“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Espero no ser el único que tiene
la sensación de que estamos dentro de un enorme disparate, hemos perdido la razón.
Tengo la extraña sensación de que
tenemos una clase política que ante los problemas públicos se empeña en imponer
unos remedios que para muchas otras personas serían verdaderos problemas;
ofrecen como soluciones unas condiciones para la sociedad que otros llamarían
de buena gana como una grave enfermedad.
No se está consiguiendo una
sociedad “sana” lo que se está haciendo es sustituir una enfermedad por otra.
Ninguno de nosotros cuando vamos al médico por un dolor de cabeza le decimos
que nos lo cambie por un dolor de muelas, lo que deseamos es que nos quite el
dolor.
Este es el triste hecho que
estamos viendo en el dominante discurso político: que la discusión no se centra
sólo en las dificultades por las que estamos pasando, sino al objetivo que
debemos alcanzar. Es relativamente sencillo establecer donde tenemos los
problemas, es por lo que debería estar bien por lo que deberíamos de dialogar
hasta el agotamiento.
Todos admitiremos que una policía
perezosa es una mala cosa. De modo alguno admitiremos todos que una policía demasiado
activa sea algo bueno. A todos nos pone furiosos tener un sistema educativo que
no enseñe; pero a algunos les indignaría que enseñara algunas cosas. No estamos
en desacuerdo sobre la naturaleza de la gran mayoría de nuestros problemas,
pero estamos en desacuerdo en cual la solución. Todos estamos de acuerdo en que
España no tiene buena salud, pero la mitad de nosotros tampoco la vería sana si
disfrutara de lo que la otra mitad llamaría “salud floreciente”.
Los abusos públicos son tan
evidentes y pestilentes que arrastran a toda la gente generosa hacia una
especie de conformidad artificial. Olvidamos que, mientras estamos de acuerdo
sobre los abusos, podemos diferir mucho en los usos.
Por eso, soy de la opinión de
que este sistema de ver el primero el problema, de analizar y desmenuzar un
problema como por ejemplo el de la pobreza extrema o el de la prostitución y después
buscar cada uno una solución es bastante inútil. A todos nos disgusta la pobreza,
pero si empezásemos a discutir sobre el nivel de la pobreza y de la dignidad
del hombre pobre, aparecerían las diferencias. Todos desaprobamos la
prostitución, pero no todos aprobamos la pureza.
El único, según mi opinión, modo
de hablar sobre el mal social es llegar de inmediato al ideal social. Todos nos
estamos dando cuenta de toda esta locura nacional que nos rodea, pero ¿cuál es
la cordura nacional?
Lo tenemos que hacer es
preguntarnos ¿qué está bien?, y no lo estamos haciendo.
Buenos días.
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