“Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton)
Pasan los años, y yo diría que las
décadas, y no veo la forma de que exista un dialogo entre nuestras fuerzas
políticas, lo que nos lleva a no salir bien de esta crisis del covid-19, sobre
todo en el apartado económico. Nuestros representantes políticos y sus partidos
están demasiado pertrechados detrás de sus ideologías, y así no solo no hay
forma de llegar a un acuerdo, sino que tampoco lo hay de llegar a un dialogo.
Lamentablemente la experiencia
de los años que llevamos de democracia en España nos demuestra que el diálogo
ha sido imposible. Cada grupo ha impuesto sus ideas a los demás, sin atender
las razones de sus opositores.
Y, el diálogo es necesario. El
dialogo conduce a la solución de muchos problemas cuando se busca una verdadera
solución. Lo que sucede, me parece a mí, es que el dialogo entre ideologías no
puede conducir a la verdad de las cosas pues cada ideología es un sistema
cerrado de pensamiento que no tiene en cuenta la realidad.
Si esto lo miramos en el
contexto de las democracias modernas, como lo es la nuestra, vemos que de tanto
en tanto aparece la idea de que todas las ideologías y opiniones son
respetables. Incluso, me atrevo a decir, que se añade que la democracia se basa
precisamente sobre la base de que nadie posee ideas verdaderas, sino que todos
concurren en la discusión pública en condiciones de igualdad.
Sin embargo, hay que recordar
que no todas las opiniones son respetables. Veamos; todos o la inmensa mayoría
estamos de acuerdo en considerar como opiniones erróneas, incluso perseguibles,
las que defienden el racismo, o el uso de la violencia como un instrumento para
imponer ciertas ideas.
Parece claro entonces que existe
en nuestra sociedad un acuerdo en reconocer que no todas las opiniones pueden
ser vistas como igualmente respetables, y que hay opiniones que rompen la
convivencia y llevan a comportamientos contra la justicia.
Reconocer lo anterior está unido
a una exigencia nada fácil: la que conlleva identificar qué criterios nos
ayudan a distinguir entre que opiniones pueden competir sanamente en la vida
social, y opiniones que merecen ser criticadas, censuradas, o incluso
perseguidas penalmente.
Si miramos la historia nos damos
cuenta cómo a la hora de buscar esos criterios, se ha incurrido en injusticias.
Solo con mirar cómo sistemas totalitarios (nazismo, comunismo) declararon
opiniones y tesis dañinas las que defendían la libertad de las personas, o la
igual dignidad de todos, sin distinciones de tipo social, económico o ideológico.
Aunque en los sistemas que son
considerados como democráticos también hay y ha habido bastantes
comportamientos y sobre todo intervenciones por parte de los gobiernos que
excluyen y marginan ciertas opiniones que les son consideradas como peligrosas,
a pesar de que no siempre se adoptan criterios justos a la hora de establecer
por qué esas opiniones deben ser excluidas de la vida pública. Si reconocemos
que existen problemas ante la diversidad de opiniones, esto nos lleva, por un
lado, a considerar como inocente, incluso como desacertada, la “opinión” según
la cual todas las opiniones serían respetables.
Por otro lado, es necesario una reflexión
para identificar qué opiniones y en qué medida pueden entrar en el debate
público, siempre en el respeto de algunos criterios fundamentales, como, por
ejemplo, el derecho a la vida y otros derechos fundamentales, que constituyen
el suelo irrenunciable para construir sociedades justas y promotoras de una
sana convivencia.
Buenos días.
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Imagen de Jorge Luis Troya en Pixabay
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