin, comprende y entiende lo significa esa petición que hacemos tantas veces de
“danos hoy nuestro pan de cada día”, que es mucho más que una frase hecha. Pero
esto es otra historia, que merece, también, ser contada.
Buenos
días.
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