“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Cada vez es más frecuente
tener un roce con la muerte, y por eso cada vez con más asiduidad el tema de la
muerte aparece en mi vida con todas las preguntas que irremediablemente aparecen.
Ayer fue la última vez, por la
muerte de un amigo, siempre las mismas preguntas y con unas respuestas que si
bien las tengo asumidas, continúan haciéndome reflexionar.
Y es que, si de algo estoy
seguro, y no solo yo sino todos, sea cual sea nuestra creencia es que: algún
día vamos a morir. Frente a esto tan seguro, podemos elegir, o rechazamos esta
idea tan molesta y perturbadora o bien la aceptamos tranquilamente. Cada uno de
nosotros puede elegir.
Si nuestra vida es como una
carrera constante hacia la adquisición de bienes materiales y por lo tanto
perecederos, nuestra muerte será sin dudarlo una tragedia, como un brutal
asesinato que nos ha robado todos los sueños, el final de todas nuestras
ambiciones. Y, en el cementerio habrá terminado todo. De ahí, que negar que la
muerte es una puerta de entrada a lo que está más allá de los límites naturales,
es disminuir al hombre a un simple organismo que nace, se reproduce y muere.
Pero, en cambio, sí creemos
que la muerte es sólo el paso de esta vida de satisfacciones pasajeras y
desilusiones a la alegría definitiva y perdurable, morir es solo un paso
necesario y fundamental para realizarnos completamente como personas.
Puede parecer que esto no sea
importante, y tal vez para muchas personas no lo sea, pero lo curioso es que
según la idea que tengamos sobre la muerte, eso determinará el nivel de
felicidad que podamos lograr.
Veamos, si pienso que todo se acaba
con la muerte entonces todo lo que haga irá encaminado a conseguir una de estas
cosas: satisfacer mi ego; luchar por una vida digna para mí y los míos;
realizarme y mejorar en mi profesión; acumular riquezas, pues si todo se acaba
cuando me muera más me valdrá aprovechar el tiempo. Es, en este caso cuando mis
acciones las realizo pensando en el beneficio público que pueda obtener de cada
cosa que haga, es decir, trabajo, lucho y hago cosas tan sólo para mí
satisfacción y de paso dejar claro a los demás que no soy uno más.
Como la visión de que más allá
de los límites naturales hay algo, no existe, no hay nada más allá por lo que
luchar, por lo tanto, la muerte es una verdadera tragedia y un desconsuelo sin
fin para los que sufren no solo su muerte sino también la desaparición de una
persona muy querida. Su recuerdo se disolverá para siempre y no habrá un
reencuentro posible. De ahí, que el tema de la muerte sea un tema ausente y disimulado
en nuestras conversaciones ya que al negar la trascendencia hace de la muerte
el fin de todo. Es entonces cuando no importa lo que se pueda ganar al morir,
sino que importa el juicio de los hombres que será lo único que estará a la
vista. Y el incrédulo se encuentra entonces sometido a un juicio que será
siempre caprichoso, parcial y subjetivo. Y luego, no es de extrañar los innumerables
casos de depresiones y melancolías vitales que existen pues son muy pocos los
que recibirán el reconocimiento de la sociedad.
Mientras que el hombre que no
cree en la misión salvadora de la muerte vive pendiente del juicio de los demás
(puesto que es el último eslabón de la cadena existencial), el hombre que cree
que hay algo después de la muerte, el que cree que toda buena acción tendrá su
recompensa, no se preocupa realmente demasiado por el juicio humano, ni de sus
injusticias ni de sus imprevistos. Sabe que, tarde o temprano, tendrá su
recompensa y su consuelo, aunque aquí no lo tenga. La muerte no es entonces un
drama; es, de alguna manera, una dulce espera.
Por eso, es radical el cambio
que puede tener la vida de una persona en cuanto deja de pensar a la muerte
como un drama y lo piensa como un encuentro.
Es cierto que es difícil, para
quienes quedan en la tierra, asumir la partida del ser querido como una
ausencia temporal, pero, por otra parte, el que cree tiene una ventaja
increíblemente superior respecto a quien no tiene fe: sabe, con certeza, que
algún día el mismo se reunirá con quienes amó y con quien hizo posible ese amor.
En fin, creo que pensar en la
muerte alguna vez, sin miedo ni como algo morboso, es un punto de apoyo que nos
ayuda a vivir con mayor intensidad y alegría cada instante. Que no nos debe
provocar angustia, ni horror, ni depresión, sino sosiego y paz interior. Es
decir, afrontar con lucidez la realidad de la Muerte para amar más la Vida, y
para que sea la Vida quien gane la partida final.
Buenos días.
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