“El hombre ha de tener la suficiente fe en sí mismo para emprender aventuras, y dudar de sí mismo lo suficiente para disfrutarlas” (G. K. Chesterton)
Alguna vez ya hemos escrito sobre las buenas ideas y las
malas, y que las ideas tienen efectos que pueden ser buenos o malos. Las ideas
que en cada época se imponen a las demás y consiguen la hegemonía tienen
consecuencias que cambian para bien o para mal la vida de millones de personas.
Un
ejemplo bastante claro lo podemos encontrar con los libros, El Capital y
el Manifiesto comunista que escribieron Marx y Engels, ideas que se
extendieron y que de rebote produjeron la revolución rusa, de ahí surgieron la
URSS y todos los “países comunistas”, y sus consecuencias cambiaron la vida de
millones de personas durante más de medio siglo y aún lo están haciendo en
algunos lugares.
Surgen ideas que se instalan de una forma solapada en
nuestros ambientes diarios y sin darnos cuenta vamos adoptando sus opiniones,
sus criterios y empezamos por tomar decisiones basándonos en ellas, pensando
que estamos actuando por cuenta propia. Este es el peligro, pues la capacidad,
hoy día, de influir en las personas es muy grande. Lo comprobamos continuamente,
todo puede estar concebido para condicionarnos. Las redes sociales, por ejemplo,
proporcionan tanta información de nosotros a los creadores de opinión, que
saben más sobre nosotros mismos que de lo que nosotros sabemos.
Tenemos a nuestro alrededor ideas con tanta fuerza que
son determinantes, y que están dando paso a lo que se suele denominar las
“batallas culturales”. Es algo que sucede hoy en día pero que ya fue estudiado
y practicado a principios del siglo pasado. Antonio Gramsci,
dirigente
del Partido Comunista Italiano, lo explico muy bien, que para alcanzar el poder
político es necesario antes asegurar la hegemonía cultural, y para mantenerlo
era necesario disponer de esta hegemonía.
Hoy todo aquel que gobierna
o aspira a gobernar lo sabe, y los llamados “progresistas” son los que mejor lo
conocen y saben ponerlo en práctica. De ahí todo ese lenguaje tan manipulador y
todos lo llamados “estudios culturales” y los “estudios de género”, y esa actualización
del viejo ostracismo ateniense para eliminar a los adversarios que se viene a
denominar la doctrina de la “cancelación”. Todo esto son mecanismos intelectuales
que aplican la dominación por medio de una supuesta superioridad cultural.
Si miramos un poco a
nuestro alrededor y observamos, veremos, por ejemplo, que de las muchas causas
que provocan la desigualdad entre las personas, como la económica, que suele
ser estructural, se están empezando a sustituir por las desigualdades de género
y de identidades de género. Y ese diluir las causas reales de la desigualdad es
maravillosa para el poder económico, que permanece tranquilo.
Pero, además, para el
llamado “progresismo”, que ha perdido ese gran relato de la solución marxista,
encuentra en la ideología de género el sustituto de esa utopía salvadora que,
como aquélla, no terminara bien, pienso.
Todos contentos, el mundo económico
y el progresista.
El problema de muchas de
estas ideas es que son incompatibles con la sociedad que hemos construido, basada
en unos fundamentos cristianos, en el bien común, en el estado de bienestar y
la productividad a largo plazo, todo lo que nos permite vivir como vivimos. Por
eso cuesta mucho pensar que todo esto se pueda sostener cuando el estado de
derecho se está transformando en estado de leyes.
Existe una respuesta si
entendemos bien algunas cosas. Sabemos que la globalización es un instrumento
útil para las clases dirigentes. Sabemos que el poder es una de las facultades
del hombre y es completamente normal, necesario y útil para la sociedad que haya
poderosos en todos los campos: económico, político, científico, etc. Sostener
lo contrario pienso que es demagógico, utópico e incorrecto éticamente. Pero
también es verdad que en la mano de los poderosos está usar bien o mal ese
poder. Y, en lo que respecta al momento presente, el buen uso implica sobre
todo la promoción de un nivel ético mayor que el actualmente en curso.
Buenos días.
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