lunes, 9 de noviembre de 2020

Una dulce espera.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Cada vez es más frecuente tener un roce con la muerte, y por eso cada vez con más asiduidad el tema de la muerte aparece en mi vida con todas las preguntas que irremediablemente aparecen.  

Ayer fue la última vez, por la muerte de un amigo, siempre las mismas preguntas y con unas respuestas que si bien las tengo asumidas, continúan haciéndome reflexionar.

Y es que, si de algo estoy seguro, y no solo yo sino todos, sea cual sea nuestra creencia es que: algún día vamos a morir. Frente a esto tan seguro, podemos elegir, o rechazamos esta idea tan molesta y perturbadora o bien la aceptamos tranquilamente. Cada uno de nosotros puede elegir.

Si nuestra vida es como una carrera constante hacia la adquisición de bienes materiales y por lo tanto perecederos, nuestra muerte será sin dudarlo una tragedia, como un brutal asesinato que nos ha robado todos los sueños, el final de todas nuestras ambiciones. Y, en el cementerio habrá terminado todo. De ahí, que negar que la muerte es una puerta de entrada a lo que está más allá de los límites naturales, es disminuir al hombre a un simple organismo que nace, se reproduce y muere.

Pero, en cambio, sí creemos que la muerte es sólo el paso de esta vida de satisfacciones pasajeras y desilusiones a la alegría definitiva y perdurable, morir es solo un paso necesario y fundamental para realizarnos completamente como personas.

Puede parecer que esto no sea importante, y tal vez para muchas personas no lo sea, pero lo curioso es que según la idea que tengamos sobre la muerte, eso determinará el nivel de felicidad que podamos lograr.

Veamos, si pienso que todo se acaba con la muerte entonces todo lo que haga irá encaminado a conseguir una de estas cosas: satisfacer mi ego; luchar por una vida digna para mí y los míos; realizarme y mejorar en mi profesión; acumular riquezas, pues si todo se acaba cuando me muera más me valdrá aprovechar el tiempo. Es, en este caso cuando mis acciones las realizo pensando en el beneficio público que pueda obtener de cada cosa que haga, es decir, trabajo, lucho y hago cosas tan sólo para mí satisfacción y de paso dejar claro a los demás que no soy uno más.

Como la visión de que más allá de los límites naturales hay algo, no existe, no hay nada más allá por lo que luchar, por lo tanto, la muerte es una verdadera tragedia y un desconsuelo sin fin para los que sufren no solo su muerte sino también la desaparición de una persona muy querida. Su recuerdo se disolverá para siempre y no habrá un reencuentro posible. De ahí, que el tema de la muerte sea un tema ausente y disimulado en nuestras conversaciones ya que al negar la trascendencia hace de la muerte el fin de todo. Es entonces cuando no importa lo que se pueda ganar al morir, sino que importa el juicio de los hombres que será lo único que estará a la vista. Y el incrédulo se encuentra entonces sometido a un juicio que será siempre caprichoso, parcial y subjetivo. Y luego, no es de extrañar los innumerables casos de depresiones y melancolías vitales que existen pues son muy pocos los que recibirán el reconocimiento de la sociedad.

Mientras que el hombre que no cree en la misión salvadora de la muerte vive pendiente del juicio de los demás (puesto que es el último eslabón de la cadena existencial), el hombre que cree que hay algo después de la muerte, el que cree que toda buena acción tendrá su recompensa, no se preocupa realmente demasiado por el juicio humano, ni de sus injusticias ni de sus imprevistos. Sabe que, tarde o temprano, tendrá su recompensa y su consuelo, aunque aquí no lo tenga. La muerte no es entonces un drama; es, de alguna manera, una dulce espera.

Por eso, es radical el cambio que puede tener la vida de una persona en cuanto deja de pensar a la muerte como un drama y lo piensa como un encuentro.

Es cierto que es difícil, para quienes quedan en la tierra, asumir la partida del ser querido como una ausencia temporal, pero, por otra parte, el que cree tiene una ventaja increíblemente superior respecto a quien no tiene fe: sabe, con certeza, que algún día el mismo se reunirá con quienes amó y con quien hizo posible ese amor.

En fin, creo que pensar en la muerte alguna vez, sin miedo ni como algo morboso, es un punto de apoyo que nos ayuda a vivir con mayor intensidad y alegría cada instante. Que no nos debe provocar angustia, ni horror, ni depresión, sino sosiego y paz interior. Es decir, afrontar con lucidez la realidad de la Muerte para amar más la Vida, y para que sea la Vida quien gane la partida final.

Buenos días.

 

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